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miércoles, 11 de enero de 2017

La chica del cabello de fuego.



La chica del cabello de fuego
by Niiita


Ella es una Ignis: una clase de magos perseguidos por la muerte, condenados a morir.

No tardará mucho para que se le presenten los poderes y, de paso, las aventuras, el peligro, los problemas, la verdad, ¿el amor?

___________________

• Puesto #1 en Aventura.
• Ganadora de los Wattys2016.


Historia registrada en Safe Creative.

1- Evelyn

*Narra Evelyn*

Le cierro los ojos.

Corro hacia la cabaña de mi abuela arrastrando el cuerpo casi sin vida por el suelo del bosque.

Se le desgarra la camiseta y me detengo, sin saber muy bien cómo llevarlo.

Decido apoyar al chico en mi espalda. Sujeto sus brazos pasándolos por encima de mis hombros e intento avanzar lo más rápido posible.
Doy unos pasos y me tiemblan las piernas.
Noto su sangre humedeciendo mi espalda y siento un escalofrío.

Por enésima vez pienso en dejarlo aquí e irme a mi casa a comer... Pero me niego a dejarlo a su suerte y hago un último esfuerzo.

-¡Abuela, ven! -grito desde el tercer y último escalón que me falta para estar frente a la puerta-. ¡Ayuda!

Sin mucho cuidado, dejo al joven en el suelo.
Apoyo mi oído en su pecho izquierdo para asegurarme de que todavía queda una luz de esperanza.

Pum, pum... Pum, pum...

Oigo los suaves y casi imperceptibles latidos de su corazón. Sigue vivo.

-Aguanta -intento tapar su herida sangrante con mis manos-. Lo siento.

La puerta se abre. Flotando, mi abuela se coloca junto a mí, sentada en el suelo.

-Evelyn, tranquilízate -me seca las lágrimas-. Cuéntame qué ha pasado.

Mi abuela no pierde nunca los nervios. Siempre está tranquila, pase lo que pase.
Adivino que, al haber vivido tanto y haber pasado por tantas cosas, nada la sorprende ya.

-Estaba en el

bosque. Pensé que era... algún animal, y le di de lleno con una de mis flechas. En el corazón, estoy segura. No sé cómo puede seguir vivo.

-¿Has olvidado que soy La Sanadora? -me sonríe-. Todo saldrá bien, tranquila.

Mucha gente la conoce como La Sanadora. Adoptó ese nombre porque cura a los heridos... siempre.
Dicen que hace milagros, pero es más bien magia.
Poca gente conoce su nombre real: Catalina.

-No te preocupes, cielo -me dice mi abuela tras examinar al muchacho-. No creo que le hayas dado en el corazón, pero sí cerca.

Pone su mano en la herida y, de la nada, aparece una cálida luz que desciende de sus brazos hasta llegar al chico inconsciente. Cuando se aparta, veo que ha dejado de sangrar.

-Voy a dejarle dormido en un sueño curativo. Se despertará dentro de unos días. Esperemos que para entonces esté como nuevo.

-Muchas gracias, abuela -suspiro-. Eres increíble.

-Este hechizo consume mucha energía a quien lo realiza porque se lo transmite al herido, así que es normal que uno se sienta cansado tras realizarlo.

Asiento y tomo nota mentalmente. Lo tendré en cuenta para cuando me lleguen los poderes, dentro de poco.

Miro al desconocido.
Ahogo una exclamación de sorpresa al ver que las heridas que le causé arrastrándole por el bosque se han curado ya.
Mi abuela parece haberse dado cuenta de lo mismo y frunce el ceño.

-Se supone que las heridas superficiales se sanan en unas horas -dice La Sanadora-. No en pocos segundos.

-Y no eran simples heridas superficiales los que tenía en el cuerpo... La del pecho era mortal y, sin embargo, sigue vivo.

-Está claro, no es un humano corriente -dice mi abuela-. Siento que es un licántropo.

Una chispa se enciende en mi mente. Por eso lo confundí con un animal.
Sus movimientos eran demasiados ágiles y veloces para ser las de un humano. Aunque también eran superiores que las de un animal.

-Un licántropo... tiene una capacidad de regeneración superior a la de cualquier otra criatura... -me acuerdo del párrafo de un libro.

-Exacto -afirma ella.

Con cuidado, alzo la mano y recorro con la yema de mis dedos la mejilla del joven. Antes tenía una profunda herida.
Miro a mi abuela y veo que tiene una expresión divertida en el rostro.

-¿Qué? -pregunto tajante-. Tenía una herida aquí. Le di sin querer contra una piedra mientras le arrastraba por el suelo.

Dicho en voz alta, suena horrible.

-No tienes que darme explicaciones, cielo -dice con una sonrisa-. Se lo tendrás que dar a él cuando despierte.

Con un simple gesto, lo hace levitar.

-Dejaré que descanse en el cuarto de invitados -se levanta-. ¿Vas a seguir cazando?

El rugido de mi estómago le contesta.

-Tengo que hacerlo. Necesitas energía, abuela, y tenemos otra cosa. No me queda otra que... cazar animales.

-Gracias, Evelyn -me mira a los ojos-, sé que es horrible para ti acabar con otras vidas, aunque sea por supervivencia.

Le hago un gesto afirmativo con la cabeza y agarro el arco.

2- Arturo

*Narra Arturo*

Me despierto boca abajo.
Noto mi pecho latiendo de dolor.

Abro un poco los ojos y miro a mi alrededor. Estoy en una habitación con paredes y suelos de madera, tumbado encima de una cama.

Escucho el pomo de la puerta retorcerse. No muevo ni un músculo para parecer que sigo durmiendo cuando alguien entra en la habitación. 

Es una chica pelirroja que lleva en las manos un cuenco de algo que huele muy bien.
Se acerca a mí y cierro completamente los ojos, por si acaso.
Oigo que deja el cuenco en alguna mesa cercana y sus pasos se alejan. Cuando ya no los oigo, vuelvo a abrir los ojos.

Mi mirada tropieza con la de otros ojos, negros como la más oscura de las noches. Entonces me doy cuenta de que ha fingido los pasos que se alejaban.
Me ha descubierto... Es más observadora de lo que había esperado.

-Ya te has despertado -me dice con una amplia sonrisa-. Se supone que deberías despertar en unos días, no en unas horas, ¿sabes?

-¿Dónde estoy? -pregunto incorporándome.

-Estás en la casa de La Sanadora, mi abuela.

-¿Y tienes idea de... qué es lo que ha pasado?

-Te herí sin querer cuando pasabas cerca de mí por el bosque, pero no es nada grave -se apresura a decir-. Sólo te desangraste un poco...

¿Me desangré? ¿Cómo puede uno desangrarse un poco?

-No recuerdo nada de eso -digo confundido-. Te llamas Evlin, ¿verdad?

-Casi. Es Evelyn.

-Gracias por la ayuda, Evelyn. Me tengo que ir -digo al darme cuenta del poco tiempo que me queda.

-No me des las gracias. Fue mi culpa, lo siento -sus mejillas toman color-. ¿No quieres quedarte a comer? 

-No -digo y mi estómago ruge, delatándome.

Lo maldigo mentalmente. No tengo tiempo.
Evelyn se ríe, debe de haberlo oído. Yo le sonrío algo incómodo.

-¿Y adónde piensas ir? -Me pregunta-. Tu herida tardará en sanar.

Si no salgo ya, no llegaré a tiempo.

-A ninguna parte... Adiós.

-Espera.

Me detengo justo antes de salir por la puerta.

-¿Qué? -me giro hacia ella.

-¿Cómo te llamas tú?

-Arturo -contesto y le hago un gesto de despedida.

Bajo los escalones de dos en dos. Escucho de nuevo a Evelyn:

-Por ahí no es por donde...

Debo de salir de aquí inmediatamente, me da igual de qué manera.
Me aproximo a la ventana más cercana, la abro de par en par y salto al exterior.

Una vez fuera de la casa, miro el cielo.
No es tan tarde como creía... Pero es mejor llegar con antelación.
Nunca sabes cuándo te sorprenderá la luna.

Entro al bosque y, al cabo de un buen camino corriendo sin prisa, llego.

La entrada está tapada por una cortina de plantas.
Miro a los lados para comprobar que no hay nadie y aparto las plantas.
Golpeo la puerta una serie de veces.
Es la absurda clave para entrar en un sitio tan asombroso como éste.
Se abre la puerta y doy un paso hacia delante, dejando que me engulla el nuevo mundo.
La cortina de plantas se cierra a mis espaldas.



3- Un mundo nuevo

*Narra Evelyn*

-La salida está... -empiezo a decir, pero no llego a terminar la frase.

Ha saltado por la ventana.

¿Qué mosca le ha picado?

Está claro que esconde algo y no sabe que la curiosidad me mata. Le sigo.

La curiosidad mató al gato -decía mi abuela.

Murió sabiendo -le contestaba yo con una sonrisa burlona.

Salgo por la puerta y sigo sus pasos.
Es impresionante que una persona pueda avanzar a este ritmo durante tanto tiempo como si nada...
Me recuerdo que es un hombre lobo.
Parece que es su manera habitual de moverse por el bosque.

Estoy adaptada a moverme por el bosque, pero no al ritmo de un hombre lobo. Me duelen las piernas de tanto correr y me arden los pulmones.

Siento que me voy a desplomar en el suelo en cualquier momento y no creo que me vuelva a levantar después de un rato.

Por fin Arturo desacelera un poco. Cuando creo que tiene intención de pararse, lo hace frente una cortina de plantas.
Me escondo de modo que el viento sople hacia mí y no le llegue mi olor. No sé si funcionará: los hombres lobo tienen un olfato muy agudo.

Arturo simplemente mira a los lados y luego pasa abriéndose camino por las plantas. Escucho una serie de golpes que suenan a hueco.
Lo memorizo fácilmente, pues es como una canción.

Silencio.

Me acerco con cuidado y me asomo por la cortina de plantas. Una pared de madera aparece detrás. Parece una puerta.

Mientras repito la serie de golpes, dudo en volver tras mis pasos...
Aparece

una simple pared oscura irregular.

-¿Qué...? -doy un paso hacia atrás-. Pero él ha pasado.

Y entro con fuerza, con intención de derribarla.
Pero no hace falta: la traspaso como si fuera niebla y caigo de bruces contra el suelo.

Levanto la vista y lo que veo me deja sin aliento.

Lo que hay detrás de la puerta es... una explosión de árboles, por decirlo de alguna manera.
Son todos extraños, como si hubiesen evolucionado de espaldas a los demás árboles del bosque al que siempre he estado acostumbrada. Como si no pertenecieran a este mundo. Como si la naturaleza hubiese querido retarse a sí misma y mostrar al mundo todas las rarezas de árboles que es capaz de crear.
El resultado es espectacular, maravilloso y, como todo lo que crea la naturaleza, hermoso.

Observo la infinidad de tonos de verde que hay, algunos que ni sabía que existían.

No hay más vegetación que hierbas y árboles. Ni una sola flor... Me pregunto por qué será.

En este lugar, en el que siento la magia por todas las partes, es casi de noche también.

Se parece al lugar de una historia que me contó mi abuela cuando era pequeña, el mundo de los lobos:

<<Cada vez que había luna llena, los hombres lobo se convertían en unos monstruosos lobos y muchos no controlaban lo que hacían. Mataban hasta la mañana siguiente, que volvían a tener el control de sus cuerpos.
Una vez, un poderoso mago creó todo un mundo a través de una puerta mágica donde acudían los lobos las noches de luna llena para evitar catástrofes y eran encerrados hasta la mañana, que serían liberados al volverse humanos de nuevo.
Esta misteriosa puerta aparecía en un lugar escondido en el bosque cada noche de luna llena, donde sólo los hombres lobos podían encontrarlo... Se rumorea que el mismo mago era un hombre lobo, y por eso creó ese mundo, para esconderse en él las noches de luna llena y evitar así quitar vidas inocentes.>>

Escucho unos aullidos y me estremezco. Veo unas enormes sombras por la pradera, iluminadas por la luna, que se alza llena y brillante casi en lo alto del oscuro cielo, reinando la noche.

Me doy la vuelta con intención de salir, pero la puerta ha desaparecido.
Se me cae el alma a los pies.

Si este es el mundo de los lobos, entonces tengo que tener mucho cuidado si quiero volver mañana por la mañana a mi propio mundo... de una pieza.

Tengo que sobrevivir una noche entera aquí.
Respiro hondo.
Si los lobos no me matan esta noche, lo hará mi abuela... Al menos moriré sabiendo.

4- Peligro

*Narra Evelyn*

Con las prisas, no me he traído ni el arco, ni el carcaj con las flechas. Sólo llevo un puñal encima.

La luz de la luna me ilumina, haciéndome un punto luminoso, una fácil presa. Soy como un faro pidiendo a gritos la atención de barcos asesinos... No puedo quedarme en medio de la pradera, al descubierto.

Corro con lo que me queda de fuerza y me subo a un extraño árbol.
No peso mucho, así que escalo con facilidad y las ramas soportan mi peso.
El árbol es recto y grueso. Sus ramas, alargadas y resistentes, cubren todo el tronco por completo. No tiene hojas.

Sin querer, parto una rama. No puedo evitar sentirme culpable y susurrar una disculpa.
Para no desaprovecharlo, la afilo y, al ser completamente recta, resulta una lanza de doble filo.
No me vendrá mal si necesito defenderme sin acercarme mucho a mi oponente.

Desde aquí puedo ver unas cuantas sombras moviéndose. Son enormes.

Hay aullidos de lobos por todas partes. Impedirán que me duerma. 

Veo un lobo con una herida en el pecho. ¡Es Arturo! Creo.

Parece inofensivo. Está sentado debajo de un árbol rascándose con su pata trasera una oreja.

Tal vez él pueda ayudarme a salir de aquí...

Pienso en lo que podría estar haciendo mi abuela en estos momentos: buscarme y estando histérica, seguro. Volando por los alrededores, interrogando animales, o... 
Se me va el color de la cara.
Estará muy preocupada. Para la edad que tiene no le conviene estar alterada.

Me bajo del árbol haciendo el menor ruido posible. Estoy muy cansada, pero debo al menos intentar salir de aquí.
Me acerco de puntillas, pero Arturo parece haber notado mi presencia porque está quieto con las orejas levantadas. Se gira hacia mí.

-Soy yo... Evelyn -susurro.

Se levanta y me enseña los dientes. Si es esa su forma de sonreír, da miedo. Gruñe.

Su conciencia humana está dormida. Su parte salvaje es la que ahora domina. -recuerdo.

Me tenso y aprieto la lanza.

Muy pocos son los que llegan a controlar a la bestia en las noches de plenilunio.

Parece que Arturo no forma parte de esos pocos.

Me maldigo a mí misma por no acordarme antes y por haber mirado tan por encima el libro de la historia de los hombres lobo.
Pero ¿cómo iba a saber yo que me iba a encontrar con uno?

No me va dar tiempo volver al árbol sin que me alcance. ¿Soy capaz de matarle para salvarme a mí misma?

Camina en círculos, rodeándome, con sus ojos en los míos.

Pienso rápidamente en las opciones que tengo:

Primera opción: Huir. Seguramente me alcanzaría a los pocos pasos que diese... y estaría muerta. Opción inútil.

Segunda opción: Entretenerle de alguna forma hasta que amanezca y vuelva a su forma humana, pero aún queda muchísimo para que salga el sol. Opción seguramente destinada al fracaso.

Tercera opción: Herirle. Va a ser difícil acercarme a él sin que me mate o dañe. Ni quiero morir, ni quiero convertirme en una medio loba. Opción muy arriesgada.

Arturo parece prepararse para saltar.

Cuarta opción: Matarle. Cuando salte dejará al descubierto su tronco, y yo le atravesaría la lanza en el corazón en un intento arriesgado.

Arturo salta.

¿Qué hago?

5- Tensión

*Narra Evelyn*

Le esquivo tirándome a un lado e inmediatamente me levanto.

Elijo mi segunda opción. Voy a entretenerle de alguna forma.

-Eh, bonito -digo moviendo la lanza delante de sus narices y me muerdo el labio al escuchar lo estúpido que suena-. ¡Ve a por él!

Lo lanzo lo más lejos posible con tanta fuerza que espero no haberme desencajado el brazo.
Contengo el aliento a que vaya a por él y poder tener tiempo para escapar o...
No se mueve de su sitio.
Se queda mirándome. Las babas le cuelgan de la boca. Suelta un bufido. Hasta parece que se divierte.

¿Qué hace un lobo? ¿Qué no hace...? ¡No trepan!

Doy un pasito a la derecha. Mala noticia: El lobo sigue mis movimientos.

Como me enseñó La Sanadora, no hay que mirar a algunos animales a los ojos o se lo tomarán mal... No me acuerdo a qué animales exactamente, pero por si incluye a los hombres lobo en su forma lobuna, intento evitar encontrarme con su mirada. Fijo mis ojos a sus patas, a sus movimientos.

No voy a poder llegar a este paso sin que me atrape, porque se acerca. Voy a tener que correr.

Con un movimiento rápido avanzo mi pierna izquierda hacia la derecha impulsándome con el pie derecho de un salto.
Corro lo más rápido que me permiten mis piernas hasta el árbol más próximo. El lobo me pisa los talones, casi literalmente.
Salto lo más alto que puedo y me agarro a la primera rama que pillo. Trepo sin parar por el tronco y luego de nuevo por las ramas.

Miro hacia abajo.
¡Está trepando!

...Los hombres lobo bajo aspecto lobuno, aunque sean pesados, su agilidad, fuerza y todos los sentidos se desarrollan más de lo que ya estaban...

Me duelen las manos y ya casi no me quedan fuerzas para seguir.
Veo que una rama no muy gruesa de otro árbol se interpone en mi camino. Éste tiene un color extraño, como si estuviera hecho de metal. Decido cambiar de árbol.
Al tocarlo, su superficie es lisa y fría.

La rama no es lo suficientemente gruesa para soportar el peso del lobo. Seguramente se parta cuando él suba.

Trepo por la rama y llego al tronco.
El lobo se lanza sobre la rama y... no se parte.
Al parecer no sólo tiene color del del metal, sino que también tiene su resistencia. Bajo alarmantemente por el tronco, no puedo dejar que me arrincone en el pico del árbol.

Para mi sorpresa, el lobo no avanza.
Al no poder clavar sus uñas por las características metálicas del árbol, retrocede.
Sonrío y vuelvo a trepar hacia arriba, subiendo por las ramas.
Me siento en una de ellas y me aferro al tronco metálico que se vuelve escurridizo por el sudor de mis manos.

Aún quedan horas para que amanezca.
Solo puedo desear que mi abuela no se ponga muy de los nervios... En realidad, nunca lo ha estado, que yo recuerde.

Poco a poco, gracias a la brisa, me voy tranquilizando. La tranquilidad de la noche hace pesar mis párpados.
Los ojos se me cierran, pero los abro rápidamente y me pellizco el brazo con mucha fuerza para sustituir el sueño y el cansancio por el dolor. Esto es horrible.

Me doy cuenta de lo increíblemente estrellado que está el cielo ahora, así que paso un buen rato entretenida mirándolo, fascinada.

6- Sana y salva

*Narra Evelyn*

¡Amaneciendo está! ¡Por fin!

Me escuecen las pequeñas heridas que tengo por los brazos, piernas y cara, producido por trepar el primer árbol lleno de ramitas.

Miro hacia abajo. Arturo se ha dormido cerca del árbol.

Me desperezo como un gato y bostezo.
Mientras sale el sol puedo ver cómo su figura disminuye y su pelaje va desapareciendo poco a poco para volverse de nuevo humano.

Aparto la mirada antes de que se quede desnudo, y veo que ha vuelto a aparecer la puerta a mi mundo. ¡Bien!

Bajo cuidadosamente del árbol para no despertar a Arturo y me voy corriendo hacia la puerta.

Me detengo a medio camino para recuperar el aliento. Mi cuerpo late de dolor por la tensión de los músculos que he estado manteniendo en lo alto del árbol durante toda la noche.
Miro hacia los lados del prado. Veo a alguien vistiéndose en la otra punta del bosque.

-Buenos días -dice una voz femenina.

Doy un respingo. Me giro y veo pasar una mujer a mi lado. Se dirige hacia la puerta.

-Buenos días...

Cree que soy uno de ellos.
Suspiro y me dejo caer en el suelo.
La hierba es suave y cálida, lo cual resulta relajante y perturbador a la vez.

Al recordar a mi abuela, me pongo de pie y reanulo la marcha.

Antes de salir por la puerta, admiro el espectacular amanecer y al precioso mundo de los lobos... Pero sin más vida que el de los árboles que no dan fruto y algunas otras plantas más pequeñas. No me extraña que los hombres lobos no vivan aquí de forma permanente: no tendrían comida y se matarían entre ellos.

Salgo por la puerta mágica y estoy de vuelta en el bosque.
Huele a hierba mojada. Algunos rayos de sol se filtran entre los árboles e ilumina el suelo repleto de plantas adornadas de rocío. Mi mundo tampoco está mal.

No sé cómo volver a la cabaña de mi abuela. Tendré que esperar a que salga Arturo y preguntarle.

Me aparto de la entrada y le espero.
Van saliendo personas vestidas que me dirigen alguna que otra mirada curiosa.
Decido quedarme a la vista, pues si me escondo tras un árbol y me descubren, resultaría muy sospechoso. Finjo bostezar, como si acabase de levantarme y hubiera tenido una noche tranquila en el mundo de los lobos, sonrío a algunos mientras estiro mis brazos, como si fuéramos ya antiguos conocidos.

No sale Arturo.
Un pensamiento hace que mi corazón acelere y mi respiración se corte, ¿estará muerto?
Se despertó antes de lo previsto del sueño curativo y la herida aún se estaba sanando, peligrosamente cerca de su corazón.


7- Lobos

*Narra Arturo*

Me despierto desnudo sobre la cálida hierba.
Como de costumbre, no recuerdo nada.

Voy al arbusto donde dejé la ropa antes de transformarme en lobo y me visto.

La pradera está desierta y no veo a nadie. Deben de haber salido ya.

Voy andando hasta la puerta mágica y salgo frotándome el pelo y bostezando. Hoy hace buen tiempo.

Fuera está una chica pelirroja... Evelyn. Ha visto cómo he salido de la puerta mágica. Se acerca a mí.

-Buenos días, Arturo -me dice y veo que tiene la cara, brazos y piernas llena de cortes poco profundos-. ¿Podrías indicarme el camino de vuelta a la casa de mi abuela, por favor?

-¿Cómo has llegado aquí? -pregunto sorprendido de que no haya mencionado nada sobre mi extraña aparición por una cortina de plantas-. ¿Y esas heridas? ¿Te encuentras bien?

-Te seguí... A través de esa puerta has intentado matarme convertido en un perro gigante y trepé árboles para perderte de vista -dice y me sorprendo de que lo diga con tanta naturalidad, sabe que soy un hombre lobo-. Perdona...

-No sabes el lío en el que te acabas de meter, Evelyn. Ahora que lo sabes todo...

-No le voy a contar nada a nadie -me asegura.

-¿Y eso cómo lo sé?

-Pues porque soy maga. No desvelaría algo que me vaya a perjudicar, ¿no crees? Los dos somos seres... especiales.

-Demuéstrame que eres maga.

-Aún no lo soy. No se me han presentado los poderes.

-¿Y cuándo se te presentarán? -levanto una ceja.

-No lo sé. Según mi abuela, pronto. Ella

también es maga. Empieza con mareos o desmayos, cansancio, sueños extraños que suelen ser visiones...

Asiento. Lo que ha dicho es verdad.

-Además, te salvamos la vida mi abuela y yo -remata Evelyn.

-Sí, cierto, después de que casi me mataras, ¿no? -sonrío, divertido.

Ella se ríe y su sonrisa me afecta al corazón... de una forma extraña.

Debe de ser la herida.

La guío a su casa. Una vez allí, le explicamos lo sucedido a su abuela, que estaba más que preocupada.

-Deberías quedarte, Arturo -dice La Sanadora-. Debes descansar.

-No se preocupe, me encuentro bien. No quiero molestar.

-Insisto -dice ella con una amable sonrisa-. Evelyn no se perdonaría si te pasara algo.

-¿Qué dices, abuela? -dice Evelyn con el ceño fruncido-. Debería estar prohibido a las abuelas guiñar el ojo de esa forma a sus nietas.

Suelto unas carcajadas. No me importaría quedarme. De todas formas, nadie me espera en mi casa desde hace años.

Duermo unas pocas horas en el mismo cuarto de la vez anterior y me despierto mucho mejor.
Ese dolor extraño había desaparecido de mi pecho mientras dormía. Hechizo de sueño curativo había dicho La Sanadora.

-Me alegro de que estés mejor, Arturo -dice contenta La Sanadora desde la cocina más tarde-. Evelyn también se ha despertado hace poco, ahora está frente la casa, por si quieres ir a verla.

-Sí, creo que ya me voy, gracias por todo. Me despediré de Evelyn.

-Ten cuidado por el camino, Arturo -se despide.

Salgo de la casa, esta vez por la puerta.
Miro al cielo y deduzco

que no he dormido solo unas pocas horas.

La casa de La Sanadora está muy cerca del bosque. Por no decir justo al lado.

Veo a Evelyn dando de comer a una ardilla. Me acerco a ella.

-Buenas -saluda Evelyn, sin darse la vuelta.

Me sorprende su agudo oído. Para ser una humana, lo tiene bastante fino.

-Hola, Evelyn.

Se gira y me sonríe. En el mismo instante, escucho unos pasos.

-¿Pasa algo? -Pregunta ella.

Como respuesta, Connor, Diego y Kaiser aparecen. Deben de haber olido mi rastro.

-¡Si estás aquí! -exclama Diego.

-Hola -dice Connor a Evelyn con una radiante sonrisa-. Me llamo Connor.

-Te buscábamos para hacer una carrera -dice el hijo del líder de nuestra manada, Kaiser.

Aunque esté cansado, hacer una carrera con lobos siempre es muy divertido. Asiento.

Pienso dos veces antes de decir:

-¿Quieres venir, Evelyn? Lo más seguro es que te quedes atrás, pero puedes ir sobre el lomo de alguno.

-Acabas de decir... -murmura Kaiser.

-Tranquilo, ella guardará el secreto. Es... casi maga. Evelyn, estos son mis amigos: Connor -digo señalando al chico de los dientes brillantes, mejillas pecosas y pelo rizado-, Kaiser -señalo al del pelo liso y oscuro- y Diego -señalo al que tiene los brazos al aire, presumiendo de sus músculos-. Chicos... ella es Evelyn.

La veo dudar y, finalmente, asentir.

-Vale, pero no puedo alejarme mucho -contesta ella-. Como muy lejos hasta el acantilado.

Los chicos y yo empezamos a desabrocharnos los pantalones.

-¡Eh! ¿Qué hacéis? -exclama Evelyn alarmada, llevándose las manos a los ojos.

-Qué rara -dice Connor reprimiendo una carcajada.

Evelyn separa unos dedos para ver que el comentario ha sido Connor y lanzarle una mirada asesina por un ojo.

Él lo encuentra divertido y se ríe con ganas. Su risa es tan contagiosa que nos unimos a él.

-Bueno, Evelyn, si prefieres que nos transformemos rompiendo ropa para quedarnos después desnudos... -dice Diego.

-¡¿Qué?! No quiero eso.

Connor se ríe con más ganas.

-Pues tendremos que quitarnos la ropa para no romperla en la transformación, bonita -dice Connor sacándose la camiseta por la cabeza.

Evelyn se da la vuelta para no vernos, y sé que está roja como un tomate.

Termino de quitarme la camiseta y, antes de que los pantalones caigan al suelo, me transformo en un lobo.

No hay luna llena, así que no perdemos el control de nuestro cuerpo.

-¿Qué pasa si no va nadie con vosotros para llevar vuestra ropa? -pregunta Evelyn.

-Uno puede no transformarse y llevar la ropa de los demás -contesta Kaiser-. Pero, de todas formas, a nosotros nos da igual. Estamos acostumbrados...

Y se transforma.

-Porque somos salvajes -añade Connor con una sonrisa lobuna, justo antes de convertirse en un enorme lobo.

-A ver quién llega antes al acantilado -reta Diego antes de transformarse también.

Vamos nosotros, los cuatro corriendo por el bosque, dejando los árboles atrás a toda velocidad.
La pelirroja está sentada sobre mi lomo, agarrando la ropa de los cuatro.

Así se llega antes al acantilado, sobre cuatro patas de lobo.

8- El acantilado

*Narra Evelyn*

Nunca pensé que podría estar sobre el lomo de un lobo gigante rodeado por otros tres lobos, corriendo a toda velocidad por el bosque.

Es increíble dejar atrás los árboles antes de verlos con claridad. Es como si viajases a la velocidad del viento.

Los lobos tienen un pelaje marrón y no sabría distinguir quién es Arturo, Connor, Kaiser o Diego.

Llegamos cerca del acantilado después de un largo camino que, sobre estos gigantes, se llega en muy poco tiempo.

Los chicos se vuelven humanos y se visten. Mientras, me acerco al borde del acantilado. Siento un escalofrío.

Esto está altísimo.

Miro hacia abajo y noto un ligero mareo. El agua del mar se ve oscuro y hay olas rompiendo sobre las descomunales rocas. Hay unas vistas magníficas del mar. Parece que las aguas no tiene fin.

Me giro y mi mirada se desvía a los dos lobos que están peleando.
Arturo y Kaiser están en su forma humana, vestidos. No hacen más que animarles... Deduzco que los lobos deben de ser Connor y Diego.

-¡Eh! ¿Qué pasa aquí? -pregunto.

Sus golpes deberían ser mortales. Uno de ellos se abalanza sobre el otro y se muerden con fiereza. Ruedan y siguen luchando.
Un lobo sangra por una pata.

Me pregunto cómo habrán llegado a esto.
No sé muy bien cómo detenerles. Si me pongo en medio seguramente me aplastan.
Pienso en alguna solución a toda velocidad, clavando la mirada en

una roca.

-¡Evelyn! -grita Arturo corriendo hacia mí y levanto la mirada-. ¡Apártate!

-¿Qué...? -no termino la frase.

Antes de poder reaccionar, uno de los lobos choca contra mí. Debe de haber sido lanzado por el otro.

Salgo disparada del borde del acantilado, sin aliento.
Grito y doy manotazos al aire.
Como vaya a caer sobre una roca, ya me pueden dar por muerta.

Me he alejado mucho del acantilado por el impacto, por lo que debería caer sobre el agua.

Dejo de gritar, me tapo la nariz y caigo al agua como una bomba. El agua me congela la piel.

No sé nadar.
Intento subir a la superficie pataleando e impulsándome con mis brazos.

Algo cae cerca, provocando un gran chapuzón.
Entre las aguas, surge Arturo y Kaiser.

-¡Buen salto! -me dice Kaiser.

Parpadeo un par de veces, sin saber cómo reaccionar.

-¡Se estaban matando!

-Estaban jugando, Evelyn -sonríe Arturo.

Su pelo está mojado y parece casi negro. Hace un espectacular contraste con sus ojos claros de color miel.

-¿Jugando? ¿Jugando a sangrar?

-Extacto, jugando -dice Kaiser-. Aunque reconozco que lo de intentar tirar a Connor por el acantilado no ha sido buena idea... Al final te han tirado a ti.

-¿Estás bien? -me pregunta Arturo.

-Casi muero -intento parecer furiosa-. Podría haber caído sobre las rocas y haberme dejado allí la cabeza.

No consigo el efecto que deseaba, porque estoy intentando mantenerme a flote como puedo y doy más gracia que miedo.

-No creo. Este loco te habría salvado -dice Kaiser mirando a Arturo y guiñándole el ojo.

Arturo se ríe al ver que no se me da bien nadar.
Tengo las manos ocupadas nadando, por lo que no puedo regalarle un puñetazo. Me tengo que conformar con poner los ojos en blanco.

Nadamos hacia la orilla. Intento seguirles el ritmo como puedo. Allí nos esperan Diego y Connor.

-Perdona, Evelyn, por lanzarte a Connor -se disculpa Diego-. A veces no controlo mi fuerza. Y Connor es demasiado debilucho.

-¡Este debilucho te ha hecho sangrar! -replica Connor-. No querrás que te arranque el brazo la próxima vez...

-¡Más quisieras!

Volvemos a pie por el bosque y a mitad del camino me despido de ellos.

-Ya estoy en casa -le digo a La Sanadora, que está ordenando algunos libros-. Me voy a dormir.

-¿Tan temprano? ¿No quieres comer algo antes?

-No, gracias, abuela -digo subiendo ya las escaleras-. Hoy tengo... dolor de cabeza... y...

Me tiemblan las piernas y caigo, como si ya no pudieran soportar el peso de mi cuerpo.

Pues sí que estoy cansada... Pienso antes de marearme y perder el sentido.

9- La chica del cabello de fuego

*Narra Evelyn*

Las gotas de lluvia golpean fuertemente el cristal de la ventana del salón.

Justo cuando me llevo la infusión de flores a los labios, me detiene un grito proveniente de mi abuela.
Corro a su habitación y, al entrar, me resbalo y caigo. No me hago daño. Me pregunto con qué me he resbalado. Miro al suelo... Sangre.
Despierto con un grito ahogado.

-¡Evelyn! Cálmate, cielo, ha sido un mal sueño -me tranquiliza mi abuela, sentada en la mecedora que hay al lado de mi cama. Está tejiendo.

-Abuela -la abrazo.

-He estado esperando a que despertaras -dice mi abuela con una cálida sonrisa. -Me parece que te han llegado los poderes, jovencita. ¡Enhorabuena!

Recuerdo los pequeños detalles de ayer. Me sentía muy cansada y pensé que era por los saltos de acantilado; tenía mareos cerca del acantilado y di por supuesto que era debido a la altura...

Entonces lo que soñé puede que fuera una visión del futuro. Me estremezco.

-Intenta hacerle algo al agua -dice mi abuela señalando un cuenco de agua que está en la mesa. -Recuerda lo que has estudiado.

Me concentro... y el agua empieza a hervir. Se evapora con rapidez. Abro los ojos como platos.

-Fuego -susurra mi abuela con el ceño fruncido, y yo salto de la cama de alegría.

El resto de la tarde lo paso con ella, aprendiendo a controlar mis poderes.
Por fin puedo poner en práctica todo lo que he estudiado.

Al hacer hechizos, uno puede ayudarse con gestos, aunque en realidad

no son necesarios.

Me he dado cuenta de que sólo sé derretir cosas, evaporarlas con el calor o chamuscarlas con fuego.

-Esto nos dice que tu elemento principal es el fuego. Eres una Ignis, Evelyn...

Paso días practicando dentro de la casa. La Sanadora no me ha dejado salir a jugar con mis poderes por motivos de seguridad.

Revisando un libro de hechizos, alguien llama a la puerta.
Algo nerviosa por la pesadilla, lo abro un poco y asomo la nariz.

Es Arturo.

-Buenos dí... -empieza a decir.

Contenta de que sea él, abro la puerta de par en par.

-¡Tengo que enseñarte algo! -Le interrumpo emocionada antes de que pueda terminar de decirme buenos días.

Ya no tengo tan estricta la norma de No poner ni un dedo fuera de la casa, así que le agarro de la muñeca y le llevo al bosque corriendo.

Al llegar, miro a los lados.
No hay nadie. Bien.
Cojo una hoja de suelo, chasqueo dos dedos de la otra mano y la hoja empieza a arder.

Arturo se queda mirándolo, sorprendido.

-Han llegado tus poderes -Dice con una amplia sonrisa y yo asiento.

-¿Qué tal está tu herida?

-Ha desaparecido. Los hombres lobo nos curamos rápido... ¿Puedes volar?

Cierro los ojos e intento imaginar que asciendo, concentrándome mucho. Mis pies se elevan del suelo y, al cabo de un rato, pierdo el equilibrio y me doy la vuelta, quedándome boca abajo, a una considerable

altura sobre el suelo.

Se gasta mucha energía en esto de la magia. No puedo sostenerme más tiempo en el aire y caigo.

Arturo me coge a tiempo en brazos, entre risas.
Cuando deja de reír y nuestras miradas se cruzan, me doy cuenta de que nunca antes he estado tan cerca de un chico, y mucho menos en sus brazos.

Mis latidos aceleran y son cada vez más sonoros, tanto que temo a que los escuche. Los hombres lobo tienen unos sentidos muy desarrollados.

-¿Porqué estás tan nerviosa? Te he salvado de la caída -dice él-. Escucho los latidos de tu corazón desde aquí. Como estalle...

-Como estalle será por tu culpa -le suelto y me bajo al suelo.

-Eso no me lo perdonaría.

Me mira y sus ojos de color miel brillan divertidos, hasta que muestran pánico.

-Evelyn, tu pelo... Está en llamas.

Cojo un mechón y ahogo un grito de horror. No es pelo, es...

-Es... ¡cabello de fuego! -grito alarmada.

-¿Te duele?

-¡Claro que...! No -digo tocándome la cabeza. El fuego no me afecta.

-A lo mejor viene con tus poderes.

Me intento calmar. Cierro los ojos y respiro profundamente. El fuego disminuye y mi pelo vuelve a estar intacto, como si nunca hubiera estallado en llamas.

-Ya está, Evelyn -dice Arturo y abro los ojos. No me hacía falta verle para saber que estaba sonriendo cuando lo dijo-. ¿Por qué se habrá encendido tu pelo? ¿Estabas enfadada o algo?

-Nerviosa -digo con las mejillas sonrojadas y mi pelo se vuelve a arder.
Arturo se ríe y yo le dedico mi mejor mirada asesina.

-Vale, vale, ya paro, chica del cabello de fuego -me guiña un ojo. El fuego de mi pelo se aviva-. Eh, tengo una idea.

-Desembucha -digo. Arturo le da vueltas a una pequeña piedra.

-Yo lanzo rocas y tú los destruyes con fuego. Y con los ojos... cerrados -dice y levanto una ceja, poco convencida-. ¿Qué? Será divertido.

-¿Tú estás loco? Podríamos encender el bosque.

-¿Loco...? Puede que un poco.

10- Ignis

*Narra Evelyn*

-¡Abuela! ¡mira! -digo una vez en casa.

Intento pensar en algo que me ruborice o enfade, y en vez de una trenza de pelo, tengo una trenza de fuego. Me río al ver la expresión de mi abuela.

Ella, con sus poderes, forma una bola de agua entre sus manos y me lo lanza a la cabeza, apagando las llamas.

-¡Eh! -Me quejo y frunzo el ceño-. ¿Qué problema hay de que me arda la cabeza?

-Controla eso, Evelyn, no lo vuelvas a encender -me señala.

-¿Por qué?

Agarro una silla, me siento y empiezo a secarme el pelo con un pañuelo.

-Eres una Ignis, como yo, y tenemos que tener cuidado -dice mi abuela seriamente como si ya supiera lo que es eso y no necesitase explicaciones.

-¿Por qué? -Pregunto de nuevo.

-¿No lo has leído en ningún libro aún? -Pregunta ella y niego con la cabeza-. Los Ignis son magos con especial facilidad de dominar el fuego. Se caracterizan por su cabello de fuego, su curiosidad. Son muy traviesos. Siempre buscan diversión, les da igual lo que pueda pasar por sus actos, son desobedientes y mentirosos... O eso es lo que piensan de nosotros los demás magos.

Pienso en cuando seguí a Arturo y entré al Mundo de los Lobos simplemente por curiosidad...
Pero nunca he desobedecido a mi abuela, nunca mentiría a las personas que quiero y... me importa lo que puede llegar a causar mis actos, por ejemplo cuando me dijo Arturo de disparar fuego con los ojos cerrados y le negué el juego.

-Han causado muchos problemas a los otros magos -continúa ella-. Problemas muy grandes. Por eso, hace mucho tiempo en el mundo de los magos nos intentaron exterminar... Algunos lograron escapar. El Consejo de Magos te matará como mataron a tu madre, cuando se enteren de lo que eres realmente, Evelyn...

Me quitaron a mi madre y la mataron por... ¿ser simplemente una Ignis?

-Ellos son los monstruos -digo.

Estoy furiosa. Tengo ganas de achicharrar a todos los del Consejo de Estúpidos. Aprieto mis manos en un puño y me arde el cabello así que mi abuela lo vuelve apagar con agua.

-¡Acabo de secarme el pelo! -Le grito furiosa.

-Vas a tener que controlarte, cariño. No vas a cambiar nada estando furiosa.

*Al día siguiente por la noche*

Alguien está tirando piedrecitas a mi ventana.
La abro un poco y me asomo.

Veo a un chico con el pelo de color marrón... ¿será Arturo? ¿Connor? ¿Kaiser? ¿Diego? Todos tienen el pelo marrón.

-¡Hola! Soy Connor -me dice.

-Hola. ¿Qué pasa?

-Vengo a entregarte algo, ¿puedes bajar?

Asiento y bajo volando.

-Felicidades por tus poderes -me dice sonriente.

-Gracias -le digo devolviéndole la sonrisa.

-Venía a darte esto -me entrega una carta-. Es de Arturo.

-Oh, gracias -le digo cogiendo la carta-. ¿Quieres pasar a tomar algo? Creo que mi abuela está preparando té.

-No, gracias. Me tengo que ir. ¡Hasta pronto, Evelyn!

Se da la vuelta cuando me despido y desaparece entre los árboles, tragado por la oscuridad.

Subo volando a mi cuarto y camino de un lado a otro, abriendo con manos nerviosas el dobladísimo papel.

¿Qué querrá decirme que no pueda en persona?

Abro la carta.


11- La visión

*Narra Evelyn*

Abro la carta.

En realidad, es un trozo de papel.
Se ha saltado todas las tildes de las palabras, la letra es casi indescifrable y la tinta negra ha dejado algunos manchurrones.

Pero me sorprendo de que sepa escribir: rara vez algún hombre lobo se decide a aprender algo tan poco útil (para ellos) como la escritura, ya que viven en medio del bosque y no les hace falta para sobrevivir.

Hola Evelyn.
Me he ido de viaje. No voy a poder practicar con el arco como te prometi, lo siento mucho, pero esto es algo muy importante y volvere en unos dias. Te contare todo con mas detalle cuando vuelva.
Ire a visitarte en cuanto este de vuelta.

Arturo.

~~~

Estos días he aprendido a volar... Más bien quedarme suspendida en el aire. Aún necesito mucha práctica ¡y muchísima concentración y energía para poder realizarlo!
No consigo curar a ningún animal con mis poderes, aún.

-Es un hechizo algo avanzado para una principiante -repite mi abuela-. Se necesita mucha concentración y energía.

-Al igual que todo... -murmuro pasándome las manos por la cara.

Mi pelo sigue ardiendo cuando le viene en gana.
No puedo controlarlo si no puedo controlar mis sentimientos.

~~~~

Estoy en el salón tomándome una infusión y escucho un grito de mi abuela. Sin pensarlo, mi reacción es correr hacia su habitación.

Con el corazón a cien, subo de tres en tres

las escaleras lo más rápido que puedo, pero tropiezo y se me cae la taza, haciéndose añicos y derramando todo por el suelo. Tardo unos segundos más en llegar a su habitación intentando esquivar el desastre y no pisar con mis pies descalzos todo eso.

Nunca había escuchado a mi abuela gritar... pero, por alguna razón, parece que ya lo he oído antes.
Abro la puerta de un golpe, entro y me resbalo. El dolor recorre mi columna intensamente, ¿con qué me he resbalado?

Oh no... La pesadilla...

Mejor dicho, la visión. Miro al suelo, sé lo que voy a ver, un charco de sangre.

-No... no, no, ¡NO!

Entierro mi rostro entre mis manos. Abro los ojos y miro al suelo. Hay sangre del suelo, de un color rojo oscuro. La sangre de mi abuela.

Voy gateando lentamente hacia ella. Está tumbada en el suelo. Agarro su mano.

-Abuela -digo intentando no vomitar con el olor que tanto detesto de la sangre-. Aguanta por favor, ¿quién te ha hecho esto?

Miro su estómago, toda manchada de sangre. Sé que eso no puede habérselo hecho ella, tampoco puede haber sido un accidente. Ya no tengo ganas de llorar, sólo siento ira. Aprieto los puños.
La ira no tarda desaparecer al ver a mi abuela así y vuelve a entrarme ganas de llorar.

Espera, esto tiene solución. Pongo mis manos en la herida del estómago de mi abuela e intento hacer lo mismo que hizo ella con Arturo.

-Estarás bien -digo cerrando los ojos-. Voy a curarte.

Saco energías ocultas de mi interior y lo concentro en un punto. Lo conseguiré, lo conseguiré... -me repito en mi cabeza y me aferro a esa idea.

Cuando siento que está cicatrizando la herida, retiro la mano. Mi abuela me sonríe.

-Estoy muy orgullosa de ti -me dice con voz débil. Ha perdido mucha sangre.

-Te voy a sumir en un sueño reparador -digo.

La abrazo suavemente con la cabeza dándome vueltas. No me queda mucha energía. Ayudo a mi abuela a levantarse y la dejo en la cama. Un momento después, dejo escapar un grito al sentir un horrible dolor. Algo me atraviesa la carne del brazo. Me miro el brazo: ha sido una flecha.
Por suerte no me ha atravesado ningún hueso.

-¡Maldición! He fallado -escucho una voz femenina.

Me asomo por la ventana mientras parto la flecha y lo saco con cuidado de no abrir mucho más la herida, ahogando otro grito.

Hay una chica de pie. Tiene la piel pálida, lleva el pelo negro recogido en una corta trenza y, entre las manos, un arco.

Veo puntitos negros y siento mucho sueño. Debe de haber algo en la flecha.
Mis párpados luchan para mantenerse abiertos, pero pierden. Me tambaleo hacia atrás y caigo al suelo.

Lo último que veo es a la chica saltando por mi ventana y aterrizando ágilmente dentro de la casa.


12- Amenaza

*Narra Arturo*

Después de horas corriendo en forma de lobo, llego y entro a mi casa.

Vivo solo. Mis padres desaparecieron en un viaje en barco, cuando yo no era más que un niño.
Siempre pensé que estaban muertos pero, tras visitar a mi tío, ya no lo tengo tan claro.

Vuelvo a mi forma humana y me dirijo al baño. Me ducho con agua fría y le dejo bajar mi temperatura corporal.

-Me mandaron un mensaje corto con señales mágicas de que estaban vivos, en alguna parte... -dijo mi tío.

Termino de vestirme con lo primero que veo limpio y voy a la casa de Evelyn, como le dije en la carta.

Esbozo una sonrisa al acordarme de ella sonrojándose, pero elimino la sonrisa tan pronto como aparece.
Suelo ser muy frío con la gente, pero últimamente estoy bajando las defensas.
Me recuerdo el dolor que me causaron mis padres y Mery, al abandonarme a mi suerte.

No, no volveré a sufrir -me digo y refuerzo la barrera en torno a mi corazón.

Cuando estoy cerca de su casa escucho un grito. Corro el camino que me queda y trepo por la ventana de Evelyn, con la respiración agitada.
Entro a su cuarto.
No está.
Voy hacia el cuarto de su abuela.

La abuela de Evelyn está en la cama, pálida y débil; Evelyn está en el suelo y su brazo derecho sangra.

Hay una chica de pelo negro. Tiene la piel blanca como la nieve y los ojos verdes. Parece poseer la frialdad de un bloque de mármol en una sola mirada.

Antes de darme cuenta tengo el cuchillo en la mano, apuntándola. Ella tiene un arco cargado con una flecha apuntándome a la

cabeza. Esboza una sonrisa burlona. 

Sonrío también. No sabe que soy un hombre lobo.
Le quito la flecha con velocidad y la parto. Dejo mi cuchillo sobre la piel de su garganta.

-Suelta eso -digo apuntando con la barbilla a su arco.
Lo suelta mascullando una maldición y la ato con una cuerda.

-Vaya, una cuerda mágica -dice ella dejándose caer sobre una silla-. Creía que ya no quedaban.

Parece que es maga.
Levanto a Evelyn del suelo y la siento en la cama de su abuela.

-Voy a morir si sigo perdiendo sangre -dice Evelyn medio dormida.

-No sé cómo parar esto -digo preocupado.

Finalmente opto por quitarme la camiseta y enrollar con eso su brazo herido para taponar un poco el sangrado.

-¿Quién eres? ¿Por qué les has hecho esto? -Pregunto a la chica.

-Me llamo Darleen. Son Ignis y los Ignis están condenados a morir, chucho.

-Todos los mortales estamos condenados a morir, bruja -susurro acercándome a su cara, furioso-. Tú no eres la dueña de sus vidas.

La mataría ahora mismo por lo que les ha hecho a Evelyn y a su abuela, pero pienso que querrán respuestas cuando se despierten.

-Evelyn -la llamo y sacudo suavemente su hombro.

-¿Eh...?

-Despierta.

-Unos días más, por favor... -me pide sin abrir los ojos.

-Darleen viene a mataros por ser Ignis.

-Vale... Espera, ¿qué? -De repente abre los ojos de par en par y se pone de pie-. ¡No!

-¿Qué es ser una Ignis? -Pregunto.

Evelyn se sienta de nuevo, algo mareada y me cuenta lo que son.

-Cuando se despierte mi abuela sabremos qué hacer. Siempre sabe cómo actuar. Ahora está en un sueño curativo.

-¿Quién te ha mandado? -Le pregunto a Darleen.

-¿Tú que crees? -Dice y se aclara la garganta-. El Consejo de Magos.

-Maldición -dice Evelyn-. Ya lo saben.

-Sí, y vendrán más a por ti si no les llega pronto lo que suelo enviar.

-¿Qué?

-Cuando me mandan a una misión de... Ignis -levanta una ceja-, a los pocos días reciben un regalo. A nadie le gusta, pero saben que si quieren contratarme, deben de aceptar mi manera de trabajar.

-¿Qué envías? -pregunta Evelyn.

Esto me da mala espina.

-Te puede la curiosidad, ¿eh? ¿Estás segura de que quieres saberlo? Oh, claro que sí, para qué preguntaré, eres una Ignis -ríe con malicia la chica de ojos verdes, y el ceño de Evelyn se frunce aún más-. Cuando me envían una misión de éstas, les devuelvo el trabajo hecho. Reciben una cabeza en un saco.

13- Protectora

*Narra Evelyn*

Arturo está mirando por la ventana... con el torso al descubierto.
Reconozco que los hombres lobo tienen una musculatura bastante interesante.

Tengo que dejar de mirarle tanto.

Me apoyo en el marco de la puerta. Hace un poco de frío, ya que hace un rato estaba lloviendo.
Arturo no parece notarlo, mientras que yo tengo la piel de gallina.

-Vaya... ¿Cuánto tiempo he estado durmiendo? -pregunta La Sanadora.

-Un rato -contesto encogiéndome de hombros y quitándole importancia-. ¿Te encuentras mejor? ¿Qué hacemos ahora, abuela?

-¿Un rato? Decir eso es lo mismo que no decirme nada, Evelyn. Tienes que especificar un poco más. Estoy mejor, gracias a ti. ¿Qué tal si vais los tres al bosque y me traéis plantas medicinales?

-¿Los tres? -Pregunta Arturo señalando a la chica.

-Puedo quitarle los poderes durante un tiempo, no os hará nada -asegura mi abuela.

-¿Puedes hacer ese hechizo? -Pregunta Darleen sorprendida-. Se necesita muchos años para conseguirlo...

-Sí, tengo muchos años -dice mi abuela con una débil sonrisa.

-¿Cómo puede estar tan tranquila? -Pregunta Arturo, robándome la pregunta.

-Porque no puede hacerme nada. Soy... muy poderosa. Y puedes tutearme, Arturo, no hay problema.

La Sanadora se acerca a Darleen y hace unos movimientos con la mano. Un brillo azul rodea a la chica durante unos segundos. La Sanadora coge un frasco de cristal de su mesa, lo destapona y encierra

la luz azul dentro.
Desata a Darleen de la silla y la chica se levanta inmediatamente.

Me taladra con la mirada y salta sobre mí, agarrándome del cuello con intención de estrangularme.
Caigo al suelo de espaldas con ella. Antes de que pueda reaccionar, Arturo me la quita de encima y la estampa contra la pared con una fuerza sobrehumana.
Cojo aire y toso a la vez.
Me froto la garganta. Me arde, me duele y me pica... Creo que incluso me ha hincado las uñas.

-Como vuelvas a poner un dedo sobre Evelyn, serás tú la que se quede sin cabeza -amenaza Arturo y la suelta.

Darleen le enseña todo el odio que se puede transmitir en una mirada y se alejan el uno del otro.

Vamos los tres al bosque.

Cuando examino unas posibles plantas curativas, escucho un grito de Darleen.
Me giro hacia ella y la veo atizando algo con una piedra.

-Darleen -la llamo.

-Una serpiente venenosa -me interrumpe Arturo-. Evelyn, creo que la ha mordido.

Ahogo una exclamación y corro hacia ella.

-¿¡Cómo se te ocurre matarle!? -Exclamo y le arrebato la piedra-. ¡Eres una bestia!

-Estoy bien, gracias por preguntar -dice ella poniendo los ojos en blanco.

Darleen se marea, parpadea varias veces. Parece que no ve bien... Empieza a vomitar al cabo de un rato.
De repente estoy preocupada. No sé ni por qué lo estoy.

-Tranquilízate. Si estás tan nerviosa, tu corazón bombeará más rápido y el veneno que corre por tu sangre se expandirá con mayor velocidad.

¿Para qué le doy tantas explicaciones?

/>¿Por qué voy a ayudarla?

Arturo me mira asombrado.

-¿Qué? Se aprende mucho con La Sanadora -le digo y miro la mordedura en el tobillo de Darleen.

Pongo mis manos en la mordedura de serpiente y empiezo a concentrarme. Cierro los ojos e imagino que el veneno sale por la herida. Acompaño el hechizo con unas palabras mágicas sanadoras y el poder que me regalan las plantas.
Cuando abro los ojos veo en la hierba un pequeño charco negro de veneno.

-Esto bastará. ¿Cómo te sientes?

Sin esperármelo, Darleen me da un abrazo. Tardo unos segundos en reaccionar y devolverle el abrazo.

-Gracias... Pero, ¿por qué lo has hecho? Cuando menos me lo merecía, ¡vas y me ayudas! Le has salvado la vida a alguien en apuros, a pesar de que ese alguien quería separar la cabeza de tu cuerpo. ¿Qué clase de Ignis eres tú? ¡Me has salvado la vida! -repite otra vez, emocionada-. Te debo una.

-No me debes nada -la suelto, sorprendida ante su cambio de opinión tan espontáneo.

-Sí que te debo. Te debo mi vida.

-No me debes... Espera. Entonces, ¿no intentarás matarme?

-Exacto. Quiero estar en paz contigo, así que te ayudaré y te devolveré el favor.

-Gracias, pero sé cuidarme sola.

-¿No quieres que te ayude con el Consejo?

La miro, aún más perpleja.

-¿De verdad... me ayudarías con el Consejo?

-Claro. Haré lo que pueda para convencerles de que os dejen en paz, pero tampoco creas que me escucharán seguro.

Esbozo una sonrisa y Darleen me tiende una mano.

-Empecemos de nuevo -dice Darleen con una sonrisa-. ¿Sabes? No pareces ser una Ignis.

-Hemos cambiado -digo y le estrecho la mano-. Me llamo Evelyn.

Cuando volvemos a casa, cuento lo ocurrido a mi abuela.

-Cumplía órdenes -se disculpa Darleen.

-No te preocupes -dice mi abuela a la vez que nos ofrece a los tres una infusión recién preparada.

-¿Qué vamos a hacer con el Consejo de Magos? -pregunto jugando con la mirada el vapor que desprende el líquido, moldeándolo y haciendo formas.

-Podría decirles simplemente que estáis muertas, pero normalmente quieren pruebas -dice Darleen.

-Seguro que tienes algún plan -digo girándome hacia mi abuela.

-Más o menos. Pero necesito tiempo. Darleen, ¿tienes aún lo que me atravesó el estómago?

-Está en su cuarto. La que atravesó el brazo de Evelyn está junto a mi arco y mis poderes.

-Perfecto. Si piden pruebas, se los das, y si no es suficiente, vuelves. Para entonces ya tendremos el plan listo -dice mi abuela-. Darleen, puedes ir a por tus cosas cuando quieras. Para sacar tus poderes, solo tienes que decir las dos palabras mágicas que he puesto como contraseña.

-¿Qué dos palabras mágicas?

-Por favor -contesta La Sanadora guiñando un ojo.

Cuando todo está listo, nos despedimos de Darleen y le deseamos suerte.

-¿Ha pasado algo interesante en tu viaje? -le pregunto a Arturo, y me cuenta el mensaje que le mostró su tío de sus padres-. A lo mejor mi abuela podría ayudar.

Los ojos de Arturo se iluminan y miran a mi abuela.
Ella, que ha estado escuchándolo también, le enseña un pulgar hacia arriba, como diciendo un sí mudo.

14- La vampiresa

*Narra Arturo*

Aúllo.
Connor, Kaiser y Diego no tardan en llegar a la cabaña de Evelyn.

Evelyn y su abuela están sentadas en una gran piedra que hay frente la casa. Yo estoy de pie.

-¿Qué ocurre, Arturo? -pregunta Kaiser.

-La Sanadora ha encontrado dónde se encuentran vivos mis padres -digo mirándolos a los ojos-. Voy a necesitar vuestra ayuda.

-Y la tendrás -dice Connor con una enorme sonrisa.

-¡Qué buena noticia, Arturo! -exclama Diego.

-Sí -sonrío-. Hay que hacer un viaje largo y... habrá vampiros.

-Esas sanguijuelas... -murmura Diego y los tres hacen una mueca de asco a la vez.

-Yo me quedaré aquí para esperar a Darleen -dice la abuela de Evelyn.

-Cuídate -se despide Evelyn-. Yo iré con ellos.

Vamos los cinco hacia la playa. Primero hay que atravesar el bosque.

A la mitad del camino, escuchamos algo. Nos paramos y miro a mi alrededor, pero solamente veo árboles iluminados por el sol de la tarde.

Evelyn señala algo y abrimos todos los ojos como platos, menos ella que va hacia la oscura figura que se retuerce en el suelo bajo la luz del Sol.

-¡Espera, Evelyn! -dice Connor.

Se para y nos mira confusa. Creo que no sabe lo que es. Los hombres lobo tenemos los sentidos muy desarrollados, y ahora mismo podemos ver a una joven vampiresa intentando no morir bajo el sol.

-Es una vampiresa -dice Kaiser-. Cuidado.

Evelyn se da la vuelta y sigue acercándose a la chica poco a poco. La seguimos.
Al llegar cerca de la vampiresa, los chicos y yo tapamos los rayos

de Sol pegando hombro contra hombro.
La luz del Sol puede llegar a matar a un vampiro.

-Gracias... -dice la niña con voz temblorosa. Parece que tiene al rededor de diez años.

Es pequeña, tiene la piel pálida, ojos de color rubí resplandecientes y un impactante cabello negro. El aspecto común de una vampiresa.

Me agacho y agarro su cuello sin hacerle daño. Así, si intenta mordernos, se lo arranco de un tirón. Es una de las pocas maneras que se puede matar un vampiro. Evelyn la ayuda a levantarse.

-Arturo, suéltala. No la cojas así -me dice Evelyn-. Es sólo una niña...

-No subestimes a un vampiro por su edad, pueden matarte antes de que puedas sentir el dolor.

-¡Si la pobre no puede ni moverse de lo débil que está, Diego! Arturo, vamos...

Aprieto la mandíbula y la suelto, sin dejar de estar alerta.

-¿Cómo te llamas, pequeña? -pregunta Connor agachándose a mi lado, tan amigable como siempre.

-Me llamo Lizz.

*Narra Lizz*

-Yo me llamo Connor -sonríe.

Connor me presenta a los demás chicos y me quedo con los nombres a la primera.
Entonces sopla el viento y me llega un olor a...

-¡Hombres lobo! -grito y me tapo la nariz.

¿Cómo no me he dado cuenta antes? Qué asco.

-Sí, y tú una sanguijuela, pero aun así te hemos ayudado -dice Arturo.

-Bueno... Yo me llamo Evelyn -dice la chica pelirroja cambiando de tema.

-Tú no hueles como ellos. Hueles a... Oh. Hueles... muy bien... -Arturo me lanza una mirada de advertencia al escucharlo-. ¿Qué eres? 

-Una humana-maga.

Tengo mucha hambre y la mataría aquí y ahora mismo si no fuera por estos hombres lobo... y porque me acaban de salvar. 

-¿Cómo has llegado aquí? -pregunta Kaiser-. Los vampiros no suelen andar por esta zona.

-Estaba en mi forma de murciélago y me arrastró un fuerte viento.

Un fuerte viento que provocó aquella maldita bruja -pienso.

-¿Puedo acompañaros? Necesito sombra... y vosotros hacéis sombras con vuestros cuerpos. Yo no.

Evelyn parece sorprendida.

-¿No haces sombra? ¡Vaya!

-Yo soy la sombra -sonrío de manera inquietante.

-Podrías ayudarnos -dice Kaiser.

-¿En qué?

-A rescatar unos cuantos de la Isla Vampírica.

La sangre huiría de mi rostro si tuviera una gota de ella.

¿Isla Vampírica? ¡Escapé de allí para no volver!

-¿Cómo nos va a ayudar una niña pequeña? -pregunta Diego cruzándose de brazos.

Pues por el hecho de que soy una vampiresa.

Diego puede estar lleno de músculos, pero me parece a mí que el cerebro no lo tiene muy entrenado.

-Acepto el desafío -digo-. En marcha.

Parezco una niña de nueve años, pero por aquella bruja.
Encontraré la forma de romper su hechizo y volver a mi verdadero aspecto.

Ahora que me he topado con una maga, no voy a dejarla escapar sin antes conseguir lo que quiero.

15- ¡Yo-ho-ho!

*Narra Evelyn*

La pequeña vampiresa va cogida de la mano de Connor. Él tapa los débiles rayos solares para que no se haga mucho daño.

Lizz es extremadamente adorable, me dan ganas de cogerle los mofletes y... y estoy sonando como mi abuela. Debe de ser por tu encanto vampírico. Todos los vampiros lo poseen. Lo usan para atraer a sus presas.

A medida que atravesamos el bosque para llegar al mar, cogemos frutas y agua para el viaje en barco.
Le cuento a Lizz por qué queremos ir a la Isla Vampírica.

-¿Ahora qué? -pregunta ella una vez que pisamos arena y vemos mar.

-Vamos a tomar un barco prestado -contesta Diego con una traviesa sonrisa.

-Ese -dice Kaiser señalando a uno que tiene tres veleros.

Los chicos se meten en el mar y lo escalan con rapidez; Lizz se convierte en murciélago, entra y se esconde en la sombra; y yo sigo a los chicos, pero en vez de escalar, subo volando.

Cuando estamos todos arriba, corto la cuerda que sujeta el barco al muelle.

-¿Es que uno no puede irse a comer tranquilo? -Grita una voz masculina en la orilla-. ¡Ladrones! 

-¿Lo mato? -Me pregunta Lizz.

Le miro a los ojos, incrédula. Ella me devuelve la mirada, inocente, con esos ojos grandes y rojos.

-Eh... no, no hace falta, Lizz -digo con el ceño fruncido.

-¡Despleguemos velas! -Exclama Kaiser-. ¡Yo-ho-ho!

-¿Qué es Yo-ho-ho? -Pregunta ella mientras los chicos y yo soltamos las amarras.

-Nada. Es divertido decirlo. Los piratas lo dicen -contesto con una sonrisa.

-¡Yo-ho-ho, pues! -le grita

Lizz al hombre y se despide con la mano, mientras que éste suelta maldiciones.

El viento sopla fuerte y en un chasquido de dedos estamos lejos de la costa.
Me siento en la cubierta del barco y saco el mapa que me trazó mi abuela.
Arturo se sienta a mi lado.

-Kaiser sabe manejar barcos y entiende de mapas -dice Arturo.

-Genial -digo y llamo a Kaiser para darle el mapa.

-Tardaremos unos pocos días en llegar -dice Kaiser.

-¿Qué? ¿Unos días? -interviene Lizz.

-Unos pocos.

-¿Y de qué me alimento? ¿De vuestra sangre? -cruza sus brazos y lanza una mirada que me hace palidecer.

-¿No te puedes alimentar de la sangre de... peces? -Pregunta Kaiser.

-Como poder puedo -contesta Lizz arrugando la nariz-. Pero prefiero la sangre de bebés humanos.

Silencio.

-Es broma, esas no están maduras. Me gusta la de la gente malvada -sonríe mostrando sus pequeños pero afilados colmillos.

Nombramos a Kaiser como capitán y le dejamos el control del barco.

-Todo tuyo -dice Connor quitando las manos del timón.

Diego y Connor se ponen a pescar, lanzándose al mar.

-Evelyn -dice Lizz-. ¿Sabes cómo eliminar un hechizo?

-Sé pocos contrahechizos. ¿Por qué lo preguntas?

-Verás -juega nerviosa con las manos-, en realidad este es mi cuerpo de hace unos años. Hace unas semanas, una bruja me lanzó un hechizo y ahora mi cuerpo ha rejuvenecido... demasiado.

No sé qué me asombra más, que Lizz sea en realidad mayor o que haya una bruja en la Tierra capaz de hacer eso.

-Yo no puedo ayudarte, pero sé de alguien que sí -sonrío, pensando en mi abuela-.

Por cierto, ¿de dónde vienes?

-Vengo de todos los lados. No dejo de viajar... Pero en un principio vivía en la Isla Vampírica, al lugar donde vamos. La vida que tenía yo allí era aburrida y muy limitada por reglamentos, así que me escapé.

Lizz nos cuenta que Elisabeth, su hermana mayor y ella se escaparon juntas. Eli desapareció y tuvo que sobrevivir sola.

El día deja paso a la noche y, al racionar la comida, nos damos cuenta de que el agua no aguantará mucho.

~~~~

Consciente de que estoy soñando, caigo sin querer en picado por un precipicio. La sensación es tan real que me asusto y vuelvo a la realidad de un golpe.
Ahogo un grito.
Bien que me he despertado a tiempo.
Estoy suspendida en el aire, con la nariz rozando el suelo. Me acabo de caer de la litera de arriba.

La litera de abajo está vacía. Lizz ha hecho el turno de guardia de noche.

Me abrigo y me desperezo como un gato.
Al salir a la cubierta, una bofetada de frío congela mis mejillas. Hay mucha niebla.

-¡Buenos días! -Me saluda alegremente Lizz.

Aún es temprano, pero veo que Kaiser está ya despierto, concentrado en el mapa, junto al timón.

-Buenos días -contesto sonriente y algo adormilada.

El sonido de un cañonazo hace que me sobresalte.
Miro al rededor.
Hay algo que no logro ver con claridad.

-¡Un barco pirata! -anuncia Lizz.

Deben de haber creído que somos también piratas y nos están atacando. No debimos escoger este tipo de barco.
De todas formas, aunque el barco fuese de otro modelo, no creo que hubiese podido detener a unos piratas con ganas de marcha.

Miro alarmada a Kaiser.
Él dirige un momento la mirada al desconocido barco y luego a Lizz, indiferente, y vuelve a concentrarse en el mapa frotándose la barbilla, pensativo.

Lizz parece estar contenta. Nuestras miradas se cruzan. Me sonríe de oreja a oreja con un curioso brillo en sus ojos escarlatas.
No irá a...
16- Problemas

*Narra Arturo*

Abro los ojos de golpe con el sonido de un cañonazo.

Salgo corriendo del camarote, dejando a Connor en la litera de arriba durmiendo a pierna suelta. Por el pasillo me encuentro a Diego, que también se ha despertado y corre conmigo a la cubierta.

-¡Nos están atacando! -Dice Evelyn y señala a un barco pirata que se acerca a nosotros.

-Habrá que contraatacar -digo-. Preparemos los cañones.

-¡No! -Dice Lizz-. ¡Dejad que se acerquen! Tengo un plan...

Los piratas saltan a nuestro barco.
Lucen barbas de varias semanas. Son altos y, a alguno que otro, se le sobresale la barriga por dejado de las manchadas camisetas.

Lizz se nos adelanta y empieza a morder cuellos a una velocidad aterradora, arrancándoles la cabeza a los pobres piratas, seguramente para evitar que se vuelvan luego vampiros.

Acaba con absolutamente todos.
Hay sangre y cabezas separadas de los cuerpos en la cubierta de los dos barcos. Me estremezco. 

Los chicos y yo nos miramos, con la cara blanca de miedo, y luego a Lizz.
La pequeña criatura se pasa el dorso de la mano por sus sangrientos labios y nos muestra una sonrisa.

Evelyn está paralizada. Sus pupilas se dilatan, su corazón se acelera y empieza a respirar con dificultad.

Está asustada.

No me gusta verla así. No sé cómo tranquilizarla con palabras, así que me acerco a Evelyn y rodeo con un brazo sus hombros.

Los chicos y Lizz se disponen a limpiar la cubierta y a tirar los cadáveres al mar, cuando sale Connor bostezando a la cubierta.

-¡Buenos dí...! -Dice Connor, hasta que ve todo lo que hay en la cubierta-. ¿Me he perdido algo?

~~~~

A la mañana siguiente, me despierto más temprano de lo normal y salgo a la cubierta. La humedad ha arrancado del suelo el olor a madera y lo ha dejado suspendida en el aire.

-¿No necesitas descansar? -Le pregunto a Lizz.

-Los vampiros no dormimos, Arturo.

-Ojalá no necesitase dormir tampoco, aprovecharía mucho más tiempo. Encima tenéis una vida muy larga por delante, ¡qué suerte!

-Puedo transformarte en un atractivo vampiro -sonríe enseñando sus dientes del que rápidamente aparecen colmillos-. Si quieres.

-No, gracias -sonrío-. Me gusta ser un hombre lobo.

-Eso está bien también.

-Me encargo ahora de vigilar -señalo el sol.

Asiente sin decir una palabra y se retira.

Cuando el sol ya ha salido completamente del horizonte tiñendo las nubes de alegres colores, escucho unas melódicas voces que cantan. Unas dulces voces de mujeres.

Tengo una corazonada...
Me tapo los oídos, corro hacia el borde del barco y miro al mar.

Veo unas mujeres desnudas nadando mientras cantan una canción. En lugar de piernas tienen cola de pez.

Sirenas.

Están cantando para atraerme hacia ellas con sus voces, ahogarme en el mar y alimentarse de mi cadáver. Aprieto mis manos con fuerza contra mis orejas para no oír nada.

Pienso en cómo ahuyentarlas, pero entonces veo a los demás despiertos, caminando hipnotizados hacia el el borde del barco.

17- Sirenas

*Narra Evelyn*

Mis pies empiezan a moverse solos y mi cuerpo me obliga a levantarme de la cama mientras que mi mente se resiste, cuando normalmente es mi mente el que insiste en que me levante y mi cuerpo se niega.

Veo que los demás hacen lo mismo.

Quiero preguntar ¿qué está pasando?, pero no tengo el control de mi boca, ni de ninguna parte de mi cuerpo. Me arden los ojos, no puedo pestañear. La parte positiva de lo que sea que esté pasando es que al menos me obligan a respirar.

Salimos todos del barco.
Veo a Arturo tapándose los oídos con fuerza.
Al escuchar más de cerca las voces, no puedo evitar caminar con más ganas hacia ellas.

Seis sirenas se asoman en el agua. Algunas saltan como delfines y otras chapotean el agua con sus grandiosas colas de colores que, repletas de escamas, relucen bajo la luz del sol.
Es la primera vez que veo alguna.

Las sirenas saltan y se sientan en el borde del barco. Agarran a Arturo de los brazos y le quitan las manos de los oídos.

Oh, no...

Arturo se vuelve hacia las sirenas.

No, no...

Lucho, angustiada, para recuperar el control de mi cuerpo.
Las sirenas vuelven al mar y Arturo pone un pie sobre el borde del barco. La desesperación me inunda. ¡Debo de pararle! Si salta, estará acabado. ¡Estaremos todos acabados en manos de aquellas asesinas!

Mi cabello empieza a arder.
Recupero el control de mi cuerpo y, antes de que Arturo salte por la borda, corro hacia él y lo detengo.

Las sirenas insisten y cantan más alto. Arturo me agarra

de las muñeras para liberarse de mí, emplea mucha fuerza, tanto que me hace daño.

Furiosa, escupo una llamarada de fuego a las sirenas, que las incendia.
Emiten un sonido horrible, un grito atroz, y desaparecen nadando en el fondo del mar. Los demás recuperan el control.

-Bien hecho, Evelyn -dice Kaiser.

-¡Acabas de escupir fuego! ¡Como un dragón! -Exclama Diego, sorprendido.

Lizz corre hacia el interior, ocultándose de la débil luz solar.

Me doy cuenta de que he rodeado a Arturo con mis brazos y lo estoy estrujando contra mí. Le suelto y me aparto rápidamente.

-Lo siento -digo con el pelo en llamas.

Arturo me mira, y frunce el ceño al ver mis muñecas rojas. Agarra mis muñecas con sus manos de acero, pero esta vez con cuidado. Pasa el pulgar por ellas, acariciándolas con suavidad. Me hace cosquillas y me contengo para no reírme a carcajadas. Siempre he sido muy sensible a las cosquillas.
Le sonrío, pero veo que está serio, extraordinariamente serio y preocupado.

-Perdóname a mí -dice él.

-No te preocupes, no es nada importante -digo y giro mis muñecas para demostrar que no me pasa nada, pero estas me demuestran lo contrario. Hago una mueca de dolor.

-Eso se cura en nada, no os preocupéis -dice Diego acercándose y yo suspiro, agradecida. Más por Arturo que por mí misma. No quiero que se sienta culpable ni nada por el estilo.

Mi pelo poco a poco se va apagando y me siento en la cubierta, a un lado del barco. Cierro los ojos y dejo que el viento me despeine.
Estoy muy cansada. No he dormido bien estos últimos días en el barco.

No sé cuánto tiempo llevo aquí, pero cuando abro los ojos no hay nadie en la cubierta, seguramente habrán ido a desayunar algo. Me levanto y miro al mar.

Tengo sed de agua normal.

-Soñé que estaba comiendo tortitas y, de pronto, un vampiro me arrancó la cabeza -le cuenta Connor a Lizz, de nuevo en la cubierta-. Fue horrible.

-¡No puede ser! -Dice Lizz asintiendo de manera comprensiva desde las sombras-. ¡Tortitas! ¡Eso es asqueroso!

Mis ojos están secos y me duelen al pestañear. Necesito agua.
Pienso en si mi abuela estará bien y dónde se encontrará Darleen ahora, hasta que la voz que Kaiser me saca de mis pensamientos:

-¡Tierra a la vista!


18- ¡Tierra a la vista!

*Narra Evelyn*

Los acantilados de la isla vampírica están azotados permanentemente por el oleaje de un mar embravecido.
La isla, cubierta de nubes grises que nunca terminan de soltar la pesada carga de agua y las nieblas fantasmagóricas, tiene un aspecto sombrío.

Dejamos el barco al pie de un acantilado. Los chicos nadan por la oscura y helada agua hasta llegar a la orilla. Lizz y yo llegamos volando.

-Por aquí -nos indica Lizz y nos lleva por un bosque de tenebrosos árboles hasta llegar frente a una pequeña y vieja casa hecha de piedras-. Lo construimos mi hermana y yo cuando éramos pequeñas.

Lizz entra y nos trae unas grandes capas con capucha de color negro.

-Eran de mi hermana mayor, os servirá para tapar un poco vuestro olor -dice Lizz-. Evelyn, ¿crees que puedes hacernos invisibles?

-Estudié el hechizo, pero no sé si me acuerdo de las palabras correctas.

-Inténtalo.

Cierro los ojos e imagino que nos volvemos invisibles. Pronuncio las palabras mágicas y siento una bajada de energía.

-¿Ha funcionado? -Pregunto abriendo un ojo... Los veo a todos-. No ha funcionado. Tendremos que apañárnoslo con las capas.

Al seguir caminando por el bosque, escucho el sonido del agua. Voy corriendo hacia el río para beber, pero Diego me detiene.

-¿No crees que deberías hervir el agua antes de beberlo? -Me dice. Se me había olvidado.

Levito una bola grande de agua y lo hiervo con fuego. A continuación, lo enfrío con un hechizo de

aire. Sonrío al ver que voy mejorando.
Le ofrezco a los demás bolas de agua.

Lizz nos lleva por el pueblo. Los vampiros tienen el pelo negro, piel pálida y el iris de los ojos rojos, como Lizz.

-¿Adónde vamos? -Pregunta Arturo.

-Al castillo -contesta Lizz.

-¿Tienes idea de en qué parte del castillo pueden estar?

-En las mazmorras. Allí trabajan.

Parece que nadie se da cuenta de nuestra presencia. Me relajo un poco.

Al atravesar el pueblo, pasamos por un ancho puente sobre un río de aguas turbulentas. Dejamos atrás un claro de plantas muertas y, finalmente, subimos por un terreno elevado.

Nos encontramos con unos muros enormes hechos de piedras que rodean al descomunal castillo.

-¿Hay dentro alguien de guardia? -Pregunta Diego cuando nos paramos delante del muro enorme de piedras.

-Qué va, en tiempos de paz esto está desierto -contesta Lizz.

-¿De verdad? Pero... ¿y si viene alguien fuera de la Isla? Como nosotros.

-Ésta Isla sólo pueden encontrarlo los vampiros y algunos magos. Los vampiros son bienvenidos, y es raro ver magos por aquí. Así que no hay seguridad alguna, porque no hay peligro. Dentro hay unos pocos guardias, pero nada más. Aun así, será mejor que no entremos por la puerta principal. Ah, y el muro está hecho a prueba de hombres lobo...

-Pero si acabas de decir que no vienen más que vampiros -dice Kaiser.

-Y así es. La muralla es a prueba de hombres lobo, pero su función no es la que vosotros creéis... a diferencia de otras

murallas, ésta no está hecha para impedir entrar a los lobos, sino para evitar que salgan de ella. Hay hombres lobos en las cárceles subterráneas, como ya os he dicho antes. Trabajan como esclavos.

Diego suelta unos tacos, malhumorado. Kaiser se frota la barbilla con los nudillos, pensativo. 
Contemplo la muralla que se alza orgulloso al cielo, desafiando al tiempo, a la eternidad.

-Entonces no habrá problema en escalarlo para entrar -dice Kaiser-. El problema aparecerá cuando queramos salir de él.

Lizz y yo atravesamos el alto muro sobrevolándolo. Los chicos lo escalan sin mucha dificultad, colocando sus manos y pies entre los huecos de las piedras.

Al llegar arriba, el cambio de la estructura del muro al descender les sorprende: La piedra maciza de la que está formado el interior del muro no presenta huecos.
Pero no supone un problema para bajar, porque llegan al suelo de un salto.

Al caer al suelo, forman un fuerte golpe bajo sus pies, los cuatro casi al unísono.
Lo que faltaba.

-¿Quién anda ahí? -pregunta un vampiro uniformado, asomando la cabeza por una de las puertas traseras.

-¿Pero qué...? ¡Hay guardias! -Susurra Arturo.

-Vaya... Habrán cambiado las normas. He estado unos años fuera, ¿recuerdas? -Contesta Lizz en el mismo tono.

El guardia se aleja de la puerta y camina hacia nosotros, con la mirada por encima de la muralla.
Se detiene a pocos pasos de Connor.
Contengo la respiración.

Connor agita una mano frente la cara del guardia,

pero éste grita una vez más si hay alguien. Finalmente, se encoge de hombros y sigue su camino.

-El hechizo de la invisibilidad -dice Lizz con una sonrisa y, una vez más, me asombro de mis logros.

Seguimos a Lizz. Nos colamos por la entreabierta puerta trasera.

El castillo por dentro es elegante. Las paredes son de color rojo oscuro y, el suelo, está hecho de piedra. Una piedra lisa y oscura.

-Conoces esto como la palma de tu mano -susurra Connor a Lizz, y ella asiente en silencio.

Caminamos por los anchos pasillos.
Un vampiro bajito y relleno viene por delante nuestra con un cuenco de cristal entre las manos. Contiene lo que me parece sangre.

-¡Se me olvidaba! Hoy es el cumpleaños del rey. Por la noche el castillo estará lleno de invitados -susurra Lizz preocupada-. Ése es uno de los cocineros, Karlos. Será mejor que nos alejemos de él porque, aunque tenga un oído torpe, su olfato no le falla.

A parte de conocer el castillo como su palma de la mano también conoce a las personas de dentro.

El cocinero viene andando lo más rápido que le permiten sus cortas piernas... Y se tropieza.
El cuenco viene volando hacia nosotros y cae delante nuestra.
Se rompe en pedazos y la sangre nos baña entero a cada uno de nosotros.

-¡NO! -Grita horrorizado el cocinero. Cuando se levanta, mira hacia nosotros y abre los ojos como platos.

Oh, no. Somos invisibles pero no somos intangibles. Puede ver la sangre que nos cubre.

Karlos sigue mirándonos. Se frota los ojos.

-¿Al... alteza? -dice Karlos-. ¡Alteza!

-Karlos... -dice Lizz.

Los chicos y yo nos miramos entre nosotros, sorprendidos.

-¡Sigue viva! Oh, qué sorpresa... ¡El rey se alegrará mucho de verla! -Dicho esto, el cocinero hace una reverencia.

-¿Princesa... Lizz? -Dice Connor.

-Por desgracia, sí -dice ella inclinando la cabeza hacia un lado, incómoda.

Se me cae el alma a los pies.

¡Nos acabamos de 
meter en la boca del lobo! O mejor dicho, directos a los colmillos del vampiro. Y, para colmo, de la mano de la hija del rey de la Isla Vampírica.


19- Alguien inesperado

*Narra Arturo*

Adivino lo que piensan: Creen que Lizz nos ha traicionado... Yo creo que nunca ha estado de nuestra parte.

-Princesa Lizz, ¡la veo muy joven!

-Por favor Karlos, no le digas a mi padre que estoy aquí.

-¿Por qué? ¡Ah! Ya lo entiendo. Quieres darle una sorpresa, ¿verdad? -Pregunta emocionado Karlos.

-¡Sí! Una sorpresa. Y no me gustaría que dijeras algo sobre mí.

Suspiro.
Al parecer, Lizz nos sigue cubriendo las espaldas.

-¿Decírselo a alguien? ¡Antes muerto! Bueno ya lo estoy... ¡pero no diré nada! -Dice el cocinero Karlos guiñando un ojo.

Me relajo un poco. Sin embargo, Lizz sigue estando tan tensa como al principio.
Veo a Evelyn haciendo magia: los trozos del cuenco roto se juntan y la sangre derramada vuelve al cuenco, llenándolo, como si nunca hubiera estado encima nuestra o esparcida sobre el suelo. Deshace el hechizo de la invisibilidad.

-¡Muchas gracias! -Karlos sonríe-. Espero que le deis una buena sorpresa al rey. ¿Sois todos magos?

-Sí, sí, somos todos magos -miente Kaiser-. Somos amigos de la princesa.

-¡Entonces todo bien! Bienvenidos al castillo.

Hace una pequeña reverencia y se va siguiendo su camino, con el cuenco de nuevo en las manos.

Bajamos por unas escaleras estrechas y no tan iluminadas.
Después de estar una eternidad descendiendo, llegamos a la mazmorra. Es amplia y está únicamente iluminada por la luz de la luna.
Distingo varias puertas con rejas. 

Hay personas dentro, pero sólo me fijo en una celda donde hay una

mujer y un hombre que me miran.
Mis padres.

-No toques las rejas si aprecias tu vida -dice una voz de un anciano sentado en la oscuridad, en la prisión junto al de mis padres.

-¿Arturo? -Dice mi madre.

Asiento lentamente, sin apartar la mirada de ellos.

Lizz lanza una pequeña piedra hacia la reja y ésta se convierte en ceniza.

-¿Quién ha hecho esto? Tiene que haber sido un mago -dice Lizz.

-Un mago y de los poderosos -remata el anciano, riéndose-. ¡Yo mismo!

Lizz se convierte en niebla, pasa por la reja sin tocarla y entra en la prisión del anciano.

-Le ordeno eliminar el hechizo -obliga Lizz al anciano mostrando sus colmillos.

-Vaya, vaya, vaya -Dice el anciano-. Si la pequeña princesa ha vuelto.

-¿Es consciente de que se está encerrando a sí mismo? -dice Lizz-. Está loco.

-¿Loco? Pensé que sabías por qué me encuentro aquí -dice el hombre y se aclara la garganta-. Bueno, tal vez se le haya olvidado, alteza... Le refrescaré la memoria: Lo hago por mi hija.

-¿Y dónde demonios está su hija? -Pregunta Lizz.

-Libre, con su madre. Pero irán a por ella si alguien ve que he desobedecido las órdenes del rey. Me parece, princesa, que tiene la memoria peor que yo.

-Nunca me han contado esto, así que no espere que lo recuerde -corta Lizz.

-¿Por qué no escapaste? Si es usted tan poderoso -pregunta Evelyn.

-Es imposible escapar solo... acabaría

muerto o convertido en vampiro. Además, no sé el camino de vuelta.

-Puede venir con nosotros. Le llevaremos junto a su hija. Saldremos todos juntos, sabemos el camino de vuelta -dice Evelyn. El anciano parece pensárselo-. ¿Cómo se llama su hija?

-Se llama Scarlett.

-¿Scarlett? -Dice Evelyn, nerviosa-. ¿Y... y su esposa? ¿Cómo se llama?

-¿Qué te importa? ¿Por qué te lo tengo que decir?

-Porque creo que sé de quiénes me hablas.

-Catalina -contesta el anciano.

Es el abuelo de Evelyn.

-Siento decirle... -Evelyn traga saliva- que su hija murió hace años.

-¿Qué? ¡No! ¿Tú qué sabes?

-La mataron el Consejo de Magos. Descubrieron que era Ignis...

-¿Cómo lo sabes? -Repite el hombre con la voz temblorosa.

-Porque es mi madre -dice ella frotándose un brazo, incómoda-. Me llamo Evelyn.

El anciano se pone de pie mientras Lizz se parta. Abre la puerta de su reja y camina hacia Evelyn.

-¿Por qué debería creerte? -Dice el anciano mirándola a los ojos-. Vaya, tus ojos...

Una chispa de fuego se enciende en las puntas del cabello de Evelyn.

-Ignis -murmura el anciano después de un rato-. Es increíble, ¡soy abuelo!

Estalla a carcajadas.

-Siento interrumpir, pero deberíamos irnos -dice Lizz, y de pronto los seres de las otras celdas empiezan a suplicarnos que les llevemos con nosotros.

Hablan demasiado fuerte. Cada voz intenta ser más sonora que las otras voces para hacerse escuchar, y terminan todos hablando a gritos.
Los guardias deben de estar oyéndonos.

-¡Escuchadme! ¡Os sacaremos de aquí, pero tenéis que permanecer unidos! -Grita el abuelo de Evelyn y abre todas las celdas usando su magia.

Mis padres corren hacia mí para abrazarme. Sus lágrimas no tardan en caer.

-Nos alegramos tanto de que estés bien, Arturo. Qué mayor estás, hijo.

Me siento incómodo bajo sus abrazos, así que me aparto y les sonrío. No estoy acostumbrado a abrazarles, ni a ellos, ni a nadie. Sin embargo, eso no quiere decir que no les quiera. Me contento con que estén de nuevo libres, a mi lado.

Salen aproximadamente veinte personas de las celdas. Creo que todos son mujeres y hombres lobo.

-No vamos a conseguir escapar de aquí por las escaleras -dice el abuelo de Evelyn-. Tenemos que teletransportarnos fuera.

-¿Qué? Se necesita mucha magia para hacer el hechizo de teletransportación -dice Evelyn-. Sólo somos dos magos.

-Sí, dos magos, ¡pero somos dos magos muy poderosos! Tú y yo podemos salvar a todos, nietecita.

-No puedo. Soy una principiante.

-Eres una Ignis. Tienes mucho poder escondido... Más de lo que tú o yo podamos imaginar juntos.

Evelyn asiente poco convencida.

-¡Creemos en vosotros! -dice Connor.

-Cogeos todos de la mano, entonces -dice el abuelo-. Nos vamos.

Escucho unas alas batiendo de murciélagos, y sé que los guardias no tardarán en llegar... Hay que irse, ya.

20- Sentimientos

*Narra Evelyn*

-Abuelo, el barco en el que hemos venido está al lado del acantilado. Intentemos llegar allí.

Asiente.

-¿Lista? -dice mientras me ofrece su mano derecha.

Todas las criaturas se van cogiendo de la mano y formando un círculo. Unos dedos rozan los míos y acaban por enredarse. Me giro hacia él. Sus ojos de color miel me miran tranquilos.

¿No está nervioso por la teletransportación? ¿No teme que cometa un error y que se quede sin una pierna? ¿O sin vida?

Al pensar en esto me pongo aún más nerviosa y empiezan a temblarme las manos.

-Tranquila -dice Arturo dándome un apretón de mano-. Sé que lo conseguirás... Eres La chica del cabello de fuego, ¿no? -Me guiña un ojo.

-Gra... gracias -consigo decir con una tímida sonrisa. 

Me hace sentir como una niña indefensa. ¿Qué es lo que me pasa? ¿Por qué solo me pasa con él? ¿Qué... me has hecho, Arturo...?

Cierro los ojos y respiro de nuevo con normalidad.

No puedo fallar. Confían en mí. Tengo que teletransportar a todos ellos. Tengo que coordinarme bien con mi abuelo.

El mareo de la teletransportación es insoportable, al menos para mí. Siento náuseas y me va a estallar la cabeza del dolor. No lo soporto.

Fallo la conexión de magia y nos materializamos al final del pueblo de los vampiros, a dos metros del suelo.

Lizz vuela en su forma de murciélago y mi abuelo baja lentamente con sus poderes.

Los demás caen al suelo de pie... Menos yo, que casi me dejo los dientes en el suelo si mi abuelo no me hubiese parado en el aire a tiempo.

Me tiemblan las piernas. Se me doblan las rodillas y caigo al suelo. Amortiguo la caída con mis manos y me quedo sentada en el suelo. Se me hace imposible levantarme.

-Me... encargaré de ellos -digo mostrándome valiente, pensando en las historias que me contó mi abuela sobre lo peligroso y poderoso que eran los vampiros.

Delante mía está el bosque y, detrás, el pueblo de los vampiros.
Esperaba que algún vampiro atacase, pero todos están paralizados, asombrados mirándonos sin hacer nada...
Entonces me acuerdo de lo que me dijo Lizz: los vampiros de esta isla son muy tranquilos. Casi inofensivos.

-No creo que tengas que encargarte de nada -dice Arturo tan cerca de mi oído que mi corazón da un vuelco.

Pasa un brazo por debajo de mis rodillas. La otra mano por mi espalda y me levanta del suelo en sus brazos, como si nada. Mi pelo está a punto de estallar en llamas, pero me quedo sin fuerzas.

-¡Vamos! -Dice Kaiser y todos le siguen lo más rápido que pueden hacia el acantilado.

Van a una velocidad sobrehumana, una velocidad lobuna.

Lucho por mantener los párpados abiertos, pero ganan la batalla y se cierran lentamente.

El viento me azota y me obliga a abrir los ojos. Me llevo un susto: Estoy cayendo en picado... Hasta que me doy cuenta de que sigo en los brazos de Arturo, porque me pega más a su cuerpo.

-Tranquila,

Evelyn -me susurra, y sus labios casi rozan mi oreja.

Sintiéndome absurdamente a salvo, miro abajo, temiendo el impacto. Caemos como una roca, y el suelo va a nuestro encuentro.

Entonces veo a mi abuelo en la cubierta del barco. Nos para lentamente con sus poderes y nos deja suavemente en el suelo. Arturo había saltado del acantilado como los demás para aterrizar en el barco.

Estamos todos, entre ellos una bola enorme de agua flotando encima del barco.

-Le recordé a tu abuelo que necesitábamos agua para el viaje -me explica Arturo-. ¿Te encuentras bien?

Me deja en el suelo.
Asiento, poco convencida, con el corazón latiéndome con fuerza. Temblando, suelto la camiseta de Arturo que, sin darme cuenta, lo estrujaba entre mis puños en la caída.

Por la noche, en la cubierta, le cuento a mi abuelo lo que ha pasado durante todos estos años que estuvo fuera: La muerte de mi madre, mis entrenamientos en el bosque, mis poderes, Arturo, Darleen... Me dice que fue él quien envió el mensaje mágico a el tío de Arturo, me cuenta cómo le atraparon y lo que le pasó encerrado.

No creo que pueda dormir con toda esta información. Me queda una larga noche de preguntas sin respuestas. ¿De verdad hemos conseguido escapar de los vampiros tan fácilmente? No lo creo. Y eso me preocupa.

¿Habrá conseguido Darleen que el Consejo de Magos crea que estoy muerta? ¿Estará mi abuela bien? ¿Conseguirá La Sanadora devolverle a Lizz el aspecto de su verdadera edad?

Sé que no conseguiré

nada nuevo dándole vueltas, pero no puedo evitar pensar en ello.

Camino por la cubierta y contemplo el cielo. Está despejado de nubes, pero no de estrellas.
Inspiro profundamente y dejo que el viento me despeine.

Los demás están durmiendo en sus camarotes. Sólo se escucha el sonido de las olas del mar... y algo más. Unas pisadas.

*Narra Arturo*

Me tapo los oídos con la almohada para evitar escuchar los ronquidos de Diego, que está en la parte superior de la litera.

Le doy una patada a su colchón para que deje de roncar, pero, después de unos momentos, sigue.

Me calzo y salgo a la cubierta. No voy a poder dormir.

Al salir, el aire fresco de la noche me despeja.
Una figura se da la vuelta y veo su cabello rojizo por la luz de la luna y por las antorchas de fuego que iluminan la cubierta.

-Hola -saluda Evelyn y le devuelvo el saludo con una sonrisa-. ¿Cómo es que sigues despierto?

-No puedo dormir. Tengo muchas cosas en la cabeza para que lo consiga... y los ronquidos de Diego no ayudan.

Camino por la cubierta hasta alcanzarla.

-Bonita noche -digo mirando al cielo lleno de estrellas-. Pocas veces se ven tantas estrellas.

Sus ojos oscuros brillan bajo el fuego de las antorchas del barco. Parece preocupada.

Nos miramos a los ojos. Intento estudiar su mirada, pero no puedo, porque no desvela nada. Sólo consigo perderme en ellos.

-¿Qué? -Pregunta ruborizada y me doy cuenta de que no he dejado de mirarla.

-Nada -contesto con la mente nublada. No puedo pensar con claridad cuando estoy junto a ella. Nunca me había ocurrido nada parecido-. Bueno... intentaba saber a través de tu mirada cómo te encontrabas. 

-¿Y qué ves? -pregunta ella, asombrada.

-No consigo adivinarlo... pero puedo ver otras cosas.

-¿Ah, sí? ¿Como qué?

-Pues... veamos, por ejemplo, que tienes una mirada tan bonita como la luna, oscura como la noche y más brillante que todas las estrellas juntas. Es... difícil dejar de mirarte, ¿sabes?

Abro la boca para decir algo más. Pero me doy cuenta de todo lo que acabo de soltar, y me callo inmediatamente, algo extrañado. Estaba hablando con el corazón.

No debería seguir con esto.

Estoy tan cerca que escucho los latidos alocados de su corazón.
Por un momento, pienso en acabar con la distancia que nos separa.

Esto... esto es un error.

Pero ya no hay vuelta atrás.



21- Caída

*Narra Arturo*

El sonido de un trueno hace que volvamos a la realidad.

El viento ha empezado a soplar fuerte, trayendo oscuras nubes que tapan la brillante luna y levantando olas. Suena otro trueno y éste trae la lluvia, que cae a mares en un abrir y cerrar de ojos, apagando las antorchas de la cubierta que Evelyn encendió con sus poderes.

Mis ojos se acomodan a la oscuridad, y separo mis pies para tener más equilibrio sobre el barco, que se mueve bruscamente por las fuertes olas.

-Deberíamos entrar -digo.

-Sí -dice mirando confusa en la oscuridad-. No veo por dónde voy.

-Yo te guío.

Estiro mi brazo para llegar al suyo. Antes de poder alcanzarla, una enorme ola se estampa sobre la cubierta, sobre nosotros.
La potencia del agua me lleva hacia el final de un lateral del barco, donde me choco y clavo mis dedos en la madera para no salir disparado del barco junto a la ola.

-¡Evelyn! -La llamo y barro la cubierta con la mirada.

No está.
Me asomo por el barco y la veo agarrada del borde del barco, colgando sobre el mar.

-¡Socorro! -Grita.

-¡Usa tus poderes! -Grito corriendo hacia ella.

-No consigo concentrarme -dice antes de que sus dedos se resbalen y caiga. 

Salto al mar tras ella.
La llamo una vez más cuando salgo a la superficie, esperando una respuesta.

Me viene a la mente el día de los saltos en el acantilado... Evelyn no sabe nadar bien. Tengo que encontrarla antes de que sea demasiado tarde.

Las esperanzas van disminuyendo y la posibilidad en

perderla aumenta. El miedo se apodera de mí. Decido bucear, aunque mis ojos ardan por la sal del mar y me cueste ver. Espero toparme con Evelyn.

Después de lo que me pareció una eternidad buceando, los pulmones me exigen oxígeno y tengo que subir hacia la superficie... pero no pensé en la profundidad en la que me encontraría. Asciendo con los pulmones ardiendo, con la cabeza dando vueltas por la falta de aire.

-¡Arturo! -Escucho una voz, proveniente de la cubierta. No es Evelyn, es Kaiser-. Sé que te gusta nadar, pero... ¿en plena tormenta, hermano?

Kaiser es el mayor de los cuatro y el más protector. Siempre ha sido como un padre para mí, aunque nos llevemos pocos años de diferencia.

Nado hacia el barco.

-Por cierto, Lizz ha preguntado por Evelyn. ¿Sabes dónde está?

-Cayó al mar -hablo con un nudo en la garganta-. Pensé que podría salvarla, pero no la he encontrado. Debe de habérsela llevado las olas. Tengo que avisar a su abuelo.

Tras escalar por un lateral del barco, salto a la cubierta. Vamos hacia la puerta que conduce hacia dentro del barco, seguido de Kaiser.
Corremos por los luminosos pasillos, mojados de pies a cabeza hacia el camarote del abuelo.

-¡Necesitamos su ayuda! -Digo abriendo su puerta hacia el lado equivocado, arrancándolo de su sitio.

-¿Qué pasa, chico? ¡Acabas de arrancar la puerta! Qué fuerza más descomunal -dice medio dormido, frotándose los ojos-. Ah, es verdad, que eres un hombre lobo. Supongo que es normal.

-Evelyn está en peligro -dice Kaiser, alarmado-. Ha desaparecido al caer por el barco.

Sale

volando por el pasillo.
Le seguimos hasta la cubierta, donde enciende de nuevo las luces.

-No siento la energía de Evelyn -afirma el abuelo con tristeza.

-¿Qué quieres decir? -Pregunto, con el corazón a cien-. ¿Está...?

-No. No lo sé. Está también la posibilidad de estar muy lejos.

-No puedo... -Me llevo las manos a la cabeza, sin poder hacer nada para salvarla. Si es que aún se puede hacer algo-. No puedo seguir sin ella. Tengo que encontrarla. Sea como sea...

-Yo me encargo -dice el abuelo, poniendo una mano sobre mi hombro-. Volaré sobre la zona, a ver si la encuentro.

Me siento en las escaleras que hay en la cubierta del barco. Entierro mi rostro entre las manos y cierro los ojos, esperando encontrar un poco de tranquilidad en la oscuridad.
Pero no veo oscuro. Ella ocupa todos los rincones de mi mente.

~~~~

-Dormilón, despierta -suena la voz de una chica.

-¿Evelyn? -abro los ojos.

Me he quedado dormido. Levanto la cabeza y la luz de la mañana me ciega por un segundo.

-Lizz -me corrige y me llevo un chasco.

Veo que lleva una capa negra que la tapa de arriba a abajo. Así no le afectará el sol.

-¿Has visto al abuelo de Evelyn? -pregunto.

-Sí. Le ha dicho a Kaiser que tomaremos otra ruta para volver, así evitamos encontrarnos con las sirenas -se sienta a mi lado-. Me he enterado de lo de Evelyn. Es terrible. El abuelo de Evelyn no la encontró...


Después de escuchar sus últimas palabras, mis esperanzas se derrumban y no oigo nada más de lo que me dice. Desconecto por completo de todo.

Me he dejado llevar por el cariño. No debí dejarla entrar en mi corazón, ni a Evelyn, ni a nadie.
Bajé la guardia, otra vez... 

*Narra Evelyn*

Mis dedos se resbalan del borde del barco.

-¡No! -Grita Arturo antes de que caiga de espaldas sobre la helada mar, llena de olas.

El frío me cala hasta el tuétano de los huesos.
Intento subir a la superficie.
Doy un bocado de aire antes de ser hundida de nuevo por otra ola, y así constantemente.

Salgo a la superficie por enésima vez. Paso una mano por mi cara para apartar el agua salada y miro al barco.
Se encuentra lejos y no sé nadar.

-¡Artu...! -me atraganto con agua salada y toso.

Otra ola cae sobre mí.
Me quedo un momento flotando bajo el agua, agotada.
Se escucha silencio.
Todo está en calma, en paz, y no me puedo resistir a cerrar los ojos.
Me acuerdo de mi abuela, que seguirá esperándome. Mi abuelo y mis amigos... Deben de estar preguntándose dónde se ha metido Evelyn esta vez. Me aferro a ellos y a la idea de volver a verlos como mi última fuente de combustible.
No puedo rendirme. Tengo que luchar contra el cansancio.

Quiero seguir pataleando y mover los brazos para subir, pero mis extremidades no me responden.

Una extraña fuerza salida de mi interior me impulsa. Siento la energía corriendo por mis venas.

Ahora o nunca, ahora o nunca...

Tengo que concentrarme en mis poderes.

Salgo disparada hacia arriba, pero no consigo salir del agua, ni aunque viaje con la velocidad una flecha.
La energía me abandona y voy desacelerando.

¿Dónde está la superficie? Todo está oscuro. He perdido el sentido de la orientación.

¿Y si en vez de subir, he bajado aún más?
No, no puede ser, porque si fuera así, la presión del agua ya me habría matado.

Entonces, ¿me he alejado del barco viajando en horizontal?

He llegado al límite de mis fuerzas.

Siento una mano en mi brazo, alguien tira de mí.

¿Será Arturo?
No. No es posible.
¿Serán las sirenas?

Eso significa que he viajado en horizontal.
Siento miedo de esas criaturas asesinas.

Noto que voy perdiendo la conciencia, y espero que la vida me abandone ahora, y no en manos de esas bestias.

Antes de sumirme en un sueño sin fin, pienso en cómo me he metido en semejante lío.

Hace tan sólo un par de semanas estaba yo tan tranquila en el bosque, entrenando y estudiando hechizos, entre montones de libros.

Pero tenía que llegar él...

Sin embargo, no me arrepiento de haberle conocido.


22- Esquinazo a la muerte

*Narra Connor*

Hace un día que Evelyn no está entre nosotros y se nota su ausencia.

Alguien ha tenido una idea: hacer una fiesta para animar el ambiente.

A varios no les parece bien celebrar nada en este momento tan tenso, pero no vamos a conseguir nada bueno preocupándonos por Evelyn. Supongo que está bien celebrar que los prisioneros están de nuevo libres.

Busco a Lizz entre la multitud.
Espero que no se haya metido en ningún lío.

¡Ser amigo de una vampiresa! Nunca se me habría pasado por la cabeza. Era algo impensable... Pero Lizz es diferente. Ésta pequeña es demasiado adorable para odiarla.

Veo a Arturo y me acerco a él, tambaleante.
No debí beber.
Está riéndose con una chica loba de otro clan... Creo que me acuerdo de su nombre... Mery.

-Connor -me saluda Arturo.

-Veo que estás mejor -digo con una sonrisa y le rodeo con un brazo sus hombros, en parte porque me alegro de no verle lloriqueando... en parte para dejar de tambalearme por la borrachera-. Éste es el Arturo que yo conozco.

-Hola, Connor -dice la chica.

-¿Qué tal, Mery? -Le guiño un ojo.

Parece que he acertado con el nombre.

Oigo a alguien llamándome, pero no reconozco la voz. Miro a mi derecha y me quedo sin respiración al verla.
Me saluda.

¿Quién es? Flota en el aire... ¿Será maga?

Su pelo cae en ondas por su espalda y su pálida piel de porcelana destaca por su oscuro cabello.

-Se te va a desencajar la mandíbula

-dice Arturo-. ¿Estás bien?

-Sí. Espera, ¿qué? Ah, sí. Estoy bien -digo distraído.

Camino hacia ella, que viene flotando hacia mí. Intento no caerme por un lado y caminar firme.
Tiene unos preciosos ojos rojos, como la sangre que ahora corre a toda velocidad por mis venas.

-¿Lizz? -Pregunto.

-Así me llaman. El abuelo de Evelyn me ha anulado la maldición.

-Pues estás hecho un bombón.

Veo de reojo que Arturo se está partiendo de risa junto a Mery. Se ríen de mí.

Si pudiera girarme hacia ellos, los fulminaría con la mirada...
Pero no puedo. Está Lizz delante y soy incapaz de apartar la vista de ella.

-Gracias... Si tuviera sangre, ahora mismo estaría ruborizada -sonríe cálidamente-. ¿Qué hacías?

-Estaba buscándote -digo.

-¿De verdad? ¿Durante mucho tiempo?

-Durante toda mi vida -respondo, pero me callo al darme cuenta de lo que he dicho. Esto no está bien.

Lizz se lo toma a broma y pone los ojos en blanco.

-Qué típico de Connor -escucho decir a Mery.

Caminamos hacia Diego y Kaiser, pasando por donde la gente baila.
Un hombre borracho agarra a Lizz y se la lleva a bailar. Una oleada de celos me invade.

-¡Vaya! Si es una apestosa vampiresa... -dice el hombre seguido de una sonora carcajada.

Sus palabras prenden fuego a mi sangre.

Lizz le regala una patada en la entrepierna y doy mentalmente un brinco de alegría. El hombre cae al suelo, agarrándose la zona dolorida y retorciéndose de dolor.
Me acerco a ella intentando seguir un camino recto.

-No vuelvas a tocarla, imbécil -digo

al hombre, que me mira furioso y se abalanza sobre mí.

*Narra Kaiser*

-¡Kaiser, mira! -Grita Diego señalando algo.

Connor está sobre un hombre, soltándole puñetazos en la cara.

-¡Vuelve a ponerle un dedo encima y te arranco los dientes! -Grita furioso Connor.

La gente ha dejado lo que hacían, para ver el espectáculo que se ha montado sobre la cubierta y animarlos.
El abuelo de Evelyn, que estaba manejando el barco, viene volando hacia las demás personas y los guía dentro del barco cuando Connor se convierte en lobo. En un enorme lobo descontrolado.

Diego y yo corremos hacia el hombre borracho y le separamos de Connor. Arturo intenta calmar al lobo.

-¡La próxima vez te mato! -Vuelve a su forma humana.

Connor camina por la cubierta, tambaleante y con los brazos en alto como señal de victoria.

-¿Le decimos que está desnudo? -Susurra Diego.

*Narra Evelyn*

Logré perder la conciencia, pero no puedo evitar volver.

Al despertar, abro los ojos como platos al ver dónde estoy.
Me entran ganas de llorar. ¿Cómo he podido llegar aquí? No sé si siento alivio o preocupación.
¿Por qué no he tosido agua al despertarme?
Si no me equivoco, estaba ahogándome en el mar... ¿o ha sido todo un sueño? ¿Qué está pasando?

Me levanto de un salto de la cama... de mi cama. Esperaba que me temblasen las piernas al levantarme, o al menos sentirme cansada, pero estoy como nueva.
Me pasa algo por la mente que me deja de

piedra:
Puede que haya todo sido un sueño. Puede que, al desmayarme en las escaleras de camino a mi habitación (tras volver del acantilado), haya soñado todo esto...

Respiro con dificultad.
Entonces no he conocido a mi abuelo, no existe Lizz, ni Darleen... Pero... también puede que sea una visión del futuro, ¿no? Debo... debo tranquilizarme... y no sacar conclusiones de la nada.

Unos golpecitos en la puerta me sobresaltan.
Entran unas personas.

-¡Por fin te despiertas! -Dice la chica del lunar en la mejilla derecha, Jenni, con una amplia sonrisa.

-¿Abuela? ¿Vane y Jenni? -Digo impresionada.

-¡Evelyn! -Dice Vane corriendo a darme un abrazo.

Vanessa y Jennifer. Fuimos mejores amigas cuando éramos pequeñas. En lo que se diferencian es que Jenni tiene un lunar en la mejilla derecha. Por lo demás son iguales, físicamente.
Sus cabellos son de un rubio muy pálido, tienen unos ojos castaños y la piel morena. 

No nos hemos vuelto a ver desde hace muchos años. La última vez fue cuando aún éramos unas niñas de siete años.

-¿Cómo he llegado aquí? -Pregunto.

-Jennifer y Vanessa sintieron una enorme fuerza en el mar que se iba apagando poco a poco... Eras tú -dice con la voz temblorosa, casi llorando-. Si no llegasen a pasar...

-Abuela, tranquila, estoy bien -digo sintiéndome aliviada. Todo ha pasado, no ha sido un sueño-. Gracias por salvarme, chicas.

-No hay de qué -contestan al unísono con una enorme sonrisa.


-Han pasado cosas que tengo que ponerte al día -dice La Sanadora-. He estado contactando con otros magos del fuego y hemos decidido luchar por la libertad de los Ignis. Vanessa y Jennifer han venido por ello.

-¿Qué? -Intervengo-. ¿Vamos a luchar contra el Consejo de magos? ¡Pero no podremos ganar! El Consejo lo forman veinte magos muy poderosos, cuatro de cada elemento... Me lo contaste tú, abuela. Nosotras sólo somos cuatro.

-Somos quince Ignis. Vane y yo no somos las únicas que ha venido a dar guerra -dice Jenni.

Bajamos por las escaleras y encuentro el salón lleno de magos. Me quedo petrificada de la sorpresa. No estamos solas, vamos a luchar juntos. La mayoría son adultos y adolescentes. Hay también unas pocas personas mayores... Entonces me acuerdo de mi abuelo.

-Tengo que contarte algo -me giro bruscamente hacia Catalina.

-¿Qué pasa, cielo? -Pregunta mi abuela.

-Hemos salvado a los padres de Arturo y muchas personas más de aquella isla, entre ellos... el abuelo.

-¿Estás... hablando enserio, Evelyn? No me gustan las bromas pesadas -dice con una sonrisa temblorosa.

-Es verdad. Sigue vivo -digo y la cojo de las manos. Parece que me cree, porque ahora está seria-. Voy a contarte todo lo que ha pasado.

-Sí. Debes saber también que no tenemos mucho tiempo -habla mi abuela un poco desconcertada por mi noticia-. Mañana por la mañana vamos a partir hacia el mundo de los magos. Por cierto, dormilona, has estado durmiendo un día.

¡Un día entero! Eso explica por qué estoy como nueva...

Mientras los otros magos entrenan en el bosque, yo me dedico a contarle mi abuela lo sucedido, desde que nos fuimos y nos encontramos a Lizz, hasta que me vino ese subidón de energía en el agua.

El resto del día me dedico a leer libros de magia, memorizando todo lo que puedo.

-¿Puedo pasar? -Pregunta una voz detrás de la puerta de mi habitación.

Casi doy un salto para levantarme de la silla. ¡Darleen!

-¡Pasa, pasa!

-Hola, Evelyn -entra en mi habitación. -Ya me han contado lo que ha pasado, qué buena noticia lo de tu abuelo.

-Sí, muy buena... Por cierto Darleen, ¿el Consejo te ha pedido pruebas de nosotras... muertas?

-No. Me creen -contesta con un brillo misterioso en los ojos que no sé descifrar.

-¡Eso es genial!

Me devuelve la sonrisa. Tiene pinta de ser una sonrisa forzada.

-¿Sabes que mañana... nosotros...?

-Sí. Sé que os enfrentaréis al Consejo.

-¿Y sabes si el Consejo tiene idea...?

-No -contesta Darleen de nuevo, dejándome las palabras en la boca-. No tienen ni idea de que vais a iniciar una rebelión.

-Pienso que nos estamos precipitando. Todo esto me parece... no sé. No estoy preparada. Puede que, si el resto de magos saben que hemos cambiado, nos permitan volver a vivir en su mundo y no haya necesidad de enfrentamiento. ¿Verdad?

-¿Y cómo esperas que os escuchen?

-Buena pregunta.

Un pequeño escalofrío me recorre la columna.
Hay algo raro, muy raro, y me temo que mi sexto sentido me dice que no está lejos de mí.


23- Elisabeth

*Narra Evelyn*

Despierto y abro lo ojos rápidamente. Algo no encaja aquí... pero no sabría decir el qué.

Sea lo que sea, ha sido lo bastante fuerte como para despertarme de un sueño.

Me quito la sábana de encima y me levanto del sillón (insistí en dejar mi cama a las gemelas).
Camino de puntillas hacia la ventana abierta.

Huele a tierra mojada. Una agradable brisa me despeja termina de despertarme.

Veo a Darleen de espaldas, sentada sobre una piedra cerca de la casa. Parece que dice algo.
Logro oír unas palabrotas.

Bajo volando por la ventana.
Se me ha olvidado ponerme los zapatos y el césped me hace cosquillas a la planta de los pies, así que decido quedarme suspendida en el aire.
Enciendo una bola de fuego a mi alrededor y me acerco a Darleen.

Me recuerda a Lizz. Las dos tienen el pelo de un color negro carbón y la piel muy pálida.

-Darleen -la llamo y me acerco a ella flotando-. ¿No puedes dormir?

-No -dice sin apartar la mirada de la luna.

Me siento en la enorme piedra, a su lado.

-Yo tampoco tengo mucho sueño, pero no nos viene mal descansar -pienso en voz alta.

Está quieta como una estatua. Ni siquiera respira.

-¿Te encuentras bien? -Pregunto preocupada.

No logro descifrar nada en sus ojos rojos... ¿Ella no tenía los ojos verdes? Debe de ser por la luz.

Se prepara para decir algo, pero termina sonriendo amablemente.

-Estoy bien, Evelyn.

No tienes por qué preocuparte.

Sus palabras son tranquilas, pero su voz dice lo contrario.

Antes de irme, pongo un momento mi mano sobre su hombro para hacerle saber que estoy con ella, aunque ahora no quiera hablar.

El frío que transmite traspasa su ropa y llega hasta mis huesos.

-¡Estás helada! -Exclamo sin querer.

Está dura como una roca. No noto ni un gramo de carne en su hombro... Parece como si estuviera hecha de piedra. Un escalofrío me recorre el cuerpo.

-Te traigo... ¿una manta o algo? -Logro decir.

-No. Descansa. Mañana tienes un largo día -dice apretando la mandíbula y habla sin separar los dientes-. Ve, ahora.

-De acuerdo... Descansa pronto tú también, Darleen -digo con la voz más tranquila que puedo fingir.

Voy hacia mi cuarto como un rayo. Cierro la ventana y paseo de un lado a otro.

Necesito pensar, pensar con claridad... Los ojos rojos, la piel fría, dura como una roca, sin dormir, la respiración contenida... para no respirar... no oler ¿no olerme a mí? Mi... ¿sangre? Darleen es... ¿una vampiresa?

Pero si mal no recuerdo, la salvé de la mordedura de una serpiente venenosa... Se supone que los vampiros no tienen sangre. Entonces, ¿qué es lo que está pasando? Puede que todo sea producto de mi imaginación y Darleen es... Darleen.

No puedo dejar las cosas así. De repente, la veo por la luz de luna. Darleen se ha colado en la habitación.
Sin pensarlo dos veces, hago aparecer de nuevo mi bola de fuego para iluminar la habitación.


-¿Qué quieres? ¿Quién eres? -Pregunto.

-Alguien que va a terminar con el juego -dice ella con una siniestra mirada-. Con todos vosotros dentro.

Retrocedo unos pasos y choco contra un montón de libros, tirándolos al suelo.

-No vas a hacerles nada. Tendrás que pasar primero por encima de mi cadáver.

-Que así sea -sentencia.

Veo que detrás de ella las gemelas se están despertando.
Cierro mi puño y se lo lanzo a los dientes.
Ella detiene mi puñetazo levantando su mano a la velocidad del pensamiento.
Su sonrisa se hace más amplia a medida que me tuerce la muñeca y mi mueca se hace más grande.

-No tienes ni idea de cómo pelear con un vampiro, necia.

Pruebo con un rodillazo, pero me lo retira de una patada con la suela de sus zapatos.
Se lo pasa muy bien torciéndome la mano, seguido del brazo.

Voy a poner en práctica lo que he aprendido esta tarde.
Hago que mi otro puño empiece a arder en llamas y se lo lanzo a la cara. Se aparta con agilidad felina, soltándome.

Sin perder tiempo, se lanza sobre mí, sonriendo ampliamente, enseñando sus dientes afilados como dagas.

Pero algo golpea a Darleen en las costillas y la lanza al otro lado de la habitación.

Ha sido Jenni. Ha transformado su mano en un enorme puño de hierro.
Nos miramos durante unas milésimas de segundo y volvemos al ataque juntas con un grito de guerra.

Antes de que podamos dar un segundo paso, las tres nos quedamos paralizadas, sin poder hacer otra cosa que seguir respirando y pestañear.

Nos damos cuenta de la presencia de mi abuela y de Vanessa.


-¿Qué es todo esto? ¿Una fiesta de pijamas? -Pregunta mi abuela.

¿Cómo ha llegado mi abuela hasta aquí?

-Vanessa ha venido hasta mi habitación atravesando la pared -continúa diciendo ella y señala el agujero en la pared de mi habitación que está taponándose con magia-. Y usando un hechizo silencioso... Muy buena esa, Vane, pero podrías haber usado la puerta.

Vanessa le dedica a mi abuela una pequeña sonrisa encogiéndose de hombros.

-¿Puede alguien decirme qué ocurre? -La Sanadora se cruza de brazos.

Noto que puedo hablar.

-¡Darleen es una traidora! -digo y me asusto de la fuerza de mi voz.

Vane ata ágilmente a Darleen con la gruesa cuerda mágica con la que la atamos la primera vez.

La cuerda mágica hace su efecto. Anula toda magia y libera de su cuerpo mucho poder. Darleen cae tumbada boca abajo, sin fuerzas.
Su rostro cambia por completo.

-¿Quién... eres exactamente? -Pregunto, perpleja.

Mi abuela deshace el hechizo de paralización.

-Supongo que no tengo escapatoria -piensa Darleen en voz alta-. Soy Elisabeth, la futura reina de la Isla Vampírica.

La sangre huye de mi rostro.

Mi abuela formula un conjuro que no conozco. Miro a Jenni y Vane extrañada, ellas me devuelven la mirada.

-Es el hechizo de la verdad -nos explica mi abuela-. Interrógala, Evelyn.

-Eh... Pues... Empieza desde el principio. Acláranos todo, Elisabeth. Por favor.

-Eso no es una pregunta -dice Jenni.

-De acuerdo, pues... ¿acláranos todo? -improviso.

Suena

algo raro, pero funciona.

-Soy la hija del rey... -dice Elisabeth con la mirada perdida.

-Entonces ¿eres la hermana de Lizz? -la interrumpo, muerta de curiosidad.

-Sí.

-Ella me contó que te escapaste y la dejaste atrás, ¿es cierto?

-No.

-¿Qué es lo que pasó realmente? Cuéntanos todo -dice Jenni, curiosa.

-La engañé para que se marchara de la isla, convenciéndola de la isla era un aburrimiento, una especie de prisión. Nos escapamos juntas. Era la favorita de nuestro padre, y eso me ponía enferma... Además, yo quería heredar el trono, pero con ella cerca no lo conseguiría. Volví cuando ella logró escapar lejos, con la excusa de que fui tras Lizz para impedírselo.

-¿Qué ha pasado con Darleen? ¿O desde el principio eras tú? -Pregunta mi abuela.

-Darleen y yo somos dos personas diferentes. Ella es la maga que conocéis y que mintió al Consejo que habíais muerto. Y claro, el Consejo supo que mentía. Necesitaban de nuevo a alguien. Entonces se toparon conmigo. Acababais de rescatar a nuestros prisioneros y de escapar de la Isla Vampírica. Mi padre estaba furioso por la pérdida de sus esclavos hombres lobo, por lo que vi que era mi oportunidad de demostrarle lo que valía. Recibí un mensaje mágico del Consejo. Decía que sería recompensada si te mataba, junto a los magos que vivían contigo. Acepté encantada y adopté la imagen de vuestra amiga Darleen. Seguí tu rastro, pasando cerca del barco donde viajan tus amigos, pero no les hice nada. Llegué

a donde vivías y entré en tu habitación. Empezamos a hablar. Iba a matarte, pero entonces se me ocurrió una idea... Podría matar dos pájaros de un tiro. Pero antes, esperaría a la noche, esta noche. Te eliminaría justo antes de que tus amigos llegasen en el barco, y entonces iría directamente a por ellos, llevando a todos ellos de nuevo a mi isla, para que mi padre recuperase a sus esclavos... Más bien mataría a tres pájaros de un tiro porque, matándote a ti, a parte de cumplir lo que me pidieron el Consejo, también mataría a la hija de nuestro mago barbudo esclavo, porque incumplió su promesa.

Recuerdo lo que me contó mi abuelo en las mazmorras de la Isla Vampírica.

-Hay algo que has creído mal -digo-. Yo soy la nieta de aquel al que llamas mago barbudo, no su hija. Su hija murió hace mucho. Una pregunta más... ¿cómo sabes que el barco llegará esta noche?

-El mago barbudo se ha acordado de un hechizo. Ha encantado el barco y ahora están navegando a la velocidad del viento hacia aquí. No tardarán en llegar.

Mi corazón empieza a latir alocadamente. No tardarán en llegar.

La Sanadora la libera del hechizo de la verdad.

-Si la dejamos durante más tiempo atada, no creo que vaya a aguantar -dice mi Jenni.

-Tienes razón, los vampiros son muy sensibles bajo esto -dice mi abuela y desata a Elisabeth de la cuerda mágica con la mirada.

Estoy a punto de protestar, pero ya es demasiado tarde.

-Ya estoy harta. Fin del juego -dice Elisabeth.

Se convierte en niebla y sale por la puerta de la habitación. Se dirige a los magos que están dormidos en el salón.

-¡No! -Grito.

Se nota que mi abuela no tiene mucha experiencia con vampiros. Pero yo he aprendido con Lizz a no subestimarles.

Varios gritos retumban la casa.

Vane y Jenni se adelantan veloces como el relámpago. Las sigo. Mi abuela se teletransporta y se materializa en la planta baja, llegando antes que todas nosotras. Me pregunto de dónde sacará tanta energía para tantos conjuros.

Cuesta creer el infierno que ha desatado Elisabeth en menos de medio minuto. Lo que veo me deja horrorizada.
De la garganta de Vanessa, sale un espantoso grito cargado de terror y pena.


24- ¿Fin del juego?

*Narra Evelyn*

El grito de Vanessa retumba en mis oídos.

Creía que los poderes de Elisabeth, como el de camuflaje mágico (la que usó para hacernos creer que ella era Darleen), se lo había concedido el Consejo de Magos por un período de tiempo para matarnos. Creía también que se le había acabado el tiempo, y que por eso, sus poderes le fallaron y su camuflaje mágico había dejado ver el verdadero color de su cabello y sus ojos.
Creía mal.

Ahora lo entiendo.
Elisabeth, además de ser una vampiresa, es una maga. Debe de haberse quedado sin energía y necesita recargarse con sangre.
Supongo que ha estudiado magia en el mundo de los magos... Por eso el Consejo había contactado con ella, y no la habían elegido al azar.

Si la licantropía en humanos es poco común, los vampiros dotados de magia son aún más extraordinarios. Y mucho más peligrosos.

Miro los cuerpos de los demás magos, tendidos en el suelo, sin vida y descabezados.

-No... -murmura Jenni, temblando violentamente.

-No vais a correr su misma suerte, chicas -dice Elisabeth con una amplia sonrisa demoníaca y las manos cargadas de bolas de hielo, preparada para atacar-. Moriréis sufriendo.

Con un grito salvaje, las gemelas se abalanzan con las manos cargadas de bolas de fuego, ciegas de furia.

Elisabeth las esquiva todas con agilidad.
Los cabellos de las gemelas arden como dos pálidas hogueras. Sus ojos castaños relampaguean furiosos.

Barro la habitación con la mirada en busca de mi abuela. No está.

Sin saber muy bien qué hacer, decido formular un potente

hechizo, ahora que distraen a Elisabeth. Recuerdo bien las palabras, pero no sé si aguantaré hasta el final del conjuro.

Busco la fuerza del fuego que arde en mi alma y lo concentro en mis manos para el ataque.

Los ataques de las gemelas prenden fuego a las cortinas y otras cosas de la casa.
El fuego no tardará en cubrir toda la casa, ya que casi todo está hecho de madera. No me preocupa demasiado: Los Ignis somos inmunes al fuego y, Elisabeth, no.

Jenni y Vane caen sin fuerzas.
Elisabeth parece darse cuenta de lo que hago y se prepara para levantar una barrera protectora.

¡No! Si el hechizo termina de cerrarse, solo lograré derrumbarla y destruir su barrera... No llegaría a matarla.

Lanzo el hechizo antes de tiempo. Antes de pronunciar la última palabra del hechizo. Una milésima de segundo después de que Elisabeth cerrara su barrera.

El ataque fallido estalla en mis manos. Grito al salir disparada y golpearme contra la pared.
Mi hechizo ha afectado a las gemelas.
Estoy a punto de perder el conocimiento por el dolor, pero me obligo a resistirlo.

-Novatas -se burla Elisabeth-. Mirad y aprended de una verdadera maga.

Inmediatamente, las cuatro paredes y el techo que cubren la sala se convierten en muros de fuego.

-Espectacular, ¿verdad? Es uno de mis hechizos preferidos -dice Elisabeth con una malvada sonrisa-. Siento que no sobreviváis para contarlo.

Entonces, la pared en la que estoy apoyada empieza a quemarme la piel como no lo puede hacer el fuego. Grito de dolor.

-Mi trabajo aquí ha terminado -dice Elisabeth-. Fin del juego.

Aterrorizada

y envuelta en llamas, intento arrastrarme lejos de la pared. Me vuelco en el suelo exprimiendo la última gota de energía que me queda intentando apagar las llamas. Ni las lágrimas afectan lo más mínimo.

Con los ojos cerrados, grito de dolor. Estoy a punto de dejar que las llamas ganen, pero entonces...

-Evelyn... -suena una voz lejana.

Intento aferrarme a la voz de mi abuela.

-¡Evelyn! -se hace más clara.

-¡Lyn, despierta! Esto no es real...

Reacciono. La última vez que mi abuela me llamó por la forma acortada de mi nombre fue cuando aún era una niña pequeña, cuando mi madre seguía viva, entre nosotras.
Abro poco a poco los ojos. Me encuentro con los ojos azules de mi abuela.

-¡Mi niña! -suspira aliviada ella.

Se dirige a las gemelas. Jenni y Vane gritan, con los ojos desorbitados. Repite el proceso para despertar a las gemelas. ¿Estaba yo así?

Me miro las manos... no están quemadas. Todo parece estar en orden... Me doy cuenta de que estamos en el bosque.

Vane y Jenni despiertan de golpe, casi a la vez. Respiran entrecortadamente y lanzan furtivas miradas a su alrededor. Se sientan. Yo lo intento, pero no puedo, el hechizo fallido requirió casi toda mi fuerza, así que me quedo tendida en el suelo.

-¿Qué... ha pasado? -Pregunta Jenni, confusa-. ¡Estaba envuelta en llamas hace un rato!

Miramos las tres a mi abuela, en busca de una explicación.

-Elisabeth os ha engañado -dice

mi abuela-. Ella sabe bien que sois inmunes al fuego, pero se ha aprovechado de vuestro pánico y ha usado un hechizo para haceros creer que os afectaba el fuego, confundiendo vuestros sentidos, creando una especie de... ilusión. Con la magia, las cosas no son siempre lo que parecen ser. He subestimado a Elisabeth.

El corazón me late tan fuerte que me duele.

-¿Dónde estabas, abuela? -pregunto.

Ella hace un gesto con la cabeza, indicándome algo. Me sobresalto un poco al ver a dos niños pequeños, tumbados en el suelo, justo al lado mía.

-Sentí magia -sigue contando ella-. Usé un hechizo de mimetización pero no pude teletransportarme fuera de la casa. Elisabeth había encantado la casa y los alrededores. No tuve más remedio que salir por una ventana del piso de arriba, y me encontré a estos dos chicos, que habían logrado escabullirse, al borde de la muerte. Los sumí en un sueño curativo. Escuché vuestros gritos en la casa, y para cuando volví, el salón ardía y Elisabeth ya no estaba allí. Hemos perdido la casa...

-¡Qué! Pe... pero... podrías haber arrojado agua sobre la casa, ¿por qué no lo hiciste, abuela?

-Lo he pensado... y creo que es mejor así. Ahora no sólo Elisabeth, sino el Consejo entero, creerán que estamos muertas. El último conjuro que hice fue dentro de la casa incendiada, y fue uno pequeño, para recoger todos los instrumentos mágicos... Así que no tendrán forma de saber que seguimos vivas, a no ser que se nos incendie el pelo o empleemos algún hechizo. Lo detectarían... Tienen un sentido puesto en todo, así que más nos vale andar con ojo.

Suspiro algo aliviada. Si no podemos

usar la magia, aún nos quedan los instrumentos mágicos, que están a salvo, como todos nosotros.

-¿Cómo nos ha sacado de la casa? Quiero decir... Somos cinco, y usted... -dice Vane.

-Pues con los instrumentos mágicos -esboza una leve sonrisa-. Como yo he subestimado a Elisabeth, ella también me ha subestimado a mí.

-Debemos matarla -piensa en voz alta Jennifer-. Elisabeth pensará que estamos fuera de juego, ¡y eso nos dará una ventaja para contraatacar!

Veo por primera vez que Vanessa, siempre tan pacífica al contrario que su hermana, se enciende en su mirada una chispa de rebeldía y venganza.

No me extraña. Yo habría reaccionado igual, o incluso peor, si descabezasen a mis padres y les chupasen la sangre delante de mis narices.

Miro a los dos niños. Siguen durmiendo. Somos los únicos que han sobrevivido.

Ya sin fuerzas, cierro los párpados y dejo que me venza el cansancio.

El barco está a punto de llegar a su destino, igual que sus pasajeros.

Una figura alta y esbelta los espera en la orilla. Ha cambiado de idea: No va a llevar a todos de vuelta... Al no tener amenaza que valiese contra el anciano barbudo, el viejo ya no le sirve. Acabará con él y llevará el resto como esclavos, de vuelta a la Isla Vampírica. Se encargará ella misma con sus poderes para dirigirlos, si hace falta. Su padre estará orgulloso de ella.

Si fuese una simple vampiresa, los hombres lobos acabarían con ella...
Sonríe para sus adentros: ser una vampiresa con poderes la hacía casi indestructible.

Lo que no se

espera Elisabeth es, que en ese barco se encuentra otra vampiresa muy especial. Una que hace años conocía muy bien...

*Narra Arturo*

El abuelo de Evelyn ha hechizado el barco. Lo guía veloz como el viento.

Estaríamos todos balanceándonos desde una punta del barco a otra, mareados, o medio muertos, de no ser por su otro hechizo.

-Es un genio -le había dicho Lizz.

Paseo por la cubierta mirando cómo dejamos atrás las olas a toda velocidad. Nadie puede dormir, todos están impacientes por el regreso a casa.

Con sus poderes también ilumina el barco, como lo hacía Evelyn. Evelyn...
Ahora que me había acostumbrado a su presencia, no soporto no tenerla cerca.

Aprieto los puños con fuerza volviendo los nudillos de color blanco.
Debería haber sido más rápido, pero se me había nublado la mente. Siempre me pasa cuando la tengo cerca.

-¡Eh! -dice Diego corriendo hacia mí para detenerme-. ¡Te vas a cargar el barco! Recuerda que no es nuestro y que hay que devolverlo.

-Lo... siento -digo sacando los puños de la puerta de madera.

-Tranquilo, Arturo -dice Kaiser poniéndome una mano sobre mi hombro-. Cuando lleguemos, La Sanadora sabrá qué hacer.

-Otro -dice Diego pasando una mano sobre el agujero que he hecho en la puerta-. Te gustaba mucho Evelyn, ¿verdad?

Aparto la mirada y me alejo de ellos, sin contestar. Ellos conocen la respuesta: sí. Pero lo que no saben es, hasta qué punto me gusta ella.

Camino hasta el abuelo. Está en la punta del barco, concentrado al máximo. Unas gotas de sudor perlan su frente.

A pesar de haber perdido a su nieta, el hombre sigue adelante. Aparentemente estaba bien, pero todos veíamos la tristeza en su mirada. Contagiado de su fuerza, intento animarme.

-¿Estás bien? -escucho la voz de Mery.

Me giro y miro a sus ojos grisáceos, que relucen salvajes.

-Muy bien -contesto.

-No te creo -dice ella jugando con un mechón rubio de su cabello rizado-. ¿Sabes? Puedo ayudarte a olvidarte de ella.

La miro, incrédulo. Se acerca a mí y su boca se curva en una traviesa sonrisa.

25- ¡Lucha!

*Narra Arturo*

Siendo una niña, Mery llegó a nuestro clan, huérfana y perdida, en su forma lobuna.

Nació siendo humana.
Al parecer, fue alcanzada por las zarpas de un hombre lobo una noche de luna llena y no la llegó a matar, por lo que acabó siendo una chica loba.

Ella no sabía exactamente qué le había producido aquella horrible herida, hasta que al mes siguiente, una soleada mañana tras esconderse la luna llena, se despertó con las uñas manchadas de sangre seca.

Sus padres y su recién nacido hermano yacían amontonados en un rincón, con los cuerpos ensangrentados y a falta de algunos que otros miembros. En aquel macabro momento Mery tenía trece años.

El Clan de la Luna (nuestra manada) la acogió como un miembro más. No tardó en llamar la atención de los más jóvenes, no solo por su pelaje o sus ojos claros, tan diferentes del nuestro, sino que también era indudablemente bella.

Fuimos un tiempo más que amigos inseparables, hasta que un día desapareció sin dejar rastro, tan misteriosamente como apareció en mi vida.

-Eh, Mery...

-Sssshh -me interrumpe ella poniendo un dedo sobre mis labios.

Antes de que pueda reaccionar, se pone de puntillas y estampa sus labios sobre los míos.

Me aparto sorprendido al no sentir esos cosquilleos en el estómago como cuando la besaba. Incluso me ha llegado a molestar lo que acaba de hacer.

-¿Se puede saber qué mierda haces? -Pregunto.

-¿Que qué hago? ¿Qué haces tú? ¿Por qué me evitas? -pregunta ella dolida. -Llevas todo el trayecto pasando de mí. Antes no eras un bloque

de hielo. Al menos, no conmigo. ¿Es que ya no sientes nada por mí?

-No siento nada por nadie -miento y desvío la mirada, incómodo.

No veo con buenos ojos al cariño.
Siendo un crío perdí a mis padres, quedándome huérfano y sin más familia que mi tío lejano.
La noche en que me dijeron que el barco en el que viajaron mis padres volvía sin más pasajeros que el capitán medio muerto, destrocé furioso las cosas de la casa y lloré como nunca lo había hecho junto a la oscura chimenea.

Antes de quedarme dormido en la entrada de la casa (seguía teniendo algo de esperanza en su regreso), una idea se rebeló en mí a medida que aceptaba la realidad: no volvería a sufrir, porque no volvería a amar. Ya no habrá corazón que destrozar.

Evitaba hacer nuevas amistades a toda costa.
Bajé mis defensas por primera vez al aparecer Mery. También la perdí. Lo único que me quedaba eran mis antiguos amigos, que estaban cada vez más distantes de mí.

Pensé que había aprendido la lección al sufrir de nuevo y eso me alegraba, pero a la vez empezaba a temer a la soledad. Ya no sabía qué hacer.

He crecido con miedo a aceptar personas nuevas en mi vida, por temor al daño que me causarán al perderlas.
Sin embargo, ahora han vuelto todos. Han vuelto por el precio de Evelyn.

Cuando creía haber olvidado sentir lo que sentía por Mery, La chica del cabello de fuego atravesó y derrumbó la barrera de hielo que rodeaba mi corazón con más fuerza que nadie. Tal vez literalmente,

con una flecha.

La herida de muerte de nuestro primer encuentro en el bosque ya se había curado completamente hace tiempo. No queda ni rastro de ella, ni siquiera una cicatriz, como no queda nada de Evelyn.

Mery me da un empujón, furiosa, pero mis pies siguen clavados en el mismo sitio.

-He visto cómo miras a esa pelirroja... No puedes engañarme, sí sientes cosas -dice ella agachando la cabeza y ocultando su rostro entre las manos-. Durante todo este tiempo, yo nunca te he olvidado... Sin embargo tú... Oh, ¡no me queda nadie!

Antes de dar media vuelta, me dirige una mirada dolida y se aleja de mí.
Ha sufrido mucho. Y yo la he hecho sentir peor.
Sin poder ver a mi amiga sufrir de esta manera, alargo un brazo y pongo la mano sobre su hombro.

-Oye... lo siento, no pretendía herirte. Y tranquila, ya estás de vuelta, nosotros somos tu nueva familia -intento calmarla. -Todo... irá a mejor.

Mery se gira hacia mí y sus hipnotizantes ojos grises se clavan en los míos. Le sonrío.
Cambia de humor repentinamente y se echa sobre mis brazos. Vacilo un segundo, pero le devuelvo el abrazo.

-Qué bien que Evelyn, o como se llame, ya no está entre nosotros -murmura ella entre mis brazos. Le huele el aliento a alcohol.

El corazón me da un vuelco. Siento que estalla de dolor sólo de pensarlo.
Me separo de Mery y la miro fijamente.

-No está muerta -le digo suavemente, conteniéndome para no levantar la voz.

-Supéralo, Arturo. Esa zorra se ha ido a donde nadie vuelve. Definitivamente, ha muer...

-Cállate, perra

-interviene inesperadamente Lizz.

Me vuelvo hacia Lizz, sorprendido. Debe de haber agudizado el oído al haber escuchado el nombre de Evelyn.
Camina hacia nosotros, silenciosa como una sombra.

-¡Cómo te atreves! -ladra Mery.

-¿Cómo te atreves tú? -dice Lizz clavando los pies al suelo y cruzando los brazos adoptando aspecto desafiante.

-Sanguijuela... -se burla Mery.

-No sabes con quién hablas -corta Lizz. 

-Oh, sí que lo sé -dice Mery riéndose. -La estúpida princesita que se ha escapado de su castillo, dejando el trono a la idiota de su hermana.

-Mi hermana escapó conmigo y desapareció -dice Lizz, inmune a sus insultos.

Si le ha molestado los insultos de Mery, no lo muestra.

-No, no -niega Mery. -Tú no me engañas. La veía en el castillo, no ha desaparecido. Eres tú la que te escapaste hace incontables años, según me han contado.

La chispa que ilumina la mirada de Lizz no pasa desapercibida.

-Tampoco es para tanto -se entromete Connor, con gesto despreocupado, que se había acercado hace un rato. -Lizz no puede tener más de diecisiete años.

-¿No sabes que los vampiros son longevos? Viven muchísimo tiempo. No tanto como los elfos... pero sí bastante -digo haciendo memoria a lo que me contaba mi tío.

-¿Insinúas que Lizz puede tener perfectamente treinta años? -pregunta Connor con los ojos como platos.

-No. Si una vampiresa como Lizz parece una adolescente, es que puede tener perfectamente más de setenta años -esbozo una media sonrisa ante la cara pasmada de Connor.

-¡Veo tierra! -grita

un hombre desde el otro lado del barco, eufórico-. ¡Estamos de vuelta por fin!

El hombre aúlla alegre, y varios más se unen.

El abuelo de Evelyn detiene el barco repentinamente.
Todos nos giramos hacia él. Se ve muy cansado. Pasa su mano sobre la sudorosa frente y varios hombres le llevan exóticas frutas. Los acepta agradecido.

-Todo controlado -dice el abuelo, exhausto. -Solo queda un tramo.

La quinta pausa.
Sonrío para mis adentros: lo está consiguiendo.

De pronto, una niebla oscura trepa por el barco y llega a la cubierta.

*Narra Lizz*

Conozco muy bien esa niebla. Es una de las pocas formas que podemos adoptar los vampiros.

A mi lado, Connor gruñe y está en posición de ataque, como algunos más. Ellos también lo saben.

La niebla torna a una forma humana. La luz que ilumina el barco proyecta una sombra en el suelo de la cubierta. Inmediatamente, reconozco el estilo implacable de mi hermana mayor.

-¡Elisabeth! -Exclamo.

Todos los hombres lobos tensan sus músculos al escuchar el nombre.

-¿Lizz? -pregunta ella, caminando hasta donde podemos verla. -Qué sorpresa.

Sentimientos contradictorios me invaden. Si lo que me ha dicho esa borracha de Mery es cierto... no debería alegrarme de verla. Abro y cierro la boca varias veces, pero no digo nada.

-¿D-dónde... has estado en todo este tiempo? -Decido preguntar. -Te perdí de vista, cuando nos escapamos...

-Cuando te escapaste -me corrige ella señalándome con un dedo-. Yo volví a la

Isla Vampírica, para comunicar que habías muerto.

De reojo veo al abuelo de Evelyn incorporarse.

-Pero... no entiendo... -murmuro. -¿Creíste que estaba muerta?

-Lizz, sigues siendo tan inocente... Era una mentira para que papá me considerara como su única heredera en pie.

-Te libraste de mí -digo y me sonríe.

Siempre fui la favorita de nuestro padre, en cambio Elisabeth, siempre permaneció segundona. A pesar de ser ella la mayor, me quisieron a mí como la heredera.

-Te ayudé a escapar, cosa que ansiabas y me venía bien. En fin... no tengo intención de matarte si te marchas ahora mismo y no vuelves a cruzarte conmigo. Ya sabes, como lo has hecho hasta ahora. Ah, y no pongas un pie en mi reino.

-¿Tu reino? Hablas como si fuera ya tuyo.

-Oh, claro, no lo sabes. Papá fallecerá pronto. Su hora está llegando. Es triste, pero miro las cosas por el lado bueno: ¡todo el poder caerá sobre mí!

Su sonrisa se expande. Me contengo para no saltar sobre ella y arrancarle la boca.
No puedo creer que vea la muerte de nuestro padre como algo bueno.

Cuando me escapé, sólo era una mocosa de sesenta y cinco años que soñaba con ser libre. Pero ahora sé mejor que nunca que el mundo no se acaba en las murallas de un castillo, y no es mi intención volver.
Sin embargo, debería hacerlo... es mi responsabilidad.
Ahora me doy cuenta de lo que supone que Elisabeth sea coronada: la creación de un infierno.

-¿Por qué me cuentas la verdad ahora? -Pregunto.

-He terminado

de estudiar hechicería, ¿sabes? Ya no eres rival para mí. Ni tú, ni estos hombres lobo. Ni siquiera los vampiros. A parte de ser una vampiresa, ahora tengo a la magia de mi parte.

-Te olvidas de que no eres la única que sabe usar la magia en este barco -la interrumpe Connor.

El abuelo de Evelyn la reta con la mirada.

-Ah, ese viejo tampoco es rival para mí. Pero mírale, si está más muerto que vivo -Dice Elisabeth con las palabras cargadas de veneno, pero sin perder el tono musical de su voz-. Basta de chácharas. Lizz, lárgate. Tengo trabajo que hacer.

-No permitiré que te coronen. ¡Acabaré con esto tan absurdo! No más esclavos.

-No seas tonta, Lizz...

-No vas a poner un dedo encima a mis amigos.

-Son hombres lobo, ¡no son tus amigos!

-¡Cállate, sucia arpía!

-¡Se acabó lo que se daba!

Un hechizo mortal se dispara de sus manos sin dejar ni un segundo de espacio tras pronunciar sus palabras. No me da tiempo para apartarme, ni con mis desarrollados reflejos.

El rayo luminoso no llega a impactar sobre mí. 
Una barrera mágica me ha salvado. Giro la cabeza hacia el abuelo Evelyn. Sonrío al ver que me enseña los pulgares hacia arriba. Voy hacia a él y mi hermana ruge furiosa. Ella se prepara para atacar al anciano, pero los hombres lobo no tardan en reaccionar, desgarrando sus ropas al transformarse en lobos enormes. Listos para desgarrar tripas, se abalanzan sobre ella.

Elisabeth se limita a lanzar hechizos congelantes para paralizarlos. Los lobos rompen el hielo que les cubren y vuelven al ataque.

-¡Quietos! Sabéis que os puedo matar. ¡Os estoy dando una oportunidad para volver como esclavos a mi isla! -Exclama Elisabeth.

Intento no llevarme por el pánico: un lobo empieza a chorrear sangre por los ojos como una fuente.
Se derrumba en el suelo seguido de un sonido atroz.
Empiezo a desear que no sea Connor.

-¡Eso es lo que os haré pasar si me tocáis! -amenaza.

Los lobos vacilan un momento, pero vuelven con furia asesina: ha matado a un miembro de la manada.

Hago una mueca de dolor y miro desesperadamente al abuelo de Evelyn, esperando que tenga un plan.

-No me quedan fuerzas para luchar -dice él-. Debes ir a avisar a Catalina, buscar refuerzos...

Como si hubiera escuchado la llamada, una figura misteriosa cae en picado hacia el barco.
Elisabeth, más que ocupada, no se ha dado cuenta.

¿Estará de nuestra parte? Un momento... ¡Está montada en... una escoba!

La chica se lanza en picado montada sobre su escoba, con el cabello rubio pálido ondeando tras ella.
Lanza varias piedras a la cubierta y realiza un complicado giro con la escoba para detenerse.

¡Piedras solares!

Empiezan a desprender una luz cegadora casi al instante.
Sin detenerme a mirarlos, me envuelvo en mi capa negra, la misma que hechizó el abuelo de Evelyn para aislarme de la mortífera luz solar.
Sólo espero que esa luz se derrame como agua hirviendo sobre el cuerpo de Eli.


26- Reencuentro

*Narra Vanessa*

-¿Hay armas o algo con lo que podamos matar a Elisabeth? -Pregunta Jenni. -El Consejo no sabrá que seguimos vivas si no usamos nuestros poderes.

-Creo que sí... ¡sí! Piedras solares, eso debe de funcionar -afirma La Sanadora. -Y si no, hay muchos otros cachivaches dentro de la Caja Mística.

Miro la cajita de madera. Parece increíble que pueda caber más de dos cosas dentro... Por algo se llamará Caja Mística.

-Si el Consejo puede detectar la magia, ¿cómo es que antes no nos ha encontrado a ninguno de nosotros? -Pregunto.

-La casa y los alrededores estaban protegidos de miradas indeseadas... sin embargo, Elisabeth rompió la barrera mágica al entrar -contesta La Sanadora rebuscando en la caja-. ¡Ajá! Aquí está. Lo primero es lo primero, chicas, y lo primero es salvar el barco. ¿Recordáis el plan de Elisabeth? Matarnos y, después, llevar a los prisioneros del barco de vuelta a la Isla Vampírica.

-¡Es verdad! -dice Jenni poniéndose en pie de un salto. -¿Y a qué estamos esperando? ¡Vamos!

Mi hermana y yo somos completamente diferentes, a la vez que iguales. Jennifer es siempre tan lanzada, espontánea... Yo pienso más que hablo, soy más tranquila y analizo las cosas antes de lanzarme a por ellas.
A pesar de todas las diferencias, nos complementamos y formamos un buen equipo.

-¿Qué pasa con Evelyn y los chicos? Están en el sueño curativo -digo al acordarme. Silencio -. Puedo... llevarlos a la casa del árbol. Me encargaré de cubrirles las espaldas allí...

-Pero

Vanessa, tú querías enfrentarte a Elisabeth al igual que yo -dice Jenni con ojos tristes.

-No importa, sé que os las apañaréis bien -digo poniendo una mano en los hombros de Jenni y de La Sanadora-. Siempre que pueda hacer algo útil para ayudar, lo haré encantada.

-¡Eres más buena que el pan! -Exclama mi hermana cogiéndome la mano y plantándome un beso en la palma.

Sonrío y restriego la mano por su pelo. Jenni se echa a reír.

-Cielo -me dice la abuela de Evelyn con la mirada llena de ternura-. Toma esto. Te ayudará a llevarlos hasta el árbol. Es lo que usé para traeros a todos aquí.

Miro lo que me ha dado. Tres botellas de un color indefinido.
Abro los ojos como platos.

-¿Pero qué...? -exclama Jenni por mí al reconocerlos-. ¡Tiene usted una colección muy valiosa de objetos mágicos! Primero la cuerda mágica, ahora esto...

No sé qué expresión tengo, pero deduzco que la misma cara de asombro que la de mi hermana gemela.

-Sí, los colecciono desde hace bastante tiempo -dice la abuela quitándole importancia con un gesto. -Deprisa, tenemos que ponernos en marcha.

Saca dos escobas viejas y gastadas de la Caja Mística.

-¿Nos vamos a poner a barrer o qué? -pregunta Jenni.

La Sanadora se gira hacia ella, seguramente esperando ver una expresión burlona en la cara de Jenni, pero no lo tiene, está seria: mi hermana hace esa clase de comentarios. Forma parte de ella.

-Esto puede parecer una antigualla -sonríe La Sanadora-, pero es muy útil para desplazarnos sin usar nuestra magia ni gastar fuerza -se sienta encima de una escoba-. ¡Vámonos!

Veo a mi hermana

subirse con una arruga en la frente. La escoba empieza a elevarse.
Me despido de ellas y les deseo suerte.
Se alejan volando por el cielo repleto de estrellas.

Una vez sola, con cuidado destapo una de las botellas y la inclino hacia uno de los chicos.
Es succionado dentro de la botella.
Sonrío: funciona.

*Narra Evelyn*

Abro los ojos lentamente.
Me he despertado antes de tiempo. El sueño curativo que debería ser tranquilo, estaba volviéndose una pesadilla nada relajante.

Incorporándome en el suelo húmedo de madera, miro alrededor, confusa.

-Estamos en la casa del árbol, Lyn -me aclara Vanessa, sentada en el ancho borde de la ventana.

Me saluda con la mano. Yo le devuelvo el gesto.

Abro la boca para preguntar qué hacemos aquí... pero me acuerdo de la imagen de la casa en llamas, y la cierro.

-Tu abuela y mi hermana han ido a ayudar a los del barco -dice Vane, respondiendo a una de mis preguntas antes de formularla en mi cabeza. -Espero que acaben con Elisabeth y vuelvan sanas y salv...

-¿Que han hecho qué? -digo más alto de lo que pretendía y me tapo la boca con una mano.

Miro a los otros dos chicos del suelo, que siguen durmiendo a pierna suelta.

-Deberías haberme despertado -susurro.

-Lyn, estarán bien, van a atacar con piedras solares -me muestra una cansada sonrisa.

Ahogo un grito.
¡Lizz también se encuentra en el barco!
Vanessa malinterpreta mi reacción y

me enseña un pulgar hacia arriba.

O Lizz y Elisabeth ganan, o mi abuela y Jennifer.

Me pongo de pie, tan ligera como una piedra, y camino pesadamente hasta estar junto a mi amiga.
Me siento en el borde de la ventana, frente a ella.

Estoy muy débil para atravesar corriendo el bosque y nadar el mar que nos separa para echar una mano.

Me abrazo las piernas y hundo mi cara entre las rodillas, cansada.
Retengo las lágrimas que amenazan con rodar por mis mejillas. La impotencia es horrible.

Vanessa no dice nada más, y yo se lo agradezco en silencio.

¿Desde cuándo mi vida se ha convertido en algo más que comer, dormir, estudiar y corretear por el bosque?

Todo esto... solo puede ser producto de de una cruel y horrible pesadilla. ¿Verdad?

Cierro los ojos un momento.
Esto es real.

*Narra Jennifer*

-Le he cogido el tranquillo a esto -digo dándole unas palmadas a la escoba voladora.

La señora Catalina me lanza un pequeño saco marrón con la imagen de un sol blanco. Lo atrapo al vuelo.

-Contiene piedras solares -me explica-. Pueden hacer cenizas a un vampiro. Y si no llega a matar a Elisabeth, pedirá la muerte a gritos. Una vez llegué a usarlos... no tenía otra opción: vidas estaban en juego. Me sorprendió cómo se le despellejaba el rostro a aquel vampiro...

Abro los ojos de par en par. Una malvada sonrisa se curva en mis labios.

Me sudan las manos por los nervios. Me sacudo con una mano mi desordenada melena blanca. O rubio muy muy pálido, como

le gusta especificar a mi hermana Vanessa.

-Jennifer -me llama. -Te he dado el saco porque ves mejor de lejos que yo, y porque a mi edad uno ya no actúa con velocidad al atacar... Lanzaremos un ataque aéreo.

Asiento.

-No dañará a los no vampiros, ¿verdad? -Pregunto.

-Para nada -niega ella. -Produce el brillo del sol, pero no su calor. Tal vez se les seque los ojos... como mucho perderán la vista y se quedarán ciegos permanentemente. Pero no creo que nadie se quede mirando a las piedras mientras estas brillan casi tanto como el sol.

La Sanadora me indica las palabras mágicas que debo pronunciar antes de soltar las piedras.

Sobrevolamos el mar por el frío cielo oscuro, repleto de estrellas parpadeantes.
Sería un paseo maravilloso, si no fuéramos con prisas para matar a una princesa vampiresa que pretende esclavizar a una manada de hombres lobo.

Nos detenemos en el cielo, a metros por encima del barco.

Puedo divisar un enfrentamiento entre lobos y una chica de túnica negra: Elisabeth.

Miro a La Sanadora. Ella asiente. Abro el pequeño saco y extraigo un puñado de piedrecitas negras como el carbón. Le devuelvo el resto a La Sanadora, porque no me cabe todo en la mano.

-Voy a bajar un poco más -digo.

-Te arriesgarás a que te sienta -advierte ella-, pero si actúas antes que los reflejos de esa vampiresa, no tendrás problemas.

Asiento.

-Suerte, Jenni.

-Gracias, está hecho -le devuelvo la sonrisa.

Desciendo un trecho más mientras pronuncio las palabras mágicas.
Lanzo las piedras con una mano, y con la otra me aferro al palo de la escoba.


Escucho dos gritos atroces antes de que momentos después, la luz se apague y nos sumemos en la oscuridad.

Salto de la escoba y aterrizo en la cubierta haciendo temblar la madera bajo mis pies. Las bolas de fuego que iluminaban en barco se encienden de nuevo.
Debo decirle a quien quiera que haya hecho eso usando la magia, deje de hacerlo tras pisar tierra. Seguramente el Consejo tiene un ojo puesto en esa zona.

Veo varias caras de sorpresa. Los lobos han vuelto a su forma humana y, al parecer, un mago se ha tomado las molestias de recomponer sus ropas sobre sus cuerpos.
Otra vez usando magia.

Miro alrededor, en busca de la asesina de mis padres.

-¡Elisabeth! -Grito sin darle importancia a las miradas ni a los cuchicheos que se forman.

Camino hacia unas ropas de color negro que hay en el suelo.

-Se ha esfumado -digo en apenas un susurro.

-La has desintegrado -afirma una voz masculina.

Alzo la mirada para encontrarme unos ojos de color miel.

-¡Lizz! -grita alguien. Suena a nombre de vampiresa.

Un chico da unas zancadas hacia un bulto negro encogido sobre sí. Se aparta la capa negra. Veo que, en efecto, es una vampiresa. Le ha afectado la luz.

Espero con un nudo en la garganta a que se le caiga la piel a tiras.

-Connor, no me mires... estoy horrible -dice la llamada Lizz, con la voz muy temblorosa.

Tiene la piel de un color rosa, casi rojo, pero por lo demás está bien. El chico le ofrece su mano y la ayuda a levantarse. Ella muestra una mueca de dolor.

-No digas eso, no estás horrible -afirma Connor alzando la barbilla

de Lizz. -Y no te preocupes, te curarás.

Abro los ojos como platos: un hombre lobo y una vampiresa juntos sin estar peleándose por arrancarse la cabeza a mordiscos.

Me agacho y agarro la ropa de Elisabeth. Miro debajo.
El chico de los ojos claros como la miel se ríe.

-¿Qué? Podría haber encogido de tamaño -digo fulminándolo con una mirada. 

-Claro -dice él dando media vuelta.

Me acuerdo de La Sanadora y giro la cabeza hacia el cielo nocturno. No está.
Miro hacia otro lado y la veo, fundiéndose en un cálido abrazo con aquel hombre. Debe de ser el abuelo de Evelyn.
Sonrío para mis adentros y aparto la mirada ante un gesto tan íntimo.

*Narra Arturo*

Hemos llegado al muelle sin usar magia, por lo que tardamos algo más de lo previsto.

-El abuelo Alan me ha dicho que te diga que su esposa, La Sanadora, le ha dicho que Lyn está bien. Y que no te preocupes -dice la chica peliblanca de antes.

Con que el gran mago se llama Alan...

-¿Quién es Lyn? -Pregunto pisando al fin tierra firme.

-Ah, no la conoces... entonces me habré equivocado de persona -se disculpa ella-. El mensaje no era para ti.

Gira sobre sus talones y se aleja de mí. Me encojo de hombros y me reúno con mis amigos.

-¿Te encuentras mejor, Lizz? -Pregunto.

-Más o menos igual -contesta ella con expresión triste. Connor la rodea cuidadosamente con un brazo los hombros, y ella no tarda en recuperar la sonrisa-. Pero estaré bien. La Sanadora ha dicho que me he quemado por el sol... Nada grave, comparado con lo que

podría haberne pasado. Si no hubiera tenido la capa para protegerme...

No termina la frase.

-Es como si una chica humana se pasase varias horas bajo un potentísimo sol -explica Connor.

-¡Esas manos! -Dice La Sanadora intentando sonar severa, pero su sonrisa la delata. -Creía haber dejado claro que nadie debería ponerle las manos encima a Lizz, ahora mismo tiene la piel extremadamente sensible.

Connor aparta el brazo de Lizz y las alza las manos, enseñando las palmas con una traviesa sonrisa.

-No le he puesto las manos encima, sino el brazo -se explica él con la cara de inocente más falsa que he visto.

No pasa por alto el cariño con el que Lizz mira a Connor.

Diego me da un ligero codazo.
Le miro y veo que sube y baja las cejas. Contengo la risa y paso el mensaje a Kaiser, levantando una ceja e inclinando la cabeza hacia Connor y Lizz.

Alan, el mago, suelta unas monedas de oro al hombre que vendía el barco.

-Quédese con el cambio. Lo necesitará para arreglar los destrozos -dice él con una amplia sonrisa, sin prestar atención a la mandíbula del hombre, que roza el suelo.

Dejamos atrás el bosque a pie.
El sol está aclarando el cielo y Lizz se oculta tras su enorme capa.

Me quedo de piedra al ver la casa de Evelyn.
Está ardiendo en llamas.

-¿Qué ha pasado con vuestra casa? -Pregunta Kaiser.

-Nada importante, ya tendremos tiempo de contároslo más tarde -dice La Sanadora quitándole importancia.

-Podéis quedaros en nuestra aldea -ofrece el hijo del jefe de la manada-. Igual que

todos los viajeros.

-Muchas gracias, Kaiser... -contesta La Sanadora con su típica sonrisa amable de siempre.

Seguimos avanzando, sin detenernos, dejando atrás la casa.

-Primero debemos ir a ver a Lyn y a Vane -dice la chica del pelo blanco.

-Sí, Jennifer. Está de camino a la aldea del Clan de la Luna.

Me sorprendo que sepa el nombre de nuestra manada.
Al llegar a una casa vieja situada en un alto árbol, los magos se detienen. Veo que fruncen el ceño.

-No podemos subir. Por ahora no debemos usar la magia, recordadlo -dice La Sanadora. -Solo hay dos escobas voladoras y no me quedan más botellas mágicas...

Comprendiendo que les llevará un rato largo, deduzco que los demás no se pararán a esperarlos. Irán primero a la aldea.

Un instinto me dice que suba a la casa del árbol lo más rápido posible.
Siento algo importante ahí, esperándome.

Sacudo la cabeza para olvidarlo.

Pero... ¿y si mi instinto tiene razón?

Me digo a mí mismo que me arrepentiré, cuando doy un paso hacia la manada, separándome de los magos, para decir:

-Yo me quedo. Guiaré a los magos hasta la aldea más tarde. Id vosotros primero.

Ni los magos lograrían encontrar la aldea. Nadie lo encuentra, salvo los hombres lobo, a quienes el hogar les llama desde el fondo del corazón.

Asiento hacia mis amigos, que me devuelven el gesto, despidiéndonos así. Les sonrío a mis padres para que se queden tranquilos.

Lizz se despide de Connor. Se queda también con los magos, ya que necesita la ayuda de éstos.

-Si Arturo

se queda, yo también -dice Mery, abriéndose a codazos entre la gente hasta llegar a mí.

Quiero protestar, pero me limito a inspirar hondo. 

Las magas suben volando sobre sus escobas.
Mery ayuda al abuelo Alan sobre su espalda lobuna.
Lizz se convierte en murciélago y se esconde en las sombras.
Yo voy en cabeza, escalando con manos y pies humanos.

La casa de madera es vieja, pero resistente. Es luminosa y acogedora por la luz de la mañana. Las plantas cubren su exterior, camuflándolo muy bien.

Soy el primero en poner un pie sobre la casa.
Al dar dos pasos a través de la entrada, noto algo frío sobre mi garganta. Me quedo quieto y sin respiración.

Intento ver quién me presiona la hoja del cuchillo sobre la garganta, pero sólo logro ver un cabello rojo como el fuego, iluminado por el sol naciente, tan pelirroja como Evelyn.

Se me para el corazón. Es ella.
Los latidos vuelven, pero con mucha más fuerza.

-Ho... hola, Eve... lyn -digo con esfuerzo, hasta que aparta el cuchillo de mi cuello.

Eve... lyn, Evelyn, ¡Lyn! Eso es lo que quería decir la chica del lunar, Jennifer: Evelyn está bien.

-¿Arturo? -Dice la voz de Evelyn, dudosa.

Un remolino de preguntas se acumulan en mi mente, para después quedarse en blanco al girarme y verla.

Sus dulces y a la vez peligrosos ojos resplandecen como carbones candentes.
Tiene oscuras ojeras, el pelo enmarañado y se nota que está muy cansada, pero lo paso todo por alto, porque está más hermosa que nunca.

Es Evelyn, sin duda. 
Sus labios se curvan en una leve sonrisa.

*Narra Evelyn*

Con el corazón latiéndome con violencia, alzo la mirada para encontrarme con unos ojos de color miel, que se asoman por debajo de algunos mechones revueltos de pelo castaño.

-Estás bien -dice él con una sonrisa que me desarma.

Retengo un alarido de alegría y me echo a sus brazos, pillándolo por sorpresa.

-¡Arturo! -digo con una sonrisa del tal tamaño que me duele la cara. Hace tiempo que no sonrío así.

Me rodea en un abrazo entre risas. 
Me recuerdo respirar. Y cuando lo hago, su agradable aroma me inunda. Sí, huele Arturo. Huele a bosque...

Un golpe fuerte hace que de un brinco hacia atrás del susto, separándome de él. Me giro hacia la entrada.

Un enorme lobo blanco acaba de saltar dentro.
Veo a mi abuelo bajarse.

-¡Evelyn! -Saluda él.

-Hola, abuelo -le sonrío.

Me pregunto quién será este lobo de pelaje blanco, tan diferente al resto. Y si también debería saludarlo o no.

El lobo... quiero decir, la loba se ha convertido en una chica de belleza salvaje.
Frunzo el ceño: Arturo ha venido con ella. No debería molestarme, pero...
Está plantada en la entrada, completamente desnuda.


27- La Asesina Escarlata

*Narra Lizz*

Los chicos parecen estar muy tranquilos y convencidos de haber desintegrado a Elisabeth sobre la cubierta del barco. 
¿Realmente ha muerto mi hermana? Quiero creerlo, pero a la vez deseo que esté bien.

Miro cómo Connor se aleja junto a los demás, hacia la aldea del Clan de la Luna, donde se encuentra el resto de su manada.

Enarco una ceja al ver el trasero de alguien en la entrada de la casa del árbol. Decido quedarme fuera.

Debe de ser horrible destrozar la ropa cada vez que cambias de aspecto, y luego aparecer desnudo por ahí. Al menos lo sería para mí... se me caería la cara de vergüenza si no llevase ropa mágica.

Todos los vampiros tenemos ropa mágica (se transforma con nosotros) comprados a los magos. Cuesta una fortuna, pero la mayoría de nosotros podemos permitírnoslo, de una manera u otra, haciendo tratos, pagándolo...
El abuelo Alan ha sido muy amable regalándome una capa protectora de luz y hechizada.

Soy mayor que él en cuanto a edad, pero no parece inadecuado llamarle abuelo.

Mejor les esperaré en la aldea.
Tengo la piel destrozada, pero puedo apañármelas hasta que lleguen los magos.

Me transformo en murciélago y vuelo entre las sombras de los árboles hacia el grupo de Connor.
No me hace mucha gracia estar rodeada de hombres lobo, pero Connor estará allí, y sé que no puede ser tan malo si él está cerca.

*Narra Arturo*

El abuelo Alan parece estar siempre de tan de buen humor como La Sanadora.

-¡Qué alegría! ¡Estás bien! Catalina me ha puesto

al día de todos los sucesos, Lyn -Le dice Alan a Evelyn. Luego gira la cabeza a un lado para decir:- Y encantado de conocerte,Vanessa.

Una chica muy parecida a Jennifer le sonríe desde la ventana.
La esbelta figura de Mery entra por la puerta.

-Chicos, voy a salir a ayudar a Catalina. Ah, y Mery -dice él antes de salir por la puerta-, recuérdame que hechice una de tus ropas para que puedas transformarte con ellas. Nos harías un favor a todos...

Mery no le hace caso y se pasea frente a mí, lanzándome miraditas.
Miro de reojo a Evelyn, y me planteo seriamente lanzar a Mery por la ventana.
Los demás llegan.

-¿Tienes algún problema? -Dice Mery a Evelyn cuando la ve mirándonos.

Es raro verlas a la vez.

-Os dejo solos -dice simplemente Evelyn con una bonita sonrisa y se dirige a saludar a los recién llegados.

-Mejor -dice Mery con aire superior.

Le disparo una mirada irritada.

-No sé qué ves en ella -dice Mery-. Yo le doy mil vueltas, y lo sabes. Soy perfecta. Solo tienes que mirarme.

-Te lo tienes muy creído -le digo.

-¿Qué...? ¡Cielos! ¡Que alguien haga magia para cubrirla de... hojas o trozos de madera! -Dice Jennifer al entrar con una escoba en una mano y tapándose con la otra los ojos-. O con lo que sea, lo primero que pilléis en esta casa del árbol. Vanessa, tú sabes cómo hacer ese hechizo.

-No podemos usar magia. Nos arriesgaríamos a ser descubiertos por el Consejo -recuerda Vanessa acercándose y tendiéndole a Mery lo que parece ser un saco de patatas.

No puedo evitarlo: Sonrío

al ver que Evelyn suelta unas risas ante la cara roja de Mery.

-¡No pienso ponerme esa cosa, maldita bruja! -Grita Mery.

Vanessa se encoge de hombros en silencio y deja el saco en su sitio.
Antes Mery y yo éramos iguales, sin padres, enfadados con el mundo.
Ahora hemos cambiado los dos.

Sé que Evelyn y yo somos muy diferentes... Pero también sé que estoy loco por La chica del cabello de fuego, y pienso decirle lo mucho que significa para mí.

*Narra Evelyn*

Buena noticia: Mi abuela ha sacado una muda para Mery y ella se la ha puesto.

Los dos niños se encuentran aún en el sueño curativo.
El niño rubio y de piel pálida duerme tranquilo. El otro, el más pequeño y de pelo negro alborotado respira entrecortadamente, con la frente empapada de sudor, como si tuviera una pesadilla.

Estamos todos sentados, hablando de lo que haremos a continuación, del siguiente movimiento.

-¡No! -Grita el chico moreno en sueños al cabo de un rato.

Se despierta y abre los ojos de par en par, de un asombroso color azul eléctrico. Parece lanzar chispas al aire.

-Tranquilo -me acerco a él-. No te haremos daño.

-¿Cómo te llamas, amiguito? -Pregunta mi abuelo.

El chico le mira, temblando, pero no dice nada.

-¿Cuántos años tienes? -Le pregunta Jennifer.- ¿Hablas nuestro idioma?

-Deja al pobre chico en paz -dice Vanessa tirando de la manga de su hermana.

El niño señala a su amigo, que tiene los ojos entreabiertos y no respira. No tengo que acercarme más para saber

que le ha abandonado la vida.

-Está más que muerto -contesta Mery.

La miro con los ojos muy abiertos y luego al niño pequeño. ¿Cómo puede decírselo de esa manera?

-Es mi culpa -murmura él y se lleva las manos a los ojos.

-Cariño, no te sientas culpable. Fue una vampiresa... -le consuela mi abuela.

-Fui yo, le absorbí la energía -dice el niño llorando.

-¿Qué? -Exclama Jenni.

-Este muchacho ha usado magia -dice mi abuelo dirigiendo una breve mirada al chico de ojos azules-. Iba a consumir su propia carne, pero en vez de eso tomó energía de su amigo, acumulado en forma de... grasa. Por eso tiene tantas estrías, incluso en los brazos: Ha adelgazado vertigiosamente y ha muerto. Lo que no me explico es cómo un niño de siete años puede hacer magia.

-Tengo ocho años -corrige el niño llorando a moco tendido-. Y he hecho un truco para esconderme de la mirada de esa mujer... ¡Solo quería escapar!

-Hechizo de mimetización -sonríe el abuelo Alan, y Jenni pasa una mano frotando la pequeña espalda del niño para consolarle.

-Si no lo hubieras matado tú, habría sido la vampiresa -dice Jenni-. Así al menos tú has salido con vida.

-Nos tendremos que poner en marcha algo más tarde. Debemos dejar que el chico se recupere un poco antes de... Bueno, venir con nosotros a la aldea del Clan de la Luna -dice Vanessa-. Porque vendrás con nosotros, ¿no?

Asiente casi imperceptiblemente y nos dice que se llama Zed.

Cada uno se encarga de algo. Mi abuela y yo salimos para buscar algo de agua para el pequeño Ignis, el joven mago del fuego.


-Ya te he dicho que estoy bien, abuela -le digo por tercera vez.

Yo voy caminando y ella flota a medio metro del suelo sobre la escoba voladora.

-Las madres y abuelas tenemos un sexto sentido para estas cosas... -insiste ella-. Tú no puedes engañarme, cielo. A tí te gusta alguien. ¿Por quién suspiras tanto, Lyn?

-Es complicado...

-Déjame adivinar... Oh, ¿será Artu...?

-¡Abuela! Baja la voz... -agarro el palo de la escoba para guiarla más lejos de la casa del árbol-. Los oídos curiosos están por todas partes.

-Ya sabía yo que surgiría algún sentimiento desde la primera vez que te vi dejando a Arturo en la entrada de mi casa medio muerto -ríe ella-. ¿Por qué no le dices lo que sientes?

-No es tan fácil... Él es un hombre lobo, y yo una humana que le arde el pelo y se pone roja como un tomate maduro cada vez que... No voy a decirle nada. Además, ya has visto a Mery, no tengo comparación junto a ella.

-El aspecto es insignificante, Evelyn. Tu corazón es tan radiante y cálida como un sol. Ya quisiera Mery parecerse a tí -dice con orgullo-. Por cierto, en el amor no existen las fronteras.

-Abuela... ¿por qué me molesta tanto que Mery esté junto a él? ¿Está bien ponerme contenta cuando veo que la rechaza?

-¡Bienvenida al amor! -Bromea ella-. Déjame que te cuente una historia muy larga... ¿Recuerdas cuando te dije que tu madre fue asesinada por el Consejo por ser simplemente una Ignis?

Asiento

algo sorprendida. Es la primera vez que decide contarme algo sobre mi madre.

-Bien, pues te mentí. No la mató exactamente los Consejeros, y la razón no fue simplemente ser una Ignis. Tu madre se merecía realmente la muerte, más que nadie.

Un escalofrío hace que me encoja de hombros.

-¿Se supone que la historia va a hacerme sentir mejor? -Pregunto.

-He dicho que te iba a contar una historia, no que te iba a consolar -dice La Sanadora y consigue arrancarme una sonrisa.

-Tienes razón, abuela -admito.

Se aclara la garganta.

-Todo comenzó cuando tu abuelo desapareció. Tu madre pensó que lo mataron los magos no Ígneos, debido a la estela de magia que encontró como pista. Ella investigaba mucho. Ahora sabemos que Alan está vivo y que fue una vampiresa maga, Elisabeth, la que lo mantuvo bajo sus garras hasta ahora.

Asiento para que siga contando.

-Scarlett, como se llamaba tu madre, quería vengar la muerte de su padre, pero no tenía manera de viajar al mundo de los magos, ni de averiguar el culpable, por lo que se dedicó a buscar y a matar magos que venían de visita a este mundo.

Contengo el aliento sin darme cuenta. Seguimos caminando hacia el riachuelo más cercano.

-Yo la ayudaba, siempre oculta -cuenta mirando a un punto perdido entre los árboles-. Tu madre se encargaba de quitar las vidas, y yo a saquear los cadáveres que ella dejaba tras sus pasos. Yo guardaba los instrumentos valiosos y ayudaba a la joven Scarlett cuando se encontraba en apuros. No tardé mucho en

coleccionar una pila de valiosos cachivaches y de recuerdos de muertes en mi memoria.

-De allí la Caja Mística -deduzco.

-Sí. A Scarlett, tu madre, la conocían como La Asesina Escarlata. Este nombre llegó a los oídos de los Consejeros y al del resto de los magos, aterrorizándolos todos hasta la médula. Pronto dejó de haber visitas de los magos a este mundo, por lo que tu madre no tenía a quienes asesinar. En parte me alegraba, porque no había quien la parase.

-Mi madre era una máquina asesina, una hechicera entrenada para matar... Genial -bromeo para no dejarme llevar por el pánico. 

Seguimos pasando junto a los altos árboles. Todo parece muy tranquilo.
Los cálidos rayos del sol iluminan el bosque y el viento mece las hojas de los árboles. Incluso puedo escuchar el revoloteo de unos pájaros y el cantar de otros.

-Veo que lo vas pillando. Scarlett sentía un odio terrible hacia los magos no Ígneos por el asunto de Alan, y por habernos desterrado a los Ignis del mundo de los magos. No llegamos a vivir en ese mundo mágico: todos nacimos ya en la Tierra. Ni siquiera conocemos el nombre del mundo de los magos. Solo sabemos lo que nuestros antepasados dejaron escritos en unos pocos libros. Tu madre también mataba porque... estaba como una cabra.

-¿Cabra? -Pregunto extrañada. Es la primera vez que escucho eso.

-Quiero decir, que estaba un poco loca.

-Y antes de mi madre, ¿a los magos no les importaban que los Ignis existieran

en la Tierra? -Pregunto.

-¡Claro que no les importaba! Siempre que nos mantuviéramos alejados de ellos y de su mundo, les importaba un rábano lo que hiciésemos. Scarlett reavivó la llamarada del odio y miedo en los demás magos hacia los Ignis. Yo en gran parte había colaborado...

-Si La Asesina Escarlata está ya... muerta, ¿por qué siguen matando a los Ignis en la actualidad? ¿Tan rencorosos son los demás magos?

-Lo entenderás cuando termine la historia -dice mi abuela. Asiento y dejo que siga-: No había apenas visitantes magos a este mundo... Sin embargo, luego llegaron magos con la intención de acabar con tu madre. Aquellos valientes venían de uno en uno, pero ninguno de ellos podía con La Asesina Escarlata. Era una excelente asesina, por no decir la mejor.

-¿Por qué la ayudabas?

-Me dejé llevar por Scarlett -clava en mí sus ojos azules-. Tu madre tenía una habilidad especial para contagiar sus intereses. La gente cambia, Lyn, pero nadie ni nada puede cambiar el pasado, ni siquiera la magia. Ahora puedes ver que ya no soy la misma, me dedico a curar heridos... De ahí el nombre de La Sanadora.

Asiento.

-Te preguntarás por cómo acabó todo esto... En fin, un día vino uno de los Consejeros en persona, decidido a matar a tu madre. Aquel mago del agua... se enamoró perdidamente de La Asesina Escarlata. Y tu madre, como polo opuesto que era, también se enamoró de tu padre. Eran muy diferentes, pero felices juntos.

-¡Mi padre era un Consejero! -Exclamo, y bajo el tono al

ver que Catalina se pone un dedo sobre sus labios-. ¿Por qué nunca antes me lo habías dicho, abuela? Mejor dicho, ¿por qué no me has contado nada sobre mi madre hasta ahora? Tantos secretos desvelados... ¿Ahora resulta que soy una especie de maga del fuego y del agua?

-No, no. Tú eres una Ignis, como tu madre. Y perdóname por no habértelo contado antes, Lyn... Voy a acabar la historia antes de que se me olvide, que tengo planeado en mi cabeza todo lo que tengo que decirte.

Asiento con el ceño fruncido, pensando intensamente. Mi abuela sigue contando:

-Scarlett dejó de aniquilar magos porque el Consejero del agua la había hecho entrar en razón. Tu padre mintió al resto de los Consejeros diciendo que él mismo se encargaría de Scarlett y de que se quedaría en la Tierra para vigilar a los demás Ignis. Nadie sospechó lo más mínimo de las palabras del Consejero. Y así pasaron unos años. Más tarde nació una niña que heredó el cabello pelirrojo de su madre. La llamaron Evelyn... ¡No pongas esa cara! Vivieron muy felices.

-Pero ese no es el final. Esto no acaba bien.

-La Asesina Escarlata había matado a incontables personas inocentes como para dejarla en manos de un Consejero que no volvía con pruebas de ella muerta, y algunos magos corrientes empezaron a querer tomar la venganza con sus propias manos.

-Comprensible, creo.

-Las personas que le quitaron la vida a tu madre pensaban que devolvían la justicia al mundo acabando con el monstruo... pero, ¿cómo se puede matar a un monstruo sin convertirse

en uno de ellos?

-Cierto...

-Alguien atacó a Scarlett cuando menos se lo esperaba -sigue contando-. Tu madre perdió la pelea, eran demasiados contrincantes incluso para ella. Ni tu padre ni yo pudimos salvarla. A tu padre le dejaron con vida... Pensaban que estaba bajo un hechizo de amor de Scarlett.

-Y te escapaste, llevándome contigo a un lugar seguro -digo y mi abuela asiente.

-Cuando el resto del Consejo supo que tu madre había tenido un hijo, se puso en marcha una operación para extinguir a todos los magos Ignis que quedaban en este mundo, porque no tenían manera de saber quién era su hijo o hija. Tienen miedo de tí, Evelyn.

La cabeza me da vueltas.
Demasiada información.
Mi madre era una sanguinaria asesina que ha desencadenado la extinción de los Ignis, alimentada por la fuerza de la venganza y del odio; mi abuela era una ladrona que la ayudaba; mi padre formaba parte del Consejo de Magos, y a saber si sigue vivo ahora.
Y todo esto por un malentendido causado por Elisabeth, la que seguramente se llevó a mi abuelo como otro esclavo más.

Los magos deben de estar deseando mi muerte, tantos los magos no-Ígneos como los magos Ígneos, a quienes les he puesto en peligro.
Todos me buscan a mí.
Mi existencia ha condenado a todos los Ignis a la muerte.
Si algún mago supiera que soy la hija de La Asesina Escarlata... Si supieran...

-No me atrevía a decírtelo, Evelyn, pero has reaccionado mejor de lo que esperaba. Ahora sabrás por qué tienes que ocultar tu identidad mejor que nunca, mejor que nadie.

No.
Se supone que el objetivo es acabar con mi existencia eliminando a todos los Ignis. Si me entrego, dejarán a los demás Ignis vivir en paz, ¿verdad?

Suspiro y cierro un rato los ojos. Hemos llegado al riachuelo.

-¿Sabes de algún mago no Ígneo en la Tierra, abuela?

-Hay unos pocos, pero no atacan. Son los encargados de abrir las puertas al mundo de los magos. Se les llama guardianes.

-¿Guardianes aquí? ¿Por qué?

-Por si a alguna criatura se le presentan los poderes. Antes pensaba franquear la entrada al mundo de los magos con un conjuro prohibido, pero supongo que ya no podemos hacer nada. Somos muy pocos para enfrentarnos al Consejo.



28- El Clan de la Luna

*Narra Mery*

No puedo creerlo. La pelirroja sigue viva.

Camino entre los árboles en busca de algo que me habían encargado y que ya no recuerdo.

-¡Dejadme en paz! -Me llevo las manos a los oídos sin poder silenciar los murmullos en mi cabeza.

Decido volver a la casa del árbol con las manos vacías.

Tengo que volver junto a Arturo. Solo con él me siento a salvo.

-Es mi imaginación, es mi imaginación, es mi imaginación -digo en voz alta y corro de vuelta a la casa del árbol.

Freno cuando veo a un hombre vestido de negro, junto a un árbol. Tiene dos espantosos huecos vacíos en donde deberían estar sus ojos.

-No está bien corretear por este bosque descalza -dice él con voz ronca.

-¿Qué quieres? -Pregunto extrañada, no todos los días se puede encontrar a alguien tan raro.

-Necesito ayuda -curva sus agrietados labios hacia arriba de una forma terrorífica.

-Yo no ayudo -digo y sigo andando.

-Creo pócimas, brebajes mágicos, que podrían acabar tanto con vidas como de engendrar amor...

Me detengo en seco.
¿Brebajes letales? ¿Pócimas de amor?

-¿Cómo sabes lo que quiero? -Pregunto.

-Puedo ver más allá que cualquiera con vista -dice triunfador. -Supongo que podemos hacer un pacto... Yo te daré lo que quieres...

-Dime primero qué quieres tú.

-Nada importante. Nuestros deseos se complementan. Te daré una pócima para el amor. Sé que es lo que más deseas -dice él y se me erizan los vellos de la nuca. Es como si me hubiera estado espiando.

/>Pero eso es imposible... no tiene ojos.

-Aún no me has dicho qué pretendes llegar con esto.

Contengo el aliento. Para algo tan valioso siempre piden mucho a cambio.

-Lo que quiero a cambio es, que mañana, con la luna en lo alto y las estrellas como únicos testigos, envenenes a los dos viejos magos, las tres jóvenes hechiceras y al chico prodigio.

Dejo escapar un suspiro de alivio. Son solamente unos sacrificios humanos.

-Acepto. Dalo por hecho -sonrío.

Sigue hablando, pero dejo de escucharle por un momento, perdida en mi imaginación.

-...Y no huelas por nada del mundo el líquido de la muerte -me avisa el hombre sin vista-. No morirás, pero te quedarás unas semanas en coma, y no tengo tanto tiempo. Además, cuando despiertes, tendrás dolores de cabeza, problemas de audición, visión borrosa... alucinaciones, cojera, tics en la cara, espasmos, flatulencia...

-¡Vale, vale! -Le interrumpo-. Dame el frasco. Tendré cuidado, lo he entendido.

Me entrega un frasco morado.

-Si cumplo mi parte, me darás la pócima del amor eterno -digo sonriente.

-Y si no cumples, me llevaré tu piel lobuna como alfombra -sonríe de nuevo de esa manera tan escalofriante-. Me encantan los pactos, es como tener una daga en el cuello del otro, así me aseguro de que no me traicionas...

-¿Mi piel? ¡Qué dices! -Exclamo.

-El pacto está hecho -dice enseñándome un frasco rojo, y se esfuma con él.

Bueno, da igual. De todas formas, no tendré problemas en cumplir

mi parte.

Ha hecho bien en irse tan rápido. Si no, le habría matado con el líquido morado para luego robarle la pócima del amor.

*Narra Elisabeth*

Esto no es más que una pequeña grieta en mi plan. Nada que no se pueda arreglar con un poco de magia.

Notaba la presencia de esas dos magas montadas sobre escobas desde que sobrevolaban el barco. Incluso oía lo que decían.

Siempre olvidan que los vampiros tenemos unos sentidos hiperdesarrollados. Y que yo siempre los tengo alerta.

He dejado atrás la capa, en el barco, pero no es nada que yo misma no pueda construir: ¡Soy una maga!

Sonrío y camino bajo las sombras de los árboles.

Van a demostrarme dónde se encuentra la aldea de los lobos... ese sitio repleto de ellos. ¡De mis futuros esclavos!

Suelto una risita nerviosa.
Después de observar a los de la casa del árbol, tengo un plan que ya se ha puesto en marcha.

Me he convertido en una experta en el arte de la ilusión tras dos intensos años estudiándolo, y he podido ponerlo en práctica.
Gracias a ello pude engañar a la maga pelirroja y a su abuela convertida en Darleen... como acabo de engañar a esa chica loba, convertida en un hombre sin vista.

*Narra Arturo*

No se me da bien cuidar de los niños. Y me han dejado a cargo del pequeño. 

Esto me pasa por dejar que elijan primero las tareas.

Camino por la casa del árbol y escucho el sonido de unas pequeñas pisadas detrás de mí.

Me doy la vuelta y casi tropiezo con Zed.

-Debes de estar cansado, ¿no quieres dormir? -Pregunto esperando librarme

de él.

El chico niega la cabeza.

-¿Y qué es lo que quieres?

Se encoge de hombros.

No es como los niños que conozco. No grita ni quiere jugar todo el día, ni tampoco salta ni trepa por las paredes.

Tal vez haya tenido que madurar muy rápido, como la mayoría de los niños que pierden a un padre, una madre, o los dos, a una edad temprana.
Pero no por eso es especial, muchos pasan por lo mismo. Yo mismo he pasado por ello.
Me agacho para estar a su altura.

-¿Quieres hablar? -Pregunto.

Se queda mirándome, con esos ojos de color azul oscuro. Se empiezan a llenar de lágrimas.

Maldición. ¿Qué hago ahora?
Ya le avisé a Evelyn que hago llorar a los niños.

Suspiro y me obligo a mí mismo a decir algo agradable.

¿No llores?
¿Llora todo lo que puedas y desahógate?

Pienso un momento en cuando perdí a mis padres, y lo que me habría gustado que me dijeran...

-¿Necesitas un abrazo, pequeño? -Pregunto y le medio sonrío.

Abro los brazos y él me rodea con sus pequeños brazos. Le froto un poco la espalda y dejo que llore lo que quiera a moco tendido sobre mi hombro.

Casi puedo escuchar la voz de Evelyn diciéndome:

¿Ves? Te lo dije. No es tan difícil estar con un niño pequeño...

Esto de ser simpático no está mal. Mis amigos deben de haber notado mi cambio... Evelyn debe de pensar que siempre he sido así, porque no sabe cómo soy en realidad con las demás personas, ya que cuando estoy junto a ella saca lo mejor de mí.

Miro al chico

rubio, que descansa en paz.

-Eh, Zed, ¿qué te parece si devolvemos a tu amigo a la tierra?

*Narra Evelyn*

Mi abuela y yo llegamos cerca de la casa del árbol, y veo a Zed junto a Arturo, que tiene las manos manchadas de tierra. Frente a ellos, el suelo parece haber sido revuelto.
Tienen expresiones tristes.
Deduzco que acaban de enterrar al chico rubio.

Cuando los demás llegan, comemos algo y nos ponemos en marcha.
Será mejor que lleguemos a la aldea del Clan de la Luna antes del anochecer.

Mis abuelos van sobre las escobas, y los demás a pie, menos Zed, que está sentado sobre los hombros de Arturo y mira maravillado el paisaje desde las alturas.

-¿Sabes? Me gustaría conocer a tu tío y darle las gracias. Sin él no habría encontrado a mi abuelo -le digo a Arturo-. Ya sabes, por la señal mágica o como se llame que encontró tu tío sobre el paradero de tus padres.

-En realidad es más bien un buen amigo de mis padres... se llevan tan bien que son como hermanos, por eso digo que es mi tío -explica Arturo-. Supongo que vendrá en alguno de estos días a la aldea de visita.

-¿De qué hablas, Arturo? -Interviene Mery.

Ya me empezaba a extrañar que no abriese la boca durante tanto tiempo.

-Nada, nada -dice él.

Mery le sonríe y le agarra de un brazo.

Emito una especie de gruñido mental y me acerco a las gemelas.
A medida que nos adentramos al bosque, el camino se hace más despejado, cuando debería ser todo lo contrario. Tengo la sensación

de que las raíces y ramas se retiran un poco para facilitarnos el paso.

Levanto la vista del suelo.
Los árboles son más altos, de un verde intenso y la más pequeña de las hojas es del tamaño de Zed.

Un par de monstruosas y hermosas plantas enredadas se abren mostrándonos un camino, conduciéndonos fuera del caos vegetal, que compiten entre ellos por mostrarnos la belleza de su mundo.

Es una especie de túnel, cubierto de vegetación. 
No tardamos mucho en llegar al final.
Aparto unas cortinas de plantas para salir del túnel, y me quedo sin respiración al ver el espectacular claro.

Al fondo, puedo ver varias casas de madera distribuidas sin orden, bajo el pie de unas altas montañas de color verde oscuro que llegan a rasgar el cielo. Todo bañado por el cálido color naranja del atardecer.

Debemos de haber estado caminando toda una tarde.

-Bienvenidos a la aldea del Clan de la Luna -dice Arturo y miro a mi alrededor, sobrecogida.

-¡Por el amor a la magia! -Exclama Jenni.

-Es precioso -completa Vanessa.

-No sabía que existía todo esto. Pensaba que conocía al bosque -digo.

-Hemos atravesado una entrada oculta -dice Mery-, protegido por las plantas. No podrías encontrarla a menos que nos sigas, o que las plantas mismas te muestren el camino.

El terreno del claro no es del todo llano, tiene unas graciosas curvas en el que crecen hierbas del verde más alegre.
El amplio y despejado claro está rodeada por árboles, que recortan el claro

en un círculo perfecto de un tamaño descomunal.

*Narra Lizz*

Me siento entre unos licántropos, junto a una de las hogueras.

Una niña pequeña de mi lado derecho me mira con desconfianza. Le enseño los colmillos y arrugo la nariz. Se asusta y río.

-Mocosa... -digo.

Me doy cuenta de que su padre me mira con asco y con un brillo de advertencia en la mirada.
Paso de largo de ellos y me concentro en el crepitar de las llamas, esperando a que Connor aparezca... Me levanto impaciente. No estoy hecha para esperar.

Atravieso el iluminado claro como una ráfaga de viento.
De camino me encuentro con Kaiser, que va junto a un niño pequeño, dos gemelas de pelo blanco y los abuelos de Evelyn.

Así que ya han llegado.

No me detengo a saludarles. Me habrán confundido con el viento, salvo Kaiser, que seguramente me ha detectado.

Más allá, veo a Connor.
Está cerca de la entrada de la aldea, junto a Arturo, Mery, y una pelirroja. ¿Pelirroja?
Pegando un chillido de alegría, llego junto a ellos.

-¡Estás viva, Evel...! -No termino la frase.

Me encuentro con una mirada metálica.
Mery, la del culo al aire (solo que ahora está vestida), se ha acercado a mí, rápida como el pensamiento.

-¡Ya sabía yo que olía a vampiro! ¡¿Quién...?! -Dice la voz chillona de Mery. Noto un dolor atroz-. Oh, vaya... si eres tú...

Retira el brazo.
No sabía ni que había estirado el brazo. Esta maldita tiene unos reflejos envidiables.
Miro de dónde proviene el dolor y ahogo un grito:
El mango de un cuchillo sobresale de mi estómago.

*Narra Evelyn*

Connor parece que tiene los ojos fuera de las órbitas.

La vampiresa hace una mueca de dolor. Tiene la piel y ojos rojos. Pasa sus dedos sobre el cuchillo que sobresale de su estómago.

La reconozco enseguida, aunque la última vez que la haya visto tuviera el aspecto de una niña de nueve años. ¡Es Lizz! Su maldición ha desaparecido y la acaban de apuñalar.

-¡Te voy a matar! -Estalla Connor repleto de furia asesina.


29- Pistas

*Narra Evelyn*

-¡Lizz! -Corro hacia ella.

Estoy a punto de prenderle fuego a Mery, pero me contengo fantaseando en arrancarle esa cabellera dorada.

No vale la pena usar la magia arriesgándome a ser descubierta por el Consejo y poniendo en peligro a mis abuelos, a las gemelas y al pequeño Zed... ni siquiera por mí misma les pondría en peligro usando mis poderes.

Connor descarga la fuerza de sus puños sobre la cara de Mery.
Ella las detiene a tiempo e inmoviliza las muñecas de Connor, pero este no duda en propiciarle un cabezazo.

-¡Mi nariz! ¡Casi me partes la nariz! -Chilla Mery llevándose las manos a su nariz.

La chica loba entierra un pie en la tierra, levanta de un golpe una piedra y la agarra al vuelo para romperlo sobre la cabeza de Connor, pero Arturo interviene en la pelea y separa a Connor a tiempo.

Los ojos de Mery, grises como el metal, se cruzan con los míos, del más oscuro de los colores.
De una expresión furiosa, se torna a una sonriente. Con la nariz sangrante, esa sonrisa y los ojos tan abiertos, tiene cara de loca y produce un miedo instintivo.

-Te voy a matar... -articula Mery sin producir sonido y estalla a carcajadas.

No sé cómo reaccionar. Nunca he conocido a alguien que me odie tanto.

Seguramente los magos me odiarán más aún si supieran que soy hija de la Asesina Escarlata.

-Como vuelvas a poner una mano sobre alguien, te la partiré -amenaza Arturo.

Su palabras son tan gélidas que parecen poder helar el propio infierno.
Y provocan un siniestro placer en mí.


-¡Pero si no he hecho nada malo! ¡La vampiresa está bien! -Dice Mery levantando las manos. -¡Soy yo la que sangra!

Lizz la maldice sacándose el cuchillo poco a poco.

-Lizz... -dice Connor impotente.

-Estoy bien -asegura ella. -Solamente duele horrores.

Como no tiene ni una gota de sangre propia en su cuerpo, no sangra.

-Estará más o menos curado para cuando sea de noche -dice Lizz haciendo girar el cuchillo entre sus dedos-. Tranquilo, no se puede acabar con un vampiro tan fácilmente.

Cierro los ojos un momento y me llevo la mano al corazón.

-Qué susto... Es verdad que os regeneráis rápido. -Suspiro.

-¿Veis? Está bien, no necesita ayuda -sonríe triunfante Mery-. ¡Yo soy la que necesita ayuda!

Connor le dedica una mirada fulminante, capaz de marchitar la hierba, y la hace callar.

-Evelyn, no sé cómo has salido de aquel lío de una pieza y completamente viva, pero me alegro de que estés bien -me dice Lizz cuando nos dirigimos a las hogueras.

-Casi muero ahogada en el mar, si no hubiera sido por Jennifer y Vanessa -le digo-. ¿Qué te ha pasado a tí? ¡Estás roja como un tomate maduro!

-He crecido unos cincuenta años desde el barco -dice ella encogiéndose de hombros-. Y han estado a punto de desintegrarme con piedras solares por equivocación... por eso estoy tan roja, me he quemado por el sol.

-Eso tiene que doler -digo arrugando la nariz.

~Más tarde~

La gente de la aldea celebra la llegada de los nuevos junto a las hogueras, en medio del claro.

Están

comiendo unos extraños frutos que no he visto en mi vida.

Aquí la noche vuelve las cosas diferente. Hace más frío, y si no fuera por las hogueras y por el alegre ambiente, a cualquiera se le pondría la piel de gallina. Solo hay que mirar el oscuro bosque que rodea el claro para que se te ericen los vellos de la nuca.

Quiero explorarlo todo desde las alturas.

Como sé que mi abuela pondrá muchas pegas, no le diré nada.
Necesito la escoba voladora.

Pero está en la Caja Mística. Y no soy yo la que lo lleva encima.

Voy hacia una de las cinco hogueras que hay, en el que se encuentran mis abuelos junto a demás personas. 

Saludo a mis abuelos y le doy un abrazo a mi abuela.
Les pregunto si han visto a Jenni o Vane, pero dicen que no, como ya suponía, así que les doy las gracias y me despido.

Cuando estoy lo suficientemente lejos, medio oculta entre cuerpos y en la siguiente hoguera, levanto la Caja Mística hasta la altura de mis ojos que acabo de cogerle a mi abuela.

Saco una de las escobas voladoras de la Caja y voy andando hacia donde sé de sobra que se encuentra Vanessa.
Está escuchando una historia que está contando alguien en la cuarta hoguera.
Me acerco a ella.

-Vane, necesito que devuelvas esto a mi abuela sin que se dé cuenta -le digo-. Voy a echar un vistazo a la montaña sobre la escoba.

Vanessa asiente, me tiende una mano y yo le entrego la Caja.


-No tengo ni idea de cómo has podido quitárselo, Lyn -comenta, y me encojo de hombros.

Algo nerviosa y alerta, paso a propósito entre un grupo de personas que danzan para que no se me vea.

No me molesto en pasar desapercibida. Camino rápidamente entre ellos sin mover un dedo al son de la música.

Una vez alejada de las hogueras y de las personas, una curva en el terreno verde me tapa las espaldas de las posibles miradas indeseadas.

Llego a la base del oscuro monte (donde se encuentran las casas), y me detengo.

Nunca he montado sobre nada que vuele, pero antes, cuando entré en contacto con la escoba, sentí una conexión con ella y no dudé en que podría manejarla como si de una pierna mía se tratase.

Me siento sobre la escoba y, para mi sorpresa, se vuelve realmente cómoda. Es como si estuviera sentada sobre una nube de algodón.

La escoba se eleva poco a poco y lo guío hacia delante. En poco tiempo, estoy sobrevolando tranquilamente la montaña.

Contemplo los árboles, algunos conocidos y otros desconocidos.
La Luna ya se alza totalmente, así que lo único que me permite distinguir las cosas es su resplandor...

...hasta que veo otra luz. Esta es anaranjada y destaca entre unos árboles. Me concentro en ese punto para ir hacia él. Debe de ser una hoguera.

¿Qué hará aquí, tan apartada de las demás hogueras?

Me precipito hacia ella bruscamente.
Pierdo totalmente el control de la escoba cuando me alcanza la primera rama.

La

escoba voladora cae metros más allá, y yo me estrello contra la hoguera, sobre el fuego.

Oigo exclamaciones de unas personas.

Mis manos y brazos están heridos por el aterrizaje, pero el fuego los cura.
Observo maravillada cómo las llamas lamen mis heridas y las deja como nuevas.
El fuego desaparece y nos quedamos a oscuras.

Me levanto del suelo y aliso mi ropa mágica, que se encuentra intacta.

Miro a mi alrededor y veo algunas siluetas por la luz de la luna que se filtra por los árboles, pero no llego a distinguir nada más.

-...Garrix -oigo decir a alguien-. ¡Es ella!

-¡Tú! -Me llaman-. ¿Eres amiga de Arturo?

No veo casi nada.
Simplemente asiento.

-He tenido un... accidente -digo-. ¿Veis una escoba por alguna parte?

-¡Oh! ¿Esto? -Dice la misma voz de antes, el llamado Garrix y oigo un crujido-. Cuándo lo siento. Ya no funciona.

Risas.

-¿Acabas de partir la escoba?

-Sí, preciosa.

Doy un paso atrás, indecisa, pero termino girando completamente y echando a correr montaña abajo, guiándome por la escasa luz.

No estoy muy convencida de que me persigan o que realmente sean personas malas, pero no pienso quedarme a descubrirlo.

Sin embargo, si quieren alcanzarme, lo lograrán, porque la velocidad de un hombre lobo es inmensa... y más si van cuesta abajo.

Noto algo pesado impactando sobre una de mis piernas y caigo, raspando gravemente mis rodillas y antebrazos al deslizarme sobre el irregular suelo.

Me ha alcanzado una enorme piedra.
Oigo sus pisadas acercarse.
Alguien me agarra de la muñeca con

una fuerza bestial, y tira de mí para ponerme en pie.

-¡Eh! -Me quejo.

Intento apartar sus brutas manos con mi mano libre, y siento que le falta algunos dedos.

Doy un codazo a ciegas donde creo que puede estar su cara, porque no estoy tan fuerte como ellos, y el codo es lo mejor que podría usar, aparte de las rodillas.
Le causa risa.

-¡La tienes Garrix! -dice la voz número tres. -Por fin conoceremos a la famosa chica.

-Arturo se llevará una sorpresa -ríe la voz número cuatro.

-¿Quiénes sois? -Pregunto.

-Muy amigos de Arturo -contesta Garrix, el que me ha roto la escoba, y todos echan a reír.
Noto la ironía en su tono de voz al decir buen amigo.
Debe de haber cuatro chicos nada amigos de Arturo.

-¿Qué os ha hecho Arturo? -Pregunto por curiosidad.

-A callar -me manda el tercero.

-¿Qué queréis de mí? ¿Quiénes sois? -Sigo hablando. -¿Por qué no estáis con los demás?

-Estábamos planeando en cómo traerte hasta aquí. ¡Pero nos has ahorrado el trabajo! -Se parte de risa el cuarto. -¡Garrix, cuéntale lo de Arturo!

-¡Eso! ¡Cuéntaselo! Quiero verle la cara cuando lo oiga -dice otro.

¿Por qué tengo el don de meterme en tantos líos?

-Buena idea -dice Garrix y se aclara la garganta. -Arturo se estaqueaba de las tareas escondiéndose en el bosque, ¿sabes? El muy capullo sabía que nadie podría encontrarle allí si él no quería mostrarse. El clan es pequeño, y aquí las noticias vuelan... Más aún si la noticia es que Arturo se va por ahí a ver a una chica. A una

chica humana.

-Os habéis equivocado de persona -miento.

-...Él sabe muy bien que no debe acercarse a humanos, y mucho menos mostrarle lo que somos. Son las normas, y quien las incumpla... será duramente castigado -sigue contanto sin hacerme el menor caso-. Pero claro, nadie le ha podido hacer nada...

-¡...Porque no tiene puntos débiles! -Completa la frase otro de los chicos.

-Cierra la boca -le dice Garrix-. Sí que tiene.

¿Castigo?

-Sigo sin entender qué queréis de mí -digo.

Me doy cuenta de que durante la charla su mano ha aflojado un poco el agarre de mi muñeca.

Pueden verme perfectamente por su avanzada visión en la oscuridad, así que pienso en cómo poner su ventaja de mi parte.

Abro los ojos como platos.

-¡Sabía que vendrías, Arturo! -Exclamo mirando a un punto lejano.

Escucho murmullos vacilantes y el sonido de ellos girándose, y reprimo una sonrisa: Se lo han creído.

Pensaba en salir corriendo en cuando Garrix se despistase un poco más, pero me aprieta más la muñeca, me agarra la otra también y tengo muchas menos posibilidades de liberarme que antes.

Para tener solo tres dedos, se las arregla bastante bien para sujetar mis dos muñecas con una sola mano.

-¿Por dónde iba? -Piensa en voz alta Garrix-. Ah, sí: Arturo sí tiene un punto débil. Estamos seguros de que ese punto eres tú.

¿Qué quiere decir exactamente eso?

Le regalo

un buen puntapié en la entrepierna, pero desvía la trayectoria de mi patada con otra patada que casi me hace perder el equilibrio.

-Entérate de una vez: no puedes hacerme ni un rasguño -me dice Garrix.

-¿Qué piensas hacer, Garrix? -pregunta el tercero.

-Atacar al punto débil de Arturo... es decir, tú -me dice, y luego habla hacia los demás alzando la voz-: ¿Alguna idea?

Me pregunto qué es lo que habrá hecho Arturo para ser tan odiado por estos chicos.

-¡La invalidación de todos sus sentidos! -dicen algunos, y se me cae el alma a los pies.

*Narra Arturo*

¿Cómo he llegado hasta la montaña?

Veo a Evelyn rodeada de la pandilla de Garrix y me pongo nervioso.

¿¡Qué hace Evelyn con ellos!?

Garrix agarra a Evelyn de la muñeca con violencia y siento deseos de arrancarle los tres dedos restantes que le dejé en su sitio. Ese imbécil no puede tocarla.

-¿Por dónde podemos empezar? ¿Cortándole la lengua? -Pegunta uno.

Intento ir hacia ellos y poner fin a esto, pero me doy cuenta de que no puedo moverme de mi sitio.

¿Qué ocurre?

-¡Garrix! -Le llamo.

Sé lo crueles que podemos ser los hombres lobo, y no soportaría que le ocurriese algo malo a Evelyn.

No estoy lejos de ellos. Deberían haberme oído perfectamente.

-¡Soy una maga! ¡Os haré reventar... y lloverá pedazos vuestros como no me dejéis! -Amenaza ella.

-¿Y por qué no lo has hecho antes? Se nota que eres principiante, usas una escoba para

volar -ríe Garrix-. ¿Sabes? Me caes bien. Qué pena que tenga que destrozarte.

-Volar con escoba es solo un ahorro de energía. Además, a un mago no se le mide por su capacidad de volar... Eh, ¿qué haces...?

Garrix se acerca a Evelyn y la mira de cerca, comiéndose a Evelyn con los ojos.
Sus caras están tan cercas que... que como se acerque un poco más, le sacaré los ojos de las órbitas. Y después le mataré.

Sin esperárselo nadie, Evelyn escupe en el ojo de Garrix, y yo le aplaudo mentalmente.

-¡Qué asco, maldita sea! -dice él llevándose las manos a los ojos.

Evelyn, sin nada que la detenga, echa a correr como si le fuera la vida en ello.

Pero no tiene tanta suerte: los tres chicos le bloquea la salida a la velocidad del relámpago.

Uso mucha fuerza, pero sigo sin poder moverme de mi sitio.

-¡Nadie me deja en ridículo! ¡Nadie! Ahora sí puedes tomártelo como algo personal -grita Garrix-. ¡Cogedla! Y tú, pásame el puñal, que ya va siendo hora de que Arturo tenga su lección, y que esta humana aprenda a temerme.

Evelyn forcejea y patalea, pero no consigue nada.

-Vamos, Evelyn... concéntrate y usa tus poderes... -le digo, aun sabiendo que no me puede escuchar.

-¡Más vale que me soltéis o...! -Exclama Evelyn.

-¡Inútiles, nos van a descubrir! ¡Tapadle la maldita boca! -Ordena Garrix.

-¡Estáis locos...! -Dice antes de que sus gritos sean ahogados por una mano, y sufro.

Garrix se acerca con el puñal y lo pone sobre la piel de Evelyn.

-¡Evelyn! -Grito desesperado.

¿¡Por qué no puedo ir hacia ellos!?

-Voy a rajarte un poquito la boca para después poder cortarte bien la lengua, ¿vale? -dice Garrix mientras traza una línea con su asqueroso dedo sobre la mejilla de Evelyn.

Repite el mismo movimiento, pero con el cuchillo. Una línea de líquido rojo empieza a brotar de la mejilla de Evelyn, y mi corazón sangra, con ella... por ella.

Siento a una bestia despertarse en mi interior y noto su poder destructivo viajando por mis venas, impulsado por los bombardeos de mi corazón.
Nunca había sentido nada así, ni siquiera cuando la luna llena brillaba sobre mí.

Logro romper aquello sobrenatural que me detiene, y atravieso el espacio que me separa de Garrix como una bala.

Le agarro del cuello con intención de estrangularlo hasta su muerte.
Pero traspaso su cuerpo como si fuera niebla.

-¡NO!

Me despierto en mi habitación con el pecho subiendo y bajando con violencia debido a la respiración.
Me encuentro en mi casa.

Bajo de mi cama descalzo y asomo la cara por la ventana. Aún es de noche.

No he dormido mucho, pero al menos ya no me siento mareado como antes.

Me paso una mano por el pelo y bostezo.

Acabo de soñar algo importante, pero... ¿qué era? No lo recuerdo.


30- Se ha despertado

*Narra Diego*

-¡Die-go, Die-go, Die-go! -me animan varias personas.

Dejo que mi contrincante se rinda antes de romperle el brazo, y todos vitorean.

-Bien hecho, como siempre -me dice el chico al que le acabo de meter una paliza. -La próxima vez no dudaré en arrancarte la oreja de un mordisco.

Le doy la mano y le ayudo a levantarse.

-Eso está por ver -río y le doy una palmada amistosa en la espalda. -Vas mejorando por momentos, Connor.

Me alejo victorioso del grupo de la lucha y busco a Arturo para retarle.

Para ser un un licántropo, Arturo no es muy fuerte. Su musculatura es diferente al de los hombres lobo normales, es algo... menor. Pero su velocidad y reflejos son impresionantes, y contrarresta todos sus puntos bajos, hasta tal punto que destaca por su agilidad.
Sería imposible darle caza, ni siquiera podría ser alcanzado por una flecha, a menos que esté muy distraído.

Paso la mirada por encima de la gente. No le veo cerca de ninguna hoguera.

Espero que no se haya ido de nuevo al bosque, porque entonces no hay lobo que lo encuentre.

Este maldito genio conoce el bosque entero tan bien como yo conozco mi casa.

La naturaleza es su territorio. Si está allí dentro nadie puede encontrarle si él no quiere dejarse ver.

Salgo disparado hacia donde se encuentran las casas, es decir, al pie de la montaña. Corriendo a una velocidad de hombre lobo se tarda muy poco.

-¡Arturo! ¡Deja de esconderte de mí! -Bromeo a gritos bajo su casa.

Caigo de pronto en la cuenta de que sus padres han vuelto,

y que a estas alturas de la noche deben de estar durmiendo.

-¡Eh, Diego! -Me llama Connor, al parecer me ha seguido -¡Te reto! Así que prepárate. Mañana seré el primero en luchar, y el último en mantenerme en pie.

¿Otra vez? Este chico no se rinde... No teme a la derrota.

Asiento y le aplaudo en mi interior.

La puerta de la casa de Arturo se abre bruscamente por el lado equivocado, arrancándose de su sitio.
Aparece Arturo corriendo hacia nosotros, y pasa como una flecha.

-¿Qué ocurre, Arturo...? 

-¡Creo que Evelyn está en peligro! -Dice él.

Connor y yo intercambiamos miradas y corremos tras él, sorteando los árboles de la montaña.

Arturo se mueve en su territorio con una soltura envidiable. Me cuesta seguirle el ritmo.
Después de un rato, frena tras unos árboles, y llegamos a su lado.

-No respiréis tan fuerte. Os van a oír -nos dice, y le enseño un dedo, pero intento respirar con tranquilidad.

-¿Qué ocurre exactamente? -Pregunto recuperando el aliento.

-He tenido un sueño extraño que no recuerdo, pero mi instinto me decía venir aquí. Y he acertado, mirad.

Miro a donde señala y veo de lejos a la pandilla de Garrix.

Agudizo mi oído y logro escuchar algo.

-...¡Qué asco, joder! -Grita Garrix-. ¡Nadie me pone en ridículo! ¡Nadie!

-He escuchado una especie de pedorreo -afirma Connor muy serio.

-Es la voz Garrix -digo.

-Tienen a Evelyn...

-Pues distraigámosles -sonríe Connor de oreja a oreja. Veo que va

armado con una piedra.

Connor y yo nos acercamos a ellos, y los cuatro se giran hacia nosotros clavándonos la mirada.
Garrix los ordena a echarnos a patadas, y seguramente es el miedo lo que los empuja a obedecer.

Desequilibro a uno de un empellón y lo mando varios árboles arriba, y Connor deja inconsciente al primero que le pone una mano encima con la piedra.
El tercero huye con el rabo entre las patas montaña abajo, y no nos molestamos en seguirle.

-¡Cobardes! -Les llama Garrix y aprieta preligrosamente el cuchillo en el cuello de Evelyn. -Un paso más y la decapito.

-Chaval, estás loco -digo, pero no doy un paso más. -No se puede decapitar nada con eso.

Evelyn dirige dos dedos a los ojos de Garrix, pero este se echa hacia atrás a tiempo y evita quedarse ciego, dejando a Evelyn libre de escaparse.

Arturo, que ha estado observando, decide intervenir ahora. Avanza como una sombra hacia Garrix, rápido, ágil, silencioso y letal. Se adelanta con un sigilo que da escalofríos.

Le deja sorprendido por un momento, y para cuando se da cuenta de lo que ocurre, Arturo ya le tiene cogido de la garganta.

-¡Joder! -Grita Garrix cuando Connor le deja sin aire en los pulmones de un golpe... Más la estrangulación hacen una combinación mortal.

Quito el cuchillo de los tres dedos que lo aferran.
Arturo le aprieta la garganta y veo cómo la sangre huye del rostro de Garrix.

-¿Qué está pasando? -Pregunta preocupada Evelyn. Seguramente

no ve nada claro por la oscuridad.

Garrix comienza a emitir unos sonidos horribles de asfixia.

-¡Eh! ¡Te estás pasando, Diego! ¡No me ha hecho nada!

-No soy yo el que le está estrangulando, Evelyn -digo guardándome el cuchillo. -Además, pretendías sacarle los ojos, ¿qué más te dará si lo estrangulan?

-No pretendía sacarle los ojos... simplemente sabía que se apartaría -contesta. -Quien sea que lo esté estrangulando, que pare. ¡No ha hecho nada!

-Te ha puesto las manos encima -dice Arturo con voz grave, y sus dedos se cierran más entorno al cuello de Garrix. -Y ya no es la primera vez que hace una estupidez como ésta.

-¿Arturo? Estoy bien, de verdad... -asegura ella.

Garrix se retuerce e intenta alcanzar con sus garras a Arturo.
No grita, pero hace algo peor: emite un extraño sonido de la garganta, de falta de aire y de atraganto con su propia saliva.

-Esto es terrible. Arturo, por favor... -insiste Evelyn.

Veo cómo Arturo se rinde ante ella y lo suelta, no sin soltar maldiciones. Debo de estar alucinando.

Garrix se tira al suelo y tose, escupe, e intenta recuperar el aliento dando grandes bocanadas de aire, casi todo a la vez.

-Lárgate, Garrix, antes de que me arrepienta. Y más te vale que no te encuentre -amenaza Arturo.

Todos sabemos que el único sitio que uno puede esconderse es en el bosque.
Y Arturo lo conoce mejor que su propia casa.

*Narra Evelyn*

Escucho a Garrix gritar de rabia e irse corriendo.

-Voy a ver qué hará este desgraciado -dice Diego y va tras él.

Distingo por la luz de la luna la silueta

de Arturo.

Tira de mí con cuidado y me abraza suavemente. Me sorprendo de lo tierno que pueden llegar a ser esas manos que acaban de estrangular a un hombre lobo.
La electricidad recorre mi cuerpo, y mis rodillas amenazan con dejar de sostenerme.

-Si te hubiera pasado algo... -piensa Arturo en voz alta, y noto que tiembla un poco de furia.

-Estoy bien -digo algo sorprendida por el repentino abrazo.

-Mejor me voy -dice Connor, claramente incómodo.

Se me había olvidado de que seguía aquí.

Arturo se separa y creo que me mira, aunque casi no distingo la oscuridad de él.

Estoy tiritando un poco de frío y Arturo se da cuenta. Escucho el sonido de la fricción entre maderas.
Cuando aparece fuego, noto el calor al instante. Hace una especie de hoguera diminuta.

Me siento cerca de Arturo, y descubro el brillo de la muerte en sus ojos de color miel.

-¿Por qué no has usado tus poderes? -Me pregunta, y hasta noto un timbre de enfado en su voz.

-No puedo hacer eso, ni aunque mi vida esté en peligro...

-¿Qué? ¿Por qué?

Suspiro. Le cuento que podría descubrirnos el Consejo de magos, que los Ignis ya no podemos hacer nada más que escondernos porque somos muy pocos...
Lo que no le cuento es la historia de mi madre. Ni le cuento lo que supongo estando viva. Por mi culpa siguen matando Ignis. Quieren acabar conmigo, con la hija de La Asesina Escarlata. Tampoco le digo lo que pienso hacer

al respecto.

-¿Cómo me has encontrado? -Pregunto.

-Lo soñé. Cuando me desperté se me olvidó, pero algo me decía que tenía que venir aquí, y cuando llegué y te vi, me acordé de todo.

-¿Enserio? Vaya, qué raro -me miro a los pies. -Oye... ¿no crees que te has pasado un poco haciéndole eso a Garrix?

Me mira un momento, y se echa a reír.

-Estás de broma, ¿verdad? -Me pregunta. Está adorable cuando solo una parte de su boca sonríe.

-Lo pregunto enserio...

Arturo suspira, y me regala una sonrisa completa.

-Evelyn... se merece morir por haberte agarrado así -a medida que habla, su sonrisa desaparece-, por haberte tratado de esa manera. Iba a hacerte cosas horribles, lo he soñado.

-Pero solo era un sueño, ¿no?

-¿Solo? Ha sido un sueño que te ha salvado de una muerte horrible. Créeme, era más que un sueño -dice Arturo, y de pronto se vuelve muy serio. -Cuando el mar te arrastró tan lejos, yo... En fin, no pienso permitir que vuelva a pasar nada parecido, y si eso significa matar a Garrix, lo haré, si no lo haces tú.

Se me encoge el corazón. Tiene la vista en la hoguera.
Pasamos un largo rato callados, dejando reinar al silencio. No parece incomodarle.

Me pregunto en qué estará pensando.

Veo a Arturo mirándome de reojo.

*Narra Arturo*

Me encanta observar a Evelyn jugar con el fuego.

Es asombroso ver cómo sus dedos acarician las llamas y juegan con ellos

como si fuera inofensivo.

-¿Puedo hacerte unas preguntas? -Dice Evelyn.

-Acabas de hacerme una pregunta -sonrío-, nada te impide hacerme otra.

-De acuerdo... ¿Qué les has hecho para que te odien tanto?

No hace falta que especifique a Garrix para saber que habla de él.

-Fue en una noche de luna llena, en el Mundo de los Lobos -explico-. Le arranqué dos dedos a Garrix, en una pelea. Es muy rencoroso, y además no me he molestado en hacer las paces con él.

-¿Y por qué me dijeron que... tenías un punto débil? -Pregunta desviando la mirada al fuego.

-¿Que han dicho qué? Yo no tengo puntos débiles -respondo indignado.

Veo una expresión de decepción en el rostro de Evelyn, pero es tan fugaz que pienso que me lo debo de haber imaginado.
Debe de ser eso, porque no veo la razón para que se se sienta decepcionada debido a que no tenga puntos débiles.

Últimamente me están pasando cosas algo fuera de lo normal.

Cojo una rama del suelo y acerco la punta al fuego. No sé por qué, pero desvío su trayectoria y toco con la rama la mano de Evelyn, que se encuentra entre las llamaradas de la hoguera y la madera comienza a arder de todos modos.

-¿Qué? -Pregunta ella con una tímida sonrisa.

Tal vez sí que tenga un punto débil. No sé qué insinuaría Garrix al decirle eso a Evelyn: ¿Mi transformación algo más lenta que los hombres lobo normales? ¿Mi fuerza como punto débil? No lo sé. Solo sé que mi debilidad es ella.

*Narra Diego*

He perdido de vista a Garrix.

Paso por delante de la casa de Arturo,

veo las luces encendidas, y por la ventana una silueta marcada por la luz de las velas.
No tardo en reconocer el famoso hombre lobo.

Instintivamente, me aparto de su campo de visión.

-Arturo ha tenido mareos últimamente -dice con un fuerte acento extranjero. -No se ha desmayado, pero ha tenido dolores de cabeza. He detectado el cambio... Últimamente he estado atento a sus sueños, y ha tenido una visión.

-¿Se le han presentado? -Escucho la temerosa voz del padre de Arturo.

No tengo ni idea de lo que hablan.

-Sí. Se le han presentado... Arturo se ha despertado.

Sus palabras despiertan curiosidad en mí, y me pego a la pared de la cabaña, haciendo el menor ruido posible, y escucho atentamente.

-Estamos encantados de que vengas de visita, pero aún es muy joven para irse -dice la madre de Arturo. -Y Arturo aún no sabe nada de esto, habíamos pensado decírselo cuando fuese más mayor, ¡pero el tiempo ha pasado y nosotros hemos estado en la Isla Vampírica!

-En primer lugar, no he venido de visita, pero me alegro de veros de vuelta. Os acordáis bien de lo que os dije... Aquí podría causar destrozos, dañar a sus seres queridos, podría matarse a sí mismo... Sé que sabéis cuál el sitio correcto para Arturo, y que no se encuentra en este mundo.

-Pero... le echaremos tanto de menos -escucho la voz temblorosa de la madre. -Justo ahora que estamos de nuevo todos juntos...

-Cuidarás bien de él, ¿verdad? -Pregunta el padre.

-Por supuesto. Lo he hecho siempre y lo seguiré haciendo hasta el día en que me muera. Podéis estar tranquilos, soy... una especie de tío para él.

-¿No podrías darnos unos pocos años más? ¿O al menos unos meses para pasar tiempo con él? -Pregunta la madre.

-Me temo que no. El tiempo se ha acabado, y para aprender a controlar sus nuevas habilidades debería venir conmigo a Hæky, al mundo de los magos.



31- El tío Kris

*Narra Diego*

Hæky, el mundo de magos... ¿Arturo es un mago?

Fuera de la casa, me asomo un poco por la ventana para verles.

Delante de los padres de Arturo, hay un hombre alto con ropas extrañas. Luce una barba de unos días y su oscuro cabello está peinado hacia atrás. Deduzco que tiene algo menos de treinta años.

Definitivamente es él, no hay duda. Es el tío de Arturo. Así lo llama él aunque no sean realmente familiares.

-Pero si es el joven Diego -dice el visitante, y tras decir esto se gira hacia mí.

-¡Diego! ¿Qué has escuchado? -Exclama la madre de Arturo.

Con varios nudos en la garganta, noto la conciencia del tío de Arturo explorando mi mente, atando y desatando mis recuerdos.

-¡Es un mago! -Pienso alarmado.

Aúllo pidiendo ayuda a Arturo.

-Tranquilo, no voy a eliminarte ningún recuerdo importante -suena la voz del hombre en mi mente.

-¡¿Pero qué...?!

Vuelvo en mí con un espasmo y dolor de cabeza.

-¿Te encuentras bien, chico? -Me pregunta preocupado el padre de Arturo. -¿Qué has hecho, Kris?

-¿Yo? Nada -contesta el tío de Arturo con su acento extranjero, inocente.

Necesito un tiempo para encontrar las palabras.

-¿Qué hago aquí? -Pregunto confuso.

-Simplemente pasabas a saludarme -dice él con una sonrisa.

*Narra Connor*

Veo a mi padre salir y plantarse en la entrada de la casa. Es de noche, pero eso no me impide ver que me espera con los brazos cruzados.

-Hola... -le saludo al llegar.


-Connor -dice bloqueándome la entrada.

-¿Qué ocurre?

-¿Cómo que qué ocurre? Han pasado días desde la última vez que alguien sabe algo de tí.

-Ah, eso... no pensé que te importaría -desvío la mirada hacia la oscuridad-. He hecho un viaje a la Isla Vampírica junto a...

-Sabes perfectamente que para los hombres lobo les es imposible encontrar esa isla -me interrumpe-. Por una vez haces algo bueno en la vida, llegando al hogar de esas malditas sanguijuelas... ¡pero lo único que haces es traer a una vampiresa a la aldea! Ella puede volver y contarle a los suyos nuestro paradero, ¿no se te ocurrió? Les has desvelado nuestro único hogar seguro.

Como siempre, echándome la culpa de todo. Ya decía yo que era raro que se preocupase por mi seguridad.

-Es una amiga, tranquilízate -digo, y una bofetada cae contra mi oreja. Escucho un pitido por el impacto.

-No te atrevas a darme órdenes. ¿En qué pensabas? ¡Un vampiro! En esa isla de vampiros o como se llame, esclavizan a nuestros hermanos y hermanas como... como si vivieran para servirles. No puedes ser amigo de ellos. Hay que ponerlos en su sitio, devolviéndolos al infierno al que pertenecen -escupe mi padre con asco.

-Pero Lizz es diferente. Además, los vampiros no me han hecho nada malo a mí.

-¿Cómo puedes ser tan egoísta? Han hecho daño a tus antepasados, a tu familia. Y siguen haciéndolo. El daño que nos hicieron no puedes olvidarlo.

-¿Me estás diciendo que guarde rencor? ¿Que guarde ese odio para siempre o qué?

-Si así lo quieres ver, sí -suaviza un poco el tono-. Ellos no

te querrán jamás con el corazón, porque aparte de que no tienen, está en su naturaleza odiarnos... siempre hemos estado en lucha. No puedes bajar la guardia.

-¿Qué te hace pensar que está bien matar a alguien solo porque esa persona ha acabado con otra vida? -Me atrevo a decir-. Te rebajarías a su nivel y te convertirías en uno de ellos.

Tiene la cara roja de furia, y la mía palidece.

-¡No te he criado para que ahora estés de parte de...!

-Creo que algo que se haya hecho desde siempre no significa que esté bien...

-¡No me interrumpas cuando hablo! ¡Tampoco corrijas a tu padre!

Esta vez la bofetada me cruza la cara, haciendo que mi cabeza se gire hacia la izquierda bruscamente.
El golpe es tan fuerte que tengo que parpadear unas veces para apartar las lágrimas que acaban de saltar fuera.

-Estoy harto -elevo la voz y le miro a los ojos -. ¡Harto de toda esta mierda y de que pegues cuando te da la gana!

-¡Te pego porque me importas, hijo, y quiero que aprendas! -Me grita de la misma manera.

Me quedo un momento sorprendido por su muestra de afecto tan repentino.

-¿Ah, sí? Pues voy a pegarte yo para que veas cuánto me importas.

Cruzo los brazos y echo los hombros hacia atrás. Le sostengo la mirada desafiante.

Mi padre abre y cierra la boca, sorprendido por mi osadía, pero no le salen las palabras.

En realidad, nunca le haría daño... Es cierto que esa es su manera errónea de educarme, pero sigue

siendo mi padre... y porque no pienso actuar como él.

-Largo -dice finalmente, con los ojos a punto de saltar fuera de las órbitas. -Tu madre estaría muy decepcionada de haber tenido un hijo como tú.

-Más bien estaría orgullosa de mí por haber seguido lo que es correcto -digo antes de darle la espalda y alejarme con los ojos vidriosos.

No sé qué voy a hacer ahora... supongo que luchar por lo que quiero.

Si quieres conquistar a la chica de tus sueños, tienes que hacerla sonreír -recuerdo que mi madre me dijo una vez, y una lágrima resbala por mi mejilla.

*Narra Arturo*

Odio haberme despedido tan rápidamente de Evelyn, dejándola en la entrada de la cabaña, pero Diego me ha llamado, y era un aullido de socorro.

En esa casa pasarán los magos el tiempo que quieran, eso ha dicho el padre de Kaiser, que es el que se encarga de organizar todo esto.

-¡Diego! -Le llamo al llegar cerca de mi casa, pero no hay rastro de él.

Sigo corriendo, y paro frente a mi casa. Juraría que me llamó estando cerca de aquí.
De repente, siento mucho sueño, y en el momento en el que me pregunto si hay algo en el aire que respiro, una sombra aparece en la entrada de mi casa.
Hundo una rodilla en la tierra y alzo la cabeza con esfuerzo, pero no reconozco la figura con tanta oscuridad.
Me siento tan pesado que mis párpados se cierran a la fuerza y caigo de bruces al suelo.

Cuando me obligo abrir los ojos, ya es de día.
Me levanto de la cama y voy directo al cuarto de mis padres. No sé cómo he podido acabar en mi habitación.

No hay nadie... Pero no me extraña,

he crecido con esa habitación vacía.

Escucho con atención, y oigo una voz más allá, en el salón.

Camino sin hacer el más mínimo ruido hacia la voz y, antes de doblar la esquina que me deja en el salón, me detengo al reconocer el peculiar acento del tío Kris.

-...Bien, ahora que está todo decidido, iré a despertarlo -dice.

¿Qué hace aquí? ¿Está hablando de mí?

-Espera. ¿Quién le dice que es un mago? -Dice la voz de mi padre.

Ah, entonces no. No están hablando de mí.

Entro al salón y parpadeo un par de veces para asegurarme que no sigo soñando.

Kris está sentado sobre una enorme hoja verde... flotante.

-¡Tío Kris! -Le llamo asombrado.

-Me sorprende que hayas podido rescatar a tus padres de la Isla Vampírica, chico -dice Kris como si nada-. Me han contado que no fuiste solo.

-¿Desde cuándo vuelas sobre una planta? -Pregunto con el ceño fruncido.

-Esta conversación no entraba en nuestros planes -dice él dirigiéndose a mis padres e ignorándome-. ¿Le borro de la memoria los últimos momentos como hice con Diego?

-¿Que has hecho qué? -Digo dando un paso hacia atrás.

-No hace falta -dice mi madre-. Arturo, hay algo que debimos contarte hace mucho...

-Ya lo creo que sí. Tiene poderes, eso debisteis contarme. No entiendo por qué es un secreto para mí.

-Cariño, tú también... eres un mago -dice ella con una sonrisa. El labio inferior le empieza a temblar. Está conteniendo las lágrimas.

Quiero pensar que es una broma, pero encajan demasiadas

piezas.

-Supongo que sabes lo que significa eso -dice mi padre con ojos tristes.

Kris es un maldito mago, yo soy un mago, los dos somos hombres lobos. Mis padres no tienen poderes. Entonces...

-No puede ser... El tío Kris... ¿es mi padre? -Digo horrorizado.

Kris niega rápidamente con la cabeza, y siento un alivio tremendo.

-Significa que tendrás que marcharte lejos -dice mi madre-. Estaremos separados de nuevo.

-Tranquilos, no me voy a ninguna parte -aseguro.

-Debes hacerlo, Arturo, quieras o no -me dice Kris-. Te ayudaré a llegar a Hæky, al mundo de los magos. Allí aprenderás a manejar la magia.

-Mi lugar está aquí -digo tranquilamente, porque sé que mientras mi familia y mis amigos sigan aquí, no me moveré de este sitio.

-Si de verdad te importan tus seres queridos, yo que tú iría a un lugar donde enseñen a controlar poderes, porque puedes destruir la aldea si te descuidas.

-¿Quién eres tú realmente para decirme todo eso?

-Soy un guardián -contesta visiblemente aliviado ante mi pregunta-. No solo guardo uno de los portales que conducen a Hæky, también sé cuándo nace un mago entre los hombres lobo, y tengo que estar atento de ellos hasta cuando se les presenten los poderes. Hay muchos magos de diferentes especies repartidos en este diminuto planeta.

¿Y cómo sabe que soy un mago? Yo no he notado nada.

-He estado últimamente atento a tus sueños -me contesta, y sé que acaba de leerme la mente-. Sentiste algo despertando en tu interior

cuando había un alguien en apuros, ¿me equivoco?

-Te refieres a Evelyn... ¿¡Cómo se te ocurre mirar así mis sueños!?

-Más bien era una visión, ya lo comprobaste, supongo. Hum... sí, veo que la ayudaste a librarse de Garrix.

-¡Deja de mirar mis recuerdos! O lo que sea que estés haciendo -digo avergonzado.

-Deberíamos marcharnos mañana -dice el tío Kris, y se me acelera el pulso instantáneamente.

-¿Y esas prisas? -Pregunta mi padre.

-Esta noche hay luna llena. Por eso he decidido no marcharnos ahora mismo.

-Eres consciente de que me estás obligando a dejarlo todo para ir a un lugar que no sabía ni que existía, ¿verdad, tío?

-No tienes por qué agobiarte tanto, Arturo. Hæky es un lugar maravilloso. Allí verás a muchas criaturas asombrosas, todos magos. Es un mundo aparte, hecho a nuestra medida. Además, puedes volver aquí cuando quieras tras finalizar tus prácticas en unos años, cuando tengas tu magia bajo control... Aunque dudo mucho que quieras volver una vez estés en Hæky.

*Narra Mery*

Dejo el cuchillo con el que he troceado las verduras a un lado.
Me sorprende que todo siga en el mismo sitio que dejé hace años en esta pequeña casa, antes de ser prisionera en la Isla Vampírica.

Echo las verduras a la olla y pruebo el delicioso sabor de la sopa.
Observo el botecito que me dio el extraño hombre sin ojos, y decido abrir la tapa.
Conteniendo la respiración, dejo que caigan unas de esas gotas letales en la olla.

Mascullo al ver que cambia el color a la sopa, dejándola poco apetecible... Al menos así el olor que desprende líquido tóxico ya no causa problemas al respirarlo, y el aroma de la sopa se ha intensificado, haciéndose irresistible.

Se lo daré a los magos, como regalo de bienvenida a la aldea.

Sonrío triunfadora. Fantaseo que se lo toman y les arranco la vida -en especial a Evelyn-. El trato se cumple, el hombre sin vista me da el líquido para enamorar a Arturo, y viviremos felices juntos... Felices para siempre.


32- Los polos opuestos se atraen

*Narra Evelyn*

-¡Yo soy la hija de la Asesina Escarlata! -Digo delante del Consejo de magos. -Aquí me tenéis, así que dejad a los demás en paz... 

Me despierto lentamente, tranquila.
Estoy en una de las habitaciones de la cabaña en la que se supone que pasaremos un tiempo los Ignis supervivientes.

Todo está oscuro, y adivino que sigue siendo de noche, y que no he dormido más de unas pocas horas.

La vela ya se apagó, así que aparto los libros a oscuras de la mesa en la que me he quedado dormida, metiéndolos de vuelta a la Caja Mística.
Siento, aparte de dolor de cuello, que estoy cerca de encontrar lo que me ayudará a contactar con el Consejo.

Oigo unos pasos en el pasillo, así que me doy prisa.

-¡Toc, toc! -Distingo la voz de Jenni, y luego el sonido de la puerta abriéndose. -Despierta, Lyn. ¡Has dormido suficiente!

Dos pares de pies entran en la habitación.

-Por el amor a la magia -dice la voz de Vanessa. -Cuánta suciedad tiene esta ventana. Si hasta parece que es de noche.

Escucho un ruido metálico, seguido de una luz cegadora entrando por la ventana abierta.

-¿Ya es por la mañana? -Pregunto a la vez que bostezo, por lo que no se entiende mucho lo que digo.

-Está atardeciendo -ríe Jenni.

Al preguntarme a qué hora me he quedado dormida para haberme despertado a esta hora, me acuerdo de los viejos momentos, cuando estaba tan metida en los libros que perdía la noción del tiempo.

Con un trapo y un cubo de agua, veo a Vanessa ponerse

manos a la obra con la ventana.

-Nunca estáis quietas, ¿verdad? Siempre estáis haciendo algo -sonrío.

-Hemos pasado el día explorando este nuevo sitio con el pequeño de Zed -me contesta Jennifer-, y hace un rato hemos decidido limpiar la casa, ya que vamos a pasar un tiempo aquí y está hecho un asco.

-Vaya, y yo me he perdido todo eso -lamento. -¿Sabéis dónde está mi abuela? ¿Sigue durmiendo? Fue la primera en llegar a esta cabaña...

-La Sanadora se ha ido a estudiar las plantas de los alrededores. El que sigue durmiendo es el abuelo Alan. Ah, y tu abuela se ha estado preguntando dónde está la segunda escoba -me cuenta Jennifer con cara de preocupación.

Me aparto para que Vanessa pueda limpiar la otra ventana, y miro los instrumentos que está usando Jenni para quitarle la suciedad a la cortina.

-¿Con eso lo vas a limpiar? -Pregunto.

-¿Tienes alguna otra idea?

-¿Por qué no vas mejor al río y lo golpeas con una piedra?

-Hoy te has despertado graciosa, ¿eh? 

-Lo digo en serio -río.

Tras eliminar la suciedad de las ventanas, Vanessa resopla contenta con su trabajo, y la luz anaranjada del atardecer baña cálidamente la habitación mientras que Jenni nos cuenta orgullosa cómo ha encontrado la forma de devolver a Lizz su estado de piel inicial.

-¿Creéis que deberíamos dejar de luchar? -comenta Vanessa. -Han eliminado a mucho de nosotros. Podríamos ser felices aquí, en esta aldea.

-Yo también lo he pensado -dice Jennifer tumbándose

en la cama y colocando los brazos tras la cabeza. -Y pienso luchar por la justicia.

No sé si decirles que soy yo la causa. Podrían matarme y detener todo lo que les amenaza. En realidad, primero deberían contactar con el Consejo y dar pruebas de que soy la hija de la Asesina Escarlata y matarme delante de ellos para que lo vean.

Jenni se aparta una lágrima disimuladamente y sonríe. Pienso que debe de ser por el tema de sus padres, y me siento mal por ellas. Decido decírselo.

-Pero Jenni -continúa su hermana-, es inútil seguir, somos muy pocos y... envían asesinos a matarnos. Nos están amenazando, no creo que consigamos nada.

-Conseguiremos hacer algo si seguimos -aseguro-, por algo se sienten amenazados, ¿no creéis? No podemos rendirnos.

-¿Y qué propones hacer? -Pregunta Vane.

Abro la boca para decirle lo que soy, pero cambio de opinión y finalmente dejo que sea un estornudo falso.

Será mejor que actúe sola. No pienso involucrar a nadie más.

*Narra Lizz*

Estoy sentada sobre una de las lisas piedras, cerca de la tercera gran hoguera del claro cuando veo a Jenni aparecer corriendo.

-¡Sabía que estarías aquí! Perdona por lo de las piedras solares -dice Jennifer recuperando el aliento-. Quería matar a tu hermana Elisabeth, no tenía intención de dañarte.

A veces me pregunto cómo pueden ser los humanos tan débiles. No hacen nada y ya están cansados.
Patético -diría ahora mi hermana Elisabeth, si estuviera aquí.

-Tranquila, ya está olvidado...


-Vengo con la solución del problema -dice sonriente, y la miro con un nuevo interés-. Tienes que cortar tu largo cabello, Lizz.

-¿¡Qué!? -Exclamo, y me entrega un cuchillo de afilada hoja-. ¿Estás segura?

-Segurísima. Es la solución menos extrema que he encontrado... lo siento. Si quieres puedes hacer un pacto con... no me acuerdo el qué, pero sonaba peligroso, o también puedes matar un unicornio y beberte su sangre, aunque creo que no sería justo...

Suspiro y tomo el arma.

-Gracias por buscar una solución, Jenni. De esto ya me encargo yo.

Rodeo mi cabello con una mano, y lo corto antes de pensármelo más veces.
Dejo el puñado de pelo cortado en el suelo y le devuelvo el arma a Jenni. Lo miro y me entra la sensación de haberme amputado una parte crucial del cuerpo.

Giro el cuello de un lado a otro, negando la cabeza, sintiendo los cortos cabellos golpeando mi cara.

-Hace años que no tengo el cabello corto -comento enredando un dedo en mi nuevo peinado. -Ha pasado de estar por la cintura a estar por encima de los hombros en cuestión de segundos, mientras que para que crezca tanto se necesitan meses y meses...

-¿Y cómo te sientes? -Pregunta Jenni guardando el arma.

-Más cómoda y ligera.

-A Connor le va a gustar -asegura con una curiosa sonrisa, y la taladro con la mirada.

-¿Qué me importa a mí la opinión de un hombre lobo?

-Y yo qué sé. Pero ¿qué me dices del de Connor? Porque te gusta, ¿verdad?

-Eres una cotilla...

-Mi hermana Vanessa siempre dice que me fijo en lo obvio, y las cosas algo más ocultas

no las detecto... pero para eso ya está ella para verlas. Dice que no me sirve de mucho lo que hago, pero yo digo que a veces las cosas más obvias son las que se pasan por alto, ¿no crees? También dice que hablo demasiado. En fin, lo tuyo lo veo claro como el día.

-No sé qué habrás visto, pero yo sé que lo sienta por Connor no es amor.

-No te hagas la fría, ¿a quién crees que engañas? -Dice sonriente y me pincha con un dedo en el brazo, como diciendo que me engaño a mí misma-. El amor es un sentimiento, no una decisión.

-No intentes confundirme con tus palabras -digo cruzándome de brazos.

-¡Tienes que admitirlo! -Dice emocionada. -Ya verás, te sentirás mejor.

-¡No voy a admitir que me gus...!

-Chicas -saluda Connor con una sonrisa, y lanzo un grito ahogado. -¿Habéis visto a Li...? ¡Lizz! Casi no te reconozco... ya no tienes la piel dañada.

-Ha sido gracias a Jenni -sonrío encogiéndome de hombros.

Busco con la mirada a Jennifer, pero se ha ido, dejándome a solas con Connor.

-Me gusta verte con el cabello corto, Lizz.

-¿De verdad? ¿Por qué?

-Antes se te tapaba la mayor parte de la cara, ahora estás como... más despejada.

Le miro, y observo que no tiene la misma sonrisa juguetona que tiene normalmente.

-¿Estás bien? -Pregunto preocupada.

-Sí... tuve una discusión con mi padre ayer por la noche, pero no es nada, ya se arreglará.

-Oh, no sabes cuánto te entiendo. El rey de la Isla Vampírica y yo discutíamos siempre. ¿Quieres hablar de ello?

-No, esto... Lizz, quería hablar contigo sobre otra cosa -dice extrañamente

serio.

-Pues desembucha -digo y le regalo mi mejor sonrisa.

Sus mejillas empiezan a sonrojarse de vergüenza, algo muy raro en él.

-Verás, me dijeron que para... que para enamorarte, Lizz, tenía que hacerte sonreír.

-Oh, no. No puede ser cierto...

-Pero cada vez que nos vemos, tú sonríes y no me dejas sacarte la sonrisa.

-¡Parale, Lizz! No dejes que siga diciendo estupideces.

-Ese es uno de los problemas, que no me dejas enamorarte -sonríe tímidamente y se me derrite el alma.

-No sonrías, deja esa sonrisa de atontada.

-Y lo que ocurre es, que soy yo el que no deja de enamorarse de cada una de tus sonrisas -se declara-. Sé que tal vez no me entiendas ni me creas cuando te diga que... que te quiero.

-¡Ni te atrevas, Lizz! ¡No lo digas!

-Yo... yo también -digo con absoluta sinceridad y los ojos húmedos-. Connor, te quiero.

-Vale. Ya lo has dicho... Pero más te vale pararte ahí. Estás a tiempo de decir que ha sido una broma y...

-¡Lizz! No te acerques a él. ¡NO! Ni se te ocurra besarle, ni se te ocurra besarle, besarle, besarle...

Connor muestra la amplia sonrisa lobuna de la que he aprendido a querer, acerca sus labios a los míos, y me besa. Y yo le correspondo.

En mi interior, las voces estallan.

-¡ESTÁS ROMPIENDO UNA DE LAS REGLAS NO ESCRITAS!

-Él es medio lobo, y tú estás medio muerta.

-Esto es inaceptable.

Callo mis voces interiores y sus ecos.

Decido que ya he incumplido demasiadas reglas siguiendo la razón como para no incumplir otra con el corazón.

Tal vez sea una especie de cadáver ambulante porque realmente carezco de corazón, por lo que no puedo amarle con eso, pero ahora estoy segura de que le quiero con el alma.


33- El chico prodigio

*Narra Evelyn*

Después de esconder bien los apuntes para intentar abrir el portal, salgo fuera de la cabaña para tomar el aire.

-¡BU! -Dice una chica de pelo voluminoso y blanco cerca de mi oído derecho, en un intento fallido de asustarme.

-No me has asustado, Jenni -digo llevándome una mano a la oreja.

-Sí te he asustado. Cuando te asustas te pones a pestañear como si se te hubiera metido un bicho en el ojo...

-¡Eso no es verdad! Ha sido porque casi me revientas el oído -exagero y ella se encoge de hombros.

-Voy a contarte algo interesante de los vampiros que encontré en un libro.

-Me encanta cuando te saltas la parte en que alguien te pregunta -bromeo con evidente ironía.

-Los vampiros no funcionan como nosotros, los humanos. Se les va mucha energía en hacer crecer el cabello. Por eso Lizz al cortarse el cabello, toda la energía (que tenía que gastar en conservar su larga melena en buen estado) ha podido liberarse en gran medida, centrándose más en la piel dañada... Ahora está más o menos curada.

-No tenía ni idea -digo interesada-. ¿No crees que el cuerpo es muy sabio? El funcionamiento es tan... mágico.

-Ya lo creo que sí -dice Jenni y señala con la barbilla algo que está detrás mía-. ¡Eh! ¿No es La Sanadora la que viene volando por allí?

-¿Abuela? -Digo cuando la veo pararse precipitadamente y bajarse de la escoba-. ¿Todo bien?

-¡Nos vamos, chicas! ¡Hay que preparase! -Dice ella-. He visto un guardián en la aldea.

-Somos

varios contra uno -Dice el abuelo Alan desde dentro de la casa-. No hay por qué huir de alguien que guarda puertas.

-Es verdad -coincide Vanessa, que está sentada en el marco de la ventana como a ella le gusta-. ¿Qué va a poder hacer un simple guardián del mundo de magos?

-¿No es obvio? -Dice Jenni emocionada-. ¡Abre puertas! Vamos a irnos con él sin que se dé cuenta, porque no suelen quedarse fijos en un lugar durante mucho tiempo, ¿verdad?

¡Vaya! Y yo que pensaba actuar por mi cuenta.

-¡Tienes razón, Jenni! -Dice Vanessa incorporándose.

-¿Qué? ¡No! No nos vamos a ir con él -dice mi abuela y dejo escapar un suspiro de alivio-. Vamos a espiarle y abrir luego el portal por nuestra cuenta.

-Pe... pero dijisteis que éramos muy pocos para enfrentarnos al Consejo -digo.

-¿Qué te pasa, Evelyn? ¿No deseas matar al Consejo? -Dice Vanessa.

-¡Claro que no deseo su muerte! Me gustaría hacerlos entrar en razón.

-¿No matar? ¡Tú sabes perfectamente todo lo que les han hecho a miles de Ignis, incluido a mis padres! Hay que detener esta matanza.

-No puedes detener el odio con más odio y, si quieres detener a la muerte, no lo conseguirás matando -digo-. ¡Estarás alimentándole!

-Chicas, chicas -nos dice mi abuela-. Ya veremos qué hacer cuando lleguemos, que es el principal objetivo, porque aquí no podemos hacer gran cosa.

¿Ir sin tener ningún plan? Bueno, da igual, no les permitiré cruzar ese portal. Solo yo voy a hacerlo.
Este desastre lo empezó mi madre, y yo le voy a poner fin.

*Narra Zed*

Con tantas casas iguales,

me he perdido.

No debí escaquearme de ayudar a las gemelas a limpiar la casa.

Veo una cabaña con la puerta abierta y un delicioso olor me invita a entrar a gritos. Le hago caso.

Reconozco a la chica que está de espaldas removiendo una olla. Mery se da la vuelta y mira hacia mi dirección.

-¡Ah, si eres tú! Me había parecido oír una rata -dice Mery.

-Hola... me he perdido -bajo la vista, incapaz de sostenerle la mirada.

-¿Y a mí qué...? Quiero decir, ¡pasa! Vienes en el momento oportuno -dice ella con una amable sonrisa-. He preparado la cena para dos personas sin querer, ¿quieres cenar aquí en vez de ir hasta el claro?

Asiento sonriente, y me hace un gesto indicándome que me siente.

-Que lo disfrutes -dice y me acerca un cuenco.

-¡Puaj! -Digo sin querer-. Lo siento. ¿Por qué tiene ese color?

-Es sopa de... Es comida.

-Muchas... gracias -digo balanceando los pies en el aire, que no llegan a tocar el suelo.

Me acerco una cucharada, pero soy incapaz de metérmelo en la boca, por muy bien que huela.

-¿Qué pasa? No me digas que cocino mal.

-No, no es eso -me apresuro a decir-. Es que tiene una pinta algo... especial.

Miro de nuevo al cuenco, luego a Mery. La palpitante vena de su frente amenaza con estallar sobre la sopa, así que intento elegir con cuidado las palabras.

-Perdona -digo algo asustado-, pero es que la sopa parece vómito, y no quiero...

-Parece, pero no lo es -dice ella con una sonrisa que ya no me parece tan amable-. Le sentará bien a tu tripita.


Empuja el cuenco hacia mí, haciendo que se derramen unas gotas al suelo.

De reojo veo que empieza a burbujear al entrar en contacto con las hojas del suelo, perforándolos.

Bajo de la silla de un salto para salir corriendo de esta locura.
Me escabullo por debajo de la mesa, que es por donde no puede alcanzarme fácilmente sin rodear antes la mesa entera.
Pero Mery toma el cuenco en una mano y con la otra vuelca la mesa, dejándome al descubierto y fabricándose un camino directo hacia mí.

Grito cuando me agarra de la camiseta. Al intentar liberarme, golpeo sin querer el cuenco, haciendo que la sopa se derrame sobre su antebrazo.

-¡NO! -Chilla Mery.

El líquido parece devorar su brazo lentamente, liberándose una especie de humo violeta apestoso.

Cada una de las miles de burbujitas que explota, deja un pequeño hueco en el brazo de Mery, espacio de sobra para que la sangre salga. Parece una especie de sarpullido terrible.

Es una visión tan espeluznante que se me revuelven las tripas. Aparto la vista de su brazo agujereado y salgo corriendo de la casa, aguantando las náuseas y haciendo oídos sordos a sus gritos furiosos.

*Narra Mery*

El pequeño imbécil se mete entre los árboles del bosque. Antes de salir de mi cabaña, cojo la primera arma que pillo, un arco. 

-¡Voy a matarte, saco de pulgas! -Grito persiguiéndole y llevándome una mano a la espalda. Descubro que no he cogido el carcaj con las flechas.

La mano no me duele nada, pero temo a que la falta de sangre acabe matándome. Estoy

tan asustada de lo que me pueda pasar que empiezo llorar.

El hombre sin vista se materializa frente a mí, y tengo la sensación de que las lágrimas se paran en seco a medio camino de mis mejillas por el susto.

-Por fin logro entrar en esta aldea... ¡Y te veo perdiendo el tiempo persiguiendo a un niño! -Dice el ciego enfadado, y arruga la nariz-. Eso... es sangre...

-¿Cómo... cómo ves sin ojos?

-¡Ya te he dicho que no necesito ojos para saber qué pasa! -Dice inquieto, y se retuerce sus huesudos dedos.

Dice unas palabras extrañas y los agujeros de mi brazo se taponan. Siento algo frío en la mano y descubro que se trata de una flecha de plata.

-Aprovecha esta última oportunidad. Moja la punta de la flecha (cada vez que la uses) con el líquido que te di y aséstales justo en el corazón. Muerte asegurado. Yo tengo otras cosas que hacer. Pronto la luna se alzará en lo alto, y no quiero a ningún mago cerca que pueda chafar mis planes.

-¿Puedo saber qué pretendes hacer? -Pregunto.

-¡Tú solo concéntrate en cumplir tu parte del trato! Recuerda que te estás jugando la pócima del amor eterno, y arriesgándote a ser mi nueva alfombra si sigues perdiendo el tiempo...

-¡Vale, vale! Que ya lo sé. Estaba a punto de matar al chico prodigio que me encargaste -me justifico.

-¿Por eso perseguías a ese niño? -Pregunta, y suelta unas estruendosas carcajadas mezcladas con tos-. Muchacha, ese niño no es el chico prodigio al que me refería. ¿Qué ves en él de prodigioso?

-Es un mago muy joven.

-¿Y qué? Es un joven humano. Un simple chiquillo con poderes que ni sabe usar -dice, y frunzo el ceño-. No me supone problema alguno.

-Entonces, ¿cuál es el sexto mago que tengo que matar?

-Pues cuál va a ser, el mago que queda.

-A parte del niño y el abuelo de la pelirroja, no conozco ningún mago más. ¿Cuál es el nombre de ese chico?

-Lo llaman Arturo.

34- El amor es cruel

*Narra Evelyn*

La luz de la vela ilumina mis esfuerzos. Ordeno los apuntes de hechizos y los meto entre las hojas de los libros.

-¡Evelyn, Evelyn! -Me llama el pequeño Zed.

Levanto la mirada. Zed asoma primero su cabeza por la ventana de mi cuarto, y después el cuerpo entero, cayéndose casi de bruces en el interior de la habitación.

-¿Y esas prisas? -Digo.

-¡Mery quiere matarme! -Dice y dejo escapar unas risas.

-Qué exagerado, Zed. Mery puede ser cruel, pero te aseguro que no te va a matar sin razón -le sonrío-. ¿A qué juegas?

-¿Jugar? ¡Acabo de escapar de ella!

-¡Ah! Ya sé. ¿Al escondite? ¿O al corre-que-te-pillo? 

-¡A corre-por-tu-vida-o-morirás! -Dice muy alarmado, con un comportamiento muy extraño en un niño tan joven, por lo que pienso que debe de ser algo serio.

-Entonces Mery sigue aquí -me levanto de la silla-. Si es así, estaremos en peligro en cuanto salga la luna.

-Pues no parecía tener intención de irse.

-Zed, ¿puedes quedarte en casa con los abuelos? -le pregunto y asiente-. Bien. Yo iré al claro a ver qué ocurre, seguramente las gemelas quieran ir también. No dejes que los abuelos salgan, ¿de acuerdo?

-Hm... pero ¿y si se quema la casa?

-Son Ignis, no hay problema -sonrío-. Nosotros no nos destruimos en fuego, ¿recuerdas? Nos construimos a partir de ella.

*Narra Mery*

-Maldito ciego de... -aprieto los dientes furiosa. Si no se hubiera esfumado, le habría matado a él.

-¿Por qué no eliminas a Arturo de tu vida? -dice el demonio que camina junto a mí-. Ya

has visto que no te ha traído más que problemas.

Un ángel aparece de la nada a mi otro lado y me empieza a hablar también.

-Hazlo, Mery -me anima el ángel-. Hazlo por el bien. El amor es malo, es lo más cruel que existe.

-Pero a la vez es lo más bonito, ¿no? -Pregunto por curiosidad-. Puede hacernos sentir maravillas.

-El amor puede llegar a desgarrarte por dentro y hacerte sentir enferma, rota, muerta -dice el ángel-. Lo que sientes ahora mismo.

Sé que son producto de mi imaginación. Mi mente no funciona bien desde que fui encerrada en la Isla Vampírica.

-Ya, bueno, pero...

-¿A Arturo no le gustaba Evelyn? -Añade el ángel, y un arranque de ira me invade.

-Haz que su amor perdure hasta la muerte, Mery -me dice el demonio sonriente, mostrando unos malvados hoyuelos-. No quieres morir. Ya no te sirve de nada la pócima del amor.

-Lucha por tu vida -rematan a la vez, convenciéndome.

Cuando llego al claro, me escondo tras un árbol y escucho atentamente, pero me cuesta oír más allá de mis propias pulsaciones.

Los lobos no consiguen salir de la aldea.
Me asomo un poco, justo para ver a Connor darle un beso en la mano de Lizz. Asco me dan.

Cerca, se encuentra Arturo hablando con otros chicos y chicas. Tenso la flecha de punta envenenada y se lo dirijo.

Dejo que el odio me invada para tener el valor de soltar la flecha y separar la vida de su cuerpo, pero...
Nadie ha sabido lo que es no tener familia ni amigos, ser odiada por todos, estar sola y enfadada con el mundo, salvo él. Ha sido mi único amigo cuando a nadie le importaba

apuñalarme por la espalda.

Se me ablanda el corazón pero, antes de bajar la arma, algo me empuja a soltar la fecha.
Ésta sale cortando el aire y las distancias, directo hacia Arturo con una precisión perfecta... y palidezco.

Me doy la vuelta para ver quién me ha empujado.
Entre los árboles, el demonio y el ángel me sonríen desde los rincones de las sombras. Han sido ellos.

¿Cómo es posible?

Gracias al cielo, Arturo tiene en sus manos la flecha. Debe de haberlo cogido al vuelo.
Estampo mi espalda contra el árbol, deseando no ser descubierta.

-¿Mery? -dice él.

No me atrevo a salir. Arturo tira la flecha al suelo, cerca mía.

O muere Arturo junto a los otros magos, o muero yo.

Cojo la flecha de plata. Lo coloco en la cuerda del arco y me acerco a Arturo. El demonio y el ángel miran impacientes. Cuando dejo el arma en las manos de Arturo, los rostros del ángel y del demonio muestran confusión... y luego, miedo. Saben que van a morir conmigo.

-Si tengo que morir, quiero morir en tus manos -le digo a Arturo con una pequeña sonrisa.

-Lo tendré en cuenta -sonríe él y deja las cosas en el suelo-. Vamos, tenemos que buscar la salida para...

-Y luego quiero que me reduzcas a cenizas, así me aseguro de que nadie se lleva mi piel -digo volviendo a coger el arma. -Sé que cuestionas lo que estoy haciendo...

-... y tu salud mental -añade él cogiéndome del codo. Cuando le miro, tiene una sonrisa traviesa en los labios-. ¿No sabías que la plata no mata a los hombres lobo? Es un mito inventado por los vampiros.

-La punta de la

flecha está envenenada. Va a salir la luna llena, no me queda tiempo -digo y pongo la flecha entre sus manos.

-No sé si te acuerdas, pero una vez me hiciste prometer no hacerte daño. Yo me acuerdo.

-¡Pues ahora te pido que me mates para dejar de sufrir!

-Oye, no sé si esto es una broma pero, si no lo es, te diré que somos muy buenos amigos y que me importas demasiado para hacerte daño.

-Ya me has hecho suficiente daño -digo con la vista borrosa por las lágrimas-. Si de verdad te importo, ayúdame a salir de esta pesadilla.

-¿Cómo puedo hacer eso?

-¡Echando a Evelyn de tu vida!

-Ella es mi vida -dice sin piedad de mí.

-Eres... ¡eres un maldito cabrón! Dices que eres mi amigo y me sigues torturando -digo y me pregunto si se puede romper un corazón que ha dejado de latir.

-Te estoy siendo sincero.

-Ellos tenían razón -digo asintiendo con la cabeza-, el amor es cruel. ¡Tú eres cruel!

Las pupilas de Arturo adelgazan hasta quedarse en una fina línea. Luego se dilatan, para volver a contraerse. Al principio pienso que la causa son mis palabras, hasta que también siento la llamada de la luna palpitando en mis venas, reclamando a todos sus lobos y lobas a aullar para ella.

Una figura se alza en lo alto del cielo, en medio del claro. Distingo que es el hombre ciego. Éste se transforma en una mujer de piel pálida y cabello oscuro.
Dejo escapar un grito ahogado al comprenderlo: Siempre ha sido ella. He hecho un pacto con la vampiresa que me encarceló... y he puesto a todos los lobos en peligro de acabar esclavos de la Isla. Es la princesa de la Isla Vampírica. ¿Elisabeth, se llamaba? Me da igual, aquí y ahora empieza el combate.

Pierdo por completo la conciencia, como siempre me ocurre una vez al mes en plenilunio, dejando que mi loba interior tome las riendas de mi vida... Ésta vez, dudo si volveré a abrir los ojos.

35- Contra la luna

*Narra Lizz*

Mi instinto no me había fallado, Elisabeth siempre había estado aquí.
Los habitantes de la aldea muestran sus dientes a Eli pero, cuando alrededor de ella empieza a crearse un halo como el de la luna, éstos dejan de gruñir.

Sé lo que Eli está haciendo en este mismo instante. Lleva desde hace noventa años obsesionada con ese hechizo prohibido... y, al parecer, por fin lo ha dominado.
Me doy cuenta, ésta vez más que nunca, del error tan grande que he cometido escapándome de la Isla Vampírica, dejando el futuro de la Isla a mi hermana.

Connor, transformado en lobo, agacha la cabeza a la merced de la luna, a la merced de la futura reina de los vampiros.... y de los hombres lobo.

-Otra vez ella -escucho la voz de Arturo.

-¡Arturo! ¿Cómo es que sigues en tu forma humana? -Pregunto.

-Me transformo algo más tarde que los demás, pero no voy a poder resistir mucho.

-Tenemos que bajar a Eli de allí arriba. Es la única forma de hacerle perder la esencia de la luna. Tal vez no volverá a intentar capturaros si...

-Lo siento, Lizz, pero no voy a esperar a que lo intente de nuevo o no -se disculpa Arturo-. Voy a intentar destruirla.

-Dicen que el que avisa no es traidor -medio sonrío-. Vamos, te ayudo.

Dicho esto, los lobos alzan sus cabezas en una sincronización perfecta y dedican a mi hermana un aullido que me parece hermoso.
Él se resiste colaborar. Sus labios están fruncidos y su frente

sudorosa, mientras que el centro de sus ojos castaños claros dejan de ser un punto negro a rasgarse verticalmente, recordándome a los ojos de los grandes felinos.

Arturo coge la flecha de plata y un arco que huele a Mery. Al apuntar hacia mi hermana, la flecha de plata desaparece para luego materializarse en la mano de Eli, que dirige a los lobos organizado en filas paralelas unas a otras hacia la salida de la aldea.

Me llevo un susto cuando siento que algo empieza a mordisquearme la rodilla. Bajo la mirada y veo a una pequeña figura retorcida con ojos cadavéricos y una boca redonda sin labios, llenos dientes deformados. Cientos empiezan a surgir de la tierra, de diferentes tamaños.

Recuerdo que estas criaturas los solía invocar mi hermana para entretener a sus rivales. Pueden llegar a medir perfectamente lo que mide un ser humano, no tienen sentimientos ni cerebro y lo único que hacen es conectar con la mente de quien lo invoca y actuar según las órdenes. Para mí es como estar muerto o peor.
Éste es especialmente pequeño. Le doy una patada y lo mando lejos de mí.

Una línea blanca aparece bajo mis pies, dibujándose rápidamente una figura que conozco muy bien. Estoy atrapada dentro de una prisión para vampiros.

Las criaturitas le hacen la vida imposible a Arturo, subiéndose a su espalda, abrazándole las piernas y los brazos, amontonándose para hacerle perder el equilibrio y matarle asfixiado.

Las gemelas Vanessa y Jennifer aparecen en el claro, mucho más allá, y Elisabeth las apunta con la flecha de plata que tiene en la mano.
Grito sus nombres, avisándolas del peligro, y aporreo

mi transparente prisión, aun sabiendo que para mí es indestructible.

Una débil luz me indica que Arturo está usando alguna clase de magia. Concentra la magia en sus mandíbulas para lanzar un aullido tan potente que crea una onda de sonido, arrasando con los monstruos que le rodean.

Antes de que vuelvan a por él, se va corriendo hacia Elisabeth. No va a llegar a tiempo, ni siquiera a la velocidad de un lobo.

Contemplo desde mi prisión la escena. Jenni empuja a su hermana Vanessa, alejándola de la trayectoria de la flecha en el último instante. Ésta se clava en Jennifer, con una puntería mortal, y cae.
Escucho a Vanessa gritar de angustia, mientras que Jenni no hace ruido.

Arturo corre hacia el centro claro, donde se sitúa Elisabeth y observo asombrada cómo el chaval se abre camino entre los monstruos.
La mayoría del tiempo sortea las criaturas de su tamaño, impidiendo que se les echen encima, con la agilidad de un guepardo, hasta que uno el doble de grande que él le hace pararse.

La pesada criatura lanza un golpe con su enorme puño hacia Arturo, que lo esquiva en un acto reflejo, dejando a la criatura algo sorprendida. El chico se echa hacia delante y le asesta en pleno estómago. En el mismo momento en el que la bestia se encoge del golpe, Arturo da media vuelta para coger velocidad y le clava el codo del brazo contrario en el rostro, con la frialdad de un témpano de hielo. Termina completando la media vuelta con una patada aérea que lo tira inerte al suelo.

Empleando una velocidad que convierte la tensa cuerda del arco en una arma tan peligrosa como lo es un afilado cuchillo,

lo pasa por el cuello de uno que se le acerca por un lado, haciéndole un grave corte, y perforando la cabeza de otra criatura con el extremo del arco, totalmente impávido. Por un momento parece estar disfrutando, lo que causa inquietud mezclado con esos ojos salvajes y la luz de la luna llena sobre él.
Es una lucha bestial, pero tan espectacular que no pierdo ni un detalle en pestañear.

Elisabeth materializa de nuevo la flecha impregnada de la sangre de Jenni en su mano y apunta de nuevo, esta vez a Evelyn, que aparece entre los árboles, confusa, hasta que ve el cuello sangrante de Jennifer.

Vanessa, destrozada, abraza el cuerpo de su hermana caída, sin poder hacer otra cosa que temblar.
Evelyn levanta la mirada hacia Elisabeth, retándola. Algo empieza a brillar en la punta de su cabello pelirrojo. Es una chispa de fuego... de magia.
Su cabello, movido furiosamente por un viento sobrenatural, prende fuego.

Elisabeth se ríe y lanza la flecha. Evelyn, con una mirada abrasadora, funde la flecha de plata antes de que llegue a ella.

Se planta en el claro, convirtiendo sus sentimientos en poder y acumulando energía en una figura llameante que se concentra en sus puños.
Elisabeth, por su parte, hace lo mismo, pero con una figura de hielo.

Frío y calor se encuentran en el aire, en un choque brutal que nos barre a todos con una luz cegadora.

La lucha está muy reñida, pero sé que no va a durar para siempre. Una de los dos se quedará sin energía. Arturo, como desequilibrante de la balanza, interviene conectando con el viento... y éste, dispuesto a luchar junto a un mago del aire, envuelve al rayo de Evelyn, haciendo que se forme una llamarada de fuego giratoria, como un torbellino en el corazón del sol, perforando hasta el núcleo del hielo, despedazándolo.

La combinación de los jóvenes magos vence a Eli, pero no acaban con su último hechizo, que sale disparado hacia ellos en forma de rayo.
Evelyn (a diferencia de mi hermana que tenía el poder de la luna de su parte) ha agotando sus fuerzas y se desploma en el suelo. La verdadera luna, que vuelve a aparecer eclipsando a mi hermana, acaba convirtiendo a Arturo en un lobo en toda regla.

Espero a que el lobo intente huir inútilmente del mortífero rayo en el poco tiempo que le queda, pero no se aparta.
Se interpone en la trayectoria del rayo, protegiendo con su cuerpo y con su vida a Evelyn.


36- Lagunas

*Narra Arturo*

Me siento poderoso. Es la primera vez que estoy consciente en mi forma lobuna bajo la luna llena. Me colma de una fuerza que jamás había experimentado.

A mi lobo interior le gusta liderar el cuerpo las noches de plenilunio -ya que puede-, pero parece que también le ha cogido cariño a Evelyn y está de mi parte esta vez, dispuesto a luchar juntos. Acata mis órdenes y yo respondo y complemento sus movimientos, trabajando por primera vez en equipo.

Doy un zarpazo al aire que, combinado con mi magia sobre el viento y la energía que le regala la luna a mi parte de lobo, soy capaz de crear unas ráfagas de aire cortante que rebana las plantas de su camino mientras va a su destino: el rayo de Elisabeth.
Impacta y el rayo pierde parte de su poder destructivo en un fogonazo de luz congelador, pero no se detiene, y yo tampoco me aparto.

*Narra Zed*

Espero que Evelyn no se enfade mucho por no haber podido impedir a sus abuelos salir de la casa. No se me da bien mentir ni esconder la mentira.

-¿No dijisteis que nada de magia? -Pregunto intentando volver a tener el control de mis piernas, que caminan junto a los abuelos hacia el claro.

-Hemos sentido que alguien ha incumplido lo de no usar magia -me contesta Alan, liberándome de su hechizo-, por lo que ya no nos sirve de nada escondernos del Consejo. Se ha desvelado nuestro paradero.

-¿Y por qué no os replicáis y dejáis que maten vuestras réplicas?

-Solo somos magos -dice el abuelo Alan levantando las manos-. Hacemos prodigios, pero no milagros.

Vemos a Vanessa

de espaldas a nosotros, sentada en el suelo y apoyada a un árbol.
Caminamos hacia ella y desvío mi mirada hacia el rostro pálido de Jenni, que está entre los brazos de Vane. Sus cabellos blancos como la nieve, están manchados de sangre, al igual que cubren sus ropas.

La Sanadora se acerca y le pone una mano en el hombro. Vanessa se sobresalta y la mira.

-¿Podrías... crees que podrías curarla? -Pregunta Vane.

La Sanadora intercambia una preocupante mirada con el abuelo Alan, y examina el cuello de Jenni.

-Siento mucho decirte esto -dice La Sanadora, y adivinamos todos lo que quiere decir-. Puedo curar heridos, querida, pero no puedo devolver vidas. Lo siento muchísimo.

El rostro de Vane se arruga inmediatamente y las lágrimas caen.

-¡Argh! ¡¿Por qué me lo quitan todo?! ¡Mis padres y ahora mi hermana! -Estalla Vane y me escabullo en silencio de la escena. No quiero escuchar sus gritos, me recuerdan lo que yo también he perdido. Me pregunto si los Ignis, una vez muertos, sus cuerpos se destruyen en el fuego.

Veo a Evelyn intentando caminar y, más allá de una fila de árboles caídos, un lobo inmóvil. Me acerco a ella. No soy alto, así que solo puedo tomarla del brazo para ayudarla a mantenerse en pie.

-Gracias, Zed -dice ella, sin apartar la mirada del lobo. Debe de ser Arturo.

-¿Qué ha pasado? -Pregunto.

-Me ha salvado la vida -dice y se coloca unos mechones pelirrojos tras una oreja-.

Arturo es un mago, como nosotros. Espero que no sea Ignis, porque si no... Ya sabes, no le viene muy bien si quiere vivir sin muchos problemas.

Nos acercamos al lobo y le sacudo una pata. Sus ojos se mantienen cerrados.

-Evelyn, ¿crees que ha... muerto?

-No digas eso... Él está bien. Tiene que estarlo -dice y coloca su oído cerca del corazón de Arturo. Los ojos de Evelyn se llenan de lágrimas-. No hago más que traer problemas, por mi culpa se ha arriesgado tanto. Maldita sea, ¡no escucho ni un latido! ¿¡Por qué mato todo lo que se me cruza por el camino, eh!?

-¡Deja de ponerte histérica, Evelyn! A lo mejor es que tú no lo escuchas. A ver, déjame a mí.

-¿Y bien...?

-Creo que sí... No. No, espera, ¡sí se escucha! ¡No!

-¡Zed!

-Esque a veces lo confundo con mis propios latidos... ¡Eh! Mira. ¿Ves el vaho?

-Sí -dice ella aliviada con una pequeña sonrisa-. Está respirando.

-¡Bien! -Digo cerrando las manos en unos puños-. Entonces está vivo.

-Vamos, hay que llevarlo dentro de alguna casa, el rayo de hielo le ha dado y se está congelando. Hay que pedirle ayuda a mi abuela.

-¿Qué pasa con los demás lobos? ¿También están así?

-No creo. Lo más seguro es que se han dormido por la hipnosis de Elisabeth. ¿Los ves? -Dice ella señalando cerca de la salida del claro.

-¿Qué ha pasado exactamente?

-Hemos luchado juntos contra la hermana de Lizz.


-¿Elisabeth? ¿La reina esa? ¿Y ha muerto?

-Ha muerto -responde la voz de Lizz. Acaba de venir volando en su forma de murciélago-. He dejado de sentirla, definitivamente. Se lo merece.

*Narra Arturo*

Sé que soy un mago, que me voy a ir a Hæky (al mundo de los magos) a aprender a controlar mi poder... También sé que los sucesos de las noches de luna llena no se recuerdan, pero lo raro es que me faltan muchos otros recuerdos.

Por la puerta abierta, pasan Connor y Lizz discutiendo. Me ven despierto y entran sin parar de hablar.

-Que tenga más de noventa años no significa que éste no sea mi aspecto real -dice Lizz poniendo los ojos en blanco-. ¡Yo aún no te he pedido que te conviertas en lobo! No me importa lo que seas.

-Porque ya me has visto, ¿no?

-No -miente Lizz mosqueada-. ¡Venga, transfórmate! ¿Cómo eres, eh?

-Guapo -dice Connor con usa sonrisa juguetona.

-Bah. ¿Qué tal, Arturo? Ha sido muy heroico por tu parte salvar a Evelyn ayer.

-Ayer... Hmm, no recuerdo nada -admito-. ¿Quién es Evelyn?

-No... no puede ser -dice Lizz-. ¡El rayo te ha congelado la memoria!

-¡¿Qué?! -Dice Connor alarmado.

Qué exagerados son. Tal para cual. Ni que Evlin -o como se diga- fuera alguien importante... Porque no lo es, ¿verdad?

-Chicos -interviene Mery, apoyada en el marco de la puerta-, está bromeando.

-Oh, claro. Arturo bromeando, lo normal -dice Diego que aparece junto a Kaiser-. ¡Alan! ¡Catalina! Vuestro paciente está vivo.

Qué exagerado...

-¡Oh, qué bien, Arturo! Ya te has despertado del sueño curativo -dice una mujer mayor de unos impactantes ojos azulados-. Evelyn se alegrará de verte. Ha ido a ver cómo se encuentra Vanessa.

Otra vez ese nombre. Evelyn. ¿Quién es? ¿Alguna chica que he conocido en plenilunio...? ¡Ya recuerdo! Era la nieta de esta mujer, creo. La Sanadora se hace llamar, muy conocida en estos alrededores. No sé quién la ha dejado entrar en la aldea del Clan de la Luna. Seguramente sea maga, como todos sospechábamos.

-El tío Kris nos ha contado que eres un mago y que te vas a marchar, ¿es cierto? -Pregunta Mery con tristeza, y aparece Kris.

-¿Se puede saber cuánta gente cabe aquí? -Pregunto agobiado.

-Han venido a despedirse de ti, Arturo -dice Kris y me quedo en silencio, conmovido de repente.

-Vaya... gracias a todos. Y sí, me voy a marchar -le contesto a Mery-. Me iré hoy al mundo de los magos, pero volveré en cuanto pueda a visitaros.

No me cuesta nada despedirme. No sé qué es lo que me retenía antes, lo que me anclaba a este lugar. Sea lo que sea, ya no está en mi cabeza.

Esbozo una pequeña sonrisa ante la incomodidad de la situación. Mery da media vuelta y sale corriendo de la habitación, envuelta en lágrimas. Mery...


37- En marcha

*Narra Vanessa*

-Vanessa, por favor, ¡déjalo ya! -me dice Evelyn y esquiva el plato volador que le lanzo. Se rompe en añicos contra la pared de la cabaña-. Tú no eres así. Nunca has perdido los nervios.

-Voy a matarla, así que apártate y ¡déjame salir! -Grito con el pelo envuelto en llamas blancas-. Voy a vengar a Jenni.

-Elisabeth ya está muerta.

-¿Elisabeth? -Río-. ¡Me refiero a Mery! ¡Vi que la flecha de plata tenía forjada su maldito nombre!

-Pero no la lanzó ella... -dice Lyn pero sus palabras me entran por un oído y salen por el otro.

-Ni peros, ni peras, ni manzanas. Lyn, lo he visto. La flecha estaba el cuello de Jenni. ¡La maldita flecha, Lyn! ¡Y el nombre de Mery cubierta de su sangre, maldita sea! ¡Pienso matar a todo aquel que haya estado involucrado!

-Te estás pareciendo a mi ma... a La Asesina Escarlata. Sabes quién es, ¿no? La mujer que...

-No te atrevas a compararme con ella -la amenazo con la mirada.

-Tú sabes mejor que yo que no hay que ir por allí matando. Hablemos un rato con calma, tienes que intentar entrar en razón, Vane.

-¡No quiero! -Digo, consciente de que suena como un berrinche infantil.

La empujo, apartándola de mi camino y salgo corriendo de la casa.

Qué suerte la mía, pillando a Mery entrando en el bosque.
Me alegro de poder desatar mis poderes sobre el fuego sin preocuparme del Consejo.
La sigo y, cuando estamos lo suficientemente adentrados en el bosque, con la mirada trazo rápidamente

sobre el suelo unas altas llamas, atrapando a Mery dentro del círculo.

-¡¿Quién...?! ¿Eres tú, Evelyn? ¡Si quieres pelea, muéstrate, cobarde! -Dice ella.

Traspaso las llamas y entro en el círculo. Mery se queda mirándome con expresión extraña.

-Si solo eres tú. ¿A qué vienes? -Pregunta ella-. ¿Y estas llamas? ¿Lo estás provocando tú?

-Vengo a matarte -contesto a su primera pregunta. Nunca me he notado tan agresiva en mi vida.

-Vaya, si eres capaz de decir matar -se ríe ella y me lanza una mirada despectiva-. Te he visto, eres demasiada buena para hacerme nada. Eres una cobarde.

Le agarro del cuello de la camiseta y la taladro con mi mirada, dejándole ver en mis ojos las puertas del mismo infierno.

-No confundas mi amabilidad con debilidad -grito con fuerza y le suelto un puñetazo en la mandíbula que la coge por sorpresa.

-¡Estás loca! -Dice ella cuando mis puños empiezan a arder.

-¡Vane! ¡No hagas cosas de los que te puedas arrepentir! -Escucho a Evelyn.

-¡No me mandas! ¡No eres mi madre! -Grito y le lanzo una bola de fuego cuando aparece en el círculo, tras pasar entre las llamas. Le doy en pleno estómago. No le causa daño, pero sí la tira al suelo.

-¡Esto es por Jenni, así que no te metas, Lyn!

-Destruyendo su vida no vas a traer a Jenni de vuelta, ¿lo sabías? -Dice Evelyn poniéndose de pie.

-¡Cállate!

Evelyn intenta alcanzarme, pero desaparezco y reaparezco en distintos lugares, con Mery entre mis manos, gritando y retorciéndose de dolor.
Mery puede liberarse fácilmente con su fuerza lobuna, pero se lo bloqueo

matando primero a su loba interior con un hechizo prohibido.
Y así, poco a poco, noto cómo le abandona la vida.

-Por estas cosas nos expulsaron del mundo de los magos -escucho decir a Lyn.

Dejo caer el cuerpo sin vida de Mery con una sonrisa temblorosa.

-¿Contenta ya? No sé qué pensaría ahora Jenni de tí -dice Evelyn al alcanzarme, y la realidad me cae en forma de maza. Evelyn niega con la cabeza y da un paso hacia atrás, para luego teletransportarse.

*Narra Arturo*

Tras despedirme de mis padres y de mis amigos, me marcho con Kris. El camino hacia el bosque es silencioso.

-¿Qué pasará una vez en Hæky? -Pregunto.

-Aprenderás a controlar tus poderes en una escuela de hechicería.

-Genial. A estudiar -Digo malhumorado.

-Será divertido, ya verás -dice captando mi ironía-. No siempre te puedes encontrar con elfos, duendes, hadas, humanos y otros seres en el mismo lugar, y mucho menos estudiando hechicería juntos. Lo pasarás muy bien, créeme.

-Lo que tú digas...

-Oye, ¿cómo es que te has rendido tan fácilmente? Pensé que tendría que llevarte a rastras -dice con un brillo curioso en la mirada.

-¿Así llevas a la escuela a los jóvenes magos?

-Más o menos -sonríe-. A veces tengo que dejarles inconsciente con algún veneno. Siempre con el permiso de su tutor, tutora o tutores. Pero una vez allí, casi todos quedan encantados. En fin -suspira de forma cansina-, ¡este es mi trabajo! Pensé que no te querías separar de tu novia.

-¿Novia? -Niego la cabeza-, Mery y yo rompimos hace tiempo.

-Eso ya lo sé. Me refiero a la chica

pelirroja, por algo tu visión fue de ella.

-¿Qué pelirroja? ¿Qué visión? -Pregunto y me clava la mirada-. Oye, sé qué haces. Sal de mi mente, es privado.

-Me parece que alguien tiene lagunas. Te faltan algunos recuerdos, Arturo.

-Me estás tomando el pelo.

-No. Sabes que todos los magos, antes de presentársele los poderes... -alarga mucho la última letra, como diciéndome sigue la frase.

-Le vienen mareos, cansancio, una visión -termino su frase-. No puedo creer que pudieras meterme en la cabeza eso. Sabías que sería mago y te empeñaste en que aprendiera un poco sobre la magia, ¿eh?

-Sí. Por cierto, no se tiene una visión de cualquier persona. Ves el futuro de la persona que más te importa en ese momento, chaval. Y tú soñaste con ella.

Me quedo pensativo durante todo el trayecto, pero no logro recordar. No tengo recuerdos con ella.

-¿Algún día me dejarás volar sobre tu hoja flotante? -Pregunto sonriente.

-¡Ya veremos! Le tengo demasiado cariño como para dejarlo en manos de un creador de ciclones sin estudios -ríe Kris-. A propósito, ha sido impresionante cómo habéis combinado los poderes ayer. Fuego y aire. Me lo ha contado todo la pricesa Lizz porque yo no lo recordaba... Ya sabes, era preso de la hipnosis de Elisabeth. Vaya mujer. ¿Sabías que estudiamos juntos en la misma escuela? Se le daba bien, muy bien, la magia. No puedo creer que la derrotarais solo los dos juntos.

-Los dos juntos -repito-.

¿Había alguien conmigo? Oh, no me digas. La pelirroja.

-Sí.

-Vale, ahora me muero de curiosidad por saber quién es esa chica.

-Me temo que será en otro momento, Arturo. Abriré el portal aquí mismo.

Dibuja con el dedo un círculo en el aire, lo bastante grande como para que entremos los dos. Cuando cierra el círculo imaginario, Kris hace unos movimientos con las manos, acompañados de unas palabras y un escupitajo hacia el centro de la figura, que empieza a rasgarse, rellenando por completo el círculo con una luz cegadora.

Kris se pone de pie sobre su hoja, que se mueve a ras del suelo, por lo que no necesita caminar.

-Ya está listo -dice y miro la mano que descansa sobre mi hombro-. Sé que no te gusta que te pongan las manos encima, pero hay que cruzar el portal juntos porque, una vez abierto, solo se puede usar una vez. Por eso mismo esto del contacto es necesario para que no acabes en un lugar diferente, como el infierno o algo peor... O mejor. ¿Quién sabe?

*Narra Evelyn*

Tengo que darme prisa y contactar con el Consejo, antes de que tomen acción y hacerles algo a los Ignis, ya que saben de su paradero. Pero más prisa tengo que darme porque seguro que Catalina, con su intuición de abuela, acabará intuyendo que algo pasa.

Agarro el arco y me cuelgo al hombro el carcaj cargada de flechas.
Doy unos pasos, pero me paro antes de salir de mi habitación y vuelvo a colocar las cosas en su sitio.
No voy a necesitarlos.
Les tengo mucho cariño, al igual que quiero a los cuchillos y las lanzas de doble filo, pero no me van a servir.
No voy a luchar.
Por si tengo que cortar algo, me guardo un puñal.
Dejo algunos instrumentos de la Caja Mística que pienso que tal vez le sirvan a mis abuelos y salgo de la casa con la Caja y su contenido.

Necesito un lugar apartado para realizar el conjuro prohibido, así que me monto en la escoba y vuelo hacia el bosque.
Intento quitarme de la cabeza los gritos de Mery y la mirada enferma de Vanessa. Todo es por mi culpa.

Veo dos figuras encapuchadas entre los árboles.
Pienso en ir más allá y alejarme todo lo posible de esas misteriosas personas, hasta que caigo en la cuenta de que tal vez sean magos encargados de hacerles daño a los Ignis, ya que uno de ellos está montado sobre una gran hoja flotante.
Con cuidado de no ser detectada, bajo al suelo y me escondo tras los árboles.

Casi se me escapa un grito al ver que tienen abierto un portal.
Debe de ser el mago del que hablaba mi abuela, uno de los guardianes de los portales.

Entonces la entrada debe de parar al mundo de los magos.

Sonriente, espero a que pasen juntos y, antes de que se cierre el portal, me cuelo tras ellos, esperando salir en el mundo de los magos.

Qué equivocada estaba.


38- El Imperio de Nieveterna

*Narra Evelyn*

Bajo de mi escoba de un salto y lo guardo en la Caja Mística para no llamar la atención, justo antes de salir del portal.

El frío me congela las pestañas y me detengo al oír un choque metálico muy cerca mía.

-¡Zhàn zhu! -Me espeta una voz.

Dos espadas se cruzan enfrente de mis narices.

Sus dueños son una mujer y un hombre. Llevan trajes que parecen un uniforme de soldado.

-¿Nî shì shuí? -Dice la mujer en modo de pregunta.

Sus expresiones son serias y duras. La mujer alza una de sus finas cejas, seguramente esperando mi respuesta.

-Lo siento, no entiendo vuestro idioma -sonrío para parecer amigable y que vengo en son de paz.

-¿Ta shuo shén me? -Le pregunta el hombre a la mujer.

Miro a mi alrededor.
Unas montañas con la cima cubierta de nieve por aquí, otras que rasgan las nubes por allá.
Distingo el olor a pino que hay en el ambiente, mezclado con el de otras plantas arropadas por capas de la helada nieve.

-Ta jué de wô mén hâo xiào -contesta ella y me perforan a la vez con la mirada-. ¡Ba ta gêi dài zôu!

-¡Hao! -Dice el hombre y cada uno me coge de un brazo.

-¡Eh! -Me resisto-. ¡Que no he dicho nada malo!

-¡Bì zui! -Me dice el hombre y entre los dos me llevan con los pies casi arrastrando por el suelo.

Estoy segura de que me llevarán ante alguien.
Está claro que no estoy en el mundo de los magos.

Me concentro para invocar al fuego, pero me detengo al caer en la cuenta de algo... y me dejo guiar.

Quiero ver ante

quién me llevan. Tal vez ese alguien pueda ayudarme. Si no, no tengo problema en escapar de ellos. Soy libre de emplear magia.

Varios halcones pasan volando por encima nuestra y se posan sobre la entrada circular del portal, ahora apagada.
En cada paso mis pies se hunden en la blanda nieve. Les sigo el ritmo con dificultad.

Nos detenemos en la base de una montaña muy empinada y llaman a alguien.

-¿Yôu shén me wèn tí ma? -Dice un joven despreocupadamente, asomándose desde una de las piedras salientes de la montaña.

El dueño de la voz baja deslizándose por el lateral de la montaña. Los soldados hincan una rodilla en el suelo y bajan la cabeza.

El joven lleva como gorra un grisáceo pelaje de... lobo.
En sus mejillas hay dibujadas unas líneas verticales de color granate que resaltan sus ojos, verdes como las hojas de una planta venenosa.
Clava su mirada en mí y tiemblo por el frío que transmite.

Habla un rato con los soldados encargados del portal y me pregunto cuánto frío puede llegar a aguantar una Ignis.
Me encojo sobre mí misma y cierro los ojos. Me cuesta respirar por el dolor que causa el gélido ambiente a mis pulmones.
Hago un último esfuerzo y me toco la nariz para comprobar que sigue allí, ya que he dejado de sentirlo hace un rato. Frío no está, sino lo siguiente.

Tengo que salir de aquí.

Cuando vuelvo a abrir los ojos, me encuentro en una habitación de cristal opaco que parece hielo.
Maravillada, lo admiro todo.

Sigue haciendo frío,

pero no tanto como para dejarme inconsciente.
Me levanto de la pequeña pero elegante cama y siento que no llevo más que un suave y sencillo vestido. La rara tela me protege bien del frío.
Se me pone la piel de gallina al pensar que alguien me ha cambiado de vestimenta.

Veo mi antigua ropa doblada minuciosamente sobre una esquina de la cama y busco la Caja Mística, desordenándolo todo. Compruebo que sigue allí y suspiro aliviada.

La entrada se abre y levanto la mirada.

Una señora hace una inclinación de cabeza y me saluda con una sonrisa.
Le devuelvo la sonrisa automáticamente. Significa lo mismo en todos los idiomas, ¿no?

Viene con una bandeja. La deja en la mesa que hay al lado de la ventana y se va con una reverencia.

¡Esto es muy extraño! ¿Dónde me he metido esta vez?

Me acerco a la comida con curiosidad. Es un plato frío de una especie de puré.

A caballo regalado no se le mira el dentado, recuerdo que canturreaba mi abuela... En seguida me acuerdo de todo lo que debo de hacer. Y ni siquiera me encuentro en el mundo de los magos.

Me siento en el ancho marco de la ventana (las paredes deben de ser bastante gruesas) con los pies calzados encima y tomo el plato en mis manos. Agarro la cuchara y pruebo un poco.
Ahogo una exclamación de sorpresa. ¡Está delicioso!

Debería asegurarme de que no contiene veneno, pero tengo tanta hambre que me lo termino antes de darme cuenta.

Miro el paisaje nevado.
A juzgar por lo que veo desde aquí, debo de encontrarme

en una de las torres de algún castillo... De un castillo de cristal opaco.

Suenan unos golpes en la puerta. Varias mujeres entran armadas hasta los dientes de toallas, cepillos, y más cosas que jamás había visto.

Me dicen algo que no termino de entender y me guían a otra habitación.
Tardo un momento en caer en la cuenta de que van a bañarme.

-¡Oh! ¡No necesito ayuda para bañarme! -Exclamo agitando las manos y negando con la cabeza-. Puedo sola, pero muchas gracias.

Las mujeres parecen haber captado lo que quería decir, por lo que dejan las cosas y se retiran.

El cuarto de baño está repleto de vapor. Tiene un aroma muy agradable.
Me acerco a la bañera llena de agua y compruebo que está templada.

¡Cuánto tiempo llevo sin darme un buen baño! Qué amables son.

Termino de desvestirme y me meto en la bañera. Me desenredo el pelo y lo limpio a conciencia mientras tarareo una canción entre las pompas. Me sumerjo en el agua. ¡Oh, podría acostumbrarme a esto!

La puerta parece tener intención de abrirse, por lo que me llevo un gran susto. La bañera es transparente como un diamante pulido y podrían verme. Sin embargo, lo dudo, ya que he dejado el agua hecho un asco... Está de todo menos cristalino.

-¡Detente! ¿Qué haces? -Suena la voz de un hombre, amortiguado por la puerta que nos separa-. ¡Es una mujer!

-¿Puedo saber por qué te pones así, hermano? -Suena otra voz masculina-. Solo

voy a darle la bienvenida.

No hablan en mi idioma, estoy segura. Pero entonces, ¿por qué les entiendo? ¿Por qué comprendo el significado de cada una de sus palabras?

-Sería mejor llamar a la puerta antes de entrar al aseo, ¿no crees?

-¿Es eso necesario?

-¿Es que la emperatriz Nieveterna no te ha enseñado nada, cacho bruto?

-Nunca he tratado con mujeres, ¿qué esperabas?

-Es de sentido común... Ya la veremos más tarde. Y deja esa espada, podrías asustarla.

Me tapo la boca para no soltar una carcajada. ¿De verdad piensan que puede asustarme una espada?

Oigo sus pasos alejarse, junto a sus voces.
¿A qué habrá venido eso? Aquí ocurre algo...

Salgo de la bañera y me seco con una toalla. Hay un montón de ropa que han dejado las mujeres, así que me visto con ellas. Descubro, sorprendida, que las prendas parecen estar hechas perfectamente a mi medida.

Agradecida, decido dejar el baño como estaba antes de que llegara.
Limpio la bañera; abro una pequeña ventana para dejar que el vapor salga y cuelgo la toalla usada; guardo lo demás doblado en un cajón de un armario y le quito los cabellos pelirrojos que he dejado sobre el cepillo de pelo.

Vuelvo a la habitación y cojo la Caja Mística.
Voy a inspeccionar dónde me encuentro.

Bajo por la escalera de caracol de cristal y entro por un pasillo. Las habitaciones parecen estar distribuidas de igual manera en todas las plantas.

Llego a la última planta deslizándome por la barandilla de la escalera de caracol.
Después, salgo al patio y recorro el jardín de nieve,

admirando las delicadas flores de hielo hasta llegar a una fuente congelada.

Escucho algo.
Me asomo tras unos árboles y veo al chico de antes (sin la gorra tan espeluznante de piel de lobo), lanzando estocadas con su espada al aire.
Me ve y no me molesto en esconderme.

-¡Ah, hola! -Me saluda y sus ojos verdes brillan.

Sacude la cima de su cabeza lleno de nieve con una mano y deja aparecer debajo un cabello negro como el propio carbón.

-Hola. ¿Por qué te entiendo? -Pregunto tajante, hablando perfectamente en el idioma que ni sabía que existía-. ¿En qué idioma hablamos?

-En el idioma que emplean los magos. Lo llevamos en la sangre. ¿Es esa una pregunta trampa? -Dice y niego la cabeza extrañada ante su pregunta-. Veo que has decidido bajar sola. Fui simplemente a escalar el Pico de los Halcones, no esperaba encontrarme contigo tan pronto. A propósito, ¿no eres un poco joven para ser una guardiana?

Con que era eso. Cree que soy una guardiana que le va a llevar al mundo de los magos porque se le han presentado los poderes, al igual que su hermano. 

-No soy ninguna guardiana.

-¿No? Entonces, ¿qué eres? -Frunce el ceño y da unos pasos hacia mí-. Aparte de una maga, digo.

-Soy una humana. 

-¿No serás ninguna Ignis, verdad? -Se tensa y aprieta la empuñadura.

-¿Ignis? -Me río-. Claro que no.

-En ese caso, bienvenida a mi hogar, el Imperio de Nieveterna -dice y contemplo una de las torres de hielo cuyos picos se pierde entre las nubes-. ¿Qué te trae por aquí?

-Iba al mundo de los magos por mi cuenta...

-¡Ah! Entonces queremos ir al mismo lugar: Hæky.

Así que ese es el nombre del mundo de los magos. Hæky.

Observa su espada y luego me mira. Me sonríe y señala algo del suelo, cerca mía: Otra espada. Entiendo qué quiere decir antes de que lo diga.

Espero recordar algo de cuando jugaba de pequeña con las gemelas a ser espadachines.

-¿Te atreves? -Me desafía. Al ver que dudo, añade-: ¿Sabes cómo usarlo? ¿O las mujeres de tu mundo no tocan si quiera un arma?

Por su tono de voz sé que está intentando provocarme, pero no me altero.
Tomo de la empuñadura de la espada.
La hoja reluce, es alargada y tiene figuras grabadas. Su empuñadura parece estar bañada en oro y hay dos piedras preciosas incrustadas en los laterales del mango.

-¿Qué arma? Esto parece un objeto de adorno -digo para mosquearle a él-. ¡En guardia!

Muestra una sonrisa salvaje, impropia de un príncipe.
Dobla ligeramente las rodillas y blande su espada.

Intenta alcanzarme con su espada en un movimiento impecable, pero se lo bloqueo interponiendo la mía y estos dos chocan con un agudo ruido metálico.

Me separo y lanzo una torpe estocada. Él lo evita fácilmente.
Con un giro de muñeca, mi espada da un rodeo en la suya y, de un tirón, casi se lo lanzo por los aires... Pero es demasiado fuerte para que pueda arrebatarle tan fácilmente su espada de las manos.

Se inclina hacia delante y por poco me roza el estómago, pero cojo aire y me echo hacia atrás, perdiendo el equilibrio y cayéndome al suelo.
La punta de su espada se posa sobre mi cuello.

-Muerta -dice él con una sonrisa.

Gira sobre sus talones y se aleja de mí, orgulloso.
Me levanto y le pongo la punta de mi espada sobre su nuca, lo que lo paraliza.

-Regla número uno: Nunca bajes la guardia, chaval -sonrío.


39- El príncipe Marshall

*Narra Evelyn*

El príncipe se da la vuelta con una radiante sonrisa y aparto la espada.

-Esa regla te lo acabas de inventar -se ríe y me encojo de hombros-. Eres muy osada para atreverte a llamarme chaval. A mí me llamas Marshall o te largas, mi dama.

-¿Cómo que tu dama? Yo no soy la dama de nadie. A mí me llamas Evelyn -le digo en el mismo tono y se ríe a carcajadas.

Cada vez que se ríe, es como si se estuviera burlando de mí o algo. Me mosqueo un poco y las puntas de mi pelo no tardan en encenderse con una chispa y contagiar al resto de mi cabello. Maldición.
Veo el terror creciendo en los ojos de Marshall.

-Me has mentido. ¡Eres una maga del fuego! ¡Eres una maldita Ignis!

Estoy harta de que sientan odio hacia los Ignis, harta de que juzguen sin conocer.
No soy malvada pero, si siguen tratándome como tal, a lo mejor acabo actuando de la forma que quiero evitar.

No me permito articular palabra cuando tengo los ojos llorosos... Me saldría temblorosa la voz y lo último que quiero mostrar es debilidad ante este engreído.

Algo impacta en mí con fuerza.
Marshall me ha lanzado una bola de nieve.
Lo que sea que sentía se transforma en odio.

-¡Cómo te atreves! -Le lanzo otra bola de nieve, pero se tira al suelo y lo esquiva.

-¡Que no se te suba el fuego a la cabeza! -Se ríe por su chiste y me lanza una bola de nieve más grande, sentado lejos de mí en el suelo.

Bateo la bola de nieve con el lateral de la hoja de la espada.
Marshall vuelve a lanzarme otra. Molesta, dejo escapar una bola de fuego y derrito la siguiente

bola de nieve que me lanza.
Satisfecha con su reacción de sorpresa, creo una segunda bola de fuego y la mantengo en mi mano libre. Me acerco hasta plantarme frente a él.

-Eh, no me toques con eso... -dice levantando las manos, sin despegar el trasero de la nieve.

-Voy a quemarte la cara como vuelvas a... -mi amenaza es interrumpida porque me estampa una bola de hielo en la cara. Me lo aparto de un manotazo.

Miro sus manos. Ha creado relucientes bolas de nieve con magia.
Se ríe como un niño y no puedo evitar reírme con él... No sin antes aplastar su otra bola de nieve en su frente.

-Vaya, no sabía que los Ignis eran personas normales e inofensivas -comenta quitándose la nieve de la frente.

-¡Inofensivas! -Digo y le acerco dos dedos, con una pequeña llama bailando encima de cada uno, a sus ojos.

Marshall me enseña la palma de sus manos, rindiéndose.

-¡Que haya paz! -Dice y apago el fuego, para ofrecerle mi mano con una sonrisa.

Me toma de la mano y le ayudo a levantarse.
En ese momento, me arrebata la espada de las manos y me grita: ¡En guardia!
Vaya tramposo.
Me apresuro a coger su espada que se encuentra más allá, sobre la nieve, y estoy lista para otro asalto.

-¿Qué eres tú? -Pregunto echándome a un lado para esquivar su ataque.

-Digamos que soy una criatura del hielo -se ríe. Lo toma todo como una broma-. Habrás oído hablar de Los Hermanos Témpano, supongo, como todos. Yo soy el menor, por ahora. Somos hijos de la emperatriz Nieveterna.

-Nunca he escuchado nada de eso.

-¡Pero en qué mundo vives! Los Hermanos Témpano son unos grandes guerreros. Han salido victoriosos en cientos de miles de batallas contra los... Bueno, yo no, ni mi otro hermano, pero pronto lo haremos. Y arrasaremos junto a los demás.

Le dirijo la espada hacia el costado, pero en el último momento lo aparto y le doy en el lugar que ha dejado al descubierto al intentar protegerse el costado.

-Da gracias a que son simplemente espadas de entrenamiento -digo-, porque sino, ¡ya estarías muerto!

-¡Ja! Simplemente me he dejado ganar... Pero hay que reconocer que aprendes rápido.

-Excusas, excusas...

-Lo digo en serio. Si no, te habría ganado otra vez -dice soplando su espada, como si de una pistola se tratase y hubiera salido victorioso de una lucha a tiros-. Dime, ¿hasta cuándo te quedarás?

-Hasta que encuentre la manera de salir de aquí -contesto.

-Ojalá viajara de un lado para otro como tú -piensa en voz alta.

-Pues una vida tranquila es mejor, creo yo.

-Pero mi vida es aburrida y monótona -suspira-. Pensaba proponerte marcharnos juntos a Hæky cuando lleguase mi guardián o guardiana, pero como eres una Ignis, supongo que tendrás que ir oculta. Ya me encajan las cosas pero, ¿por qué vas de cabeza al matadero?

-Necesito hablar con el Consejo. Asuntos... eh... personales -juego nerviosa con el mango de la espada-. ¿Podrías ayudarme a llegar a Hæky?

-No sé cómo llegar a Hæky directamente por el portal, pero sé de alguien que puede ayudarte si sabe que te llevas bien conmigo.

-¿En serio? ¡Eso es genial!

-Sí, pero no puedes irte así de rositas -sonríe-. Hay una condición.

-¿Cuál?

-Que me voy contigo.


40- Belleza en lo mortal

*Narra Evelyn*

-Provisiones listas -dice el príncipe Marshall dando unas palmadas al zurrón que lleva encima.

Me siento como una ladrona. Acabamos de saquear la cocina real.

-¿Podemos irnos ya? -Pregunto impaciente.

-Aún no. Vayamos a mi sala de armamento. Hay que estar preparados.

-¿Tienes una sala de armas para tí solo?

-Más o menos. Fabrico armas. Mi magia tiene una gran sensibilidad con el hielo, como te pasa a ti con el fuego, lo que me permite crear sofisticadas estructuras heladas que unas manos cualquiera no podrían llegar a hacer.

Nos dirigimos fuera de la cocina mientras me cuenta entusiasmado desde cuándo sueña con ir al mundo de los magos, y abre una entrada pegada a una pared, junto a la escalera de caracol.

Cuando entramos al oscuro pasillo, la puerta se cierra en silencio y unas llamas verdes empiezan a encenderse, uno por uno, iluminando el pasadizo de un color enfermizo. Avanzamos por el pasillo.

-¡Por el amor a la magia! -exclamo cuando atravieso la puerta que hay al final del camino y descubro lo que nos esperaba allí.

-Sorprendida, ¿eh? -Marshall entra después de mí.

Hay muchas vitrinas con instrumentos y espadas colgadas horizontalmente sobre las paredes, de variadas empuñaduras y de hojas, curvadas en la parte superior, con y sin dientes, serradas...
Hay nobles sables, temibles hachas, pesados mandobles, puntiagudas lanzas, discretos puñales...
Estamos rodeados de lo que se conocen como armas blancas.

-¿Hay mucha guerra aquí en el Imperio de Nieveterna?

-pregunto.

-Qué va. No hay guerra desde que mi madre, Nieveterna, lo impera. Su belleza desarma a todo aquel que se atreva a mirarla. No necesita mis armas.

-Entonces, ¿por qué las fabricas?

-Porque me gusta. Solamente he hecho unas pocas armas, ya que requieren mucho tiempo y dedicación. Por eso, la mayoría de las hojas son de acero, y no del hielo especial que creo para ellas. Mira éstas de aquí.

Señala un corto palo acabado en una punta de lanza que tiene por un lado una cuchilla transversal con aspecto de hacha y una punta afilada en la zona opuesta.

Las dagas, que son más cortas que las espadas, pero más largas que los puñales, muestran orgullosos sus dobles filos relucientes, deseando ser estrenadas.
Marshall también me enseña una arma de hoja larga y de poca anchura que tiene pinta de no causar hemorragias externas, pero sí de saber muy bien cómo invalidar internamente.

-Vamos, coge algo -me invita-. No quiero estar cubriéndote las espaldas una vez en el mundo de los magos.

-No tienes por qué...

Me pasa un tubo cilíndrico de madera.

-En ese carcaj hay flechas de hielo que se derriten con el contacto de la sangre -señala pasándose una mano por su cabello negro, haciendo visible una de sus puntiagudas orejas-. Resulta muy útil cuando no quieres dejar rastros. Simplemente queda un corte.

-Te lo agradezco, pero solamente quiero llegar a Hæky -dejo el carcaj a un lado-. Busco hablar con el Consejo, no a luchar... Aun así, no te conviene mezclarte conmigo.

No se lo he mencionado,

pero llevo encima la Caja Mística. No voy a ir del todo desarmada... Es más, voy mejor armada que nunca.

-Tú lo has dicho, solamente vas a hablar. Voy a ir contigo. Me gustaría ver qué pintas llevan los Consejeros.

-¿Qué pintas tú con una Ignis en Hæky? A mí me suena a suicidio.

-No me van a hacer nada. Pertenezco a Los Hermanos Témpano, hijos de Nieveterna, luchadores innatos -alardea- y Jinetes de dragones.

-¡Dragones! ¿Existen?

-¿Que si existen? ¡Claro que sí! Tan cierto como existe Hæky, el mundo de los magos. ¿Sabías que todos los dragones son magos? Aún no he visto a ningún dragón, pero pronto dejará de ser cierto.

-¿Cómo es posible que existan? -Pregunto interesada-. ¿Qué pasó? ¿Por qué hay Jinetes de dragones?

-Los dragones fueron los primeros en poblar Hæky -cuenta Marshall-. Luego llegaron los elfos, ya que se quedaron sin su hogar (desconozco la razón) y sabían cómo emplear la magia en los portales. Más tarde, llegaron el resto de los magos, convirtiendo a Hæky en el lugar central de las criaturas mágicas. Te preguntarás por qué unos seres tan majestuosos, como son los dragones (aunque no todos son así), dejarían permanecer a unos parásitos como nosotros en sus tierras... La razón fue que se encontraban en apuros y necesitaban ayuda. Estaban casi al borde de la extinción, debido a unos seres que luchaban por arrebatarles las tierras, y los dragones respondían ante sus ataques.

Los monstruos estaban ganando, pero entonces los elfos llegaron y apoyaron a los dragones, logrando hacer retroceder a los invasores. De esa ayuda mutua nació una fuerte amistad. Claro, todo fue mucho más enrevesado, yo solamente tengo una idea general de ello. Hoy en día, los dragones, con la ayuda de los algunos magos de todos los rincones, mantienen esos monstruos a raya, que siguen combatiendo por Hæky. Se consagraron así los Jinetes de dragones y los Dragones guerreros.

-Qué interesante... No tenía ni idea.

-Y ahora, escúchame atentamente, Evelyn -me mira directamente a los ojos, y descubro una seriedad tan intensa que tenía por imposible encontrar en esa bromista mirada-. Jamás, jamás de los jamases, digas que un dragón pertenece a alguien. Ellos no son de los jinetes, como los jinetes no son de los dragones. Nadie pertenece a nadie. Los dragones son libres como el viento. No debes pensar siquiera que son como unas mascotas o ninguna cosa parecida a esa maldita palabra. Mucha gente piensa eso (sobre todo los humanos), y me da mucha rabia. Cuando miro a cualquier animal a los ojos, no veo exactamente un animal. Veo un amigo, siento su amistad, su eterna lealtad.

-A eso lo llamo yo ser justo -sonrío-. De todas formas, no les trataría como alguien inferior. Bueno, he matado unos cuantos animales para sobrevivir, pero si tuviese la opción de elegir... la opción de vivir sin tener que tomar cadáveres que también lucharon una vez por no morir, lo haría. Sus cuerpos y sus vidas no me pertenecen. Ojalá hubiera vegetales todos los días del año, ¿no crees? Ya

sabes, que no escaseen nunca. Me pregunto si las plantas sentirán dolor o simplemente reaccionan mecánicamente ante los estímulos...

-He entendido solamente la mitad de tu última frase.

-Hay algo que no me cuadra -su comentario me entra por una oreja y me sale por el otro-. ¿Por qué tenías puesto la piel de un lobo, Marshall? Es como... como decir amo a los animales y tener uno muerto en el plato de cena. No tiene sentido. A menos que te comas lo que amas.

-Es que ese lobo se cargó a mi padre. Pero no hablemos de eso ahora, no me apetece, es una historia demasiado larga y triste que no vale la pena contar, ni recordar... ¡Eh, mira! Esto es lo que buscaba, la reliquia familiar. Es muy antigua, pero se conserva como nueva. Es una espada que, según dicen, fue forjada por un antiguo elfo, bajo la llama de un legendario dragón. El arma es resistente, ligero y extremadamente letal.

Desenvaina la espada y muestra su impecable hoja con misteriosos grabados surcando la superficie metálica.

-Se ha cometido crímenes con ella -sigue contando Marshall-, nunca ha sido empuñada para combatir realmente, ni para defender una vida, ni para luchar por la justicia. Voy a llevarla conmigo. Va siendo hora de que deje de ser un simple adorno, como describiste una vez a la espada de prácticas, a ser una espada de verdad.

Vamos hacia el jardín nevado, donde según él debe de encontrarse la emperatriz Nieveterna, su madre, a quien se refería cuando había dicho que sabía de alguien que podía ayudarme.

Esperaba

encontrarme con una grandiosa mujer en su trono de oro, vestida de ropas valiosas y con incrustaciones de gemas preciosas... Pero lo que veo es algo diferente.
La mujer viste una simple túnica blanca y se encuentra sentada al borde de una fuente de aguas cristalinas congeladas, con un libro en las manos. No tiene pinta de imperar nada, pero es la mismísima Nieveterna, gobernadora de todo un imperio, es la reina de los reyes y de las reinas.

Parece ser la criatura a quien los pavos reales imitan sin éxito y las mariposas intentan igualar en belleza inútilmente... Posee una gracia divina que ni los ciervos llegan a rozar.

Separa su mirada del libro y, cuando nos sonríe a modo de saludo, sus treinta y pico años descienden a una velocidad de vértigo. Se muestra despierta y enérgica como una adolescente... y, a la vez, sabia como una anciana.

La emperatriz Nieveterna habría hecho ruborizar a la persona más cruel, y no dudo en que podría enamorar a alguien sin corazón.

Me quedo en mi sitio, intimidada y avergonzada. Parecería una criatura deforme a su lado, inmunda y horrible.

Marshall se acerca su madre y seguramente le cuenta lo sucedido en su idioma.
Se parecen un poco. Los dos tienen los ojos de un tono de verde salvaje y exótico.
Sus rasgos son afilados. Tienen los ojos un poco rasgados, sus orejas son puntiagudas como las de los elfos y sus pupilas se asemejan a las de los felinos del invierno, los linces de la nieve.

Al cabo de un rato, Marshall se acerca

a mí y la emperatriz Nieveterna se despide de nosotros con un vaivén de mano.

Volvemos tras nuestros pasos, de nuevo hacia la torre de hielo.

-Nieveterna ha querido darte esto -dice el príncipe dejando algo sobre la palma de mi mano-. Le gusta hacer regalos... Es una piedra que actúa como un péndulo sobre el collar. Te ayudará a llegar a donde tu corazón desee. No sé cómo funciona ni si funcionará, pero Nieveterna lo ha dicho tan convencida de ello...

Miro a la pequeña y afilada piedra acabada en punta, con los bordes formando una figura alargada de seis lados, unido a una fina cadena.
Nunca había visto una piedra parecida.

-Parece mágico -digo examinando el colgante con cuidado.

-El colgante es un ópalo blanco. ¿Te gusta?

-¡Me encanta! Debería ir y darle las gracias -digo girando sobre mis talones para ir hacia el jardín nevado.

-En otra ocasión, Evelyn -ordena deteniéndome al agarrarme de una muñeca-. Ahora, vayamos a Hæky, que muero de ganas -dice sonriente-. Nieveterna me ha dado la clave para usar su portal.

*Narra Arturo*

-Hola, hola, ¿cómo estás? -pruebo a hablar en el idioma de magos. Es tan raro... Me encanta.

-Lo mejor de esto es que puedes comunicarte con todos los magos -dice Kris en el mismo idioma-. No tenemos ni que aprenderlo, despierta en nosotros junto a los poderes.

Seguimos caminando dentro del portal que había abierto hace poco.
Todo está rodeado de una clara luz.
No tengo la sensación de estar en contacto con alguna superficie, pero avanzamos.

-¿Cuándo acaba esto, Kris? Parece eterno.

-El tiempo transcurre de manera diferente cuando te encuentras cruzando esto, y también en Hæky. Pero no voy a entrar en detalles, ya te lo enseñarán en su momento... Ahora que vas a aprender a controlar la magia, mi joven amigo, te diré que hay que tener cuidado con los hechizos. Si no tienes suficiente fuerza para alimentar un hechizo... Si te supera... éste puede aniquilarte.

Me acuerdo del pequeño Zed. Estuvo al borde de la muerte por eso, y habría caído en ella de no haber tomado (sin querer) la vida de su amigo.

-Descuida, lo tendré en cuenta -aseguro.

-Noto tu angustia desde aquí. No te preocupes por los recuerdos con la Ignis, volverán a ti... El tiempo te dará la respuesta.

-¿Ignis? ¿Qué es eso? ¿Qué pasa con ellos?

-Significa fuego. Me refiero a la maga del fuego. No tengo nada contra ellos, pero la mayoría de los magos los odian. Es por eso que están desterrados de Hæky... ¡Ah, ya estamos llegando!


41- Tres principiantes liantes

*Narra Arturo*

Cruzamos el umbral y aparecemos en una habitación llena de libros recubriendo las altas paredes.

Sé que los libros no están hechos para decorar, pero parecen que realizan muy bien esa función.

La amplia habitación es totalmente circular, sin esquinas.
Tampoco hay techo, por lo que puedo ver un extraño cielo de tono rosado y azulado cuando levanto la mirada.

Una única mesa redonda ocupa el centro de la habitación, junto a unas cuantas sillas sin respaldo colocadas a su alrededor.

-¡Ya era hora! -Dice alguien.

La joven está sobre una escalinata sacando un libro.
Destacan las ocho finas alas salidas de su espalda que atraviesan sus ropas mágicamente; cuatro por un lado, cuatro por el otro, donde un par de ellas están dispuestas hacia arriba, y otro par hacia abajo. Parecen estar hechos de cristal.

Un chico nos mira por encima de sus gafas. Debe de tener alrededor de quince años. Tiene una piel clara con un ligero tono azulado.
Está sentado con las piernas cruzadas en el aire, como si estuviera sobre una plataforma que nadie ve, y un libro descansa en su regazo.
Gracias a mi vista lobuna distingo una serie de membranas que unen los dedos de sus manos.

Los dos llevan una túnica oscura a modo de chaqueta larga, abierta y sin botones, como yo, por lo que se ve los antiguos trajes que llevamos debajo.

-Ahora que estamos todos, os diré un par de cosas, principiantes -dice Kris-. Estáis en un lugar nuevo, Hæky, donde la magia ocupa sus cuatro costados y se respira en el ambiente -inspira profundamente y suspira-. Huele distinto. Huele muy

bien, a diferencia de la Tierra, ¿eh? Vosotros, que venís de la Tierra, os serán familiares muchos objetos. Otras criaturas que llegan se quedan impactados por la mesa, por ejemplo. La razón es que aquí abundan los terrícolas (es decir, los que viven en la Tierra) y han proporcionado a Hæky varios de sus inventos. Muchas criaturas se reúnen aquí para aprender, pero pocos se quedan para siempre.

-Antes nos dijiste que la gente se queda tan maravillado con Hæky que nadie da vuelta atrás -dice el chico.

-Pues no es del todo cierto. Siempre hay excepciones. Ya sabes, si dejas a quien amas o lo que sea atrás, normalmente acabas volviendo. ¡Este planeta está lleno de extranjeros! Soy vuestro guía durante un tiempo limitado y luego nos veremos muy poco (tengo que seguir con mi trabajo). Tal vez algún día también abandonaréis este lugar, pero, sea como sea, siempre llevaréis un pedacito de Hæky en vuestros corazones, y sus reglas se quedarán marcadas en vuestras frentes. Bueno, no literalmente, pero como mostréis la magia a quienes no debéis (entre otras prohibiciones), me volveréis a ver, porque tendré que lavar vuestros cerebros, y otro mago os confiscará la magia, para expulsaros eternamente del mundo de los magos. No hay más tiempo que perder, nos hemos atrasado por la luna llena... Empecemos con la iniciación.

Kris agarra una silla y se sienta frente a la mesa. Imitamos sus movimientos.

-La iniciación se empieza adoptando un nombre nuevo. Como ya sabéis, me llaman Kris, pero no es mi nombre real.

Se hace esto por seguridad. ¿Quién quiere empezar presentándose a sí mismo y adoptando un nuevo nombre?

La chica se presenta voluntaria, por lo que todos dirijimos nuestras miradas a ella. Kris asiente.

-Soy una hada. El nombre del bosque de donde vengo ya no importa, porque ha dejado de existir. Puedo conectar con los seres vivos mediante ondas mentales, o eso intentaré aprender aquí. Me encantan las flores y adoro cantar -sonríe y anuncia-: Llamadme Rolf. Es flor con las letras invertidas.

-Genial, un nombre ingenioso. ¿Ahora quién? Vamos, no me apartéis la mirada para que no os elija, no seáis tímidos. ¡Estupendo! Entonces tú, por mirarme.

El chico de ojos negros sonríe y muestra una hilera de dientes de un tamaño normal en un ser humano, pero afiladas como colmillos.

-El nombre de lo que soy no se puede pronunciar en el idioma de magos en el que estamos hablando... Diré que soy una criatura marina. Puedo crear estructuras geométricas con la mente y materializarlas... Aunque no sean muy visibles, son tangibles. Vengo de la Atlántida -se ajusta las gafas y, en ese momento, el cristal tiembla. Me doy cuenta de que no es cristal, sino una superficie de agua que actúa como lente.

-¡Atlántida! -exclama sorprendida Rolf, interrumpiéndole-. ¡La legendaria ciudad hundida! ¿No necesitas un medio acuático para vivir?

-No. La Atlántida está cubierta de una cúpula mágica que bloquea el agua. Esa cúpula intercambia sustancias con el mar. Por ejemplo, capta el oxígeno del agua, y eso es una de las cosas que mantienen a los habitantes de la cuidad marina con vida... Es

decir, a los antiguos humanos, ahora mutados a algo parecido a mí. Necesitamos muy poco oxígeno, creo que podríamos incluso vivir en el agua. Nos costaría un poco de esfuerzo extraer por cuenta propia el oxígeno, pero no es imposible. Los antiguos habitantes de la Atlántida no seguirían vivos de no haber sido por la magia.

-Interesante -dice Kris-. ¿Y cómo te quieres llamar, muchacho?

-Creo que Cetus... Sí, llamadme Cetus.

-Fantástico, Cetus. Ahora... Te toca, lobo -dice clavándome la mirada.

-Soy un licántropo, un hombre lobo. Vengo de donde viene Kris, la aldea del Clan de la Luna, en un lugar oculto en la Tierra. Me gusta pasar tiempo con la naturaleza. Se supone que mi magia se inclina hacia el viento. Llamadme...

-¿Sí...?

Sigo exprimiéndome el cerebro, pero no se me ocurre nada que me guste.

¿Nófit? ¿Nácaruh? -Me ayuda Kris mentalmente-. Aunque... Si usas estos te copiarías de la idea de Rolf, y tal vez le moleste.

-Arturo -digo finalmente.

En el mundo de la magia eso es algo muy personal, Arturo -me avisa Kris mentalmente-. Si entregas el nombre verdadero a alguien, ese alguien puede usarlo contra ti. Pero bueno, es decisión tuya.

-Kris, ¿qué es exactamente la magia? -Pregunta Cetus-. ¿Es muy difícil aprender a controlarlo?

-¿Y por qué somos de edades tan similares los jóvenes magos? -Añade Rolf.

-Podríamos decir que la magia es la manipulación de elementos a nuestro favor. En la adolescencia es la edad más común en la cual se presentan los poderes. Es un don que te permite entender a la naturaleza, contactar

con ella, moldearla a tu antojo. Sobre la dificultad del aprendizaje, diré que... depende. Estáis limitados por vuestra imaginación y vuestra capacidad de memorización, de recordar las palabras exactas para realizar un hechizo, necesarias para poder dirigir vuestros poderes. No hace falta pronunciarlas en voz alta, puede ser mentalmente. Creo que no me dejo nada... ¿contesta eso a vuestras preguntas?

Cetus y Rolf asienten.

-¿Qué hicieron los Ignis para ser expulsados de Hæky? -Pregunto y dejo a Kris pasmado.

No es de tu incumbencia -me avisa.

Quiero saberlo -pienso.

-Esto... -Kris tamborilea la mesa con la yema de los dedos.

-Yo he oído hablar de ellos -dice Rolf bajando el tono-. Sobre todo de la Asesina Escarlata.

-¿Asesina Escarlata? -Repito.

-La Asesina Escarlata, sí. Fue una mujer que, sin haber pisado nunca Hæky, hizo temblar sus cimientos con las macabras muertes que dejaba tras sus pasos. Muchos ni hablan de ella bajo la seguridad de la luz del sol, por miedo.

-He oído algo acerca de ella -dice Cetus y veo la similitud de sus afilados dientes con los de un tiburón-. Dejó un hijo en la Tierra que busca venganza y planea aniquilar a todos los magos para vengar su muerte.

-Es verdad -dice Rolf-. Por eso los magos están tratando de dar con el hijo de la Asesina Escarlata, exterminando a todos los Ignis. ¡Menos mal!

-¿Y se sabe algo del chico?

-No, nada -interviene Kris-. No se sabe ni siquiera si es chico o chica. No hablemos más del tema... Para hablar hay que saber, y no estáis informados del todo. Ni siquiera yo, que soy un guardián. Éste es un

tema delicado que no os conviene entrar.

-¿Dónde nos encontramos? -Pregunto.

-En la habitación de libros de la casa de Kris -responde Rolf-. Ha decidido reuniros aquí. Cetus y yo llevamos esperando un rato más que tú.

-Cierto -dice el tío Kris sacando por debajo de la mesa varios rollos de papel y repartiéndonoslo.

-¡Hala! -Rolf señala algo-. Cetus, mira los árboles de esta parte del mapa. ¡Sus hojas se mueven!

-Sí, es verdad. Las aguas del río también. Si el mapa estuviera a color estaría mejor aún.

-No te quejes, hombre -dice Kris-. Vais a necesitar esto para moveros por Hæky, así que más os vale no perderlo. La cruz parpadeante marca vuestro hogar de acogida. ¿Veis? Esto de aquí.

-¿Acogida? -dice Rolf resoplando, haciendo elevarse su flequillo.

-Sí. No pensarás que damos casas gratis... No nos lo podemos permitir. Hay muchas familias dispuestas a acoger magos principiantes hasta que abran las puertas de la escuela de hechicería, y entonces podréis vivir allí, pero realizando algún trabajo para pagar vuestro alojamiento. Hasta ese momento, podéis elegir entre renunciar a vuestros poderes y marcharos, o quedaros en Hæky para dominarlos.

De pronto, un temible rugido hace enmudecer a Kris.
Seguido de eso, unas enormes sombras pasan por encima nuestra, tapando por un instante el pedazo de cielo que vemos sobre nosotros.

-¿Qué... Qué ha sido eso? -Pregunta Cetus, asustado.

A Rolf le brillan los ojos y empieza a aletear frenéticamente, pero sin moverse del sitio.

-Dragones... ¡Dragones! -Dice emocionada.

-Sí,

Rolf, dragones -asiente Kris-. Vaya, tenéis la suerte de empezar vuestro primer día en Hæky escuchando el alegre rugido de un dragón. Es un buen augurio.

-Kris, ¿podemos ir a verles? -Dice Rolf-. ¡Por favor!

-No... No podéis. No estáis listos, sois solo unos principiantes aquí. Además, están los Jinetes que... ¡Vaya! ¡Casi se me olvida! Tengo que irme.

-¿Qué pasa, Kris? -pregunto-. Me huele a excusa para liberarte de nosotros.

-Tengo prisa -dice abriendo el portal-. Como guardián debo de ser puntual. Me toca hacer unas visitas. Vosotros id a vuestros alojamientos, no voy a poder acompañaros, lo siento. Os esperan desde hace un rato... Ah, y fingid por mí que os he leído esas normas -señala con la barbilla un grueso libro-. No la liéis parda y no quedaréis expulsados. Confío en vosotros. Y repito, no perdáis los mapas. Ya nos veremos, principiantes, y que disfrutéis de Hæky -se despide y hace un gesto a su hoja voladora. Entran juntos en el portal y desaparecen.

-Deberíamos leer las normas antes de nada -dice Cetus.

-Cetus, ¿en serio? Kris no le ha dado importancia. Y lobo, ¡ven conmigo! -dice Rolf y junta sus manos a modo de súplica.

-¿A tu alojamiento? -Pregunto.

-¡No, bobo! Adivina.

-Ah, no puede ser... -sonrío.

-Sí que puede, compañero -dice ella sonriente.

-No me entero. ¿Os estáis comunicando por telepatía? ¿Qué está pasando? -Dice Cetus, confuso.

Rolf se acerca a él y señala con el dedo una zona del mapa que sostiene Cetus entre las manos.

-¿Qué? Sigo sin enterarme. Lo que señalas es una mancha borrosa en el mapa que ni se puede ver lo que hay.

-Cetus, Cetus, Cetus. ¿Por qué crees que está borroso ese lugar en los tres mapas de tres principiantes? -dice Rolf poniendo los ojos en blanco.

-Dragones -voy al grano y Cetus alza las cejas significativamente.

-Y jinetes -añade Rolf para sí misma.


42- Hæky

*Narra Evelyn*

Sigo a Marshall de cerca, colocándome el collar alrededor de mi cuello.

Una imagen sonriente me salta a la mente.
He estado todo este tiempo intentando apartarlo de mi cabeza porque, si me detengo más pensando en ese chico lobo, daría media vuelta y volvería a la aldea del Clan de la Luna a por él.

El tiempo no es oro, es vida. No existe precio capaz de medir su magnitud. No pierdas el tiempo, así que deja de pensar en Arturo, jovenzuela -imito la voz de mi abuela mentalmente para darle un toque de irrefutabilidad. Todo lo que se diga con su voz parece incuestionable y, a la fuerza, correcto.

Da igual lo que tenga que pagar para salvar a los que me importan.
Si tengo que hablar con el Consejo de magos, lo haré. Pero si tengo que morir... ¿lo aceptaré? Siempre que con ello libere a los Ignis de la condena de muerte, ni me resistiré.

Nos detenemos frente a dos columnas cristalinas.
Una sonrisa aparece en mis labios al ver que ya no quedan rastros de cansancio en mi cara, pero la sonrisa desaparece conforme miro con más detenimiento a la superficie en el que me reflejo. ¿Qué me ha pasado...?
Noto una mano en mi hombro.

-No te asustes. Es lo que pasa cuando estás bajo las fuerzas del Imperio de Nieveterna -dice Marshall-. Los pigmentos de los cabellos se intensifican.

Me toco el pelo, que se encuentra sedoso por los geles del baño. Su color parece realmente fuego. 

El príncipe pronuncia las palabras clave para abrir el portal en su idioma materno. El centro empieza a arremolinarse una luz de colores.


-Hola, portal.

-¡Pero si es el príncipe Marshall! -saluda una voz. Es el portal, que habla el idioma de la magia-. ¿A dónde desea ir, mi señor?

-A Hæky, por favor.

-¿Qué? -alza la voz-. ¡No le he escuchado bien, majestad!

-¡A Hæky he dicho!

-¡A Hæky! ¡Eso es complicado! No todos los portales pueden comunicarse con él... Pero veré qué puedo hacer por usted. Espere un momento... Voy a tener que enlazar la vía con otro portal que acaba de abrirse, así que apareceréis donde esa persona haya abierto el portal en Hæky. Descuide, me encargaré de que no sea un lugar peligroso.

-De acuerdo.

-¡Ah! Y... no puedo dejar pasar a la joven. No es de la realeza.

-Me lo temía... -Marshall se cruza de brazos-. ¿Aceptas sobornos?

-¡Alteza!

-Vale, vale... Lo entiendo. Pero es una regla muy estúpida, ¿no crees?

-Tiene usted toda la razón.

-¿Entonces la dejarás pasar? Este secreto no saldrá de nosotros.

-De ninguna manera, príncipe Marshall. Y sí que saldría. De antemano le aviso que no guardo secretos. Soy como un libro abierto, una puerta sin cerradura. Bueno, en realidad tengo clave de acceso, pero me gusta comentar las cosas con mis colegas mediante la red de los portales que nos mantiene a todos los portales comunicados. El que avisa no es traidor.

-Una Ignis está a punto de entrar en el mundo de los magos -suelto de pronto.

-¿Es eso cierto? -pregunta el portal-. ¡Por la belleza de Nieveterna!

-Tan cierto como que me llamo Evelyn.


-Evelyn... -me avisa Marshall en tono bajo.

-Por eso queremos ir a Hæky -continúo-, para detenerla -miento-. ¡Es muy urgente! ¡Esa bestia acabará con todo!

-No creo posible que pase esa Ignis así de fácil -dice el portal-. ¡Ningún portal es tan tonto como para dejarla pasar!

-Ha dominado el arte de los portales por su cuenta. No tiene problemas en abrir una ella misma a la fuerza -aseguro y el portal suelta un grito horrorizado.

No es del todo mentira.
Tenía planeado llegar por mi cuenta a Hæky usando un hechizo prohibido, pero no me convenía arriesgarme a fallar... No cuando se me presentó una alternativa mejor.

-¿Y quién es ella? -pregunta el portal, intrigado-. Dímelo y podréis pasar juntos.

-Es... -comienzo a decir, pero Marshall me agarra del codo y me arrincona lejos del portal.

-¿¡Qué demonios haces!? -susurra clavándome sus ácidos y casi corrosivos ojos verdes.

-¿Y a tí qué más te da? -le digo y observo sus labios fruncirse de preocupación. Suavizo un poco el tono-. Sé lo que hago, ¿vale? No te preocupes tanto.

Vuelvo hacia el portal. No voy a dejar que me impida cruzarlo.

-Se trata de la hija de La Asesina Escarlata y, en menos de lo que ella enciende un fuego, pisará Hæky -le digo.

-¿Es ella... tú? -articula Marshall.

-El portal puede ser duro de oído -susurro lo más bajo posible-, pero no creo que le cueste detectar que algo va mal si sigues así.

-No me has contestado, Evelyn. Puedes confiar en mí. No tengo nada contra la hija de

la Asesina, me es indiferente, es solo que...

-Cállate -le susurro irritada mirando de reojo al portal que parece estar, por el momento, ausente.

-¿Cómo te atreves a darme órdenes y a hablarme tan directamente? ¡Soy un príncipe y para colmo estás en mi territorio! Te estoy ayudando a llegar a donde deseas, le pido a Nieveterna un collar-guía para que te oriente, mando criadas para tu comodidad, ordeno un baño para tí, yo... 

La he pifiado.

Resoplo, enfadada conmigo misma.
Mi rostro se ablanda y muestro una sincera sonrisa.

-Muchas gracias por todo... Te lo contaré cuando estemos en un lugar seguro, lo prometo. Y perdóname, Marshall, cuando estoy muy agobiad... Quiero decir, príncipe -me corrijo rápidamente-. Príncipe Marshall.

-No importa... Llámame solo Marshall.

-¡Listo! -dice el portal de pronto-. Ya he enlazado la vía. Dime el nombre de la hija de la Asesina y podréis pasar.

-Ya está bien de tanto interrogatorio, deja de abusar -dice Marshall y se pone entre el portal y yo-. Te ordeno que...

-Está bien, Marshall -le interrumpo con una pizca de culpabilidad y me abro hacia el portal-. Se hace llamar La chica del cabello de fuego. Comunícalo y da la alarma a los demás portales. Que los magos tengan especial cuidado en Hæky.

-Entendido. Gracias por su ayuda, señorita.

Sonrío.

-Gracias a tí.

Así aseguro que mis abuelos, Vanessa y Zed no puedan ir a Hæky a buscarme, si es que saben dónde he ido.

/>La alerta tardará poco tiempo en ser difundida a todos los portales, lo justo para que yo pueda pasar y para que el Consejo salga de su escondite y pueda encontrarles con facilidad.

Marshall me mira como si hubiera perdido el juicio.

*Narra Arturo*

-Pero... -dice el joven Cetus rascándose una pequeña y afilada aleta que sobresale de uno de sus antebrazos.

-Simplemente iremos a mirar dragones -replica la hada-. ¡Sé valiente por una vez en tu vida y apúntate!

-Para tu información, ir sería ser temerario, no valiente -Cetus suspira, indignado-. Pero iré con vosotros... Seguro que os metéis en algún lío gordo sin mí.

-¡Así se habla! -dice Rolf y Cetus muestra una pícara sonrisa.

-¿Cómo vamos a salir de aquí? -pregunto-. No hay puertas.

-¿Quién necesita puertas cuando no hay techo? -Rolf agita sus alas, elevándose hacia el colorido cielo.

Cetus parece estar levantando con las manos dos piedras invisibles muy pesadas. Debe de haber pronunciado las palabras del hechizo en la mente, porque ahora sube por el aire como si estuviera pisando unas escaleras.

¿Por qué no podré volar?

-Pisa donde yo piso -me indica.

Subo tras sus pasos, con el corazón encogido, pisando bloques duros que no consigo ver.
Cuando llego a lo alto, observo lo que se extiende a mis pies.

Algo extraño se retuerce entre mi estómago y mi corazón.
Siento que éste es mi lugar, mi hogar. Me siento en casa y estoy... feliz.
O tal vez tenga vértigo y lo que estoy sintiendo son

ganas de vomitar.
No lo tengo claro.

Frunzo el ceño y miro el mapa.
Al principio no entendía por qué estaban distribuidos los dibujos de esa manera tan extraña, pero ahora cobra sentido.
El mapa es tridimensional.

Hæky, el mundo de los magos, es maravilloso.

La casa de Kris se encuentra sobre un trozo de tierra suspendida en el cielo rosado, anaranjado y azulado, como si Hæky estuviera sumido en un perpetuo atardecer de colores.

Hay otros bloques flotando, algunos más extensos que otros.
Más allá, un descomunal fragmento de piedra puntiaguda en su parte inferior y montañosa en la parte superior, deja caer una cascada de agua al infinito.

Me pregunto de dónde emanará ese agua y a dónde llegará a parar.

-¿Creéis que hay fin? -Pregunto señalando abajo.

-Creo que sí, debe de haber una explicación lógica para todo esto. Seguramente lo aprenderemos en el curso de magia -contesta Rolf-. ¿Alguien tiene idea de dónde estamos?

-Estamos cerca de la zona de las viviendas. Donde deberíamos ir, a donde viven los demás magos, entre los que se encuentran nuestras Familias de Acogida Temporal, conocidos como FAT, están más allá -Cetus estira su brazo hacia su izquierda-. Pero a donde queremos ir, donde los dragones descansan, se encuentra allá -señala el frente y hacia arriba.

-¿Cómo sabes todo eso? -Pregunta Rolf.

-Mira el mapa. Si le pides las cosas con un por favor, te muestra los nombres de los distintos lugares. Y si disminuyes un poco la imagen, te sale un plano más general de todo. Esto es asombroso. Ya no nos movemos en un plano unidimensional para llegar a un lugar, sino en todas direcciones. No me extraña que los mapas sean tan complicados de interpretar.

-¡Genial! -dice Rolf y se lanza a abismo.

Avanza aleteando.
Cetus pasa una mano sobre su frente, cansado.

-Kris debe de habernos dejado algo para desplazarnos en este lugar -digo.

Bajamos de nuevo a la biblioteca.

-¿Qué es eso? -dice el chico acuático.

En medio de la sala, una pequeña esfera luminosa y redonda se hace cada vez más grande.

-Chicos, ¿por qué tardáis tanto? ¡Vaya! Se está abriendo un portal -dice la hada Rolf-. ¿Creéis que aparecerá Kris?

-Seguramente -contesta Cetus-. Se habrá olvidado algo. Nadie puede abrir portales a la ligera.

-Será mejor que nos escondamos -me tenso-. No huele a él.

-¿Y cómo demonios huele Kris? -Pregunta Cetus haciéndome caso y extendiendo un grandísimo mantel sobre la mesa para poder escondernos debajo.

-No sé a qué huele Kris -le contesto-. Solo sé que a rosas no.

Y vemos desde nuestro escondite que, definitivamente, no es Kris.

43- La dragona

*Narra Arturo*

Bajo la mesa, ocultos gracias al enorme mantel, escuchamos atentamente.

-¿El ópalo siempre brilla así cuando estoy cerca de lo que quiero?

-Creo que sí. ¿Falta mucho para llegar? ¡Esto no se acaba!

Me cuesta oír sus voces con claridad. Será porque aún no han salido del portal.

-Un poco de paciencia, Marshall... Mira, ya estamos. Debería ser yo la que esté de los nervios, ¡he perdido mucho tiempo!

-No te preocupes, el tiempo en el Imperio de Nieveterna pasa diferente -la voz masculina se hace más nítida-. Hace tanto frío que incluso el tiempo se congela y avanza muy... muy lento. No has tardado tanto, descuida.

Oigo las pisadas de estos dos en la habitación.
Cetus mira a través de un hueco del mantel.

-¡Que no te vean! -
susurra Rolf-. Aunque deberían ser ellos los que se escondan de nosotros... Tenemos más derecho a estar aquí que esos intrusos.

-Ni se te ocurra salir -dice Cetus sin quitar el ojo del hueco-. No sabemos si son... peligrosos. Tienen toda la pinta, con esa espada y esos aspectos tan... No sé... Silvestres.

-¿A ver? -digo.

Cetus se aparta y pongo un ojo en el hueco.

Un muchacho adolescente de bruto aspecto camina por la habitación, seguramente buscando una salida en esta habitación sin puertas. Lleva una espada colgada en la espalda.
La joven que lo acompaña mira los libros de la habitación.

-Es mi turno de mirar -dice Rolf dándome unos golpecitos en la rodilla, pero no puedo apartar mis ojos de la pelirroja.

Siento que la conozco.
Me es muy familiar su forma de caminar, su

cuidadosa manera de coger un libro entre sus manos, cómo se coloca sus mechones sueltos tras las orejas...
Es como si hubiera memorizado cada uno de sus movimientos en lo más profundo de mi mente y de mi corazón.

-Arturo, ¿te encuentras bien?

-Eh... sí, estoy bien, Rolf -susurro confundido y me aparto.

-Me estás clavando el codo en las costillas -se queja en voz baja Cetus.

Me alejo y me agarro la cabeza con las manos.

¿Es ella la que se supone que he olvidado y por eso me resulta tan familiar? ¿Por qué provoca algo tan fuerte en mí? ¿Se trata del odio? ¿Me habrá hecho algo en el pasado de lo que no pueda perdonar y que no recuerdo? Sé que tengo muchos enemigos...

-Tengo una escoba voladora -escucho su clara voz y mi corazón da un brinco-. No necesitamos nada más.

No me cabe duda.
Nunca he notado un sentimiento tan fuerte, ¡creo que incluso es más fuerte que el odio que siento hacia el maldito Garrix!
Debo de odiarla mucho.

-Ya podemos salir -dice Rolf.

Cetus sale el primero y retira el mantel de la mesa.

-Eh, mirad allí -dice Rolf con una creciente sonrisa, aún agachada bajo la mesa, señalando tres finas hojas apoyadas verticalmente entre unos libros. Alzo las cejas.

-Hojas voladoras de las que tiene Kris. Ya sabía que debería habernos dejado algo para salir de aquí.

Saco uno y se queda flotando en el aire, a poca distancia del suelo, esperando.

Al

tocarlo con mis dedos, noto que no es una hoja de verdad.
Debe de ser un nuevo invento mágico.
Lo gracioso del diseño es, que conserva la cola que tienen algunas hojas, el peciolo, donde está inscrita el nombre del propietario. 

-¡Qué monada! -dice Rolf juntando las manos-. Es tan pequeña en comparación con la hoja de Kris... ¡Nuestras hojitas solo miden de longitud un brazo de Cetus!

El alto chico acuático estira sus largos brazos y se pone a compararlas con la hoja cuyo peciolo pone Cetus.

Pongo el pie derecho encima de mi hoja. Luego el izquierdo, detrás del primero.
Es bastante cómodo. El cuerpo entero parece mantenerse en perfecto equilibro sobre ella.

-Es como... un patín aéreo -dice Cetus. No tengo ni idea de lo que es un patín.

Nuestras hojas son más pequeñas y alargadas, a diferencia de la de Kris, que parece ser una gran hoja circular de las que acompañan a los nenúfares en los estanques.

-El cielo ha cambiado de color -observa la hada una vez estamos lejos de la casa de Kris. Ahora es de color violeta y azul claro.

-Estoy deseado estudiar las leyes que rigen los fenómenos de Hæky -dice Cetus ajustándose las gafas.

Vaya par me ha tocado. Los miro a los dos y sonrío, contento.

Noto una vibración y me detengo. Parece ser que mis poderes y mi vínculo con el aire se han intensificado en Hæky.

-Algo enorme va a pasar por aquí -intuyo-. Lo noto en el aire.

Cetus y Rolf reaccionan inmediatamente.

-Por si acaso, ¡tras la cascada! -señala Cetus.

Doblo un poco las rodillas

y me inclino hacia delante para conseguir más equilibro sobre la hoja y más velocidad. Rolf y Cetus siguen mi ejemplo.
Volamos a toda mecha hacia la gran masa de tierra alargada para ocultanos tras la cascada que vimos antes.

Cuando giramos hacia la izquierda a la vez, las hojas desatan un ruido sónico.
Los tres nos miramos, asombrados.

-Mola demasiado -sonríe Cetus, mostrando su afilada dentadura.

-Ya sé por qué Kris le tiene tanto cariño a su hoja -sonrío a la vez.

Llegamos y nos escondemos detrás de la suave cascada.
Entonces, cuando Cetus pone el trasero sobre su hoja y mete la cabeza dentro de la cascada y la hada Rolf le regaña porque si pasa alguien por delante puede ver su cara entre las aguas, justo cuando me voy a reír de ellos... pasa una enorme figura de cuerpo alargado.
Sin alas, ondula misteriosamente en el cielo colorido.

Tiene dos cuernos de diablo, una piel llena de pelos cortos de aspecto sedoso y de color azul claro, un bigote alargado y fino en cada lado de la cara, que se mueven por el viento. Me pregunto cuántas clases de dragones existen.

-Oh, mierda... -murmura Cetus, con los dientes castañeando de miedo-. Viene hacia aquí, maldita sea... ¡Es mi culpa!

-No, no lo has atraído tú. Solo va a beber agua de la cascada, siento sus deseos -dice Rolf muy seria-. Ya no tenemos escapatoria, se está acercando. Un movimiento más y nos ve. No respiréis. No pestañeéis. Bueno, eso último podéis, pero no hagáis rui... ¡AAAH!


Una enorme lengua bífida atraviesa la cascada, se estampa contra Rolf y se la lleva.

-¡ROLF! -exclamamos Cetus y yo.

Salimos detrás de la cascada y nos encontramos cara a cara con el dragón.

La maravillosa bestia tiene la lengua aún fuera con Rolf encima, que está intentando ponerse de pie.

-¡Ni se te ocurra comértela! -señala Cetus temblando.

Los largos bigotes del dragón se acercan a nosotros lentamente. Cuando lo toco, noto que es tan suave como un gato.

-Es amigable -dice Rolf, quitándose la saliva de encima-. Me parece que nos está pidiendo ayuda, pero no sé qué quiere. Interpreto sus sentimientos, pero es difícil traducirlas a palabras.

El animal guarda la lengua en su boca cuando Rolf vuelve a su hoja.
Ahora que me fijo, al dragón le cuesta mantenerse en el aire y respira irregularmente, cansado. Parece volver de una lucha... ¿Contra qué?

-¡Qué suerte tienes de poder comunicarte mentalmente con los seres vivos! Supongo que con nosotros también puedes hacer eso -dice Cetus y Rolf asiente.

-¡Ah, ya sé! ¡Estás gravemente herida, preciosa! Nosotros te curaremos -le dice Rolf a la criatura (entonces es hembra) y le acaricia la nariz-. ¿Qué...? ¿No quieres que te ayudemos a tí?

-Tal vez quiere beber agua y le estamos impidiendo el paso -dice Cetus y la dragona niega con la cabeza.

-¿Qué es más importante que tus propias heridas? -Rolf aletea nerviosa, lanzando por todas partes la saliva que llevaba encima de las cristalinas alas-. Quiero ayudarte, pero no entiendo qué me pides con tanta urgencia.

Veo un bulto negro encima de la dragona y me quedo de piedra al descubrir de qué se trata.

-Me parece que yo sí -digo y la dragona herida me atraviesa con la mirada. Trago saliva-. Lleva encima un jinete muerto, chicos.

→→→¡Hola! ¿Os ha ♡? Me ha costado actualizar porque me sentía insegura, creo que no he dado todo lo que he podido sacar de mi cabecita, pero no podía dejaros más tiempo sin noticias. Espero no haberos defraudado...→→→





Niiita


44- La muerte

*Narra Arturo*

Hemos acabado sobre el gran bloque flotante de la cascada. El agua se escurre de los montes para caer al infinito cielo de Hæky, el fantástico mundo de los magos.

Rolf, la chica de cristalinas alas, examina al jinete.
Miro a la herida dragona, que está echada sobre el suelo. Un oscuro humo sale de sus fosas nasales cuando respira, como si fuera a escupir fuego en cualquier momento.

-Espero que las FAT no nos echen de menos -dice Cetus, el chico acuático, trayendo una bola de agua del riachuelo para la dragona-. Sino, tenemos un problema gordo.

-¿FAT? -Pregunta distraída Rolf.

-Ya sabes, Familias de Acogida Temporales. Tal vez nos estén esperando.

-Ah -murmura ella-. Eso no es lo que me preocupa ahora. Lo que me preocupa es si sigue vivo el hijo que hay en el vientre de la dragona. Ella está muy grave, debe de sufrir alguna enfermedad fuerte, porque los dragones no suelen caer enfermos.

-No sabía que estaba embarazada. ¿Qué tal el jinete?

-Inconsciente.

Me acerco a Rolf y curioseo lo que hace. Ella se da la vuelta un momento.

-Ah, eres tú. ¿Te han dicho que tienes los ojos de un color muy bonito? -comenta y vuelve a lo suyo.

-Dicen mucho que se parecen al color de la miel -me encojo de hombros.

-La miel no es de color gris, Arturo. Tus ojos, tampoco.

-¿Gris? Mis ojos son de color castaño claro.

-Qué va. Son de color gris oscuro -asegura Cetus-. Si no nos crees, asómate en el riachuelo y mírate.

Convencido de que son daltónicos, me acerco al riachuelo. Cuando me veo, me llevo un susto. Tengo

los ojos de un inquietante color metálico.

-Antes no tenía los ojos de este color... -digo muy sorprendido.

-Tal vez seas víctima de un encantamiento -dice Cetus-. Algunos hechizos hacen esas cosas.

-Nadie me ha lanzado ningún hechizo... Que yo sepa.

-Tal vez sea eso -dice Rolf pensando para sí misma-. Sabes algo que no deberías saber y te han lavado la memoria, dejándote lagunas mentales.

-Laguna... Lo he escuchado antes. El tío Kris dice que es cosa de la luna llena. Me parece normal olvidar lo sucedido en las noches de luna llena, pero no que se me borren muchos otros recuerdos.

-¿Kris? -los ojos de Cetus chispean.

-¿Qué?

-A mi hermana mayor, cuando tenía mi edad, la tuvieron que adormilar para que accediera a Hæky, para completar sus estudios de magia, ya que se negaba a renunciar a sus poderes. Tal vez el guardián te haya hecho algo parecido. ¿Te resististe a venir?

-Sí... Me negué a venir al principio, pero luego me dio todo igual.

-¡Ajá! Todo encaja. Encima Kris lee mentes, así que no le habrá costado encontrar lo que te ataba al lugar al que te resistías dejar.

La verdad impacta en mi mente como si un martillo golpease sobre unas cadenas para dejar que los engranajes se liberen y rueden a la vez.

-Me las va a pagar -digo enfadado-, no puedo creer que me haya hecho esto a mí.

-No creo que tarde mucho en que te vuelvan los recuerdos. Al menos no te los ha borrado de manera permanente, así que deja la venganza a un lado -dice Rolf quitándole importancia-. Si vas ojo por

ojo, al final todos se quedan ciegos.

-Esperad -interrumpe Cetus-. No puede haber sido Kris.

-¿Por qué no?

-Pensadlo. Los ojos... Bueno, ese tipo de "reacción alérgica" es resultado de la exposición de...

-Habla en el idioma de magos, que no me entero -se queja Rolf.

-Los ojos se cambian de color cuando la persona sufre un hechizo prohibido, entre otros resultados -explica pacientemente Cetus-. Kris tiene mejores cosas que usar que un hechizo prohibido.

-Pero necesitaba que Arturo fuese a Hæky. ¡Tal vez eso le haya empujado a usar un hechizo prohibido!

-Justamente por querer hacer bien su trabajo no usaría hechizos prohibidos...

-...Si es que quería hacer bien su trabajo -Rolf levanta una ceja.

-Entiendo -asiento-. Aquí hay gato encerrado.

De reojo, veo a a dragona vomitar lava.
Impacta de lleno contra el chico acuático, Cetus, y el líquido rojo cae por el borde de donde nos encontramos.

No, espera, no es lava.
Es sangre.

Corro hacia el borde y veo a Cetus agarrado de una corta rama, a punto de caer a la nada.

Estiro el brazo y le agarro la mano. Tiro de él.
Cetus se levanta con las rodillas temblando de terror, bañado en sangre.

-¿Todo bien? -le pregunto y miro por encima del hombro para ver que Rolf está con la dragona.

-He tragado sangre de dragón -dice horrorizado y le entra arcadas.

Se inclina hacia un lado y vomita.

-Salvar -dice la dragona en el idioma de los magos-. Salva a mis hijos, por favor... Antes de que...

La dragona se reduce a cenizas y se escapa de los dedos de Rolf como si fuera arena azul.

/>Estoy paralizado.

Rolf parpadea y mira cómo la apagada ceniza se resbala de sus manos, cómo una vida se escurre entre sus dedos.

-No sabía que podía hablar -dice Cetus.

-Aquí todos hablan el idioma de los magos -dice Rolf con los ojos muy abiertos y clavados en el mismo sitio-, es el idioma estándar... Ella habría podido hablar antes, pero estaba muy cansada para eso.

-Deberíamos llevar a su amigo al centro de los jinetes y dragones -digo muy serio.

-¿Y arriesgarnos a ser culpados de asesinato, Arturo?

-Aprecio demasiado la vida como para arriesgarme a que muera nadie más, Cetus. Ya ha muerto la madre y los dragones que tuviera en su vientre. Haré lo que yo crea correcto, id vosotros a las FAT si os apetece.

-Y no ha sido un asesinato -Rolf se gira hacia él.

-Pero nadie más que nosotros sabe eso -suspira Cetus-, y no tenemos pruebas de nada... ¡No deberíamos haber desobedecido a Kris!

-Tampoco nadie tiene pruebas de que hayamos sido nosotros -digo-. Además, son guerreros. ¿Qué posibilidad hay de que unos principiantes como nosotros derroten a un entrenado soldado y a una dragona guerrera?

-¡Cierto! Pero no son guerreros. Son una especie de mensajeros, me lo dijo ella -dice Rolf señalando su cabeza-. Fueron atacados cuando volvían a la base con un urgente mensaje.

Rolf carga con el hombre y Cetus sube a su hoja voladora de un salto, que se hunden solo un momento por el impacto. La decisión parece estar tomada.

Saco mi mapa e intento interpretarlo.

-¿Creéis que sabremos algún día el mensaje tan urgente que tenían que enviar? ¿Morirá antes de que lleguemos? -pregunta Rolf-. No me he atrevido a husmear mucho en sus mentes.

Cetus se ajusta sus gafas de gotas de agua y se encoge de hombros.

El moribundo tose y pega un susto a Rolf, que casi lo suelta.

-Igj... Igk...

-¿Cómo?

-Creo que se está atragantando.

-Ign... Ignis... -dice el mensajero con una mirada infectada de locura, y la vida se escapa de sus agrietados labios, junto a su mensaje.


45- El nacimiento

*Narra Evelyn*

Tras salir de la habitación cilíndrica de libros, nos encontramos en el jardín de la casa.

Hay un palo pinchado en el suelo con un cartel que pone Kris, y una especie de algas dos veces más altas que el príncipe Marshall. Se mueven lentamente, como si se encontrasen debajo del agua.

Marshall levanta un dedo y lo pone sobre sus labios, indicando silencio. Sus ojos verdes recorren el cielo.

-Escucha. Es el aleteo de un dragón. Alguno de mis hermanos deben de estar a punto de llegar, seguramente Nieveterna los ha avisado.

-¿Los Hermanos Témpano? -pregunto y el príncipe asiente.

Llega un dragón de color rojo oscuro.
Su cuerpo está esculpido en poderosos músculos. Las alas escamosas están llenas de energía y libertad. Le sobra la belleza por las orejas.

Cuando están cerca, el jinete saluda con una inclinación de la cabeza.

-Bienvenidos a Hæky, el mundo de los magos -dice el dragón con una grave y elegante voz en el idioma de los magos.

Intento pasar desapercibida. Si descubren que soy una Ignis... El jinete podría bajarse del dragón y decapitarme con esa espada que lleva encima, o bien el dragón destroza mi cuerpo entre sus dientes.
Bajo la mirada, susurrándole a mi corazón que se calme.

-Los Hermanos Témpano se encuentran batallando -dice el hombre-, así que Dack y yo venimos a recogeros. Espero eso no os moleste, somos principiantes en esto y por eso no nos permiten aún pisar el

campo de batalla.

-No es molestia. Os estoy agradecido.

-¿Y ella? -pregunta el dragón mirándome fijamente.

-Oh, ella viene conmigo.

El jinete entrecierra los ojos y me mira fijamente. Me tenso como si fuera una flecha a punto de salir disparada del arco.

-Pero si es una Ignis -los labios del jinete se hacen una línea y el tamaño de los agujeros de su nariz aumenta a niveles inexplorados.

Le miro con una expresión de miedo y asombro. El jinete tiene cierta forma humana, pero no termina de ser un ser humano.
Desenvaina la espada y salta lejos del dragón Dack, cerca de mí. Doy un paso hacia atrás.

-¡Detente! -ordena el príncipe desenvainando su espada y cortándole el paso.

-¿Es que no sabéis quién es el enemigo, príncipe?

-Mi enemigo es todo aquel que quiera hacerme daño a mí, o a los que me importan.

-Debe morir. Piénselo, ¿dejamos morir a miles de vidas o a una Ignis? Ella es un peligro para todos.

-No voy a matar a nadie -aseguro.

-Entonces, ¿vienes buscando tu muerte? Porque aquí solo hay gente que desea matar un Ignis con sus manos.

Marshall ataca al jinete sin avisar.

El hombre le devuelve el ataque con una furia inusitada, y las espadas chocan.

Marshall, sin embargo, tiene el rostro inexpresivo. Se mantiene imposible de alcanzar, imposible de matar.

¡Es mejor espadachín de lo que creía! Cuando entrenamos no se movía así, tan ágil como un lince... Tan silencioso, veloz y letal como un dardo envenenado.

Supongo que, al formar parte de

los Hermanos Témpano, honra ese puesto que le corresponde por nacimiento trabajando duro desde pequeño, machacándose, perfeccionando la técnica y cada uno de sus movimientos, dominando el arte de matar con una espada como ningún otro.

Parece que están realizando una complicada coreografía de baile profesional...
Como si danzasen al son de una música que solo ellos pudiesen escuchar.
Tal vez se trate del ritmo que marcan el choque de sus espadas.

Ojalá pudiera parar la pelea sin matar a ninguno -pienso, y entonces veo una piedra.
Voy hacia ella, pero una enorme cola escamosa cae sobre mí y aplasta mi cuerpo contra el suelo.

-Es imposible para un principiante como tú ganar a un Hermano Témpano. Somos los maestros del esgrima.

-Como Hermano Témpano que sois, solo sabéis usar la espada. No os esperáis cosas como esto -el jinete hace tropezar tramposamente a Marshall hacia atrás-. Yo, como luchador de combate cuerpo a cuerpo, sí.

Por un momento Marshall se balancea en el borde del bloque de tierra, hasta que se acerca el jinete y le golpea la cara con la palma de su mano.

Le acaba de dar una bofetada al príncipe Marshall... Pero eso no es lo peor. Ha caído hacia la nada.

-¡Nooo! -grito forcejeando bajo la cola del dragón-. ¡Quítate de encima, bicho extraterrestre!

Escucho el sonido del jinete acercándose a mí.

-Ahora te toca a ti.

-Pagarás por matar a un Hermano Témpano -tiemblo mirando el suelo-. Por matar a Marshall.

-Es un traidor... como tú -me agarra del pelo y me levanta la cabeza del suelo-. Todos me verán como un héroe.

¿Sabes? Siento... cierta lástima por tí.

Levanto la mirada y le observo fijamente. Nadie va a sentir lástima por mí.

-Lo digo en serio -dice y leo la sinceridad en sus ojos, lo que me pone aún más furiosa-. Tu vida debe de haber sido un desastre.

-Si vuelves a sentir pena por mí... -amenazo y mi pelo empieza a arder.

Siempre he odiado que sientan lástima por mí.

Me suelta el cabello con un grito alarmado.
Alza su pesada espada, seguramente para descolocarme la cabeza.
Logro sacar la mano con el puñal que tengo escondido en la cadera.
Una vez fuera, dejo un profundo corte en la carne del tobillo de la criatura que me recuerda a un hombre.
Grita y falla mi decapitación, cortándole un tramo a la cola del dragón, que pierde inmediatamente el equilibrio sobre el aire en el que se encuentra y grita de dolor, cayéndose al infinito. Me libero de su pesada carga y me levanto.
Es un sonido espantoso... Creo que su grito reinará mis pesadillas durante un tiempo.

-¡Dack, no! -grita el jinete, cojeando hacia el borde para verle descender.

Gira hacia mí y se lleva un susto cuando ve que corro hacia donde está él, que se encuentra desarmado.

-¡No...! Piedad...

-Tú no has tenido piedad con mi amigo, ni conmigo... Pero eso no quiere decir que vaya a actuar como tú -digo finalmente y salto lejos del bloque de tierra.

Mientras caigo por el infinito cielo, saco mi escoba y monto en ella. Desciendo lo más rápido posible por si aún puedo ver a Marshall.

Noto algo silbando cerca de mí. Una flecha.
Debe de haberle dado tiempo a preparar el arma.

/>Giro la cabeza para ver que el loco me sigue atacando a distancia.

Doy media vuelta con la escoba y vuelo hacia arriba, esquivando sus malos disparos, hasta estar a su altura.

-Me tienes harta -digo saltando de la escoba y dándole una buena patada en la entrepierna. Para completar su dolor, bateo su cabeza con el palo de mi escoba.

Me aseguro de que está inconsciente y le quito el arco y las flechas.

-No he venido a matar, maldita sea.

Me acerco al borde y miro abajo. Nada. Solo colores y alguna que otra nube naranja.
Juego con mi colgante entre los dedos, intentando no llorar.

Marshall era un buen amigo que sabía apreciar la vida de cada criatura sintiente. La manera en que trataba a los animales decía qué clase de corazón tenía.

Vamos, muéstrame dónde mi corazón quiere ir, ópalo. Guíame hacia un Consejero.

Empieza a levitar. Con su punta, indica ligeramente un lado.
Sin mirar atrás, emprendo mi vuelo.

Cuando llevo un tiempo volando en línea recta, cierro un rato los ojos, dejando que el viento me acaricie las mejillas y que el sentimiento de no tener nada a una altura considerable bajo los pies me asuste.

El cielo se ve de color lila, mezclado con el azul claro de los ojos de mi abuela.
Inspiro profundamente. Hæky huele tan bien... Huele a casa.

-¡Vaya! -digo al ver una cascada que cae al infinito y unos hermosos montes.

Diviso una hilera de polvo azul sobre la tierra. Cuando sopla el viento, se descubre algo.

Entrecierro los ojos para ver qué... Qué es eso.
Es de un color negro tan oscuro que parece engullir la luz que le rodea, como si fuera un pequeño agujero negro.

Decido acercarme.
Desciendo volando y paso una mano por el cristalino riachuelo.
Piso el duro suelo y me abro camino por la misteriosa sustancia que parece ceniza. ¿Qué será?
Lo aparto de un soplido para dejar por completo al descubierto la esfera negra. A su lado, aparece otra, con la misma redondez, solo que ésta parece una perla, blanca y brillante.
Tomo la piedra negra entre mis manos. La textura me recuerda al tronco de los árboles. Los dos tienen el mismo tamaño, como la de una cabeza humana y son tremendamente pesadas.

-Qué piedra tan curiosa -inclino la cabeza hacia un lado y lo observo desde otros ángulos.

Desprende un calorcillo muy agradable. Es como si tuviera vida propia.
Doy unos golpes con los nudillos... ¡Suena un poco a hueco!

La superficie bola negra de mis manos se resquebraja y el surco no tarda en recorrer toda la bola.

De lo que pensaba que era una piedra, sale un pequeño dragón.


46- Luna y Sol

*Narra Evelyn*

La esfera negra no era una piedra... ¡era un huevo de dragón!

Maravillada, le aparto un trocito de la cáscara negra que se ha quedado sobre su pequeña cabeza. Es un dragón de color blanco.

Abre la boca como si estuviera bostezando, dejando ver una hilera de pequeños dientes igual de blancos y una lengua rosada. Unos cuernos se asoman delicadamente a los laterales de su alargada cabeza y su cola termina puntiagudamente.

Estira sus piernas y unas afiladas garras aparecen para luego esconderse de nuevo.

Por fin abre los ojos... Sus iris relucen como si fueran piedras preciosas. Son de color lila.

Con cuidado, acaricio las escamas blancas de su espalda con los dedos...

El dragón se da la vuelta, como si me estuviera pidiendo que le acaricie la barriga.

Me río y le hago cosquillas.

En ese momento, el huevo parecido a una perla se agrieta. Rueda hacia mí y lo dejo sobre mi regazo.

De su interior, aparece otro dragón. Éste es negro y de ojos azules.

Son como dos gotas de agua reflejadas en un estanque de agua. Son el opuesto el uno del otro, la oscuridad y la luz, la noche y el día.

¿Dónde estará su madre?

El dragón blanco se reúne con su hermano. ¿O será su hermana?
Para quitarme la duda, los cojo y los examino. El dragón blanco resulta ser macho y, la negra, hembra.

Me tumbo boca abajo sobre el suelo gris de piedra y los observo atentamente. El dragón blanco le pone una pata en la cara a su hermana, y ésta agita la cabeza, quitándoselo de encima.

No tienen

a nadie que les cuide. Crecerán sin padres, como yo.

-Yo seré vuestra madre -les susurro poniendo el menique en la nariz del dragón blanco, que me muerde el dedo, juguetón-. ¿Qué te parece si te llamo Sol? Saliste de un huevo negro como la noche, iluminando todo con tu presencia... como un sol.

El dragón blanco mueve su ala derecha y empieza a perseguírselo.

La dragona negra se acerca a mí y esconde su cabeza bajo mi mano, esperando a ser acariciada.

-Y tú tienes pinta de llamarte Luna. Tú eres la reina de las noches y de la oscuridad, ¿no te parece?

Noto un movimiento a mi izquierda, detrás de un arbusto.

Me llevo la mano al arco robado, pero ha desaparecido.
Me lo ha re-robado alguien.

En lo que se tarda en pestañear, nos encontramos rodeados de unos hombres con taparrabos marrones que nos apuntan con armas puntiagudas. Veo a algunas mujeres y niños acercándose por detrás de ellos, mirándome con curiosidad.

Me levanto sin hacer movimientos bruscos.

Aparece un hombre de taparrabos negro y le dice algo a otro de taparrabos marrón en un idioma que no conozco.

-El capataz dice: Estás en nuestras tierras -traduce el del taparrabos marrón en el idioma de los magos.

Doy un paso hacia el del taparrabos negro, y los que están armados dan dos hacia mí.

-El capataz te pregunta: ¿Quién eres?

-No soy nadie. Ya nos íbamos, no queremos problemas.

-Los dragones han nacido en nuestras tierras, por tanto nos pertenecen. Ellos se quedan.

-¿Cómo te atreves? Los dragones... los animales son libres como el viento, no son míos, no son de nadie

-digo al acordarme de las sabias palabras de Marshall y siento una punzada en el corazón.

-El capataz dice que tus palabras son estúpidas.

-Si el del taparrabos negro tiene algo que decirme, puede decírmelo él mismo -desafío.

-El capataz no sabe hablar el idioma de los magos.

-Claro que sabe. Si no, ¿cómo entiende de lo que hablo sin que tú traduzcas lo que yo digo?

El capataz me clava su mirada. No tiene cejas, por lo que no sé muy bien lo que quiere expresar, pero por el arrugamiento de su cara deduzco que la criatura se ha enfadado.

-¿Qué? -me hago la inocente-. ¿El capataz se siente humillado?

-El capataz dice: Cogedla, debe de ser castigada... Y encadenad a los dragones.

-¡Castigo! ¡Castigo! ¡Castigo! -gritan los niños lanzándome piedras desprendidos del suelo.

Me agacho inmediatamente y protejo a Luna y a Sol con mi cuerpo, mientras que lo que parecen ser lanzas apuntan mi cabeza, arrinconándome. Las piedras de superficie irregular me arañan la piel y me crean cortes. No puedo alcanzar la Caja Mística sin que me lo quiten.

Los dragones están a salvo. Sol se lame una ala, despreocupado, mientras que Luna da vueltas entre mis brazos, queriendo salir y ver qué pasa fuera. La sangre brota de mi piel y contengo las lágrimas.

-Tranquila, Luna... -susurro.

-El capataz dice: ¡Dejad de lanzar piedras!

Inmediatamente, todos paran.
Entonces, me levantan bruscamente y agarran a Sol y a Luna de las alas. Los alejan de mí.

-¡Soltadlos! -ordeno.

Sol se retuerce y grita de dolor, pataleando el aire.
La imagen me horroriza a tal punto que mis ojos se humedecen.

-Capataz dice: ¡Atravesad el corazón de la pelirroja!

-¡No! -grita una voz que me es inquietantemente familiar-. ¡Debe morir sufriendo!

La cara del capataz se ilumina y le susurra algo a su traductor.

-El capataz pregunta: ¿Qué sugieres?

-Quemarla. El fuego se comerá su piel hasta llegar poco a poco a sus órganos interiores y arrancarle la vida, si es que no muere antes ahogada con el humo.

-El capataz dice: ¡Prendedla! ¡Quiero oler su carne!

Cuando una llama entra en contacto con mi piel, siento que revivo.
Mis heridas se sanan velozmente y alineo mi cuerpo poco a poco, envuelta en llamas.

Al principio las criaturas de taparrabos marrón retiran las armas y retroceden temerosos. Luego, empiezan a huir cuando ven la promesa de muerte en mis llameantes ojos.

-¡IGNIS! -gritan-. ¡Dad la alarma!

-¡Avisad al Consejo!

Absorbo todo el fuego y me siento como nueva, como si hubiera renacido. Bueno, más bien estoy como me trajeron al mundo: desnuda. O casi.

Alguien me hecha una capa negra encima en el momento que las llamas descienden.
El ópalo de mi colgante empieza a girar sobre sí mismo como un loco, como si tuviera justo al lado lo que mi corazón ansía.

-Ey, ¿estás bien? -me pregunta la misma voz de antes, la que me sonaba tan familiar, la voz que había sugerido mi muerte con fuego. Al parecer, sabía bien que era Ignis y quería ayudarme.

Volteo hacia él, y descubro unos amables ojos de color gris oscuro con algunas manchas de color miel.


47- Colegas

*Narra Marshall*

Recibo la sucia bofetada del jinete y caigo fuera de la tierra flotante, al infinito cielo.

¿Así voy a acabar? -pienso empuñando fuertemente mi espada, lleno de rabia.

Escucho un rugido.
Nunca he escuchado un grito tan desesperado y lleno de dolor.

Alzo la vista con horror y veo al dragón caer. Se agita en el cielo... Ha perdido parte de su cola.

Sin la cola pierden mucho equilibrio en el cielo y sus alas se descoordinan.
Además, el susto que supone perder un miembro del cuerpo es terrible.

Guardo la espada en la funda mientras desciendo. Al estirarse el dragón, logro alcanzar una de sus patas traseras.
Me sujeto fuerte y trepo por él.

-¡Eh! ¡Tranquilo! -le grito-. ¡Dack!

El dragón granate sigue rugiendo de dolor.

-Puedo intentar ayudarte para que salgas de esto con vida...

-¡Solo desea que le salve antes de que muera usted aplastado contra alguna tierra que nos topemos! -me acusa.

-Te equivocas, Dack -digo más cerca de su oído-. Si no caemos eternamente y nos encontramos con otro bloque, tú recibirás el impacto, amortiguarás mi caída y yo estaré vivo sobre tu espachurrado cuerpo. Por tanto lo que dices pierde sentido, porque voy a salir vivo de todas formas... así que no te ayudo por salvarme a mí mismo. Quiero salvarte el pellejo, ayudarte a ti también.

Deduzco que está asimilando la información.

-Voy a congelarte lo que pueda de la herida de la cola. A ver si funciona con mis poderes... La sangre de dragón es bastante caliente. Además, con el frío te bloquearé el dolor -pienso en voz alta.

-No volveré a volar -murmura con amargas lágrimas en los ojos-. Prefiero morir.

El dragón herido deja escapar un rugido tan inconsolable que se me parte el corazón y me pican los ojos.

-Vas a volar ahora mismo, Dack. El viento siempre está de parte de los dragones. Olvídate de la cola, ¿vale? Olvídala, no la necesitas.

-Es fácil decirlo, príncipe elfo de las nieves...

-Escucha atento mis palabras: El barco no siempre depende del timón, depende más del capitán. Si el capitán es inteligente, puede navegar sin el timón. Tú puedes volar sin la cola. Tú eres el capitán, y puedes navegar sin timón. Lo sabes y el viento sopla a tu favor.

-Creo que le he entendido -dice el joven dragón.

-Intenta desplegar las alas, vamos.

Dack despliega las alas poco a poco, y noto el miedo palpitando bajo su dura piel de dragón.
Cuando tiene las alas desplegadas, la velocidad de la caída disminuye e, inmediatamente, el viento sopla hacia nosotros para darnos un giro sobre el aire, orientándonos.

-No cierres las alas ahora. Sigue así. Tranquilo, lo estás consiguiendo.

Dack se mantiene a duras penas en el aire, temblando ligeramente bajo el viento.

-¡Uno, dos! ¡Uno, dos! ¡Uno, dos! -grito para que coja el ritmo del aleteo, dando puñetazos al aire-. ¡Le vas pillando el tranquillo!

Giro el cuerpo y le congelo algo más la cola, ya que el hielo empieza a derretirse y su sangre amenaza con brotar de nuevo.

-¡Perfecto, Dack! Ahora... vayamos a por el lameculos que te ha hecho daño.

-Como usted ordene, príncipe de Nieveterna, y... gracias.

Sonrío y le doy unas palmadas en la espalda.

-Soy tu colega, Dack. Llámame solo Marshall.


48- Infiltrados

*Narra Vanessa*

Nadie sabe dónde está Evelyn.

El pequeño Zed aparece entre los árboles del bosque que hay junto a la cabaña, rodeando al Clan de la Luna.
No queremos abusar de la hospitalidad de los hombres lobo, así que tendremos que irnos pronto de su aldea.

-¡Zed! ¿Dónde te has metido? -le regaño-. He estado preocupadísima. No puedes desaparecer así porque sí, desde la mañana hasta el atardecer.

-Perdona, Vanessa. He estado buscando a Evelyn.

-Aún no te has rendido, ¿verdad? -mi voz se ablanda.

-Tú tampoco -señala con su pequeña barbilla los apuntes de hechizos que tengo en mi regazo.

-La próxima vez que vayas al bosque, avísame y vamos juntos, ¿vale?

Zed sonríe y asiente. Se sienta a mi lado. Dejo que se apoye en mí.
Sentados en la escalera de la pequeña cabaña, admiro el atardecer mientras él bosteza.

-He visto a La Sanadora -murmura, medio dormido-. Estaba hablando con un tipo raro que flotaba sentado sobre una gran hoja.

-Menudas tonterías dices.

-Hablaban de Hæky...

Doy un respingo y agarro los hombros de Zed.

-¿Dónde los has visto?

Zed tiene sus ojos azules abiertos de par en par por el susto. Parpadea.

-¿Dónde? -insisto y le zarandeo de un lado a otro.

-En... En el bosque.

-¡Especifica!

-Al pie del monte, en el comienzo del camino de piedras hacia el río.

Con un presentimiento, busco frenéticamente entre mis apuntes.

-¿Qué haces, Vane?

-Tal vez haga un viaje. Seguramente sea estúpido y peligroso, pero ya no me queda nada más que perder -trago saliva al recordar

que estoy sola en el mundo.

-¿Puedo acompañarte?

-No.

-¡Vanessa, por favor! -junta sus diminutas manos.

-Ugh, no me mires así. Bueno, ¿sabes qué? Haz lo que quieras. Toma tus decisiones, piensa qué está en juego. Tienes treinta segundos para coger todo lo que tengas que llevarte si quieres venir.

Sin una palabra, Zed entra corriendo a la cabaña.

Cuando vuelve con un zurrón colgado al hombro, ya tengo un libro abierto en la página de hechizos de invisibilidad.

-¿De verdad quieres arriesgarte? Tal vez no volvamos nunca.

-No me queda nada ni nadie que me una a este lugar -dice Zed, y suena alarmantemente maduro para su edad.

-En ese caso, corre como si te persiguiera una manada de hombres lobo bajo la luna llena -levanto las cejas-. O perderemos el viaje.

Llegamos en nada. Aplico el hechizo sobre nosotros y doy gracias a que siguen estando la abuela de Evelyn y el misterioso hombre de la hoja voladora.

-No sé qué se trae en las manos, señora -dice la seria voz del hombre-, pero deje a Arturo en paz.

-Ya le he dicho que no sé de qué me habla, guardián -replica la abuela de Evelyn con voz confundida.

Guardián.
El guardián de las puertas. Esa es la clave, él es la llave.
Sabía que si hablaba del mundo de los magos llamándolo por su nombre, Hæky, tenía que ser algún mago no-íngeo. Por tanto, tarde o temprano volverá a Hæky, ya que, como dicen, una vez que vas, todos caen

en su encanto y son incapaces de abandonarlo.

-Tendré que denunciarla por usar magia negra, señora.

-¿Cómo...?

-Su rastro de magia negra no ha sido fácil de encontrar -dice el hombre-. No quiero problemas, me gusta mantenerme al margen de ello, pero si no anula el hechizo que tiene sobre Arturo, tendré que tomar medidas.

-¡Vaya! ¿He usado magia negra? Qué despiste. Cuando una se hace mayor... En fin, eliminaré el hechizo, no sé ni cómo...

-Ahórrese las explicaciones. Solo hágalo -se despide.

-Qué agresivos se están volviendo los jóvenes de hoy en día -murmura la abuela de Evelyn, alejándose.

El hombre se queda mirándola hasta que La Sanadora desaparece de la vista. Sólo entonces abre un portal en el aire.
Zed y yo vamos silenciosamente hacia él.
Agarro la mano de Zed y le hago una inclinación con la cabeza.
No estoy segura de que Evelyn esté en Hæky, pero deseo con todas mis ganas llegar a algo que pueda ayudarme a encontrarme con ella.
Cruzo el portal con Zed.

Cierro los ojos por la intensidad de la luz. Camino, hasta que el suelo cambia de relieve y el olor al bosque es sustituido por otro inexplicablemente mágico.

Aparecemos delante de una encantadora casa de piedra gris, con plantas de color verde y rosáceas trepando por sus paredes, literalmente.
El hombre no aparece con nosotros.

-¡Mira! -dice Zed, que está de espaldas a mí.

Me doy la vuelta.
Entreabro los labios, sorprendida.
El cielo de Hæky.
Es un amanecer, o atardecer, eterno. Abarca todo lo que

miras cuando levantas la cabeza y cuando la agachas.

Le digo a Zed que se aparte del borde por si caso.
Estamos sobre un bloque pequeño de tierra flotante, y alrededor de éste hay otros bloques, pero muy alejados uno de otros, y en diferentes niveles del cielo.
Sin embargo, esto no es lo más sorprendente.
Lo que nos quita el aliento es el dragón granate, herido en la cola, y el joven de exótico atractivo que tenemos delante.

-Mira, Dack. Tenemos compañía -dice el guaperas.

-¿Puedes vernos? -pregunto.

Hay algo en él que inmediatamente inspira confianza. Tal vez en la manera de sonreír.

-Cuando pasas el portal, la mayoría de los hechizos se anulan. Supongo que tenías uno de invisibilidad.

-¿Y tú quién eres?

-El príncipe Marshall a su servicio -dice haciendo un cortés inclinación de cabeza-. No parecéis de por aquí, ¿sois principiantes? ¿Dónde está vuestro guardián?

Zed me tira de la manga.

-¿Por qué entiendo su idioma? -me pregunta, y no sé responderle.

-Es el idioma de la magia -le responde el dragón en mi lugar-. Todas las criaturas mágicas lo hablamos. No sabía que hubiese magos tan jóvenes como tú.

-¿Qué te ha pasado en la cola? -le pregunta Zed.

-Los dos sois ignis, ¿verdad? -dice el dragón, sin contestar a Zed.

-No -contesto.

Hmm. Eso es lo que diría una ignis. Piensa, Vanessa, piensa. ¿Qué diría una maga normal no-ígnea?

-Nunca me he sentido tan insultada. ¡Ignis, nos llamas! Esas criaturas malvadas... merecen morir, ¿verdad, pequeño?

Zed asiente

con brusquedad, aterrado, pero sin esconderse.
Me doy cuenta de que jamás mentiré igual de bien que mi hermana Jennifer.

-Y supongo que venís a buscar vuestra otra amiga ignis -sigue el dragón, divertido-. Solo hay que ver las pintas que lleváis.

Abrazo mi libro de hechizos con más fuerza y Zed se ajusta el zurrón sobre el hombro.

-¿Sabes dónde está Lyn?

-No sé dónde está. Seguramente haya escapado tras reventarle la cabeza a mi antiguo jinete, el que me ha cortado parte de la cola -dice señalando a un hombre tirado en el suelo-. Le daría las gracias a vuestra amiga.

-¿Entonces no tienes nada contra nosotros?

-¿Por qué iba un dragón odiar a otra criatura del fuego sin conocerla?

-He pasado un tiempo con vuestra amiga -dice Marshall-, y puedo aseguraros que puede apañarse sola todo lo que se proponga. No os peocupéis. Vosotros, en cambio, deberíais volver a vuestro mundo. Por vuestra seguridad.

-¿Crees que no sé cuidarme? Su abuela está de los nervios, Lyn no debería haberse ido sin despedirse. Solo quiero verla, asegurarme de que está bien, disculparme por quemar viva a Mery y...

-¡Por el amor a la magia! Los ignis sí que estáis locos.

-Mery mató a mi hermana gemela, ¿vale? No pensaba con claridad, la venganza me cegaba.

-Claro, ojo por ojo y todos ciegos -afirma el príncipe.

-¡Ja! Tienes sentido del humor -dice el dragón.

Pongo los ojos en blanco.

-Vane, ¿cómo sabías que había venido Lyn a Hæky? -me susurra Zed.

Miro al príncipe y al dragón,

que siguen entretenidos.
Les damos la espalda y me agacho un poco para estar a su altura.

-No estaba segura -susurro-. Arturo se fue con un guardián porque se le presentaron los poderes, ¿recuerdas? Pues lo más lógico es que Lyn les haya seguido. Debe de haberlo hecho por amor. Lo que me cuesta creer es que nos vaya a dejar enfrentarnos solos al Consejo.

-¿De verdad crees que nos ha abandonado por Arturo? -pregunta en el mismo tono, con ojos tristes.

-Nah -sonrío-. Por eso quiero hablar con ella. Aunque sea una locura, lo propio de Lyn sería que quisiera enfrentase sola al Consejo para no ponernos en peligro y... Oh. Maldita sea. Evelyn es capaz de hacer tal locura.

-¿Segura?

-No lo sé... No puede ser tan valiente. Quiero decir, tan temeraria y cabezota -digo preocupada-. Casi prefiero que se hubiera escapado con Arturo para ser felices. No puedo perderla a ella también.

-La encontraremos. Pero ¿qué hacemos ahora? No podemos volar, y todo lo que podemos recorrer a pie es este pequeño bloque de tierra.

-No esperaba que Hæky fuese así, todo cielo y pedazos de tierra. Necesitamos que alguien nos lleve...

Giramos la cabeza y, a la vez, miramos por encima de nuetro hombro al dragón.
Marshall está apoyado en él y los dos nos miran.

-¿Qué? ¿Una vuelta? -dice el dragón Dack-. De todas formas, íbamos a buscar a vuestra amiga.

-Nos habéis estado escuchando.

-Estás a poco pasos de nosotros, y aquí hay oídos de dragón y elfo, ¿qué esperabas? Anda, vámonos ya.

-¿Por qué nos íbais a ayudar? -pregunto, desconfiada.

-La quiero, y a Dack no le disgusta.

-¿Estás enamorado de Lyn? -pregunta Zed, inocente.

-No, no. La aprecio como una amiga, renacuajo -le guiña un ojo-. Mi corazón ya tiene dueño.

¿Dueño?
Tardo medio segundo en comprender que al príncipe Marshall le atraen los hombres.


49- Compañero de viaje

*Narra Evelyn*

Me quedo pasmada.
Es Arturo.
¿Mi colgante, el ópalo blanco, siempre ha intentado guiarme hacia él?

Un grito asustado de los recién nacidos dragones bloquea mis sentidos.

-Te conozco -dice Arturo, pero sus palabras no llegan a mis oídos... Y, si hubiera llegado, me habría sonado más a una pregunta que una afirmación.

Veo al capataz del taparrabos negro escabullirse silenciosamente, cogiendo a los dragones por el cuello.

-¡Luna, Sol! -grito.

El capataz gira la cabeza hacia mí a la velocidad de un látigo. Uno de sus ojos ha empezado a sufrir unos irritantes tics. Me dedica una fugaz sonrisa y sale disparado.

Me envuelvo bien en la capa negra que me ha dado Arturo y le persigo.

Hay que admitir que el hombrecillo avanza como un guepardo a pesar de sus cortas piernas... O patas... Lo que sea que sean.

Busco la Caja Mística para sacar la escoba voladora, pero no encuentro la Caja. Debe de haberse caído de mi ropa cuando ésta se consumió por el fuego.

No soporto escuchar los gritos atragantados de Luna ni ver las patadas y aleteos inútiles de Sol, que lucha por conseguir descender una bocanada de aire por su cuello apretujado.
Acaban de salir del cascarón y sufren con morir asfixiados.

El dolor que aparece en la planta de mis pies es imposible de ignorar. He dejado mis zapatos y todo lo que quedaba de la chamuscada ropa atrás, irreconocible en el suelo, casi reducida a cenizas.

/>Solo llevo la gran capa negra de Arturo, idéntica a la de sus dos amigos. Debe de ser el uniforme de los magos principiantes.

Mis pies están sufriendo los arañazos de las salvajes raíces, de las ramas y de las rocas, sin piedad.
Doy gracias al alcanzar una pequeña superficie llana de piedra lisa y gris.

Cuando miro el camino plano recorrido, veo mis huellas selladas en sangre sobre el color de las nubes de tormentas.

Llego cogeando a la base de una montaña. El capataz sube esquivando los obstáculos con agilidad.
No lo alcanzaré jamás.

-¡Suelta a los dragones! Vas a matarlos...

Pasa una repentina oleada de aire a mi lado. Es Arturo.
Se detiene frente al capataz y éste choca contra su cuerpo.

-Mago de pacotilla -dice el capataz-, ¿vas a lanzarme un hechizo para matarme a cosquillas?

-Entrégame los dragones... O tu vida -dice Arturo, inmune-. Tú decides.

El hombrecillo se niega a soltar a Luna y a Sol.
Arturo le parte el cuello con un gesto y el capataz se derrumba.
El cadáver cae rodando por lo que ha avanzado de la montaña.
¿Cómo es posible que la vida se extinga con tanta facilidad?

Sus amigos, la chica alada y el muchacho acuático, miran a Arturo como si contemplasen a un monstruo, horrorizados.
¿Es muy raro si Arturo me resulta inquietantemente seductor?

Arturo baja la montaña con dos pequeños dragones en sus brazos.
Al final, le ha arrebatado al capataz las dos cosas, la vida y los dragones.

-Lyn -dice a modo de saludo y deja los dragones en mis

brazos-. Me alegro de verte. Ya te recuerdo...

Ahora mismo no le estoy escuchando. Solo puedo acariciar a los dragones y asegurarme de que están vivos.
Suspiro y miro a Arturo, aliviada.

Muchas criaturas empiezan a asomarse por todas partes. Detrás de los árboles, de las grandes rocas... Están muy quietos, como si esperasen permiso para respirar de nuevo.

-Vámonos, este sitio da mal royo -le dice la chica alada montando sobre su hoja voladora.

-Se te había caído -dice Arturo dándome la Caja Mística.

Vuelvo a la realidad y saco la escoba voladora. Subo junto a los dragones y vuelo tras Arturo y sus amigos, alejándonos de este bloque de tierra montañoso y de sus habitantes.

Unas nubes de colores muy llamativos que contrastan con el cielo de color pastel empiezan a descargar su carga a diferentes niveles del cielo.
Gotas de colores empiezan a caer formando una suave y tranquila lluvia perfumada.

La criatura acuática parece estar de mejor humor.
La joven baja sus alas, de manera que ahora parece una elegante capa que vuela tras ella, en donde la lluvia forma perlas de agua.

Los dragones sacan la lengua y saborean la ligera lluvia multicolor.

-Rolf, ¿te parece que es una ignis? -pregunta el chico acuático.

-Creo que sí, Cetus. Mira su cabello. Es como si te fuera a quemar si pusieses un dedo encima.

-¿Deberíamos llevarla frente al Consejo?

-Eh... Sigo aquí, detrás de vosotros. Y hablo el idioma de los magos.

-Cetus, Rolf... -interviene Arturo-. Ella es Lyn, una buena amiga humana de la Tierra. Lyn, él es Cetus, viene de la Atlántida,

y ella es Rolf, una hada del bosque.

Pensaba que se decía "un" hada. Supongo que en el idioma de los magos algunas cosas cambian.

-Con que de la Tierra -sonríe Rolf-. ¿Estáis bien, ignis y dragones?

-Estamos bien, gracias. ¿Qué hacíais en un sitio como aquél?

-Estábamos de paso. Cuando nos íbamos ya, vimos que destapaste las cenizas de una antigua amiga nuestra y hallaste los huevos -señala a Sol y a Luna.

-Así que esa arena azul era... el resto de su madre. -Trago saliva.

-¿Qué hace una ignis aquí, en Hæky?

-Busco al Consejo de magos, necesito hablar con ellos. Si sabéis cómo llegar...

-Tenemos un mapa mágico -dice ella sacando un rollo de papel. Lo examina junto a Cetus.

Arturo, de pie sobre su hoja voladora, se acerca a mí, mirándome con esos ojos de color oro viejo tan hipnotizantes.

-¿Evelyn? -susurra, como si temiera que alguien escuchara mi nombre.

Recuerdo las manchas grises de los ojos de Arturo, ahora desaparecidas, y entonces lo comprendo.

-Veo que el hechizo del olvido de mi abuela ha llegado a su fin. ¿Por qué La Sanadora te habrá hecho eso?

-¿Ha sido tu abuela...? Será un efecto secundario de su sueño curativo.

-Pero... el sueño curativo no tiene efectos secundarios. Y, sin embargo, este hechizo del olvido es de mi abuela, lo puedo asegurar.

-No pasa nada, habrá cometido un pequeño desliz usando magia, Lyn.

-El hechizo del olvido no sale así por error, hay todo un ritual de magia negra detrás. Es un hechizo prohibido y peligroso.


-¿Estás... segura?

-Segurísima. -Entrecierro los ojos y le miro inquisitivamente.

Doy un pequeño respingo. Arturo se da cuenta.

-¿Qué pasa?

-Nada, eh... ¿vamos a ver si han encontrado algo interesante en el mapa?

-No me vengas con evasivas -sonríe de nuevo-. Vamos, puedes decirme qué has visto.

-No te va a gustar... He visto que La Sanadora ha intentado ocultar ese olor de magia negra con otro hechizo. Mi abuela ha tomado muchas molestias por mantener ocultos tus recuerdos sobre mí.

-¿Crees que trama algo?

-Sí, está claro. Pero no tengo ni idea de qué puede ser... Sea lo que sea, es importante, pues ha tenido que abrir alguna cabeza, ya que parte del ritual consiste en quemar jugo cerebral humano.

-La cosa pinta mal...

Aturdido, se sienta sobre su hoja voladora y saca otro mapa de su bolsillo derecho.

-¿Qué piensas decirle al Consejo? -me pregunta sin apartar los ojos de su mapa.

-Quiero que sepan que soy la hija de la Asesina Escarlata -bajo aún más la voz-, que vean que no soy malvada y quiero que suspendan la estúpida matanza de ignis solo por dar conmigo.

-¿Y si después de todo lo que les digas quieren verte muerta?

-Pues que me maten, así habré detenido la muerte de inocentes de una manera u otra...

-Pero Lyn... Tú eres otra inocente.

-La inocente culpable. No te preocupes, Arturo, yo no temo a la muerte. Solo temo que mueran los que quiero.

-Haces que parezca tan fácil. ¿Qué me dices de la gente que antes que soportar tu ausencia prefieren la muerte?

Le miro a los ojos, pero

él no me mira.
Esbozo una media sonrisa.

-No soy tan importante para nadie. Tal vez para mi abuela, pero ya tiene a mi abuelo.

-¿Y tus amigos?

-No lo pienses demasiado, todo saldrá bien -aseguro quitándole importancia-, descuida. Y si me pasa algo malo, cosa que dudo, se os pasará. 

Arturo guarda el mapa en su bolsillo y me mira.
Tengo miedo del Consejo, no puedo evitarlo. Pero si lo admito en voz alta, se volverá más real. Ni siquiera me permito pensar mucho en ello.

-Lo que me preocupa es del hechizo de mi abuela -cambio de tema-. Es inquietante. No sé por qué habrá querido hacerte algo así.

-¿Qué piensas hacer?

-Resolverlo. La curiosidad puede conmigo. Supongo que te robaré el mapa y seguiré adelante, sola.

-No vas a...

-Ya lo he hecho -digo sacando su mapa de mi capa negra, sacando una sonrisa sobre sus preocupados labios-. Es fácil hacer pequeños hechizos delincuentes a gente que aún no sabe oler la magia -me doy unos golpes con el dedo en la nariz.

-Admiro lo independiente que eres, Lyn, pero no deberías pasar por esto sola. Ahora que vuelvo a recordarlo todo, si no he renunciado aún a mis poderes para volver a la Tierra es porque tú estás aquí. Y a mí también me interesa saber por qué ha manipulado La Sanadora mi mente. Estoy involucrado, quieras o no.

Por dentro me estoy derritiendo como una chocolatina al sol.
En el fondo, aunque no quiera admitirlo, nada me gusta más que su compañía.
No puedo evitar sonreír ante sus palabras. Agh, parezco estúpida.

-Lo tomaré como un vale. ¡Cetus, Rolf! Cambio de planes -grita a sus amigos por encima del hombro-. Voy a ayudar a Lyn.

Ahora que lo pienso, yo no puedo decidir por Arturo, aunque vaya a hacer una locura. Solo puedo aconsejar o decir mi opinión, pero si alguien quiere hacer algo conociendo las consecuencias, yo no tengo el derecho de impedirles nada.

-Es un viaje suicida para ti, Arturo -dice el chico acuático, al que no le caigo muy bien.

-Jugar con la muerte es lo mío.


50- La mágica casa del guardián

ATENCIÓN: muchos habéis leído solo el capítulo 49 y no el 48.
Por favor, no os lo saltéis antes de leer el capítulo 50. ❤

*Narra Arturo*

-No debéis decirle a nadie que es ignis.

Rolf pone los ojos en blanco.

-¡Obviamente, Arturo! Tienes nuestra palabra. ¿Verdad, Cetus?

-Por supuesto.

La maravillosa lluvia que parecía haber salido de un cuento de hadas, ahora ya no lo es tanto. Empieza a ser más fuerte, más agresiva.

Sigue estando la belleza sobrenatural del cielo, pero el aguijoneo de la lluvia sobre mi piel está resultando heladamente incómodo. No quiero ni imaginarme cómo debe de estar pasándolo Lyn.

Cetus y Rolf se han ido a las Familias de Acogidas Temporales, como nos había indicado el tío Kris desde el principio.
No parecían muy dispuestos en seguir jugándose el cuello desobedeciendo las reglas.

-Están tiritando -dice Evelyn refiriéndose a los dragones.

-Tú también. Podríamos volver a la casa de Kris. Es decir, donde has aparecido con ese... chico.

-¿Marshall? ¿Cómo lo sabes?

Evelyn y yo hacemos el viaje contándonos lo ocurrido, poniéndonos al día de los acontecimientos.
Llegamos a la casa de Kris y desmonto mi hoja voladora en el jardín trasero.

-Sigue allí el jinete -señala ella.

Me acerco y observo al hombre tirado en el suelo.

-Está muerto, Lyn.

-No puede estar muerto por un golpe en la cabeza con el mango de una escoba... No tengo tanta fuerza.

-Me has

contado que le clavaste un puñal en el tobillo. Ha muerto desangrado mientras estaba inconsciente.

-¡Oh, no! -se lleva las manos a la boca-. Yo no quería... Maldición, le he matado.

-Bueno, así no volverá a hacerte daño. Bien merecido tenía morir.

-No merecía morir. Y, aunque lo mereciera, su vida no me corresponde. Nadie es quién para arrebatar vidas ajenas o sentenciar muertes -se agacha junto al cadáver y le examina el tobillo-. Si la herida fuese reciente, podría revivirlo con el hechizo de mi abuela. Pero me temo que es muy tarde...

-Evelyn, no pasa nada. Lo que has hecho ha sido en defensa propia. Además, mató a Marshall y te quiso decapitar, por el amor a la magia -digo, y me doy cuenta de que empiezo a emplear expresiones típicas de magos.

-Pero...

-Si le hubieras dejado vivo y él te hubiera matado... yo le habría matado a él.

Pongo una mano sobre su brazo para tranquilizarla.
Noto cómo se le pone la piel de gallina bajo mi mano y me sorprendo de su reacción.

-Vaya. Sí que tienes frío... Vamos dentro antes de que te resfríes, ¿vale?

-Va-vale, pero espera un momento.

Hace aparecer una canica de fuego verde.
Lo lanza, y éste atraviesa como un relámpago las gotas de lluvia hasta chocar contra el cadáver, haciendo arder el cuerpo al instante.

-No puedo dejar pistas -dice en voz muy baja. Lyn parece haber palidecido con el hechizo.

Las llamas devoran el cadáver a una velocidad inusual. Ni la furiosa lluvia es rival.

-El olor

va a ser una pista.

-Haría algo, pero no puedo hacer más magia, estoy débil por la lluvia... Cosas de ignis.

-Ojalá supiera cómo usar mis poderes sobre el viento.

-Tengo un libro de hechizos simples -busca dentro de la Caja y saca un fino libro-. Es muy antiguo, espero que las letras se vean bien. A ver... Aquí. Mira este hechizo.

Le hago caso.
No sé si reír o tomarla en serio.

-¿Es una broma?

-Claro que no. Creo que es el único hechizo que nos puede servir de algo.

-¿Un hechizo para espantar ventosidades, flatulencias y otros gases?

-Sí...

-Genial -me río-. Me será muy útil la próxima vez que esté cerca de Garrix.

-Es importante que no te equivoques al leerlo. Una palabra incorrecta puede invalidar un hechizo. O peor, que por error hagas otro hechizo.

Son solo tres palabras. Puedo hacerlo.
Me aclaro la garganta.

Después de siete intentos, logro (junto a la lluvia) disipar por completo el olor.
La magia cansa.

Miro hacia donde estaba el jinete y veo un pequeño montón de cenizas verdes siendo arrastrados por la lluvia.
No sé si su color ha sido un resultado de la canica de fuego de color verde de Evelyn, pero, si es así, ha dado en el clavo, ya que las cenizas pasan perfectamente desapercibidas en el césped del mismo color.

Entramos en la casa a través de la librería cilíndrica, que no tiene techo. Como era de esperar, la lluvia no entra.

Caminamos por los pasillos de la amplia casa, aunque por fuera parezca

pequeña.

Los dragones se mueven inquietos dentro de la capucha. Evelyn se aparta el cabello con el que les protegía de la lluvia y yo saco con cuidado a los pequeños, cogiéndolos de la barriga con las dos manos.

La casa del guardián parece no tener esquinas, casi todo es curvado. Incluso las puertas y el techo están abombados.

Un pequeño artefacto limpiador pasa a nuestro lado, llevándose las gotas de agua que caen de nuestras ropas.
Al parecer la forma de la casa le facilita el trabajo de limpieza, pues rueda por las paredes, el techo y el suelo, llevándose la suciedad y dejando un olor a césped recién cortado.

-El tío Kris es muy tiquismiquis con algunas cosas -digo.

Evelyn lo mira todo fascinada, y su curiosidad y ansia de aprender resulta palpable.

-Ajá -me detengo frente a una puerta semicircular y leo las palabras inscritas-: Ropa y material escolar para magos recién llegados.

-¿Crees que podemos tomar prestada la ropa?

-Pero si es para nosotros, mira el cartel -levanto una ceja.

Entramos y, en diferentes secciones, nos vestimos con ropa seca.

-Ya estoy -aviso.

Evelyn se asoma cuando me estoy alborotando el pelo para devolverlo a su desorden natural.

-Qué lento -sonríe.

Lleva una manta escarlata en los brazos, donde la cabeza de Luna se asoma y bosteza.
Lyn está sentada sobre su escoba y agarra entre los dedos unas botas. Se me había olvidado que aún tiene la planta de los pies destrozados.

-¿Hueles la comida? -pregunto olfateando

el aire-. ¿Habrá alguien en casa cocinando?

Seguidos por el olor, llegamos a una pequeña habitación, una mezcla de cocina y comedor.

Pongo un pie dentro y, de pronto, oigo el tintineo de varios platos.

Los dulces se sirven por arte de magia y las frutas se lavan y se trocean solos.
Incluso hay un cuenco con leche de almendras caliente para los dragones.

-Esto es increíble.

Las verduras se cortan y caen, haciendo sonar un glup, dentro de una olla que hierve alegremente sobre un fuego.
Nunca había visto tanta comida junta.

Lyn baja de su escoba y reprime una mueca al pisar el suelo. Deja huellas de sangre al reabrirse algunos cortes.

-¿A qué viene esa cara? No te preocupes, Arturo, estaré bien. Me recupero con fuego -dice cogiendo la hirviente olla de hierro con las manos, apartándolo de la fuente de calor para poder meter los pies en el fuego.

La miro, asombrado y sonriente. Será verdad que lo que no la mata, la hace más fuerte.

Evelyn, una vez calzada, se niega a tomar nada mientras que los dragones y yo nos damos un festín con todo lo que hay en la mesa.

-Que no tengo hambre -gira la cara, rechazando mi cesta de fresas, y un ruido escapa de ella.

-¿Voy a tener que repetir el hechizo para espantar ventosidades, flatule...? -bromeo.

-¡No ha sido eso! -me interrumpe-. Ha sido mi estómago...

-Ya lo sé, solo quería que lo admitieras. Tienes hambre. Toma.

Rueda sus ojos, pero acepta las fresas con una sonrisa.


-No eres muy buena influencia, Arturo, ¿te has dado cuenta?

-Sí. De nada -sonrío-. Con tanta modestia te ibas a matar de hambre.

Hago experimentos con los dragones sobre qué les gusta comer y qué no. Descubro que les gusta especialmente los higos y que Kris es vegetariano.

-Espero que mi hechizo de fuego verde no lo detectase nadie -dice Evelyn mirando a la nada, y se lleva el último puñado de fresas a la boca.

De repente, abre mucho los ojos y me aprieta la muñeca. Suelto las uvas.

-¿Qué?

Escupe las fresa masticadas al suelo, y el artefacto limpiador pasa inmediatamente a eliminarlo.

-¡¡La red de portales!! -grita, y luego, susurra temerosa-: El Consejo ya debe de estar buscándome... No debería estar perdiendo el tiempo. Debería haberme dado prisa y llegar al Consejo de magos, antes de que ellos lleguen a mí.

Me lo explica con los nervios a flor de piel. Las puntas de su cabello echan chispas.

-¿Por qué le dijiste eso al portal de Marshall? -pregunto.

-Era la única manera para que me dejase pasar a Hæky. Le dije que iba a pararle los pies a la ignis.

-Ahora que lo mencionas... Cuando estaba con Cetus y Rolf, la dragona llevaba un jinete herido que era como una especie de mensajero... y, antes de morir, dijo Ignis.

Evelyn se deja caer sobre una silla.

-Entonces el mensaje debe de haber llegado -se pasa las manos por la cabeza.

-Tal vez no. El mensajero murió.

-En realidad, no se necesita un mensajero para esa información. Cualquiera que tenga un portal fijo puede enterarse, los propios portales se lo dicen.

-Si hay un mensajero para estas cosas, tal vez sea porque en donde se encuentra el Consejo no hay portales fijos.

-Tienes razón -Lyn pasea la mirada por la habitación, pensando a toda velocidad-. Sí, es lógico... Así los Consejeros están más seguros, por si algún intruso logra atravesar las barreras de Hæky a través de un portal fijo.

-Y seguro que el Consejo puede abrir portales cuando le da la gana, sin necesidad de tener uno fijo.

Algo golpea la ventana.
Un murciélago.
Evelyn y yo intercambiamos miradas. Cuando el animal tiene nuestra atención, se aleja.
Evelyn se levanta de la silla y pega la nariz en el cristal.

-No sabía que había murciélagos en Hæky -comento.

-¿Qué demonios hace...? ¡Es Lizz!

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