
Del otro Lado
by FloxKu
Desde su muerte. Despierto de las peores pesadillas que he tenido en toda mi vida. Me atormenta, me supera. La única forma de parar todo esto, es buscar la causa de su muerte.
Quien no sabe lo que busca, no reconoce lo que encuentra... Y quien no cree lo que ve, no lo quiere reconocer...
Prólogo
Dos de la madrugada. Una Toyota llegaba a la estación de servicio y estacionaba junto al surtidor.
Taylor Manster bajaba de ella con un whisky en la mano, y tambaleándose.
Tenía un rasguño en su mejilla derecha cubierta de sangre seca, pero no parecía notarlo. No le dolía. El dolor era algo a lo que no podía dejar lugar; lo hacía débil.
-Yo no fui -. Canturreo.
Dejó la puerta abierta y caminó hacia la cafetería. Había una brisa que lo acariciaba, como si fuera algodón. Era una noche agradable.
Una vez dentro, Taylor se asomó por encima del mostrador, al mismo tiempo que ve al empleado dirigirse hacia él. Este lo mira con repugnancia e indiferencia, pero no dice nada.
-Hola señor, ¿que se le ofrece?
Taylor rió. ¿Señor? Si tan sólo tenía diecinueve años. Tan sólo diecinueve, y con las manos cubiertas de sangre. Eso no era de un típico adolescente.
Meneó la cabeza, como si tratara de escuchar otra voz.
-Si, no, eso es posible, tal vez esté bien -dijo con la voz temblorosa.
El empleado lo miró con confusión. No tenía sentido lo que decía.
-¿Qué?
A Taylor le temblaban las manos, mientras se agarraba la cabeza tirándose con fuerza de su cabello rubio.
-¡¿Qué no me escuchaste?! -explotó-. Llena el tanque de esa maldita camioneta de allá -. Señaló la Toyota.
El empleado suspiro cansado, y se fue dándole la espalda.
-Maniático -murmuró este, no tan bajo para que Taylor lo escuchara.
Si tan sólo supiera con quien estaba hablando, no le
hablaría así. Ni de lejos.
Taylor le dio otro sorbo a su botella. El líquido ya estaba por menos de la mitad, y solo tenía una. Ya no tenía nada de dinero, y si le pedía a su padre, este se alteraría y le daría una bofetada. Quizás le pegara con la fusta que usaba para sus caballos. Todo era una posibilidad.
Aún seguía recordando lo que pasó apenas unas horas antes... Pero lo peor de todo era la sangre, mezclada con gritos de desesperación. Nunca podría olvidarlo.
-Está, está, está por todas partes. Todo es rojo -. Puso los ojos en blanco, dándole un golpe fuerte a la puerta al salir.
Taylor sentía el viento frío correr por su camisa desgarrada en una de las mangas. Tenía un agujero de tamaño chico, pero se notaba lo suficiente sobre su piel pálida. Tanto, que un tipo que estaba a metros de el lo miró con curiosidad. Trató de cubrirse el agujero con desesperación, pero sentía que el pulso le temblaba demasiado al acordarse de todo. Mierda, se acordó de todo nuevamente. Tomó varios tragos y se quedó con la botella vacía en su mano.
Se sentó en el piso y observó el lugar. Casi vacío, cómo de costumbre, excepto por idiotas o adolescentes cómo él. Bueno, en realidad, eran casi lo mismo. Idiotas y adolescentes.
Del otro lado, había una moto y de ella, bajaba una chica y un chico. Eran pareja porque se besaron. Se notaba que eran felices.
Miró para otro lado. Lo menos que quería ver, era la felicidad de otros. Aborrecía la felicidad de los demás.
Abrazó la botella vacía, cómo si así, pudiera ocultarse de la vista de los
demás. De la verdad.
-¿Sabes qué, pequeña Old Virginia? No sé si estoy arrepentido, creo que tengo miedo de papá. Está harto de cubrir todas mis cagadas sobornando gente -, rió acariciando la botella como si se tratara de un perro-, me pegará con ese látigo que tiene colgado en la pared, como lo hace cuando me meto en líos o hago pendejadas. O capaz me mata, pero una muerte no es fácil de cubrir -. Murmuró para sí.
La pareja ya se estaba yendo, y detrás de ellos, de la oscuridad, surgió un tipo tapado hasta la nariz, vestido de negro. No hacía demasiado frío como para taparse de esa forma. Taylor supuso que no quería mostrarse, como él.
El tipo avanzó en dirección a la cafetería de la estación sin llamar la atención, excepto la de Taylor.
Estaba demasiado concentrado en el tipo. Sentía que al mirarlo le daba electricidad por todo el cuerpo, una adrenalina fugaz.
-EHHHHH -le grita Taylor con la voz temblorosa, aún no seguro de lo que hacía. Estaba demente, él lo sabía. Pero tenía ganas de desquitarse con alguien por lo sucedido, aunque no tuviera que ver en nada.
El tipo no tuvo la menor intención de darse vuelta, aunque seguro lo habría escuchado.
Taylor de cualquier forma iba a llamar su atención. Quería hacerlo.
Entonces, en ese instante, la botella que estaba en su mano, salió disparada a la cabeza del tipo.
-Old Virginia te quería tanto -dramatizó.
Esta se hizo añicos contra la cabeza del tipo, que por cierto, no sangró. Se dio la vuelta, y comenzó a caminar hacia Taylor.
Ya estaba a metros de Taylor. Tenía miedo, pero no por el tipo. Por lo que le pasó. Tenía miedo de que sus padres no lo perdonarán nunca más. De que sus amigos hablen de él. Tenía miedo de vivir...
Un puño se estampó contra su rostro. El tipo tenía ojos profundos y grandes. Hacía que se le notaran los lentes de contacto. ¿De qué color eran realmente sus ojos?
-Taylor Manster. Asesino y cobarde. ¿Como se llamaba? -sonrió-, oh, dejame adivinar, ¿Megan? Sientes que nadie te va a querer después de todo esto. No somos tan diferentes.
Taylor estaba petrificado. No podía formular ni una sola palabra. El empleado no se había inmutado. Seguía junto a la Toyota, llenando el tanque con indiferencia.
-Sabes... -empezó el tipo con una sonrisa espeluznante que hizo estremecer a Taylor-, puedo hacerte un favor, aunque no me lo pidas. Suelo ser muy caritativo.
-No quiero tu ayuda, ni la de nadie, estoy bien por mi cuenta -fue lo único que pudo formular Taylor.
Se soltó del tipo con desgano, y se fue trotando hacia la camioneta, donde vio al empleado que esperaba con impaciencia, seguramente esperando que terminara de "conversar". Bueno, si a eso se le podría decir conversación del todo típica.
Empujó al empleado y se subió a la camioneta sin pagar. Salió de la estación de servicio hacia la ruta. No podía pensar. Estaba consciente de lo que había sucedido. El alcohol no le había hecho efecto.
Golpeó con fuerza el volante.
Tenía muchas preguntas en su cabeza: ¿Qué haría?, ¿qué le diría a sus padres?, ¿a los padres de Megan?
Bufó.
Tendría que hablar con ellos, tendría... Frente a la camioneta, a escasos metros delante, había alguien parado. Taylor intentó hacer una maniobra para esquivarlo, pero se salió por el camino, y cayó por el costado de la ruta colina abajo. La camioneta se sacudía violentamente con los golpes que daba contra los árboles. Su cabeza dio contra el parabrisas, clavándose un pedazo de vidrio en el ojo. Taylor rugió de dolor. Estaba cubierto de sangre, y apenas podía respirar. No podía moverse, algo estaba clavado en su costilla. La navaja que su padre le había regalado, metida hasta el fondo.
Lo único que pudo hacer, fue escuchar los pasos de unas botas al pisar las hojas. Eran pasos cercanos, capaz podría vivir. Podría arrepentirse de todo lo que había hecho.
Alguien cayó como gato delante de él. Con el ojo derecho, con el que podía ver, vio unas alas de murciélago abrirse. El tipo de la estación de servicio se le acercó hasta tenerlo frente a él. Cara a cara. Pudo ver realmente sus ojos. Ojos de un rojo llameante, que lo miraban con satisfacción y burla.
Y con esa imagen en su cabeza, cerró los ojos y dejó de respirar.
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Capítulo 1
7:00 am. Suena el despertador en mi oído izquierdo. Me levanto violentamente de la cama al escuchar el ruido aturdidor de las mañanas. Ring ring ring. Sonaba una y otra vez. Lo apago bruscamente, y me ato el pelo en una coleta.
Caminé con desgano hacia el baño. Cuando entré, mojé mi rostro con agua fría. Miré mi reflejo en el espejo. Tenía unas sombras negras en los ojos.
No había dormido bien los últimos dos meses. No desde que Taylor Manster había muerto en un accidente. Habían estado buscando su cuerpo por semanas. Lo habían encontrado cerca de la carretera, dentro de su camioneta, con el cuello quebrado, y una marca en forma de círculo sobre su pecho. Era curioso. Ese mismo día, había muerto su novia, Megan Luther, no muy lejos de donde habían encontrado a Taylor. La habían encontrado en una de las propiedades del padre de Taylor, Thomas Manster, un empresario de Boulder muy reconocido por su empresa de medicamentos, quien fue acusado de estar involucrado en el crimen de Megan. Pero luego, habían demostrado qué el no había sido el culpable. El señor Manster quería llegar a fondo, así que aportó lo necesario a la policía para buscar al asesino. Bueno, no dijeron que había uno, pero el daba a entender eso, y yo también. Incluso, estoy segura que el qué mató a Megan, tuvo que ver con Taylor. ¿Por qué si no matar a dos adolescentes un mismo día?. No creía que había volcado sólo. La mujer de Thomas, Dayana Lombardi Manster, se suicidó a las pocas horas de reconocer el cuerpo de su hijo. Creo qué la muerte de un hijo, quiebra lo que construiste,
una familia. Todo lo que tenías de especial, lo que daba sentido a tu vida, desaparecer. Thomas se había quedado sin familia. Lo único qué podía hacer era buscar al causante de todo este embrollo. Megan y Taylor no tuvieron un entierro, aún no. Los analizan día a día en busca de algo nuevo; como si fuera a aparece algo nuevo. Me parecía vergonzoso siquiera pensar que no tuvieron un entierro decente. Y todo parecía ir colina abajo, como Taylor.
Desde entonces no duermo bien, y tengo pesadillas sobre su muerte. No le conocía bien, ni era su amiga, solo era un compañero de clase que se lo conocía lo suficiente. Además, el no era de los que pasaban desapercibidos. Su familia, o lo que restaba de ella, es una de las más adineradas. Creo que, conseguir enemigos era muy fácil para Taylor.
Bajo los escalones y ya desde la escalera, escucho a mi única y mejor amiga, Samantha. Me dirijo hacia la cocina donde la veo sentada en una silla, comiendo waffles.
-Buen día dormilona -saluda Sam con la boca llena de dulce.
-Hola -. Respondo-. Veo que esos waffles están muy buenos, ¿hay para mi? -le hago ojitos a mi mamá.
-Claro que hay -contestó
-¿Y para mi? -replicó mi papá con el diario en la mano y una enorme sonrisa.
Mi mamá rodó los ojos.
-Si, para ti también -le pega suavemente con una cuchara.
Tórtolos.
Tenía suerte de tener a mis padres tan unidos. Ellos siempre sabían que hacer, o decir para que yo esté mejor. Esencia de padres, supongo.
-Bueno yo voy a repetir esto esta demasiado
bueno. Enserio me mudaré a esta casa -comentó Sam.
A Sam se le había muerto su madre en un viaje en barco. Desde entonces, se mudó a un departamento cerca de mi casa, porque su antigua casa le traía recuerdos. Me decía que veía a su mamá, y eso, era espantoso. Ella es como de mi familia. Hasta tiene llave de mi casa, para que entre cuando quiera. Esta era su casa. Su hogar.
Mi padre se levanta de la mesa, nos saluda, y se va al trabajo, mientras mi madre estaba en el living limpiando las estanterías con música clásica. Bien, en esta casa el arte era considerado algo importante.
Samantha deja de comer y me mira directamente.
-Encontré varias cosas sobre la muerte de Manster y Luther -saca un sobre marrón de su cartera y me lo extiende. Le devuelvo la mirada algo vacilante-. Adelante.
Sin dudar un segundo más, le saco de las manos el sobre. Con impaciencia, lo abro. Lo primero que veo, son varias fotos de la Toyota de Taylor en el bosque de Boulder, donde lo habían encontrado.
-¿De donde sacaste todo esto? -exclamo admirando cada fotografía como si fuera oro.
-Fácil. Revisé los archivos policiales de mi padre. Resulta ventajoso tener un padre policía.
El oficial de policía, Zac Chantel, era su padre, por lo tanto, tenía acceso a información confidencial.
-¿Como entraste a su oficina? -pregunté-. Podría haberte descubierto -la regañé-, de todas formas, gracias.
-Bipolar -me apuntó con un dedo, luego, sonrió-. Por nada.
Le devuelvo la sonrisa, pero se borra en cuestión de
segundos.
-Sam... La hora... En diez minutos suena la campana -le digo horrorizada.
Lo sé, no me gustaba llegar tarde a clases, era algo peculiar con el tema del horario.
-Tranquila tengo...
No terminé de escuchar la oración. Empecé a subir los escalones de dos en dos mientras iba hacia mi cuarto. Agarro cualquier cosa de mi placard. Un jean, una remera blanca y un buzo, ya que en estos días, empezó a refrescar. Como odiaba el frío. Todavía faltaban meses, pero nunca parecía haber climas cálidos en Boulder.
Bajé apresuradamente mientras veo que Sam estaba parada en la puerta encogida de hombros.
-Bueno, vámonos -me cuelgo el bolso al hombro.
Samantha no tenía intención de moverse de la puerta. Tenía el sobre con las fotos del accidente en la mano.
-Tranquila. Llegáremos bien.
Miro la hora en mi celular. 7:53. No estábamos lejos, pero no nos podíamos dar lujo de minutos de más.
-No, llegáremos tarde. Mira la hora. Estamos a veinte cuadras del instituto.
Samantha frunció los labios.
-Yo creo que a cinco.
Sam abre la puerta, y veo que hay un jeep blanco estacionado en la puerta de mi casa.
-Lo compré en una concesionaria a pocas horas de aquí -contestó con simpleza.
Estaba boquiabierta. Era el sueño de toda chica. Bueno, ¿qué clase de chica no quería su propio automóvil?
-Samantha esto es increíble -exclamé sorprendida-. De verdad me alegro mucho por ti, te lo mereces.
-Si, después de todo, trabajar en ese bar no era tan malo.
Sonreí. Salgo corriendo por la puerta y subo del lado del acompañante. Era increíble por dentro.
-Ahora si que no llegáremos tarde.
-No, ahora no. Ponte el cinturón linda -meneó la cabeza.
Sam se sube y arranca el jeep a toda velocidad. Hacía frío, pero bajamos las ventanillas. Mis cabellos volaban y se enredaban, pero no me importaba.
Pongo música, y en la radio sonaba Flo Rida. Cantábamos tan alto que en un semáforo, un nene nos miró divertido y en otro auto, un señor mayor de edad, miraba horrorizado.
Ya estábamos en el estacionamiento del instituto buscando lugar. Estaba atestado de autos.
-Mierda. Esta apestado este lugar -masculló Sam.
-Si, y son 7:59 -le digo preocupada.
Estaba buscando algún lugar cuando de repente, me vino un recuerdo. Estábamos pasando por una fila de autos, cuando veo el lugar dónde Taylor siempre estacionaba su Toyota, vacío. Sentía que me quedaba sin aire, sentía...
-¡¡¡MIRAAAA!!!-grita Sami provocando que salte en mi lugar-. Ahí hay un lugar.
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Capítulo 2
Bajamos del jeep, y entramos corriendo por la entrada del instituto.
Los pasillos ya estaban casi vacíos, ya que todos habían ido a sus respectivas clases. Genial.
-Te veo en el almuerzo -le digo a Sam.
-Espera-me toma del brazo-. Guarda esto -me entrega las fotos del accidente-; no puedo tener esto encima. Mucho menos llevarlo a mi casa. Mi padre llega a saber que tengo esto y me mata.
-Si, comprendo. Las tendré yo -asentí-. Nos vemos
Avanzo rápidamente por el pasillo. El único ruido, es el de mi respiración irregular y pasos. Llego a la puerta del salón. Por la ventana, veía que ya estaban en clases. Doble genial.
Miro mi reloj. 8:01 am. No era tan tarde.
Entré en el salón. El profesor Samiro estaba con cara de pocos amigos de siempre. Cuando me vio, frunció el ceño.
-Llega tarde señorita Prune.
Sólo un minuto, no es para tanto idiota.
Fue lo único que me dijo. Asentí, no se porqué. Me senté en uno de los bancos del medio, como siempre. Mi compañero de banco era la persona más idiota que conocía. Claudio Roland. Por suerte, solo me sentaba con el en religión. A el profesor no le gustaba que nos sentáramos como se nos plazca. Pero, vamos, no era tan mala mi suerte. Lo único malo de todo esto, es que eran dos horas infernales escuchando lo mismo todas las clases. Ángeles del cielo, demonios del infierno, Dios creó todo, Jesús murió por nosotros, la Biblia y todo lo demás ya lo conocen. No es que no soy creyente, o algo así, pero que repitan siempre lo mismo,
era tan aburrido. Apuesto hasta que Dios querría qué nos dijeran algo nuevo.
Volviendo a compañeros de clase raros, Claudio, era el típico chico malo que le gustaba a todas las chicas del instituto. En todo caso, a la mayoría, y si no te gustaba, corría el rumor de que eras lesbiana. Yo suelo llamarle, El Tren de los Suspiros. ¿Por qué el apodo? Simple. Cada vez que pasaba y había un grupo de chicas, estas soltaban suspiros y murmuraban cosas como: «oh, Dios, está tan bueno», o, una de mis favoritas, «¡hazme bebes Claudio!».
El tenía cabello negro brillante, ojos azules, fríos como el hielo, unas pestañas largas que lo hacían parecer delineado-todavía no averiguo eso-, un tono de piel que parece decir «Miami» a toda costa escrito en su piel. A veces me preguntaba si era gay. Es muy sofisticado, todo un egocéntrico loco de la moda, y tenía un andar de puta, literalmente.
-Hola bebe
No le respondí. Lo menos que quería era hablar con Claudio. Retiro lo de, "mi suerte no es tan mala".
-¿Que tienes en ese sobre? -hace amague para agarrarlo, pero soy más rápida y se lo saco de su vista.
-Nada que te importe -respondo cortante-, no me molestes.
-Si no me importara, no me hablarías, nunca lo haces -pone voz de ofendido y hace un puchero.
-Es porque no quiero. No me interesa hablar con metro-sexuales, no soy como las zorras que llevas a tu casa.
El sonríe. Esos dientes falsos de mierda que pueden hacer una publicidad para Colgate.
-Bueno, no te molesto más si me muestras el sobre -insiste.
-No.
-Si no me lo muestras, diré que te acostaste conmigo y todos querrán tener sexo contigo -repuso con satisfacción.
Eso no era malo en cierto sentido. En cierto sentido para una puta.
-Lo superaré. Además, todos saben que no me acostaría contigo. Me darías sida.
-No si te beso en público. Vamos -Claudio agarra mi cabeza y me empuja hacia a él para que lo bese. Le pego un manotazo y me suelta acariciando su brazo con un gesto de dolor falso.
Dios, que idiota.
-No hay nada en este sobre que te interese -aprieto los dientes.
-Entonces muestramelo -se encoge de hombros.
Alguien carraspeo.
-Disculpen -dijo Samiro- si tienen algo qué decir es el momento, escuchamos todos.
Los demás se acercaron un poco, mientras Claudio empezaba a decir cosas de lo que pensaba sobre el infierno. Samiro lo miraba atentamente con disgusto, mientras que yo no tenía idea de lo que decía. Estaba desconcertada.
-Bien. Esa es tu opinión. ¿La tuya Prune?
-Yo... Pienso. Pensamos, con Claudio -lo miro- que no estábamos de acuerdo a su teoría. No toda. Solo una parte-hice un gesto que daba a entender eso-. Lo que le comentó Claudio.
-Ajam, si, Roland y usted Prune pueden ayudar a Santa con los regalos... ¡DIJERON CUALQUIER COSA!-explotó-. Cierren la boca, y pongan atención.
Claudio parecía divertido con la situación. Lo miro de mala manera, pero él simplemente sonrió burlón y dejó de mirarme. Al parecer el sabía como hacerme una mala jugaba. ¿Claudio tenía cerebro? Si, lo comprobamos.
Las horas no pasaban más, y Claudio me volvía loca. Quería saber que tenía el sobre. Aprovecho que Claudio me dejó de interrogar y saco las fotos para mirarlas con atención.
Era increíble. La camioneta estaba boca abajo con el cuerpo de Taylor sin vida. Sentía que tenía que investigar sobre esto. Había algo muy extraño. Algo curioso, claramente. El mismo día muere su novia, en una de las cabañas del señor Manster. ¿Como llego allí? Alguien la habrá dejado entrar o ella, o alguien, tiró la puerta abajo. Lo sabía porque habían encontrado su chaqueta en uno de los dormitorios. Después alguien le disparó y la enterró en el pórtico. Eso es lo que decían en los programas de televisión. Últimamente andaba muy informada.
Y Taylor, horas más tarde, apareció con su camioneta en el bosque. Habrá volcado al ver un perro o algún otro animal, pensé. No volcó muy lejos de la cabaña. Pero tenía que investigar. De alguna u otra forma lo haría. Sería arriesgado. Había muchos policías, en la cabaña, y a lo largo de la ruta. Entre la cabaña, y el punto donde volcó Taylor, estaba a 7 km de diferencia. Si, había investigado mucho y había hecho anotaciones en un cuaderno.
Podía hacerlo.
Guardé las fotos en el sobre y salí del salón casi primera.
Estaba segura de lo que haría. Correría el riesgo que tendría que correr, sin importar nada.
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Capítulo 3
-¿Que vas a hacer qué? ¿Estas loca? ¿Te sientes bien?
Sam me hacia la mismas preguntas, una y otra vez.
-Escucha, tengo oportunidad. Puedo ir de madrugada. Puedo entrar a esa cabaña, se que las dos muertes están relacionadas. Quiero hacerlo. Lo necesito -digo y agrego en voz baja-; tú sabes las pesadillas qué tengo. Son horribles, de verdad, Taylor está en cada una presente. Es estresante, siento que lo tengo dentro de mí-Samantha comienza a reírse. Le doy un codazo en broma- . Malpensada, esta muerto.
-¿Para que quieres meterte en algo en lo que no te incumbe? Yo te traigo toda esta información para que lo veas desde afuera, no para que vayas y busques al asesino. Escucha, se que has tenido unos meses de mierda pero, ¿creés qué ver el lugar donde murió o ver el cuerpo te calmará? Yo creo que eso es mucho peor.
-Sam, lo voy a hacer, con o sin tu ayuda.
-¿Como? ¿Sin mi ayuda? -dijo medio gritando- olvídalo. Te ayudaré con lo que sea. Es cierto que pienso que estas loca, y te vas a meter en problemas, pero te apoyaré. Dios, mi padre va a matarme. Si nos ve...
-Gracias -la interrumpí-. Solo necesito que me hagas un favor.
Sam me mira con cara de advertencia pero yo le digo:
-Tranquila. Solo necesito saber hasta que hora revisan la ruta, y la cabaña. ¿Podrías averiguar eso?-pregunté dudosa.
-Por supuesto. Ahora yo quiero saber, ¿que tienes en mente? No entiendo cuál es tu punto de partida. Un plan.
-Estuve pensando en ello. Pensé en la ruta primero. Ir al sitio donde acabó Taylor.
Pero luego me pareció que deberíamos empezar por la cabaña. Primero murió Megan, según los informes de la policía. Se qué parece una locura, pero alguien de la familia Manster la dejó entrar. Y está claro que entró con alguno de ellos. Pienso que, estaba con Taylor. Después Taylor se fue y la dejó ahí hasta que volviera. Cuando estaba llegando volcó y murió.
-Lo único que no cierra en todo esto es quien mató a Megan. Ella murió primero. ¿Qué diablos pasó en el medio? -se encogió de hombros.
-Si lo sé, por eso quiero ir yo misma. Yo quiero averiguar que pasó.
Samantha bufó rendida.
-Perfecto. Iré contigo. Necesitarás el jeep.
-Si. Pero no podemos ir hasta la puerta de la cabaña con el jeep. Lo esconderemos y caminaremos 2 kilometros. Es blanco, debo recordarte.
Sam soltó un quejido pero después se volvió a concentrar en la conversación.
-¿Que día lo haremos?
-Mañana. Necesito que me consigas esa información que te pedí. Quiero acabar con esto de alguna manera.
-Lo haré. Dios santo, estás demente, no puedo creer que vayamos a hacer algo de esa magnitud, ¿sabes lo que podría pasarnos?
Froté mis sienes, tratando de entender lo que estaba por hacer; ni yo creía ser capaz de hacer algo así.
Después de lo que fue un dia agotador, Samantha me dejó en la puerta de mi casa pero antes de dejarme salir me dijo:
-Liza, no se que pretendes hacer cuando saques tus conclusiones, cuando lleguemos a ese lugar... Siento que hay algo mal en todo esto-arrugó la frente-. ¿De verdad
quieres saber que pasó?
-Yo también siento lo mismo. Pero lo voy a hacer. No sé ni siquiera porqué quiero hacerlo, pero sí, quiero saberlo, sea cuál sea la verdad que se esconde detrás de todo esto.
-Supongo que es simple curiosidad -puso las manos en el volante y soltó un suspiro.
Negué con la cabeza.
-No, no, no. Eso no. Siento que soy yo la que puede descifrar esto.
-No entiendo a donde quieres llegar, pero voy a ayudarte.
La abrazo.
-Gracias, eres la mejor amiga de todas.
-La única.
Le dedico una sonrisa y entro a mi casa.
-Hola mamá ya llegué -grito.
Nadie contesta. Lo único que se escucha es el eco de mi voz resonar en toda la casa.
-¿Mamá? -hablo más bajo.
Sigue sin contestar nadie. Voy a la cocina, donde comúnmente pasa su tiempo mi mama, pero solo distingo una nota sobre la mesa:
"Liza, llegaré tarde. Tengo que hacer unos trámites."
Besos, Mamá.
Suspire. Genial. Estaba sola en mi casa. Eso me daba paz. No es que en mi casa eran un desastre, pero estar sola me daba paz. Me daba tiempo de pensar.
Subo a mi dormitorio y prendo la televisión. Estaban las noticias. Estaba claro que los últimos dos meses no dejaban de hablar de los sucedido con el hijo de Thomas, un empresario lleno de dinero y con una buena reputación. Una buena empresa de medicamentos. En este caso, hablaban de él, Thomas, no de Taylor. Resulta ser que estaba con otra mujer, según lo que contaban. Decían que los habían filmado con otra mujer besándose.
Escucho mi teléfono sonar.
-Liza no prendas la televisión-era Sam.
-Tarde, ya la prendí. Estoy viendo el canal 23. Hay fotos de Thomas con una mujer que no llego a distinguir -entrecierro los ojos.
Sam tardó en contestar. Luego, suspiró.
-¿Todavía no viste lo que están mostrando en el canal 10?
Agarro el control remoto y pongo el canal 10. Veo a Thomas en una foto con una mujer, solo que esta se veía bien clara.
Era mi mamá.
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Capítulo 4
Estaba llorando tanto que sentía que mis ojos se estaban por salir
No podía creerlo. ¿Mi madre, y Manster? ¿Qué diablos fue eso? Ojalá fuese una pesadilla. Una jodida pesadilla.
Sentía que me faltaba la respiración . Las lágrimas dificultaban mi visión y me hacía sentir débil.
Cuando llegara a casa hablaría con ella. Seguro gritaría. También le diría puta, claro que sí. Si es qué tenía el valor de volver después de eso.
-Eres mi mamá, ¡MI MAMÁ, POR DIOS! -grité expulsando todo el aire que había contenido.
Ya estaba armando un bolso para irme al departamento de Sam. ¿Que haría mi padre? Tarde o temprano se enteraría. Seríamos el hazmerreír de la ciudad. ¿Porqué nunca me lo contó?. Ya no sabía que pensar. No se quien era esa persona que me crió desde que nací. No la reconocía.
Quería irme. Pero no. Quería hablar con ella, decirle muchas cosas. Y después irme.
Empecé a dar vueltas por la casa. Estaba inquieta. Mordisqueé mis uñas; no era algo que hacía a menudo.
Horas más tarde llega mi padre. Mi madre no había llegado todavía. Como si fuera a volver de todos modos.
Mi papá tenía la cara pálida, y los ojos rojos. Parecía enfermo.
-Papá... Sabés lo de...
-Si lo sé -. Su voz era amarga, fría.
-Que... ¿Qué vas a hacer? -pregunté dudosa.
-¿Que quieres que haga? Está hecho. Tu madre eligió su destino. Sabía las consecuencias -vaciló-. Nunca pensé que me haría esto.
-Yo tampoco -admití-.
Voy a la casa de Sam, ¿te vas a quedar a esperarla?
-No. No hay nada de que hablar. Está todo dicho. Iré a la casa de un buen amigo. Fue el quien me avisó -hizo un amague de sonrisa.
-Yo iba a quedarme a esperarla, pero no creo qué...
-¿Para qué? ¿Decirle algún insulto? ¿Porqué hiciste esto? No viene al caso Elizabeth.
Definitivamente me leyó la mente. Me estremecí un poco. Él nunca me llamaba Elizabeth. Estaba realmente dolido.
Sacudí la cabeza. ¿Cómo no iba a estar dolido?
-Tienes razón -dije finalmente.
Él se acercó y tomó mis manos.
-Quiero que sepas, que no te voy a abandonar. Solo quiero unos días para aislarme. ¿Comprendes?
-Sí -le digo entre sollozos-, te quiero.
-Yo también -besa mi cabeza. Ese gesto lo encontraba tan... Hermoso.
Se va a su dormitorio y yo me voy al mío. Seguro fue a armar un bolso, pero cuando me asomo por el marco de la puerta, lo veo sentado en la cama, mirando fotos de su álbum de casados. Me quemaba por dentro saber todo lo que le estaba pasando. El sufrimiento. De que la persona que más amabas en el mundo te traicione. De ser tan idiota de no haberte dado cuenta. De no creer ser capaz de olvidar. Yo no podría. No podré.
Volví a mi cuarto sin hacer ruido para terminar mi bolso. Metí la mayoría de la ropa pero no entraba más nada. Era frustrante. Terminé de agarrar lo que me faltaba, y fui al dormitorio de mi padre.
-¿Ya te vas? -le pregunto.
Se seca una lágrima disimuladamente,
pero igual lo veo.
-Sí. Estaba terminando de empacar -. Contesta mientras metía un par de cosas en la valija incluyendo el álbum por último-. Listo. ¿Vamos?
-Si.
Bajamos las escaleras y paramos en la puerta. Los dos empezamos a mirar la casa con añoranza. Iba a extrañar esto. Sus paredes blancas, altas. Sus ventanales. Todo. Ahí fue donde nací. Y nunca me mudé.
-Voy a extrañar esta vieja casa. Cuando eras chiquita siempre te sentabas en ese rincón -señaló al lado de la ventana-, y mirabas. Pasabas horas allí. Siempre dormías ahí.
Sonreí un poco.
-Me acuerdo. Yo también voy a extrañar esta casa.
Salimos de la casa y mi padre me preguntó:
-¿Te llevo a lo de Samantha?
-Gracias.
En el camino, no hablamos de nada. ¿Y de qué se suponía que íbamos a hablar? No era un momento ideal para hablar. Seguro mi padre no quería hablar. Y yo tampoco.
Llegamos a lo de Sam, quien me ayudó a bajar la valija. Caminé hasta la entrada del edificio donde vive para tocar timbre, pero antes mi padre me agarró del brazo.
-Pase lo que pase siempre te voy a amar hija.
Solté la valija y le di un fuerte abrazo. Tan fuerte que se tambaleó.
-Te veo dentro de unos días papá -susurré.
Él me apretó más fuerte. Lo saludé y toque timbre. Sam salió rápidamente. Me estaba esperando. A pesar de que no le avisé que iba, ella sabía que necesitaría su apoyo.
Abrió la puerta, y saludó a mi padre y este le devolvió el saludo.
Sam me dejó pasar con
la valija y me abrazó.
-Lo siento mucho amiga.
No dijo nada más. Como si se pudiera decir algo más.
No me afectaba tanto como esperaba. Ya ni lloraba. Creo que cuando el sufrimiento es muy grande, uno ya no llora. Porque no puede. Toda la pena, el orgullo y odio, querían atravesar mi corazón, todos a la vez, pero se quedaban estancados en alguna parte, y en lugar de eso, dejaban un profundo agujero negro sin emociones.
-Deberías de darte una ducha y dormir un poco -rompió el silencio Sam.
Asentí.
Sam era más que una amiga para mí. Era la hermana que nunca tuve. Y yo soy la hermana que ella nunca tuvo. Porque es así. Las hermanas se ayudan y se cuidan. Están en las buenas, y en las malas.
-Sam, lo que estás haciendo por mí -suspiré-; te lo agradezco.
-No hay nada que agradecer. Siempre voy a estar contigo.
La abrazo y voy a ducharme.
Veinte minutos después salgo. De verdad me hizo bien.
Me miro en el espejo, mientras peino mi cabello lacio, que me llega hasta por abajo de los hombros. Había crecido bastante. Tenía las puntas más claras. No se notaba tanto porque tenía el cabello mojado. Mi cabello, es castaño, claro casi rubio, otra cosa que me hacía recordar a mi mamá.
Tenía los ojos rojos de tanto llorar. Y su marrón, ahora era negro. Estaba cansada. Fue un día muy raro. Me lavo la cara, y me miro devuelta en el espejo, y veo algo más.
Taylor me miraba. Pero estaba distinto. Tenía sus ojos marrones, muy negros y el pelo alborotado. Me estaba mirando con su miraba profunda y cortante.
Parecía vivo.
Me di vuelta para ver si estaba atrás mío y no. Vuelvo a mirar el espejo y me doy cuenta que ya no estaba. Lo había imaginado. Me agarro el pecho tratando de calmar mi respiración pero es imposible, ahora además de pesadillas, tenía visiones. Me estaba volviendo loca.
Salgo del baño y me acuesto en el sillón.
-¿Que tal tu baño? -dijo Sam.
Bien. Hasta que apareció Taylor en el espejo, pensé .
-Sam. Vi a Taylor.
-¿En la ducha? No deberías de tener fantasías con un muerto -. Pone cara de asco.
-No. En el espejo. Se que parece una locura pero estaba ahí. Sentía que era él.
Samantha me miró dubitativa.
-Creo que estas muy cansada, y necesitas dormir. Quizá mañana no deberíamos ir a la cabaña.
-Samantha no estoy loca -exclamé-. Sólo fue mi imaginación. Hablando de eso, iremos. ¿Sabes hasta que hora están verificando el lugar?
-Si, le pregunté a mi padre. Me dijo que estarán hasta medianoche, que después se irán.
-¿Te preguntó porque le preguntaste? -alcé las cejas.
-Es obvio que sí. Le tuve que poner como excusa que tuviera cuidado cuando volviera, por la niebla -contestó.
-Entonces hoy iremos; a medianoche.
-Perfecto. ¿Segura no quieres descansar antes de ir?
-No. Eso sí, quiero comer algo.
-Ya me pongo manos a la obra. ¿Te parece que haga hamburguesas?
-Si.
Me quedo sentada en el sillón revisando mi celular. 22:30. Teníamos una hora y media antes de irnos.
Prendí la tele, pero seguro estarían hablando de lo que pasó con mi mamá y Manster, así que me lo pensé mejor y no lo hice. Me acosté en el sillón, solo un rato para pasar el tiempo.
Me levanto violentamente al escuchar algo que se rompía. Venía de la cocina. Me levanté y fui corriendo a ver que pasaba. Sam estaba pálida, como un papel. Tenía un tajo en la mano. Se le había caído un vaso.
Sus ojos color café estaban muy abiertos. Como si no creyeran lo que estaban viendo.
-Liza. ¿Que me dijiste que viste en el espejo? -su voz sonó entrecortada.
-A Taylor, ¿por qué?
Ella señala la pantalla de la televisión.
-El cuerpo de Taylor Manster, hijo del conocido empresario Thomas Manster, ha desaparecido del laboratorio. La policía científica estaba trabajando con el cuerpo, pero este desapareció sin dejar rastros. La policía está revisando el lugar, pero no hay rastro por ninguna parte. Seguiremos informando más tarde.
Se me heló la sangre. El cuerpo de Taylor Manster había desaparecido.
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Capítulo 5
Estábamos boquiabiertas con Sam.
¿Qué le habrán hecho al cuerpo de Taylor?. Era demasiado raro. Pero a pesar de lo sucedido, iría a esa cabaña. A pesar de que en Boulder había un loco maniático que andaba con un cuerpo muerto.
-¿Iremos igual, verdad? No pararás -la voz de Sam sonaba quebrada. Tenía una expresión de horror en su cara. Sus ojos café sobresalientes, fijos en la televisión, su boca abierta como si la hubieran apuñalado con un cuchillo y sintiera un dolor inmenso. Estaba igual.
-No... No lo haré. Se que no quieres ir, no vayas Sam, por favor -imploré.
-No voy a dejarte sola. Menos con lo que acaba de suceder -señaló la televisión-. ¿Que clase de amiga sería?. Tengo miedo, dudo que no tengas miedo tu también, pero a pesar de todo, yo también quiero saber que le pasó.
Le di un abrazo a Sam que seguía horrorizada pero no dijo nada. Supongo que estaba sockeada. La noticia nos sorprendió más de lo que pensaba.
Eran las 23:30. Ya estábamos por salir. Agarramos un par de cosas necesarias. Linterna, gas pimienta y hasta un arma, (por si acaso). Sam, al ser hija de un policía, sabía manejar la mayoría de las armas, como cargarla y agarrarla. Me estremecí cuando me pasó el arma para guardarla en un bolso. Estaba fría al tacto. Sam me la había pasado como si nada. Como si estuviera acostumbrada a usarla. Me la quedé mirando. Ella se encogió de hombros.
-¿Qué? No voy a ir desarmada a un lugar que está entre medio de un bosque donde hubo un asesinato. Además desapareció el cuerpo y... Eso pone la situación algo más tensa.
-Comprendo.
Espero que no tengamos que usarla -di un respingo.
-Yo tampoco.
Ya estábamos en el jeep. Habíamos organizado todo bien para cuando estemos allá. Samantha seguía conmocionada por lo sucedido antes.
Creo que, hasta que no vuelva a aparecer el cuerpo, no iba a estar tranquila. Teníamos miedo. Pero miedo del que se había llevado el cuerpo. No sabíamos para que mierda quería el cuerpo de Taylor. ¿Por qué no se llevó el de Megan también? Algo extraño venía acompañado de todo esto.
-Liza, ya estamos llegando -avisó Sam.
Miré por la ventana para ver mejor. Estaba empañada por el frío. Siempre hacía mucho más frío cerca del bosque. Lo sabía porque antes yo iba con mis padre a cazar. Pero eso había pasado hace más de diez años. Ahora ya no iba nunca allí, porque mi papá no quería: nunca supe porqué. Además, era aterrador y oscuro.
Ya estábamos dejando el jeep a dos kilómetros de la cabaña. Lo escondimos fuera de la carretera entre los árboles que había al costado.
-Maldición. Va a costar sacar al jeep de aquí -se quejó-. Mira lo empinado que está -me señalaba Sam- bajarlo fue más fácil.
-Está claro que iba a ser más fácil. Bajar es fácil, volver a subir... Ya veremos.
Samantha bufó.
-Como sea. Vámonos ya.
Empezamos a caminar por el costado derecho de la ruta -sin meternos en el bosque- con destino a la cabaña. Hacía mucho más frío del que parecía. El cielo estaba negro, y el bosque también. Se escuchaba el viento soplar sobre los pinos, y había olor a
menta. Me dio un escalofrío. Debería haber llevado la puta campera de cuero. Sam estaba igual. Temblaba y su piel estaba blanca del frío. No era uno de los mejores lugares para caminar por la noche. Pronto, los músculos no me tardarían en doler por el frío y se me acalambrarían.
-Bien. Parece que no hay nadie. Voy a prender la linterna.
Sam la prendió, y se iluminó hasta unos metros más adelante. Veía con mucha más claridad por donde iba.
-¿Por qué creés que se llevaron el cuerpo de Taylor? -susurré. No era necesario hablar tan bajo pero lo hice.
Miré fijo a Samantha. Parecía confundida.
-No lo sé. Pero es importante.
Negué con la cabeza.
-Todavía no entiendo... Como pudieron entrar a ese lugar. Ese médico legista, el que analizaba el cuerpo... Por Dios Liza, se fue en segundos el cuerpo. Cualquiera que lo haya sacado lo tenía planeado. Bastante bien diría yo, no dejó rastros -observó.
-¿Para que alguien querría un cuerpo ya sin vida? -fruncí el ceño-. No tiene sentido.
-Escucha...
-Ya sé que tienes miedo, yo también y no volveremos a retroceder.
Sam me pegó despacio en la nuca.
-No, eso no. Te digo que escuches, oigo autos.
Era verdad. Si me concentraba los escuchaba. Agarré a Sam del brazo y nos metimos entre el espeso bosque, no tan lejos del camino.
Cada vez se escuchaban más cerca.
-Menos mal que el jeep estaba bien escondido- digo por lo bajo.
-Shhhh mira.
Por entre los árboles, vimos pasar patrullas
de la policía. Seguro ya se estaban yendo, como dijo Sam.
-Es mi padre. Reconozco la patente. Quizá ya terminaron por hoy, podremos hacer esto tranquilas.
Asentí. Cuando ya habían pasado, nos levantamos y volvimos a la calle. Ya estábamos cerca. Se distinguía una casa entre medio del bosque.
-Vamos. No está tan lejos.
Sam vuelve a prender la linterna y seguimos con paso ligero.
Ya estábamos en la cinta amarilla que cubría el lugar. Antes de avanzar, Sam me para.
-Tendremos problemas con las huellas, así que traje unos guantes de los que usa mi padre así no quedan marcadas por donde toquemos algo.
Me coloco los guantes y paso por abajo de la cinta con Samantha detrás siguiéndome. Abrimos la puerta de la cabaña, y al instante, nos invadió el olor a descomposición, mugre, y algo más
-Diajjjj. Ese cuerpo estuvo aquí un par de días antes de que lo encontraran -observé asqueada tratando de no respirar.
Samantha tomó una bocanada de aire.
-Vaya que si.
Empecé a revisar la cocina con detenimiento. Todo estaba en su lugar, cubierto por una fina capa de polvo, claro, pasaron meses. Estaba claro que no limpiaban para que no salga el ADN equivocado y no se estropeé la evidencia.
Me acerco a la mesada y empiezo a abrir los cajones, mientras Sam revisa la alacena. Todo normal por ese sector. Revisamos el resto de la parte de abajo hasta entrar en el baño. Tenía el vidrio roto y sangre seca en él. Los vidrios los habían juntado por lo que parecía. Ya no quedaba casi nada.
Subí las escaleras
mientras Samantha se quedó abajo revisando si había otra cosa en el baño que nos pudiera ayudar.
Al subir, detecté huellas de dedos manchados de sangre que dejaban un rastro mucho más evidente a medida que subía. Arriba, había dos habitaciones, pero la que me llamó la atención fué la que dejaba una manos marcadas del lado de afuera. Entré con cuidado y vi una cama donde a los costados había dos cuerdas en donde se veía que habían atado a alguien; muy fuerte. Me acerqué más y las miré con detenimiento. Tenían sangre, al igual que la mayoría de la habitación. Miré la pared donde estaba escrito con letra descuidada:
"Arderas en el infierno por esto".
Me estremecí. Megan conocía a su homicida, de eso estaba segura y segundo, la habían torturado. Seguro para que se calle y deje de gritar.
Me tapé la boca horrorizada. Todo esto, no lo sabía nadie.
Antes de salir de la habitación, tropecé y vi algo reluciente bajo la cama. Había una tijera. La saqué con cuidado. Megan la usó para cortar la soga o clavársela al que le hizo esto. Estaba segura porque se veía que alguien la había empujado abajo de la cama, sino, ¿como había llegado allí una tijera?. Entrecerré los ojos. En la punta de la tijera se veía algo negro, lo cual se veía como sangre.
Bajé las escaleras y veo que Sam esta dura en el baño, sin moverse.
-Sam, ¿que sucede? -pregunto preocupada.
-Es increíble que alguien pueda ser capaz de hacer algo así. ¿Qué pudo haber hecho Megan?
-Lo se. Acabo de subir y vi algo que no hubiera querido ver.
Samantha me miró desconcertada.
-¿Que viste?
-Cuerdas, una tijera, sangre y más sangre. Seguro la torturaron.
Salimos de la cabaña y fuimos a lo que parecía ser un jardín. Sam se adelantó y empezó a escarbar bajo un árbol de manzanas.
-¿Que haces? -vacilé.
-Si alguien enterró algo, lo hizo bajo un árbol.
Me encogí de hombros.
-¿Por qué que estás tan segura? -pregunté dubitativa.
-Porque si quiere volver a recuperarlo lo encontrará rápidamente. En cambio, si lo mete en cualquier lado es seguro que lo encuentra primero la policía.
Me acerqué y la ayudé a cavar hasta que la cara de Sam se iluminó.
-¡Bingo! Sabía que encontraríamos algo -exclamó con emoción.
Samantha saca algo y cuando lo veo, identifico un arma.
-Debe tener las huellas del homicida.
-El problema es qué no podremos decir nada. Si descubren que estuvimos aquí, iremos detenidas.
-Podríamos dejarlo un poco a la vista -sugerí.
-No. Si habrían visto algo en este jardín, lo habrían sacado. Tendremos que dejarlo en el mismo lugar.
Después de dejar enterrada el arma, salimos de la cabaña. Caminamos un poco más hasta el lugar donde volcó Taylor. También estaba rodeado de cintas amarillas.
Se veía que algo había pisado los árboles en línea recta hasta caer. Su camioneta, claro.
-Mira ahí -le señalo a Sam- hasta ahí llego su camioneta.
-Mierda. Se dio un buen golpe. Bueno, bajemos.
Bajamos por el bosque esquivando los árboles caídos que molestaban al pasar. En el lugar donde antes había quedado la camioneta de Taylor, ahora había un enorme hueco.
Así que así término Taylor. Horrible y triste muerte.
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Capítulo 6
Samantha empezó a observar con detenimiento el gran pozo que estaba delante de nosotras.
-Que horrible es esto -dice Sam- lo menos que merecía Taylor era morir. Era un idiota pero, no esto no lo merecía.
Es cierto, era un niño mimado de mamá y papá que se metía en problemas pero, no era un mal chico. Al menos eso creía.
-Si esto es...
Me quedé petrificada. Me acerqué al pozo donde tierra negra llamaba mi atención.
-¿Que estas viendo? -pregunta Samantha acercándose por detrás.
-Es como si... Como si se hubiera quemado -frunzo el ceño.
-¿Creés qué alguien lo hizo?
Me encogí de hombros.
-No lo sé.
-Bueno, hay algo muy interesante que creo que mi padre, ni sus compañeros notaron al venir aquí.
-¿Qué cosa?
Sam señaló algo marcado desde el otro lado. Me acerqué para ver que era. En la tierra, había marcas como de... Garras, como si alguien haya arañado la tierra.
-¿Después lo habrá atacado un animal? -supuso Sam algo desconcertada.
-Puede ser -suspiro.
Pero no estaba segura, sentía algo en mi cabeza, como si reconociera algo.
Estas cerca Liza no te detengas. Puedes descubrir la verdad sobre todo.
¿Qué abarcaba "todo"? Sentía que era algo más que lo de Taylor. Algo que, estaba en mi cabeza que no reconocía. Algo que sabía, pero que al mismo tiempo lo sentía lejano. Olvidado. Un recuerdo que recordaba haber vivido, pero que estaba enterrado en lo más profundo de mi ser y que no lograba descifrar.
-¿Te sientes bien Liza? -Samantha me
miraba con preocupación al mismo tiempo que chasqueaba sus dedos delante de mi cara.
Sacudí la cabeza.
-Si. Es solo qué... -parpadeé-. Todo esto me da impresión.
Samantha se dio vuelta rápidamente al escuchar un ruido entre los pinos altos y oscuros.
Yo me levanté de golpe y la sensación de mareo y recuerdo me aterraban.
-Debemos irnos. Ahora -murmuró Sam.
Salimos caminando precipitadamente y resbalando. Mierda. Me costaba subir y mi cabeza no se centraba en lo que hacía.
Una de mis zapatillas resbaló y cayó un trozo de piedra hacia abajo.
Sam me ayudó a subir, y estando arriba empezamos a correr. El viento soplaba más fuerte aún y me pegaba en la cara como si cortara. Mi respiración estaba agitada, y gotas de sudor caían por mi frente.
-Oh por Dios Liza. Juraría que había alguien ahí -decía Sam jadeando.
-Yo también lo oí.
Pensamos que seguro había sido un animal, pero nos equivocamos.
Una sombra oscura se acercaba caminando hacia nosotras sin ningún apuro alguno. Era escalofriante.
Empezamos a correr, pero el viento estaba en nuestra contra. Soplaba tan fuerte, que pensé que podría salir volando. No sería mala idea ahora mismo.
Corre. No te detengas. No dejes que te encuentre y te arrastre.
Pero el jeep estaba a dos kilómetros y hasta ahí seguro nos alcanzará, quien quiera que nos esté siguiendo.
Solo corre. Corre. Corre.
Empujé a Sam hacia el bosque para que le fuera más complicado encontrarnos a nuestro seguidor.
-Tenemos el arma.
Pero claro. Como no se me ocurrió.
Samantha se detuvo y agarró de su pequeño bolso el arma.
Abrí los ojos cómo platos.
-No espera. Podemos correr y llegar al jeep sin matar a nadie.
-¿Estas loca? Quien quiera que sea no quiere hablar con nosotras. Te piensas que apareció de entre los árboles y nos quiere decir "¿hey chicas que hacen por aquí a esta hora, quieren un café para no tener frío?".
-Solo corre -jadeé.
No sabía donde estábamos. Traté de recordar cuando venía con mi padre pero mis sentidos me fallaron. Estaba totalmente perdida. Ni siquiera se distinguía la ruta. Nos habíamos alejado diagonalmente, y todo se torno negro.
El bosque, a medida que avanzábamos se hacia más espeso y negro, dificultándome la visión más y más.
Samantha tenía un corte en la mejilla que seguro se hizo con alguna rama de un árbol. Ella no parecía notarlo.
Llegamos como a una especie de círculo, donde los árboles alrededor lo tornaban todo oscuro.
Me quedé paralizaba al no saber por donde ir. Sam estaba igual. Estábamos rodeadas. Miramos para todos lados intentando ver algo que nos beneficie. Pero no había nada excepto el arma.
-Saca el arma -digo firmemente.
Ella me miró con preocupación.
-Segura que quieres que...
-Saca la maldita arma de una puta vez -vociferé.
Me estaba poniendo agresiva al notar mi miedo.
Samantha sin decir nada la saca y carga tres balas.
-Listo.
Quedamos espalda contra espalda. Respiraba fuertemente. Sentía el sudor por todas partes en mi ropa. El frío, calaba mis huesos sintiendo mi sangre congelarse, mientras sostenía el gas pimienta con las dos manos.
Debería aprender a disparar.
Escuché pasos acercándose lentamente, pero pisaban la tierra con firmeza. No sabía de donde venía, ya que todo estaba negro y se escuchaba en eco.
Sentí el cuerpo de Sam en tensión por lo que me dio a entender que ella también los había escuchado.
En mi cabeza volví a escuchar una voz. Pero no era esa voz que me había hablado antes. Esta me decía:
Me perteneces.
Al oír eso, me desmayé y caí golpeándome contra el suelo, sumergiéndome en la oscuridad.
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Capítulo 7
Lentamente, abrí mis ojos. Veía borroso. Ni siquiera sabía donde estaba. Miré a mi alrededor. Estaba tendida sobre el frío piso de tierra. Había árboles alrededor. Estaba en el bosque. Hasta ese momento, no me había dado cuenta que solo tenía una campera gris finita, y que me estaba congelando. Me cerré la campera y me levanté. Traté de recordar que había pasado horas antes, porque no me acordaba una mierda de lo que había pasado para que termine en el bosque tirada en el suelo. Imágenes vinieron a mí.
Fuimos a la cabaña de los Manster para averiguar sobre la muerte de Megan. Más adelante, en la ruta, fuimos al lugar donde Taylor había volcado. Había tierra quemada, y alguien había dejado marcadas las uñas en la tierra tan profundo, que seguían allí. Sam no podía creer qué su padre no las había descubierto. Y luego... Alguien apareció. Nos empezó a seguir. Resbalé y cayeron unas rocas. Corrimos por el bosque alejándonos de la ruta hasta que dejó de ser visible. Luego todo se había convertido en árboles, árboles y más árboles. No veía casi nada. Habíamos llegado a una especie de círculo donde alrededor había árboles y oscuridad. Samantha sacó su arma y me pasó el gas pimienta. Quien quiera que nos viniera siguiendo aparecería en cualquier momento. En ese lugar se hacía eco, y al escuchar pasos, no sabíamos de donde venían. Después alguien... Una voz, me susurró en mi cabeza: "Me perteneces", y luego todo se torno negro.
Me desmayé. Pero estaba viva. No había indicio del que nos siguió horas antes ni de Sam.
Sam. ¿Donde estaba? Sentí un nudo en la garganta. Preocupación. Quería gritar y no podía. Quería gritar y me sentía bloqueada.
Sam estoy bien. ¿Sam donde estás? ¿Que ha pasado? ¿Estas viva?.
Me agarró un escalofrío. Gritar si estaba viva me parecía una locura. Seguro estaba bien. Seguro sabía que yo estaba bien. Pero yo no sabía donde estaba ella.
Sentí unos pasos. Las ramas quebrarse al ser pisadas con paso firme. Agarré lo primero que vi. Una rama grade caída de un árbol. La agarré cómo si fuera un bate de béisbol preparada para mandar a la gran mierda al que se esté acercando. Por suerte, en ese lugar, no había eco así que pude escuchar con precisión de donde venían. Estaba cerca. Me puse detrás de una árbol que me tapaba, preparada con mi "bate" para pegarle a la pelota que se acercaba.
De repente, aparece alguien. Un chico. Tenía una campera de cuero y una remera negra y pantalón negro. Bueno, definitivamente el negro era su color favorito.
Se acercó al lugar donde antes había estado acostada. Supongo que me buscaba.
Se agachó y tocó las hojas aplastadas por mi cuerpo. Parecía concentrado. Me le acerqué por detrás sigilosamente. Ya tenía preparado el bate. Le iba a dar un golpe certero, iba a...
-Baja esa cosa por favor. Pareces una asesina desquiciada -dijo aún sin mirarme y con voz neutral.
Mi arma de defensa se cayó al piso.
¿Como sabía que tenía eso en la mano? ¿Me había escuchado? Ni siquiera se había dado vuelta y me habló como si supiera que estaba esperándolo. Bueno, en realidad no lo esperaba.
Quería irme sinceramente. Seguro me estaba observando.
-¿Qui... Quien eres? -pregunto con la voz entrecortada.
Él se dio vuelta. Tenía un pelo castaño oscuro y unos ojos celestes muy claros casi blancos. Nunca había visto unos ojos así.
Caminé para atrás y me llevé puesta la rama de árbol que había usado antes como arma, provocando que me caiga de culo. Él me ofreció una mano y me levantó.
-Eres descuidada -observó él en un tono no tan divertido. Si no, más bien como burlándose- ¿Y qué? Gracias por salvarme o... Eres mi héroe. ¿No dices gracias por salvar tu pellejo?
-¿De qué? ¿Qué cosa? ¿Quien eres? ¿Donde está mi amiga? Debo... Volver a casa -hablé rápido.
Me solté de él y caminé hacia la nada misma. Porque en realidad, ni puta idea de donde me encontraba.
-No puedes volver a tu casa. No es seguro. Él puede encontrarte.
-¿Por qué? ¿Quien es "él"? ¿Sabes donde está mi amiga? -cuestioné.
Él rodó los ojos.
-Haces muchas preguntas. Tu amiga está bien. Está en la misma situación que tú. Ella tampoco está a salvo.
Suspire. Era un alivio muy grande saber que ella estaba bien, pero no saber que estaba en peligro.
-Tuvieron mucha suerte de que las encontrara a tiempo. Pudo haber sido peor.
-No sé de que me hablas. Ni siquiera sé tu nombre. Lo único que recuerdo es haberme desmayado. Después desperté y casi te doy con una rama en la cabeza.
Él sonrió a medias.
-Vaya, que manera de concernos Elizabeth Prune. Mi nombre es Evan.
Entrecerré los ojos con recelo.
-¿Y tú cómo sabes mi nombre?
Evan se encogió de hombros.
-Simplemente lo sé.
Miré a mi alrededor. No conocía esa parte del bosque en absoluto. Hace mucho no iba, pero estaba segura de que nunca la había visto. Todo parece ser igual, pero yo me ubicaría. En realidad, no, pero realmente, esta parte del bosque...
-Estamos bastante lejos de la parte en la que te encontré -dijo leyendo mi pensamiento.
-¿Cuan lejos de la ruta? -bufé.
-Lo suficiente como para estar del otro lado de las montañas.
Lo miré boquiabierta. ¿Las montañas? Nadie podía pasar. Había un vallado. Era una zona peligrosa, más que ahora que el invierno se acercaba.
-¿Disculpa? ¿Montañas? -comencé a reír-. Está prohibido pasar a las montañas con estas temperaturas.
-Tú lo pasaste por tu cuenta -cuestionó encogiéndose de hombros.
-No fui tan lejos -me justifiqué.
-No tan lejos, que llamaste la atención de visitantes no amigables -replicó.
Hice un gesto de exasperación.
-Bien. No sé de que me hablas. Me encantaría saber que mierda pasó desde que me desmayé hasta ahora -exigí.
Evan se tensó. Sus músculos estaban rígidos y parecía costarle respirar.
-Te contaré todo pero no puedes irte a cualquier lado. Debes permanecer con todos nosotros. Es por seguridad.
-Primero quiero saber de que me tengo que cuidar y luego decidiré que hacer -repliqué molesta.
-No. Te quedas y punto -su tono de voz era amenazante.
Me encogí de hombros.
-¿Me estás amenazando?
-¿Sabes qué? Haz lo que quieras, me voy.
Tomé una bocanada de aire. Que insoportable. Lo tomé por el brazo.
-De acuerdo. Te escucho.
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La historia de los del otro Lado
«Es preciso saber lo que se quiere, hay que tener el valor de decirlo y, cuando se dice, es menester tener el coraje de realizarlo».
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Capítulo 8
Caminaba con Evan por un camino de tierra. El ambiente estaba tenso, incómodo, ninguno hablaba, hasta que él decidió romper el silencio, algo que me tomó por sorpresa.
-¿Por qué quisiste averiguar sobre Taylor Manster? -dijo de repente.
-¿Lo conocías? -exclamé con curiosidad.
-No respondiste a mi pregunta -replicó cortante.
-Yo te hago millones y solo me contestas con más preguntas, y problemas de los cuáles no me veo incluida, y cosas que no se de que me hablas -estallé.
-Nunca me diste las gracias por salvar tu vida.
Lo miré y puse mi cara más dramática.
-Ohh, mi héroe me has salvado de tragar tierra. Pues gracias, la tierra no es algo que quiera probar -entrecerré los ojos.
Él rió. Tenía una sonrisa de esas que roban más de una mirada. Al instante, puso su cara seria. No era de los que reía mucho, seguro.
-No creo que te haya salvado de tragar tierra. Es algo mucho más complejo.
Se rascó la nuca. Denotaba tensión en su postura, y algo de nerviosismo.
-¿Entonces de qué?
Suspiró.
-Supongo que tendré que decirte en el problema en el que te has metido -aseveró.
Me encogí de hombros.
-Yo no busco meterme en problemas, ellos me llaman.
-Bueno, entonces debes dejar de responderles, porque tu vida está riesgo.
-¿Solo por querer averiguar sobre un ex compañero que ahora esta muerto, que tengo pesadillas con el desde que murió? -tomé aire y exhalé-; tenía que hacerlo.
-¿Qué veías en los sueños?
De
repente, parecía demasiado concentrado e interesado en lo que iba a decirle.
-Bueno. Creo que soy de esas personas que tienen un sexto sentido y ven gente muerta, ¿no?
Me miró raro. Como si no supiera de lo que estaba hablando.
-Continúa -me incitó.
-Soñaba con él, en la ruta en que murió. Soñaba que iba en su camioneta con sus ojos rojos. Creo que estaba cansado -supuse poniendo los ojos en blanco-, o capaz había bebido, no se bien. Después, veo que el repentinamente cae sobre los pinos golpeándose. Luego, el cierra sus ojos horrorizado.
Evan me miró pensativo. Estaba analizando lo que dije hasta ahora, con la mirada vacilante.
-De acuerdo. Nosotros no sabemos como murió exactamente, pero sabemos que... Algunos conocidos tuvieron que ver en su muerte.
¿Enserio? ¿Conocidos? Es como decir ¿que hiciste hoy? y responder: nada, maté a alguien, ¿y tú? Me comí la pata de mi primo. Si, claro que clase de conocido hacía esa clase de cosas.
Lo miré incrédula.
-¿Conocidos? Si, claro, ¿como se qué tu mismo no lo mataste?
Mierda. ¿Quien me manda a decir esto? Ahora dudaba sobre que Evan tuviera buenas intenciones. Él me hacía preguntas, y la mayoría las respondía, como torpe que soy. Y cuando yo le preguntaba algo se hacía el misterioso, cómo si ocultara algo. ¡CLARO QUE OCULTA ALGO ESTÚPIDA! LIZA ERES UNA IDIOTA.
-¿Crees que yo lo maté? Ni siquiera lo conocía. Ninguno de los asesinatos nos incumbe a mí y al resto de nosotros,
pero en este caso, sí. Estamos expuestos, y nadie debe saber sobre nosotros.
Me encogí de hombros con indiferencia.
-No lo sé, apenas te conozco. Podrías ser un asesino despiadado e intentar matarme.
-¿Enserio creés qué quiero matarte? Si quisiera matarte, ya lo hubiera hecho. Somos deferentes a todos ustedes -expuso con orgullo.
Fruncí el ceño.
-¿Son indios o algo así?
-No, somos mejores.
Cuando llegamos a una cascada nos detuvimos.
-Por aquí hay una entrada a nuestro hogar -explicó Evan.
-Es un bonito lugar.
Y en verdad lo decía. Era un agua clara, sin contaminación. Podías observar con claridad, como un espejo.
-Si esto te parece hermoso, cuando veas lo demás te fascinará -afirmó.
Él me tendió su mano. Al principio dudé, pero sus ojos celestes me miraban con atención, y no pude contenerme. Era los ojos más lindos que vi en mi vida. No eran del todo celestes, eran muy claros, y aveces, algo blancos.
Agarré su mano con fuerza, y el hizo lo mismo. Luego, vi todo de un blanco resplandeciente y cuando entrecerré los ojos, vi otro lado del bosque.
Estaba lleno de personas que iban y venían. Había cabañas. Todas iguales y del mismo color marrón oscuro. Era una aldea. Alrededor, había montañas y estaba lleno de arboles secuoyas tan altos y grandes, que ocultaban la mitad del sol. Era una parte distinta del bosque, ya que siempre hubo pinos donde había estado. Pero esto, era distinto, también el clima. Hacía mucho más frío. Tanto que mis labios estaban morados.
-Es un bosque de coníferas. Las temperaturas son bajo diez grados -aclaró Evan-. Nadie puede resistir este clima.
-¿Y como es qué yo lo soporto? -pregunté sintiendo el viento helado ponerme la piel de gallina.
-Porque estás bajo nuestra protección.
-¿Su protección? ¿Me darán una frazada o qué? -le digo en tono chistoso.
-Quiero que conozcas toda la aldea y poco a poco te contaré que es lo que hacemos y... Quienes somos.
El había ignorado mi pregunta. Que idiota.
-Excelente; esto es muy interesante -repliqué con ironía.
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Capítulo 9
Caminaba lentamente por miedo a romperme un brazo. Enserio me congelaba. Estúpido Evan. No contestaba mis preguntas, en el tiempo que lo había conocido era burlón, si no fuera porque nunca se ríe, viviría burlándose de mi. Tan sólo es un egocéntrico.
Caminando con él, noté que los demás tenían un atractivo. Todos, absolutamente todos. Una chica de piel clara con ojos grises caminaba junto a otra chica parecida a ella. Tenía un cabello increíblemente hermoso. Y la otra chica, al igual que Evan, unos ojos que eran anormales. Negros. Mucha gente tenía ojos negros, pero ella, tenía algo diferente. Al igual que todos. Me quedé embobada mirando a cualquiera que pasara por mi lado.
-Este lugar es increíble -comenté admirando el lugar-; desde chica venía al bosque con mi padre y solo veía pinos y más pinos. Todo igual. Pero este lugar... ¿Quienes son todos ustedes?
Evan suspiró.
-Dejame mostrarte algo.
Evan caminaba rápido y no parecía sufrir del frío. Estábamos caminado en dirección a una especie de colina. Cuando llegamos, Evan se detuvo.
-Después de ti -hizo ademán.
-¿Enserio? -me quejé.
Me costaba subir, y el viento no ayudaba demasiado. Cuando terminamos de subir, el viento soplaba tan fuerte que pensé que me iba a cortar. Pero valió la pena. El paisaje era para desmayarse. Montañas cubiertas de nieve y oscuras. Y más allá, podía ver los pinos del bosque, distintos de donde estábamos nosotros.
-¿Por qué todo es
distinto en donde estamos nosotros?
-Bienvenida al otro Lado -abre los brazos en forma de un muy mal saludo. Realmente las bienvenidas no eran lo suyo.
Me quedé boquiabierta.
-Entonces... -carraspeé-. Todos lo que decían sobre "gente" en el bosque, y las leyendas... Son, ¿ciertas?
Apenas podía hablar. Sentía que me caería en cualquier momento. No tenía fuerzas.
-Si. Somos una especie de pueblo o como quieras llamarle. Ustedes los humanos, son la civilización, nosotros, estamos en constante movimiento.
-¿A-A que refieres con "ustedes los humanos"? -tartamudeé.
Suspiró. Me estaba por contar algo importante, algo que estaba segura que me iba a espantar.
-No... No somos de raza humana -respondió finalmente.
Eso explicaría su belleza, el porque no parece afectarles el frío. No eran humanos, ellos eran anormales.
Retrocedí tambaleante pero él me agarró.
-Sueltame -mascullé safandome de él-, son... Son unos monstruos... Son... Son vampiros.
Él me miró confundido. Luego rió con gracia. ¿Era aquello siquiera gracioso?
-¿De qué mierda hablas? No somos vampiros torpe. No existen los vampiros. Somos... Protectores.
Lo miré levantando una ceja.
-No es fácil de explicar, no así -dijo pegándose con la mano a la cara- protegíamos... Protegemos Boulder de... Demonios.
Perfecto esté día no podría estar más de cabeza. Maldigo el día que quise averiguar que pasó con Taylor Manster y su estúpida familia de mierda en la que ahora, parecía estar
mi mamá.
-¿Demonios te refieres a... Los que eligieron a Lucifer, y no a Dios? -Samiro, ahora más que nada estaría feliz refregando su trasero en mi cara diciendo «yo te dije, yo te dije».
-Si. Los mismos.
Tragué duro.
-Bien. Supongo que antes de desfallecer, debo escucharte, ¿no?
-Por supuesto -replicó demasiado serio.
Él ñ se sentó, y yo lo imité, sentándome a cierta distancia de él. Todavía no
confiaba en Evan.
-Entonces te escucho.
Tomó una bocanada de aire y comenzó.
-Nosotros protegemos a Boulder de los demonios, como te había dicho antes. ¿Por qué? Porqué los demonios se alimentan de ellos. De ustedes. Su sangre los vuelve locos.
Fruncí el ceño. Al ver que no decía nada siguió.
-Ustedes siempre estuvieron en peligro, lo están. Y así hasta hace ochocientos años, cuando un grupo de ángeles se aliaron con un grupo de demonios; ellos mismos se llamaban Daímones apó ton Ouranó. Pensaron que juntos, podrían convertir a los humanos en algo cómo ellos, o esclavizarlos, querían el poder máximo. Ellos creían que los humanos eran arrogantes, molestos y no eran dignos de vivir. Y tenían razón, en cierto punto-me horroricé. Entonces el agregó-: Son arrogantes, molestos y muchas cosas más. Pero no merecían ser masacrados. Muchos de los nuestros murieron a causa de no querer aliarse con ellos. Muchos escaparon y hoy, se encuentran aquí. Como yo. Los fueron cazando, uno por uno a el grupo Daímones apó ton Ouranó. Fueron
castigados con la muerte, por nosotros, los ángeles. Pero a pesar de eso, muchos siguen las ideas de esa alianza.
Me quedé sorprendida. Apenas pude hablar.
-¿Tu las sigues? Esa ideas.
Evan apretó los puños, haciendo que se marcaran las venas de sus brazos.
-No creo que las siga ni aunque me convierta en un desterrado.
-¿Desterrado?
-Los desterrados; los que infringen nuestra ley, los destierran junto a los humanos.
¿Y tan malo era eso?
-¿Por qué me salvaste?
-Porque ya vi muchos humanos morir masacrados. ¿Sabes lo que es ver qué alguien te grite desesperadamente y no puedas hacer nada? Ver que los de tu propia raza les corte la garganta a cada uno de ellos sin piedad, y que los demonios los traguen como si fueran un...
-Basta. No quiero oír nada más -exigí. Estaba asqueada. Quería vomitar pero seguí preguntando-. ¿Hay más humanos aquí?
-No. Eres la única. Ningún humano entra en el bosque. Los demonios prevalecen en el bosque, quizás algunos más fuertes, llegan un poco más lejos. Pero no tocan a la gente, no si nosotros los detenemos.
-¿Como supieron sobre Taylor?
-Nosotros, al enterarnos que un demonio había entrado en la ciudad y había matado a el humano, Taylor Manster, decidimos mantener alejado a cualquier humano cerca. Tratar al menos. Pero la policía rastreaba todo el lugar. Tuvieron suerte de no haber muerto todavía.
-¿Como que todavía?
-No lo sabes. Podrían atacar en cualquier momento. Son como ratas en busca de comida. Los demonios no tienen piedad de nadie -afirmó.
-El padre de mi mejor amiga es policía. Debemos ayudarlo.
Me levanté precipitadamente pero el me detuvo.
-No podemos. Desde el ataque que tuvieron tú y tú amiga, los demonios las rastrean, no pueden salir de aquí. Lo lamento.
-¿Y quien te dice que aquí estoy a salvo de ellos? -hablé con mala cara.
-No pueden atravesar agua. Los lastima. Están hechos de fuego en su interior, literalmente. No podrán hacerte nada. Además, yo te protegeré.
Me levanté del piso. El sol se ocultaba entre las montañas. Era hermoso. Ya no aprestaba atención al frío. Ya no lo sentía.
Analicé todo lo qué había dicho Evan. Cada palabra era como mil cuchillas. De pronto recordé algo que dijo Evan:
"Fueron castigados con la muerte, por nosotros, los ángeles."
Y ahí fue cuando todo lo que dijo encajaba, más de lo debido.
Entonces dije algo que me arrepentí al instante de haber preguntado:
-¿Osea que, ustedes son... Ángeles?
-Si. Lo somos.
Al escuchar eso, mis piernas se doblaron y caí, pero Evan ya me había agarrado y lo ultimo que vi, fueron sus hermosos ojos celestes mirándome.
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Capítulo 10
-¿Estará bien? Ya es la segunda vez que se desmaya en solo cuarenta y ocho horas.
-Evan, calmate. Seguro fue muy fuerte lo que le contaste. Ella hace dos días era una chica normal. Ahora está ligada a nosotros y no puede escapar porque la pueden rastrear.
-Lo sé. Es que me pone nervioso que no despierte. Los humanos son extraños.
Abrí los ojos y me encontré con un Evan con ojeras bajo sus ojos y a una... ¿Enfermera ángel? No se como le decían, pero estaba vestida como una.
Estaba en una cama con sábanas blancas como el traje de esa "enfermera ángel".
Me quise levantar, pero Evan me agarró ambos brazos con suavidad, pero con la fuerza suficiente como para que me vuelva a recostar.
-No te levantes. Te desmayaste por segunda vez, no quiero que sea la tercera por torpe.
-Yo no soy torpe. ¿Qué es este lugar y cuanto estuve inconsciente?
Rodó los ojos.
-Tu y tus cuestionarios, Prune. ¿Por qué eres tan terca? Quieres saber todo.
No podía creer lo que me estaba diciendo. Nos habíamos conocido hace poco y ya me caía mal.
Lo miré con mala cara pero el no pareció prestarme atención pero igual me respondió.
-Estuviste inconsciente veinticinco horas y estamos en la casa de la señora Lucky. Y yo quien mierda sabía quien era Lucky. Seguro era la que hablaba recién con Evan, por supuesto.
-¿Quien es la señora Lucky? -pregunté mirándolo impaciente.
-Soy yo -respondió apareciendo con una bandeja en la que veía un té de manzanilla y pan tostado.
Mi
estómago rugía. Evan me dijo que estuve inconsciente un día entero entonces no había comido nada. Y amaba el té de manzanilla, por lo cuál, me sentí agradecida con la señora Lucky.
-Hola... ¿Señora enfermera ángel?
Ella rió.
-Puedes decirme así o simplemente Lucky.
-¿Como te dicen si no eres "¿enfermera ángel?"
-Soy curandera. Yo me encargo de que todos en este lugar sigan bien. Solo que no se enferman, en todo caso, vienen en peor estado. Supongo que ya sabes a que me refiero -su rostro se ensombreció.
Asentí. Desde que Evan me había hablado sobre demonios, me imaginé en que estado volvían si se topaban con uno. O más.
-Mira, te traje un té de manzanilla. A pesar de que no seamos humanos, consumimos los mismos alimentos, no somos extraterrestres. Debes reponer energías.
-Gracias, señora Lucky.
Ella sonrió.
-Por nada, es un placer.
Estaba por tomar un poco de mi té de manzanilla, cuando la señora Lucky se me acerca al oído y me dice:
-A Evan le encanta el chocolate, por ejemplo.
Yo sonreí y ella me saludó con la mano, y se fue por la puerta por la que la vi entrar antes.
Tomé un poco del té y comí pan. Los olores eran reconfortantes.
Estaba tan concentrada comiendo, que me olvidé de qué Evan seguía parado allí viéndome. Me examinaba con detenimiento, cómo analizándome.
-¿Qué? -digo con la boca llena-. ¿Acaso tengo algo en la cara o qué?
Mi mamá habría dicho que eso era muy poco femenino, pero ella
no estaba aquí.
Evan me miró divertido pero puso su cara de pocos amigos al instante. ¿Será hijo del profesor Samiro?
-Tenemos que hablar -expuso él.
-Pensé que ya lo habíamos hecho -respondí.
-No. Sobre tus sueños, con Taylor Manster.
-¿Qué pasa con eso?
El se sentó al costado de la cama hundiéndola con su peso.
-Muchos tienen visiones. También los humanos, como en tu caso. A lo que voy es que, podríamos ir a ver a alguien que conozco para ver si algo de tus sueños nos ayuda en algo.
-¿Para qué quieren saber sobre eso si ya saben quien lo mató?
El estaba tratando de decirme otra cosa. Algo que le costaba decir.
-Ya sé. Pero quiero decir... Que pasó después. Nos enteramos que desapareció el cuerpo y estamos seguros que fue el mismo que lo mató. El demonio. Sabemos que fue uno de ellos, pero no sabemos quien de ellos.
Me atraganté con la tostada casi escupiéndole todo a Evan. El pestañeó rápidamente.
-Lo siento. No me acostumbro a la palabra "demonio".
-Como decía, podemos ir a verla.
Así que era mujer. Bueno si eso ayudaba, yo haría lo posible para que puedan encontrar a ese demonio y,¿matarlo?
-Evan.
-Dime -se relamió los labios.
-¿Los demonios mueren alguna vez?
El pensó la pregunta antes de contestarme.
-Mueren, pero no fácilmente. Nosotros tenemos... "Armas angelicales"-dibujó comillas en el aire- ¿Por qué preguntas?
Me encongí de hombros.
-No lo sé. Solo quería saber. Otra cosa, ¿donde
está?
Evan me miró con cara de pocos amigos, apretando los puños tan fuerte, qué se le marcaban las venas de los brazos. Dios, ese gesto parecía hacerlo muy seguido.
-¿Donde está quién?
-Ese lugar, a donde vamos a ir a ver a "ella".
-Ah -suspiró-. ¿Te refieres a la bruja?
A mi enserio me querían matar. Hasta ahora sabía que había ángeles, demonios y... ¿Brujas?
Fantástico. Fannnntástico. ¿Qué faltaba? ¿Hombres lobos? ¿Vampiros?. No vampiros no había según Evan, pero, ¿cómo saberlo?
Antes de desmayarme por tercera vez, le pregunté a Evan otra cosa.
-Evan... ¿Existen los hombres lobos?
El rodó los ojos.
-¿Es enserio? ¿De verdad me lo preguntas?
-No. Te pregunto por que no tengo nada que hacer... Si Evan, ¿existen o no?
-No. No existen.
-Ah, bueno.
Estaba terminando el té cuando le volví a hablar.
-Evan, ¿donde queda lo de la bruja?
Él se rascó la nuca. Un gesto que estoy segura que hacía cuando estaba nervioso, ya es la segunda vez que lo hace.
-Ese es el problema. No está aquí en nuestro hogar.
-Bueno, entonces, ¿donde está? -expresé con simpleza.
-Está afuera, en el bosque.
Se me cayó el alma a los pies. Para que había venido aquí si después iba a salir para ver a una bruja. Evan, tienes ideas estupendas.
-¿Y por qué estoy aquí? ¿Se suponía que me imponían no salir y ahora sí puedo?
-Lo sé. Pero vendrás conmigo. Estarás bien. Es necesario.
Su voz era tranquilizadora. Dulce. Era tan idiota, raro y... Más
raro.
Me pegué en la cara con la mano al pensar eso. Que desastre que soy.
Evan vio que me pegué y me miró confundido al ver aquel gesto.
-¿Te sientes bien?
-Si estoy bien es solo que... Nada -dije con indiferencia.
Le hice un gesto con la mano para que se vaya. La señora Lucky me había dejado ropa limpia y por suerte, el dormitorio tenía baño.
Me desvestí y me metí en la ducha. El agua estaba caliente. Quería relajarme, pero no había tiempo para eso.
Salí de la ducha y me cambié. Lucky me había dejado una campera de cuero negra. Extrañaba la mía, era mi prenda favorita.
Me puse una remera bordó, y encima la campera. Después, tenía un pantalón negro con unas botas del mismo color.
Peiné mi pelo haciéndome una coleta.
Doblé la ropa que tenía puesta cuando llegué y la dejé encima de la cama.
Cuando salí, afuera en el pasillo, estaba Evan esperándome. Estaba sentado en el piso pero al verme se levantó.
-¿Vamos?
-Si, pero primero, tenemos que hacer una parada -sonrío.
Salimos de la casa de Lucky. De afuera, se veía enorme y hermosa. Al igual que el resto de las casas, estaba hecha de madera.
Seguí a Evan, como siempre, hasta que paramos en otra casa. Era parecida a la de Lucky, si es que era la de ella. Por la puerta salía la señora Lucky, justamente. Mierda, se movía de aquí para allá. Le sonrio y ella al verme también.
-Sabía que esta ropa te iba a quedar bien. Te ves preciosa.
No me había parado a pensar en eso.
-Gracias -respondo-
¿Por qué paramos aquí?
-Está tu amiga. Ya se encuentra bien. No se desmayó, pero tenía un fuerte tajo en el brazo. Se desangró mucho, pero ya esta bien. El resto eran heridas sin importancia. En heridas de ángel, la de tu amiga fue leve, pero no sana rápidamente ya que es humana.
Asentí. Sentía que me iban a caer lágrimas por los ojos. Miré a Evan y el me hizo un gesto para que entrara.
-Sube las escaleras. Tercera puerta -dijo Lucky.
Subí las escaleras de dos en dos y abrí la puerta que había dicho Lucky. Y ahí estaba. Sam sentada en la cama con una venda que le cubría la mitad del brazo. Corrí a abrazarla. Era lindo verla bien.
-Estas bien -digo entre sollozos-; me tenías preocupada.
-Y tu a mí. Cuando te desmayaste no sé que pasó. Solo recuerdo que me arrodillé a tu lado y después apareció ese chico de ahí -dijo señalando a Evan, que estaba en el marco de la puerta-, y el que nos seguía ya no estaba.
-¿Como te hiciste lo del brazo? -toco levemente la venda.
-No lo sé. No recuerdo haberme lastimado de esa manera. No puedo creer que haya gente aquí. Es como una mini-ciudad -dijo alegre.
Miré seriamente a Evan quien movió un poco la cabeza. Estaba negándome. Entonces me di cuenta que ella no sabía que eran ángeles. Y menos de que el que nos seguía, era un demonio.
-Sam, yo ahora me tengo qué ir. Tu quedate aquí y no salgas al bosque.
-De acuerdo, pero mi padre me va a matar. Ya pasaron dos días. No vivo con el pero de alguna u otra forma se enterará. Y odio toda esta
mierda del reposo, me voy a volver loca si esa señora me trae otro té de manzanilla.
Reí.
-Lo sé. Pero no podemos salir. El que nos seguía -tragué duro-, puede andar por ahí.
-Si, entiendo. Bueno, nos vemos.
Abracé a Sam otra vez y me fui con Evan detrás de mí.
-¿Por qué no le dijeron nada? -me fastidié.
Él se encogió de hombros.
-Yo no soy el que se lo tiene que decir -dijo mirándome.
Si pretendía que yo le diga, no lo iba a hacer. Lo menos que quería era preocuparla.
-Ahora que sabes que tu amiga está bien, haremos la última parada antes de salir.
Caminabamos hacia otra casa. No sé que faltaba, pero preferí no preguntar. Un señor alto y musculoso nos recibió.
-Hola Evan.
En este lugar, todos parecían conocer a Evan. En realidad, no es que eran muchos, pero lo tuteaban.
-Hola Peter. Necesito armas voy a salir a ver a la bruja.
-¿No me presentas a tu novia? -miró en mi dirección levantando ambas sejas.
-No somos novios -dijimos al unísono.
-Ya, no hace falta aclarar -rió haciendo un gesto con la mano-, tus hermosas armas están aquí.
Entré a la casa. Pero no era una casa normal por dentro. Estaba lleno de armas. Armas que no había visto en mi vida.
-¿Como te llamas? -preguntó Peter.
-Elizabeth Prune. Pero sólo Liza.
-Es la humana que estuvo escarbando sobre Taylor Manster -aclaró Evan.
-Ah, cierto. Evan te encontró con tu amiga. Vaya que humanas tan raras son. Mira, te daré un arma.
-Yo... Nunca -aclare mi garganta-. No sé usar un arma.
-Quedate tranquila son parecidas a las de los humanos, solo que son para matar demonios -repuso con indiferencia.
El problema es que yo no sabía ni manejar armas humanas.
-Toma -Evan me extendió un cuchillo-, no es cualquier tipo de arma.
Parecía ser un simple cuchillo normal de caza, un poco más chico a la espada que llevaba él.
Cuando salimos de la cabaña, fuimos a la cascada. El tomó mi mano.
-¿Estas lista?
Respiré hondo.
-Si, lo estoy.
Entonces cruzamos la cascada, y todo fue blanco como la primera vez.
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Capítulo 11
Al cruzar la cascada, caí al tropezar con una piedra cayendo encima de Evan.
Lo tenía tan cerca. Podía sentir su pecho subir y bajar. Sus ojos celestes claros mirándome tan cerca.
Estúpida piedra.
No tenía necesidad de moverme. De cerca, pude observar su cara con detenimiento. Sus cejas castañas y su pelo despeinado. Su nariz fina y perfecta.
Dios, lo conocía hace dos, tres días nada más. ¡Y el era un ángel! Bueno, no tan ángel. Su falta de modales no lo hacía ningún santo.
-Disc... Disculpa -tartamudeé.
-No importa.
Su voz era fría, neutra. No mostraba rastro de lo que pasó recién. Apenas podía hablar y el solo... Se levantó y siguió caminando.
El resto del camino no hablamos. Era muy incómodo. Él no quería hablar, y yo tampoco. Podía decir que, caminamos por dos horas y no hubo problemas. Problemas cómo... Demonios. Me agarró un escalofrío. Pensar en eso me ponía demasiado nerviosa, y no podía pensar con claridad. Sentía que alguien nos observaba. Algo extraño, pero al mismo tiempo familiar. Esa voz en mi cabeza, cuando estaba con Samantha por el bosque.
Me perteneces.
Era una voz que no había escuchado nunca en mi vida. Gruesa, intimidante, y definitivamente era la de un hombre. Sentía que hablaba dentro de mí. Sentía un hormigueo por todo el cuerpo. Sentía que debía decirle a Evan.
-Evan. Se que parece una locura lo que te diré, pero te lo tengo que preguntar. ¿Los demonios... Pueden... Ehhhh... -no encontraba la palabra indicada- meterse dentro de uno mismo?
Él me miró. Su
mirada era curiosa, como cuando te metes en un lugar equivocado en el momento equivocado. La curiosidad te mata.
-¿A qué te refieres con... Meterse? -vaciló.
Hice un gesto de indiferencia.
-Bueno, ya sabes... Que pudiera leer mis pensamientos y hablar dentro de mi.
-Si te refieres a que te hablen en la cabeza, si, lo hacen. Es solo una habilidad que tienen ellos. Cómo controlar mentes. Tratan de meterse dentro de uno para que te confundas, y no sepas que está pasando. Es muy difícil evitarlo. Necesitas mucha concentración para no caer en su juego, armar un muro para no dejarlos entrar. Pueden jugar con tu mente, saber todo. ¿Por qué preguntas?
Ya no sabía que pensar. Demonios que leen la mente y pueden ver dentro de uno. Pueden ver tus miedos, y todo lo que pasa por tu cabeza hasta destruirte. Eso me aterraba.
-Cuando estaba con Samantha en el bosque corriendo, antes de desmayarme, escuche una voz en mi cabeza.
-¿Que te dijo?
Tragué duro. Nunca podría sacar esa voz de mi cabeza.
-Me perteneces -. Evan se quedó pensativo. Hubo silencio un rato más hasta que seguí hablando-. Que injusto.
-¿Que injusto qué?
Suspire.
-Que es injusto que ellos tengan esa habilidad y ustedes no tengan nada más que "armas angelicales".
-No lo creas. Tenemos otros tipos de habilidades -se encogió de hombros.
-¿Como qué? -pregunté curiosa.
Sus ojos se aclararon, dejándome con un grito ahogado.
-Algo parecido a los demonios. Escucha, la habilidad de los demonios como la nuestra,
puede ser usada para el bien. Aunque en realidad no es muy buena la de ellos. Pero la nuestra puede ser tanto buena como mala.
Bueno. Yo había preguntado otra cosa, pero preferí callarme. Era lo mejor que podía hacer.
Seguimos caminando hasta que paramos en un río. Era de agua cristalina. Podía ver fácilmente los peces que nadaban por ahí. De fondo, estaban las montañas. Era un paisaje hermoso. Daba paz. Me acerqué al lago y me sorprendí al tocar el agua, que era caliente.
-Son aguas termales. Por eso el agua es cálida
Sonreí.
-Increíble.
Caminamos por el costado del río. Había un olor dulce en el aire. No me había dado cuenta que estaba lleno de árboles con frutas de distintos colores.
Mi estómago rugía. Se veían tan apetitosas esas frutas. Frutas que no reconocía. Algunos árboles tenían bayas. Todas se veían exquisitas. Tomé una baya de color violeta de uno de los árboles. Le di un mordisco. Los sabores eran desconocidos, y a las vez, deliciosos. Le estaba por dar otro mordisco cuando Evan me pega un manotazo y me la tira al piso.
-¿Ehh, qué te pasa? -me quejé.
Evan parecía molesto. No, en realidad no parecía, estaba molesto, y mucho. Frunció el ceño, tenía una cara de espanto como si hubiera olido basura podrida. Se relamió los labios.
-Esas bayas son venenosas -se pasó una mano por el cabello-. ¿ES QUE ESTAS LOCA?
Su voz se hacía un poco aguda cuando gritaba. No pude evitar reírme. Enserio, no podía evitarlo, era extrañamente gracioso.
-No entiendo lo gracioso.
Solo hizo que
mi risa sea más fuerte y me lloraran los ojos.
-Es que tú... Por favor esa voz sexy que tienes -decía sin dejar de reírme- ¿ES QUE ESTÁS LOCA? -dije imitando su voz aguda- JAAAAA POR FAVOR. ¿TE CREÉS QUÉ PORQUÉ ERES UN ÁNGEL Y ME SALVASTE... NO SÉ CUANTAS VECES VAMOS A LLEVARNOS BIEN?
Evan se puso tenso. Murmuraba cosas sobre bayas. Y yo era la loca.
-Esa baya... Hace que digas la verdad. Verás borroso, no te asustes -habló precipitadamente agarrándose la cabeza -; maldita bruja- murmuró.
Era cierto. No tenía control de mi cuerpo y decía cosas incoherentes pero reales. No veía bien y me tambaleaba. Sabía lo que estaba haciendo pero no podía parar.
Me tambaleé de nuevo y casi caigo, pero Evan me agarró. Me miraba confundido y sorprendido.
-¿Siempre qué caiga me vas a levantar? -bajé el tono de voz- porque siempre me levantas.
Él no respondió. Solo me agarró en sus brazos y siguió caminando conmigo encima de él.
-Tienes unos ojos hermosos. ¿Es que acaso eres un ángel? -hablé somnolienta.
Evan me miró; no con burla, si no, que con algo de dulzura y pena.
-Si Liza, soy un ángel. Descuida, le diré a esa bruja que te quite el hechizo de la baya.
-Pero yo quiero estar así para siempre -chillé.
Él paró un segundo de caminar.
-¿Así como?
Me mordí el labio.
-Contigo -repuse apuntándolo con el dedo en su pecho.
Sus ojos me miraron con mucha atención. Como si me analizara, normalmente lo hace.
Yo solo me reí y lo abracé, lo cuál no pareció molestarle. Solo siguió caminando.
No sabía que me pasaba. Sólo hacía estupideces de las cuáles, me avergonzaría más tarde. Pero mi cabeza hacía lo que quería.
-Ya casi llegamos -avisó Evan murmurando.
-Eres tan lindo cuando haces eso -pasé mi dedo pulgar por sus labios-. Por cierto, eso ya lo habías dicho.
-¿Hacer qué? -me miró confundido.
-Poner esa carita -rodé los ojos.
Listo. Estaba segura que había perdido toda la dignidad que me quedaba. Evan no parecía prestarme atención. Pero estaba tenso, lo cuál, me hacía pensar que estaba nervioso.
Una voz interrumpe mis pensamientos.
-Mira a quien tenemos aquí -. Era una voz dulce pero a la vez peligrosa -. Si son Evan Miller y Elizabeth... Prune.
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Capítulo 12
Estaba corriendo en dirección a la cascada. Todo estaba oscuro. Apenas veía delante de mí. El viento soplada como cuchillas que se lanzan directamente en mi contra. La lluvia era fuerte, intensa, y el cielo estaba iluminado por rayos que caían en vertical y quemaban la tierra.
Aullé de dolor. Una rama me había cortado mi cara. Era un tajo profundo en el que la sangre empezó a salir a borbotones. Que mierda. Todo había pasado tan rápido. En esos momentos, solo quería volver a mi casa. A la que siempre pertenecí. Con mi madre, a pesar de lo que hizo. Con mi padre, a pesar de su ausencia. Estaba mas que sola. Corriendo. Tratando de salvar mi vida. Sentí el agua de la cascada salpicándome con gotitas que mojaban poco a poco mi ropa, más de lo que ya estaba. No lo dudé ni un segundo. Corrí y me cubrí la cara con las manos cruzadas cuando la atravesaba. Pero sentí una mano agarrándome firme de la campera. Ya era tarde. Ya no podría volver...
Grité con todas mis fuerzas. Me encontraba en una habitación de cuatro paredes verde moho, sin ventanas.
Unas gotas de sudor caían por ambos lados de mi cara. Todo mi cuerpo temblaba. Sentía mi cabeza a punto de explotarme. Me iba a pescar un resfriado.
Me levanté despacio y con todos mis sentidos alerta. Rápidamente me agarró un mareo, por lo cuál, tuve que sostenerme de la pared.
No recordaba que había pasado, no sabía donde estaba, y para colmo, no sabía donde estaba Evan.
La puerta de la habitación se abrió de golpe. Evan apareció en ella y por detrás, una mujer que no había visto nunca.
Evan, al verme mareada, me agarró de los brazos y me sentó en la cama cuidadosamente.
-No te pares. Solo hará que te pongas peor -me regañó.
Podría ser niñera, si, eso se le daba bien.
Lo miré confundida.
-¿Donde estamos Evan? ¿Qué es este lugar? -últimamente esa pregunta la usaba muy seguido.
-Joven, quédate tranquilo. La baya que consumió le borro los recuerdos ocurridos en todo el día. Los recuperara en cuanto vaya mejorando.
Ahora miré a la mujer que tenía frente a mí. No me había detenido en ver como era su físico. Era alta, como Evan. Su cabello era ondulado y rubio platinado. Era esbelta. Tenía una piel blanca como el papel y unos ojos... Oh mierda. No tenía ojos. Solo tenía blanco en sus dos huecos.
-¿Qué demonios...
Me horrorizó ver aquella cara. Sería imposible olvidarla.
Ella notó que la miré y me sonrió. Tenía unos dientes blancos y alineados perfectamente. Su sonrisa le daba un aspecto más terrorífico del que ya tenía.
-No te asustes, Liza Prune. Todos los brujos somos así. No tenemos ojos. Pero vemos más de lo que te imaginas.
-¿Brujos? ¿Qu... Quien eres? -tartamudeé.
Por su cara, noté que me miraba incrédula.
-Soy Annie, una bruja -dijo obvia.
Mi cabeza dio vueltas y vueltas. Tuve que acostarme para asimilar la situación. No me había percatado de que Evan sostenía mi mano derecha. Sentía un hormigueo en aquella mano. La suya, era suave y cálida al tacto. Evan me miró y notó que miraba la mano que el
me sostenía. Entonces la soltó.
Suspire.
-¿Qué es este lugar? -volví a preguntar.
Evan iba a decir algo, pero Annie lo interrumpió.
-Este lugar es mi casa, santuario, choza, como quieras llamarle -expuso sacudiendo su mano. Tenía pulseras doradas que tintinearon al chocarse-, ustedes vinieron para que yo pueda ver en tus pensamientos. Básicamente, para ver que pasó con Taylor Manster. Esa muerte puso en peligro a todos los ángeles, brujos, e incluso demonios. No podemos ser descubiertos.
-¿Y me quedé dormida? -pregunté dubitativa.
Evan se rascó la nuca. Un gesto que conocía perfectamente. Estaba nervioso. Siempre que lo estaba se rascaba la nuca.
-No exactamente. Comiste una de mis bayas encantadas. Y no fue una baya cualquiera -comentó con diversión.
Miré el techo. Era verde, al igual que las cuatro paredes.
-Entonces... ¿Qué clase de baya? -. Me senté para aprestar atención a su respuesta.
-La baya de la verdad.
-¿La baya de la verdad? ¿Enserio? -reí sarcásticamente.
Annie me dedicó una mirada frívola, penetrante. Dejé de reír.
-Si. No puedes parar de decir la verdad. Si intentas mentir, aunque tu no pudiste -observó en tono burlón-, hubieras muerto. Mis hechizos no son fáciles de romper. Son inquebrantables, de alguna forma.
-Así que, entonces, ¿qué fue lo que dije?
Ella me miró divertida. Luego, su mirada fue a Evan, quien estaba callado y no dijo ni una sola palabra.
-No me corresponde decirte. De todos modos, recuperarás
la memoria en un par de horas.
Bufé. ¿Qué había dicho qué era tan grave?
-Vengan a la sala los dos. Ya está todo listo para el ritual.
¿Un ritual? ¿Qué estaba por hacer esa bruja? ¿Acaso era así cómo se entraba en una conciencia?
-Tranquila. No te pasará nada. Te lo prometo -dijo una voz susurrante en mi oído.
Me dio un escalofrío. La voz de Evan era gruesa y dulce.
Asentí. Me levanté de la cama y salí del cuarto. Afuera, toda la sala era de madera con elementos que no reconocía. Opté por tocar un extraño espejo. Tenía un brillo verde. Estaba por tocarlo pero algo me tocó dándome electricidad. Era una ramita de árbol, que estaba suspendida en el aire apuntándome muy cerca de mi cara, amenazadora.
-Niña curiosa, no toques ese espejo si no quieres quedarte atrapada en el -Annie alzó una ceja con inquietud.
Annie estaba del otro lado de la sala señalándome con el dedo índice. La ramita se movía a la par de su dedo. Ella retiró la ramita. y me hizo un gesto para que me acercara. Caminé hasta el lugar donde ella estaba parada, fuera de un círculo de velas.
Estaba demasiado concentrada en el círculo de velas, que no noté que Annie había agarrado mi brazo con fuerza. Tenía un cuchillo en su mano. Ella me sujetó con más fuerza aún, y me hizo un tajo en la palma de mi mano. Sentí el filo del cuchillo. Estaba helado y mi sangre quedaba pegada en el.
Ahogué un grito.
La sangre me daba demasiada impresión. Pronto, mi mano quedó cubierta de sangre.
Annie me agarró por los hombros
y me metió dentro del círculo. Mi mano ardía como el fuego.
Evan estaba del otro lado del círculo enfrentado a la bruja, mientras esta pronunciaba palabras en un idioma extraño.
Opté por mirar a Evan. Estaba mirándome con atención. Su cara demostraba horror. Estaba claro que me veía hecha un asco.
Annie término de decir aquellas extrañas palabras.
Cerré los ojos con fuerza. Cuando los abrí, ya no me encontraba en la sala de la casa de Annie. Estaba en la ruta, justo enfrente de la cabaña de Thomas.
¿Por que estaba ahí?
Estás ahí porque tus recuerdos te llevan ahí.
Salté del susto. Esa voz. Estaba en mi conciencia. La voz de Annie.
Caminé hacía la cabaña. Estaba por abrir la puerta, cuando mi mano atravesó la manija. Saqué rápidamente mi mano.
Recuerda. Puedes atravesar cosas. Tu no estas ahí realmente. Está tu alma. Recuerda que son solo recuerdos o visiones.
Respiré hondo y metí medio brazo. Luego, mi otro brazo y luego todo mi cuerpo. Estaba dentro de la cabaña.
Caminé hacia el baño, donde recordaba haber visto el espejo roto la vez que estuve con Samantha. Esta vez, no estaba roto. Todo estaba perfecto, en orden.
Me miré en el espejo. Mi pelo estaba despeinado y mis ojos verdes, de un tono apagado.
Me volteé al ver que la puerta se abría. Me metí debajo de la mesa de la cocina. Desde allí, se escuchaban voces. Voces que reconocería en cualquier parte. Eran Taylor y Megan. Me llevé mis manos a la boca negando.
No era posible. Ellos estaban muertos.
Luego
recordé lo que me dijo Annie.
«Recuerda. Puedes atravesar cosas. Tu no estas ahí realmente. Está tu alma. Recuerda que son solo recuerdos o visiones»
Entonces salí de debajo de la mesa. Caminé despacio hacia la entrada, y me encontré con un Taylor borracho, y una Megan fastidiada.
Estaba enfrente de ellos y no me notaban. Claro, no estaba ahí en verdad.
-Taylor has bebido demasiado -exclamó Megan furiosa.
-Eso no impedirá que tengamos sexo -Taylor se relamió los labios.
-Estas loco Taylor. Me voy. Mañana hablaremos bien.
Megan se estaba por ir, pero Taylor la agarró fuerte del brazo. Sus dedos estaban blancos de hacer presión sobre la muñeca de Megan.
-Auch. Taylor me estás lastimando. Sueltame.
Él hizo caso omiso y la acorraló contra la pared.
Megan gimió de dolor. Su pelo rubio estaba despeinado y sus ojos negros lo miraban frívolamente a Taylor.
-Te ataré si hace falta. No voy a dejar que te me escapes -susurró contra Megan.
Estaba pegada a ellos, para poder escuchar lo que decían.
De pronto, Taylor empezó a besarla en el cuello hasta llegar al lóbulo de su oreja. Luego mordió su labio inferior.
Megan le pegó en la entrepierna.
Taylor hizo un grito sofocado pero no la soltó. Se relamió los labios.
-Si no vamos a hacer esto por las buenas, entonces, lo haremos por las malas.
Entonces la agarró y la llevó escaleras arriba.
-SUELTAME. TAYLOR, ESTÁS LOCO.
Sus gritos se escuchaban alto.
Subí las escaleras detrás
de ellos. Ella gritaba pero el no le daba importancia. Megan intentaba safarse de su agarre pero no lo lograba. Intento sujetarse de la barandilla de la escalera pero lo único que logró, fue dejar las marcas de sus uñas en ella.
Taylor la llevó a la primera habitación, en la que yo había entrado antes. Ahora podría saber que había pasado ahí.
Taylor masculló por lo bajo. Luego, cerró la puerta de la habitación y se fue.
Miré a Megan. Su maquillaje se había corrido debido a las lágrimas. Esa no era Megan.
-Oh por Dios, que hago, que hago -lloraba Megan.
Ella empezó a dar vueltas por toda la habitación buscando algo con lo que defenderse. Revolvió el ropero, escritorio, y cajones. En uno se detuvo y vio una tijera. La agarró decidida, pero con el pulso temblándole.
Se paró a cierta distancia de la puerta esperando que vuelva Taylor. Yo me puse a su lado esperando también.
De cerca, se escuchaban pasos. Taylor abrió la puerta y Megan se abalanzó sobre el. El ataque de Megan lo tomó por sorpresa pero la logró detener. Le arrebató la tijera y la empujó a la cama. Tiró la tijera al piso empujándola con el pie debajo de la cama.
No me había percatado de que traía una soga en sus manos.
Megan lloraba desconsoladamente.
-Tay por favor, no me hagas esto, te juro que no le diré nada a tus padres ni a los míos si me dejas ir.
Él soltó una carcajada.
-Megan, nos divertiremos ya verás -replicó atándole los brazos a cada lado de la cama.
Ella solo sollozaba. Negaba con la cabeza y suplicaba
por enésima vez que la suelte.
Taylor se sentó al lado del cuerpo de Megan y le agarró el mentón.
-Ey, preciosa, no llores. Te amo.
-Si me amaras no me harías esto. Por favor Tay, te amo pero no me hagas esto. Lo superaremos juntos, solo tomaste de más, pero no cometas una locura -habló suplicante.
Él la soltó y se le sentó a horcajadas, sacándole la ropa.
Megan no paraba de gritar. Yo estaba boquiabierta. Mis ojos se cristalizaron al ver esa horrible escena. Megan gritando y suplicando, Taylor besándola para que se callase.
Ella intentaba esquivarlo pero el agarraba la cara con fuerza. Me senté en un rincón, con los ojos cerrados y las manos en mis orejas.
Megan estaba haciendo algo en contra de su propia voluntad. Estaba siendo violada por su novio. Por Taylor Manster.
Pasaron treinta minutos. Taylor se había levantado de la cama.
-Vuelvo enseguida amor -escuché decirle.
-Espera. Tengo que decirte algo.
Taylor se le acercó y le puso su cara muy cerca de la de Megan.
-¿Qué pasa?
Ella lo miró con odio y le escupió la cara. Él se levantó y se limpió la cara.
-Creo que prefieres que te deje sola -comentó. Sus fosas nasales parecía las de un toro.
Taylor se fue por la puerta golpeándola.
Megan, intentó desatarse tirando para abajo. Logró desatarse las dos sogas. Sus muñecas estaban sangrando debido a la fuerza que hacía para soltarse. Se levantó de la cama y escribió en la puerta con su sangre:
Arderas por esto.
Intentó abrir la puerta, y para su suerte, estaba abierta.
Salió cuidadosamente del dormitorio sin hacer ningún ruido. Yo la seguía.
Megan ya había llegado a la entrada, pero Taylor apareció desde la cocina con un arma en la mano.
-¿QUE CREÉS QUE ESTÁS HACIENDO MEGAN? -sus ojos estaban llameantes, su rostro de un color carmesí. Me estremecí.
Ella no tuvo tiempo de reaccionar. Taylor ya la había agarrado de los pelos y la arrastró al baño. Le golpeó la cara contra el espejo haciendo que caigan unos pedazos de vidrio con sangre al suelo.
Megan ya no tenía fuerzas. Su rostro estaba manchado de sangre por los cortes del vidrio.
Estaba a punto de vomitar. Esto era algo que no quería ver.
Taylor la empujó al piso. Ella ya no se movía. Solo lo miraba con los ojos muy abiertos.
-Te vas a ir al infierno por esto Taylor Manster. !TE PUDRIRÁS, EN EL INFIERNO HIJO DE PUTA!
Él solo la miró y le disparó en la frente.
Me tapé la cara. Estaba temblando y no paraba de llorar. Todos estos meses tratando de averiguar que pasó con Megan y Taylor. Taylor había matado a Megan.
Taylor agarró el cuerpo y lo llevó al pórtico. Hizo un gran pozo y la enterró.
Luego, fue al jardín. Enterró el arma en el árbol y se fue.
Yo quería irme de ahí. Quería irme.
Esta bien.
Luego cerré los ojos, y cuando los abrí, estaba devuelta en la sala de Annie.
Yo solo me puse a llorar y me caí al piso. Evan entró en el círculo improvisado con velas y me levantó.
-¿Estas bien Liza?
Negué con la cabeza.
-Taylor mató a Megan. Él la mató.
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Capítulo 13
Evan me abrazaba para consolarme. Acariciaba mi espalda con sus manos en círculos. Me sentía segura con él. Lo único que necesitaba, era estar así para siempre. Él me apretó contra su pecho, abrazándome con más fuerza.
-Taylor... Fue Taylor... Evan... Fue él -hablé con la respiración entrecortada.
No podía dejar de llorar. Sentía mis ojos hinchados a punto de explotar.
-Lo siento. Pensé que podíamos saber que había pasado con Taylor -expuso.
Él me soltó despacio y me secó las lágrimas.
-Tus pensamientos te llevaron a la muerte de la novia de Taylor, Megan. No estabas pensando en Taylor, estabas pensando en ambos -observó Annie.
-¿Por qué no puedo recordar las escenas de mi sueño? ¿Puedes hacer algo?
Ella me miro con una mirada dulce y comprensiva.
-Lo lamento. No puedo hacer nada. Hay algo en tu mente que no me deja ver en tus sueños. Es como si hubiera negro. Solo puedo ver a Taylor Manster en su camioneta, el resto, esta bloqueado.
Estaba frustrada. Ya no me importaba saber que le pasó a Taylor Manster, el merecía morir. Mató a su novia sin piedad. La torturó, y eso es imperdonable.
Yo no conocía a Megan. Éramos muy diferentes. Ella era una de las porristas del instituto y era una de las chicas más populares del colegio. Nunca hablábamos, ni siquiera iba a mi clase. Pero no merecía morir. No de esa manera.
-¿No puedes hacer nada? ¿Enserio? -insistí.
Mi tono de voz ya era alto. Mi voz era desesperante.
-Niña no puedo hacer nada.
-Mientes -interrumpió
Evan frío.
Yo miré a Evan y luego a Annie. Esta lo miraba con frialdad. Si las miradas mataran, el ya estaría enterrado.
Evan la miraba con odio, como si fuera la peor persona en el mundo. Bueno... Bruja para ser exactos.
-Yo no miento. Evan.
-Si. Estas mintiendo. Haz lo que tengas que hacer necesario para saber que pasó con Taylor -exigió.
Annie lo miró desafiante.
-¿Por que te interesa saber sobre la muerte de un humano insignificante?
Yo apreté los dientes. Estaba insultando a la raza humana. Yo era humana.
-No me interesa -dijo él. Debo decir que me quedé estupefacta cuando dijo eso-, me interesa ella -me señaló. Sentía mi corazón palpitar desbocado, como si se fuera a salir-, que no sufra más con esas pesadillas. Ella sabe algo de Manster, pero no lo podemos descifrar, es importante -aclaró.
Annie me miró y me guiñó uno de sus "ojos". No me podía adaptar a qué solo tuviera blanco en sus dos huecos.
Annie suspiro rendida.
-Esta bien. Hay algo que puedo hacer.
Ella fue hacia una mesa y se sentó. Yo la seguí, con Evan detrás mío. Lo sentía tan cerca.
Annie me hizo un gesto para que me sentara a su lado.
-Estos son hechizos difíciles de realizar, no suelo hacerlos -comentó.
Asentí. Por alguna extraña razón, la miré como si supiera más de lo que decía. Estaba segura. No decía la verdad por completo.
-Liza. Quiero que me mires a los ojos.
Si no hubiera estado en ese momento con ella, hubiera pensado que era gracioso. Pero en realidad, estaba demasiado
seria. La miré.
-Quiero que me digas que es lo que ves en tus sueños, Liza Prune.
Sentí que mi voz quería salir, quería ser escuchada. Entonces comencé:
-Taylor había llegado a una estación de servicio. Ebrio. Bajó de su camioneta y entró a la cafetería del lugar. Trató mal al empleado. No parecía contento. Luego, solo vi, que una botella de whisky le pegaba en la cabeza a un extraño. Después de eso, Taylor solo salió corriendo y subió a su camioneta. Él iba por la ruta, borracho. Su rostro estaba destruido. El sufrimiento estaba presente en él. El remordimiento... Luego, solo él... Cayó colina abajo con su camioneta. Estaba lleno de sangre. Lo último que vi, fue que el miraba con espanto algo que no logré identificar... Pero él... Su cara estaba viendo algo imposible.
-Demonio -respondió Evan.
Parpadeé varias veces antes de hablar.
-¿Qué fue eso?
-Un hechizo mental -contestó Annie seria.
Estaba estupefacta. Sabía lo qué estaba haciendo pero yo solo decía lo qué tenía que decir.
-Entonces... ¿Algo qué pueda ayudar?
Annie me miró cansada.
-Fue un demonio.
Miré a Evan. Él estaba apretando los puños sobre la mesa. Tenía los dientes apretados. Sus músculos estaban en tensión.
-¿Hay algo más qué pueda hacer para ayudar? -dije sincera.
Annie me miró con horror.
-Pueden irse.
Evan notó su cara y se levantó tan rápido que no me di cuenta.
-¿Qué pasa Annie? -expresó con preocupación.
Annie estaba más blanca de lo normal. Me estaba preocupado.
-Están
cerca. Puedo sentirlos. Deben irse de aquí.
-¿Quienes vienen hacia aquí Annie? -dije estupefacta.
-Demonios.
Evan ya estaba sacando su espada.
-Mierda. ¿Como supieron qué estábamos aquí? -mascullé.
Annie me miró con horror. Su cara era de muerte.
-Liza Jordan Prune... Tu...
No pudo completar la frase. Los demonios entraron por la puerta haciéndola añicos.
Evan se adelantó y empezó a cortarles la cabeza uno por uno?. Annie trataba de contenerlos con un hechizo. Yo solo estaba paralizada, sin moverme. Nunca había visto un demonio. Tenían alas escamosas al igual que todo su cuerpo. Tenían cuernos. Y sus ojos... Sus ojos eran rojos. Tenían garras en las manos y los pies. Eran uñas negras, largas, que podrían cortar un cuello fácilmente.
Estos, al ser desgarrados, lanzaban un chillido insoportable.
Ninguno se percató de mi presencia. Uno de ellos se le acercó por atrás a Evan. Rápidamente saqué el cuchillo que el me dio y se lo clave en la espalda al demonio. De su espalda, empezó a salir un fluido negro que me dio ganas de vomitar. Era asqueroso.
Evan terminó con el último, ya no había señal de otro demonio.
--No quedó ninguno. Estamos bien -observé feliz y jadeante.
Evan negó serio.
-No. Hay muchos más. Y están cerca, debemos irnos.
Miré a Annie. Ella me sonrió.
-No te preocupes. Lo que importa es que tú estés a salvo. No dejes que te atrapen.
Asentí. Salí corriendo con Evan delante mío. Intenté seguirle el paso pero era demasiado rápido. Caí al suelo. Me había raspado
los codos a pesar de la campera y no quería imaginar mis rodillas. Intenté pararme pero lancé un grito desgarrador. Mi tobillo dolía. Evan volvió por mí y me agarró en sus brazos.
-¿Estas bien?
Asentí con la cabeza. No quería preocuparlo. Quería gritar, el dolor era inmenso, pero solo empeoraría las cosas.
Llegamos al un lago. Este lugar me era familiar. Ahora sabía porqué. Miré hacía los árboles. Había bayas de distintos colores las cuáles llamaron mi atención. Yo había consumido una. Y después me desmayé, eso creo.
Evan me apoyó en el piso con cuidado.
-No podemos volver a la aldea. No aún. Podría ser peligroso. Podrían encontrar nuestro escondite, cómo atacar a pesar de los hechizos.
-¿Y que haremos? -vacilé.
Él respiró hondo.
-Tendremos que quedarnos afuera. Buscar una cueva, algo que nos oculté de ellos.
Me era muy difícil asimilar la situación. Habíamos sido atacados por demonios en la casa de Annie. Yo maté a uno. Annie se quedó en su casa. Sola. Sabría que no podría escapar. Ella en este preciso instante debe de estar muerta. Luego recordé sus últimas palabras hacia mí:
No te preocupes. Lo que importa es que tú estés a salvo. No dejes que te atrapen.
Sin mencionar que ella me llamó Liza Jordan Prune. Yo no tenía segundo nombre. Menos un nombre que parecía de hombre.
Traté de pensar en otra cosa así que miré el paisaje. Las montañas con sus picos altos y con nieve. El lago cristalino. Los árboles en dos hileras dejando un camino. Eso ayudaba a relajarme.
-Liza -. Miré
a Evan. Me había olvidado completamente de que él seguía allí-. Debemos buscar un lugar donde poder descansar. Pasar la noche. Ya está oscureciendo -comentó.
Era cierto. El sol estaba ocultándose tras las montañas. El cielo se estaba tornando rojizo, y las sombras comenzaban a aparecer. Debíamos buscar un lugar rápido antes de que oscureciera.
No podría dormir sabiendo que había un grupo de demonios asesinos en nuestra búsqueda. No teníamos muchas armas. Yo solo tenía un cuchillo, y Evan tenía su espada y dos cuchillos idénticos al mío.
-De acuerdo.
Quise levantarme pero había olvidado que seguro tenía un pie quebrado.
-Mmm... Evan... Podrías... -le hice señas a mi tobillo.
Él se acercó y me alzó en sus brazos.
-Lo siento. Me olvidé que estabas renga -dijo en tono burlón.
Su sonrisa era tan linda. Él era lindo.
-Si. Yo también me olvidé -repuse.
Evan me miró serio devuelta. Y yo lo miraba a él. Sentí su respiración mezclarse con la mía debido a lo cerca que estábamos. Entonces el se aclaró la garganta.
-Debemos irnos.
Asentí saliendo de mi ensueño.
Ya había oscurecido. Los búhos revoloteaban y los grillos cantaban. Pero no habíamos encontrado un lugar donde estar. Evan me estuvo cargando por horas y no parecía cansado. Claro, era un ángel, energía infinita, supongo.
-Mira -señaló el aire bajándome.
Fruncí el ceño.
-¿Que cosa?
-Observa con atención -parecía retarme con su tono de voz.
Traté de ver con atención a lo que se refiere. Hasta que lo vi. Muchas lucesitas revoloteaban a nuestro alrededor. Era extraño, y fantástico a la vez. Había de distintos colores, y caían como si fuera nieve. No pude evitar sonreír.
-Son luminatis. Solo caen en nuestro lado del bosque, es cómo una lluvia de colores -informó.
-Es bellísimo. Simplemente, te deja sin aliento -admití.
Miré hacia arriba. Un millón de luminatis caían sobre mi. Era algo increíble. Extendí los brazos y respiré hondo. Hace mucho no me sentía tan bien. Tan feliz. Compartiendo un momento maravilloso con Evan.
Cuando volví a mirarlo, él me miraba sonriendo. Quise agarrar una de las lucesitas que pasaban enfrente de mi cara pero cuando me extendí, solo me patiné y Evan me agarró de la cintura.
-¿Todo en orden? -chasqueó los dedos delante de mi cara.
Asentí.
Evan estaba pegado a mí, mirándome de cerca. Sus ojos celestes, casi blancos estaban iluminados. Parecían tener luz propia.
Yo soplé la lucesita verde y salió volando, uniéndose a las demás.
-El verde, es mi color favorito -miró hacía arriba.
Yo le sonreí y voltee la vista hacia abajo. Estaba sonrojada, y a pesar de que estaba oscuro, seguro se notaría.
Me sorprendo al ver que un dedo pulgar toca mi mejilla. Evan agarra la lucesita y la sopla suavemente.
Estaba tan concentrada mirándolo que no me di cuenta de que atrás de él, había una cueva.
-Evan... -hablo con emoción.
-¿Si? -murmuró. Su voz se hacia más aguda cuando hacía eso.
Yo le sonreí y le dije al oído:
-Hay una cueva detrás de ti.
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capítulo 14
Con ayuda de Evan, caminamos hacia la cueva. Fue pura suerte encontrar una cueva. El clima era frío, y lo sentía. Creo que antes no lo había notado porqué estaba maravillada con los luminatis. Fue un momento mágico.
Evan me sentó en el piso. Mi pie chocó contra una roca y un dolor estremecedor me recorrió el pie.
Ahogué un grito.
-Lo siento...
Trate de sonar lo más calmada posible para que no se preocupase.
-Estoy bien. Solo que duele como la mierda.
-Entonces deja que te revise ese tobillo -sugirió.
Evan se me acercó y agarró mi pie. Despacio, me sacó la zapatilla. Esta, estaba llena de barro y rota en un costado. Cuando volviera tendría que comprarme unas nuevas. Cuando la había apoyado en el piso, mi pie estaba cubierto de sangre seca y un hueso salido de su lugar. ¿Como era posible que al tropezarme me haya quebrado?
-Te quebraste -Evan confirmó lo que pensaba.
Asentí. No podía ni hablar. El dolor era insoportable.
Evan puso sus dos manos sobre mi tobillo. Sus manos estaban calientes y suaves. Fue muy raro lo que pasó. De sus manos, salió una pequeña luz azul. Sentí un cosquilleo cuando esa luz iluminó la herida. Quedé estupefacta.
-La habilidad de los ángeles es curar -afirmé- ¿Por qué no lo hiciste antes? -miré estupefacta el tobillo.
-Lleva tiempo. Además, estábamos escapando, no estaba concentrado en esto.
-¿Y ahora no? ¿No estamos escapando ahora? -repliqué.
Mi tono de voz era un poco enojado. Si me hubiera curado antes, no tendría que haber cargado conmigo.
-Si.
Pero ahora estamos mejor.
-¿Por qué dices qué puede ser mala también? Su habilidad.
-Porque puedo matarte. Depende del grado de la gravedad de la herida, depende como lo soportes.
Él terminó con mi pie. Este ya no tenía sangre y parecía estar bien. Intenté moverlo con cuidado. Lo movía de un lado a otro. No parecía ser real. Mi pie estaba como nuevo.
-Gracias -agradecí asombrada.
Vean hizo una inclinación de cabeza.
Me puse devuelta mi zapatilla. Tenía el pie caliente, lo cuál agradecía con la temperatura que había.
Evan estaba sacándose la espada del cinturón, y la colocó contra la pared. Solo se quedó con ambos cuchillos.
-¿Tienes frío? -me preguntó.
Era una pregunta demasiado estúpida cuando estaba tiritando hecha un ovillo. Eso sonó cliché.
-No. Tengo epilepsia -ironicé.
El hizo un gesto con las manos en forma de rendición.
-¿No podemos hacer una fogata?
El negó.
-A los demonios les atrae el fuego, cómo les espanta el agua. Digamos que, si queremos vivir, yo no lo haría en este caso.
-¿Cuál es la temperatura Evan?
Evan se me acercó y se puso en cuclillas en frente mio.
-No quiero ponerte peor. No me creerías si te lo dijera.
-Dímelo -insistí con los dientes castañandome.
Evan suspiro.
-Es de menos diez grados.
Me quedé boquiabierta. Si no me mataba un demonio, me moría congelada. Eso no fue nada reconfortante.
-¿Por qué no tienes frío? -me quejé.
Estaba claro que el no sufría para nada. Parecía
cómodo. Estaba segura que no lo sentía.
-¿Recuerdas qué te dije por qué no sentías el frío en la aldea? Bueno, estabas protegida por un hechizo, no tenías frío a pesar de la temperatura. En cambio, nosotros, no necesitamos esos hechizos porque nuestro calor corporal es distinto al de los humanos. Puede que haya menos cincuenta grados, y nosotros tengamos una temperatura normal.
¿Menos cincuenta grados? Ningún humano soportarie eso. Pero bueno, el era un ángel.
-¿Como los vampiros? Aunque no existan.
Él me miró divertido.
-Exacto. Solo que ellos tienen piel fría y no existen. Están en la mitología.
-Ya -hice un gesto con la mano-, entiendo. No te burles de que creyera que eras uno.
Evan rió y yo también.
-¿No puedes hacer un hechizo para qué deje de tener frío? Me estoy congelando Evan.
Él puso su cara seria devuelta. Era increíble como de un momento a otro cambiaba su cara, su expresión.
-No. Verás, esos hechizos, solo los hacen los brujos.
-Osea que en la aldea un brujo hizo eso -contesté con simpleza.
Asintió.
-Annie -dije en un murmuro.
-Si.
Me sorprendió que me haya escuchado. Lo dije tan bajo, que apenas fue audible para mi.
-Evan tengo frío y si no me mata un demonio, me voy a morir congelada.
El se rasco la nuca y se sentó junto a mí. Extendió sus brazos.
-¿Puedo?
Yo asentí. Tenía tanto frío, que mis manos estaban violetas y agrietadas; los mismo supongo de mis labios. La verdad, no me importaba si lo hacia el o cualquier otra
persona. Bueno, en realidad si, no.
Evan me abrazó y me dio su campera. Me acomodé en su pecho y el apoyó su mentón en mi cabeza.
Repito; cliché.
Su campera la use como frazada. Ya no tenía tanto frío. Estaba mucho mejor.
-Evan -mi voz sonaba calma.
-¿Si? -susurró.
-¿Por qué me llevaste con Annie? Es decir, se porqué pero, ¿por qué tú?
Su cuerpo se tensó pero después volvió a seguir su ritmo normal. Evan se quedó callado por unos minutos, hasta que habló.
-No lo sé.
-¿Lo hiciste por los demás, por los de tu raza, o lo hiciste por mí?
El pensó la pregunta hasta responder. Sabía que, a pesar de que no lo esté mirando, estaba nervioso.
-Por ambos.
-Ah...
Luego, todo se tornó incómodo. Ninguno hablaba. Hasta que decidí mirarlo. Y para mi sorpresa, el estaba mirándome también.
-¿Por qué? -le pregunté.
-¿Por que qué?
-¿Por qué haces todo esto?
Evan se acercó hasta que mi nariz chocó con la de él. Cerró los ojos, meditando su respuesta.
-No sé. No sé por que hago todo esto por ti -acarició mi mejilla con suavidad-. No sé por qué hago esto por ti -repitió demasiado bajo.
Yo estaba totalmente quieta, y sin habla. Mi corazón bombeaba rápido. Sentía todo mi cuerpo temblar, y no era por el frío.
-Solo sé qué las quiero hacer -susurró.
Entonces sus dos manos agarraron mi cara con cuidado.
Sus labios tocaron los míos con un leve roce. Él se separó de mi un poco solo para ver mi reacción. Sus ojos estaban casi blancos. Eso, me asustó. Su pelo estaba un poco despeinado, lo cual lo hacía ver más sexy.
Cuando no le dije nada, Evan volvió a acercarse a mí, y esta vez, me besó con más intensidad. Sus labios se movían perfectamente. Yo lo agarré más fuerte de la remera y lo pegué más a mí. Él poco espacio que había entre nosotros, desapareció. Evan bajó sus manos hasta mi espalda y me atrajo con fuerza hacia sí. Pensé que el espacio que nos dividía era nulo pero parecía no tener fin. Yo solte su remera y subí mis manos hasta su nuca y entrelace mis dedos.
Quisiera que, a pesar de todo lo que estaba pasando, de que a pesar de que estábamos escapando, nunca terminara ese beso. Quisiera que está noche nunca terminara. Quisiera que esta noche, sea eterna.
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Capítulo 15
Siento algo en mi espalda. Pincha. Tengo sueño y quiero dormir, no le doy tanta importancia. Me acomodo devuelta apoyando mis manos sobre el piso de tierra. Devuelta, siento ese pinchazo. Hice una mueca de molestia. Me toco la espalda y siento algo. Algo peludo y viscoso. Todavía medio dormida, lo agarro en mis manos y lo pongo frente a mí. Una araña gigante, y peligrosa hacia fuerza en mi mano clavando sus patas en mi manos. Grité, tirando al bicho viscoso por los aires donde chocó contra una de las paredes de la caverna, dejando un rastro de lo que parecía ser baba. Que asco.
Grité tanto que unas rocas cayeron sobre mi cabeza. Vaya manera de amanecer.
No puede ser. No me pude haber quedado dormida. No podía dormir. Repasé en mi mente lo que pasó la noche anterior. Besé a Evan. No, el me besó. Yo no lo besé. Eso significa que... Le gusto. Creo. Me sonrojé al solo pensar en ese beso. No pude evitar sonreír. Pero enseguida, se fue mi felicidad. Al igual que Evan. No sabía donde estaba. Tampoco me había percatado de ello. Estaba tan concentrada en el beso, que me había olvidado de Evan y del frío.
Eso hizo que volviera a la realidad. Agradecía el frío polar. Ayudaba a estar atenta en todo momento. Ni siquiera se cómo pude dormir. Me puse la campera de Evan, y salí cautelosamente de la cueva.
Afuera, el viento soplaba suave como una caricia, pero era tan frío que mis mejillas se tornaron rosadas al instante, podía sentirlo. El cielo, estaba de un celeste oscuro con pocas nubes. Era un día increíble. Me estiré y respiré hondo.
Daría
lo que fuera por la paz que había alrededor. El olor dulce de las frutas de los árboles, hacia una mezcla perfecta con el paisaje.
Me concentré en buscar a Evan. Esto me estaba preocupando. Si no aparecía, me sentiría culpable por haberme dormido. Miré hacia arriba. ¿Volaba? No lo sé. Nunca me lo dijo. Y no es que yo haya preguntado para ser realistas. Tenía curiosidad. Si tenía alas, me las imaginaría. Grandes, con plumas blancas y suaves que iluminaran el cielo de una noche oscura. Que dieran el calor suficiente para olvidarse del frío. Cerré los ojos y lo hice.
-¿Me buscabas? -susurró Evan en mi oído izquierdo.
Salté del susto ahogando un gritito. Sentí sus labios rozar mi mejilla.
-No en realidad. Me levanté desesperada porque una araña gigante me atacó mientras soñaba algo hermoso. Por Dios, me mataste del susto -me agarro el pecho para sentirlo subir rápidamente.
Sentí sus manos en ambos lados de mi cintura. Aún seguía de espaldas, pero podía jurar que estaba sonriendo.
-¿Qué soñaste?
-Soñé que me besabas -dije, y al instante, taparme la boca dándome cuenta de mi error.
Mierda. ¿Eso lo dije o lo pensé?
Sentí mis mejillas, y orejas ponerse calientes. No sabía donde meterme. Sentí mi cuerpo hervir como una pava. Que vergonzoso.
Evan me dio la vuelta y me puso frente a él. Sus ojos estaban muy claros. Tenía una cara seria de muerte.
-Evan... Tus ojos... -quise tocar su cara pero me apartó suavemente.
-Si, cambian con el agua -habló apretando los ojos quitándole importancia
al asunto.
¿Enserio? ¿El agua? Si fuera así todos estarían saltando como desquiciados al agua por cambiar su color de ojos.
Levanté una ceja y lo miré incrédula.
-Así que el agua, ehh -puse mis brazos en jarras.
Él hizo una sonrisa torcida.
-No como tu lo imaginas. Ven te mostraré -me tendió su mano.
Estaba en duda. No sabía si seguirlo. A veces, tenía el presentimiento de que todo aparentaba estar bien, y en realidad no.
No es algo que debería haber pensado cuando en tan solo cinco días estaba en mi casa desayunando con Samantha, en la cocina de mi casa. Mi madre, todavía la quería. Ella dejó de ser mi madre cuando empezó a estar con Thomas Manster. Le odiaba. Pero no la odiaba por haberse enamorado, la odiaba porque a pesar de ser su hija, me ocultó a mí y a mi papá, la verdad. Y es así. Así es como cuando conoces a alguien desde prácticamente cuando naciste, y depositaste tu confianza en esa persona. Porque la conoces. Porque sabés que esa persona nunca te va a defraudar. Eso, ya no tenía valor para mi. Confianza. Algo que solo se le da a las personas que uno creé que la merecen.
-¿Liza estás bien? -preguntó Evan inseguro, llamando mi atención.
Fruncí el ceño y lo miré a los ojos.
-Si, si, estoy bien. Solo necesito... -. Suspire y bajé la cabeza.
-Liza...
-Estoy bien, no hay problema. Muéstrame como cambian tus ojos de color -respondí cortándolo. No quería que empezara a hacerme un interrogatorio. Solo quería olvidar que alguien quería matarme. Que mi mamá
me defraudó. Que le estoy mintiendo a mi única y mejor amiga. Y que tengo otro nombre que, nunca había escuchado a mi madre decir. Solo eso tenía que olvidar.
Él sólo asintió, aunque estaba segura de que no se tragó que estaba bien.
Tomé una bocanada de aire y traté de seguirle el paso a Evan. Sabía donde estaba el lago, pero no quería perderlo de vista, de nuevo.
No pude evitar mirar su espalda e imaginarme una alas. Podría incluso dibujarlas sobre él.
-¿Tienes alas? -pregunté antes de darme cuenta. A veces tenía la lengua un poco floja.
Paró en seco, sin darse la vuelta. Sus músculos se tensaron, y apretó los puños. Estos se pusieron blancos de hacer tanta fuerza.
-Alas -dijo con un deje de desesperación.
-Si, alas. ¿Tienes?
Hubo unos segundos de silencio. La pregunta le incomodaba, estaba claro. Pensé que iba a evadirme pero no lo hizo.
-Tengo pero no las ves.
Se me cayó el alma a los pies.
-¿Por qué? -me quejé.
-Porque no puedo mostrartelas. Son... Diferentes.
Hice un gesto de indiferencia a pesar de que no me haya visto.
-Como quieras.
Me acerqué al lago sin importarme Evan. ¿Por qué no quería mostrarme sus alas? ¿Qué tenían de malo? ¿Le faltaban plumas?
El agua estaba caliente. Recordé que Evan me había dicho que eran aguas termales. Simplemente metí mis manos, y sentí que todo mi cuerpo entraba en calor. Era reconfortante.
Miré para ver si Evan estaba a mi lado. Lo miré confundida al ver lo que hacía.
-¿Qué estás haciendo?
No
me dijo nada. Solo se sacó su camiseta, dejando al aire sus músculos y abdominales. Luego, siguió con el pantalón y se quedó en boxer. Es raro, pensé. Que un ángel use ropa. Lo primero que pensaría sería en túnicas blancas, pañales como los de cupido, agua bendita...
-Linda vista, ehh Prune -me miró con perversidad.
Saqué esa imagen de mi cabeza. Era sexy. Pero solo porque nos habíamos besado una vez, y fue un momento increíble, no significa que pueda pasar algo más. Había muchas cosas que no me cerraban de él. Esperaría el momento indicado para hablar con Evan, sin que me evite o cambie de pregunta. Lo conocía hace solo cinco días y eso no decía mucho de él. Me salvó la vida, pero no puedo confiar en él. No hasta que me diga todo. Evan parecía conocer todo sobre mí, pero yo nada sobre el.
Puse los ojos en blanco.
-Por supuesto que no. Esto parece el polo sur y tu estás... -lo señalé exageradamente -así.
Él soltó una carcajada.
-Recuerda, no siento el frío.
-Ahhh, cierto. Olvidé que eras un ángel con un pelaje especial -repliqué.
-Estas enojada -observó encogiéndose de hombros.
Imité su postura. Me levanté, y me puse a su altura.
-No estoy enojada.
Mentira. Estaba furiosa. Pero prefería canalizar mi furia, remordimiento, y misterio. Meterlos a todos en una bolsa y patearlos lejos para que no volvieran.
Sacudí la cabeza.
-Perdón. Es que no puedo estar así. No mientras unos demonios intentan matarnos. Mi amiga no sabe que es lo qué sucede, y le estoy mintiendo. Mi madre se
acostó con el padre de Taylor, y mi padre seguro no quiere verme, porque no puede creer lo que sucede. No Evan, no estoy enojada -di un respingo. Tocó mi mejilla cariñosamente. Su mano estaba fría a causa del clima, pero sabía que él no lo notaba, sólo yo-. Solo quiero olvidarme de todo esto y volver a mi casa. A mi hogar. Sin que nada de esto haya pasado.
-No podemos cambiar lo que somos, o lo que hicimos. Lo único que podemos hacer es sobrevivir. Tratar de seguir adelante, a pesar de lo que la vida nos ponga en el camino. Sea bueno, o sea malo.
Bajé la cabeza. Estaba por llorar. Sentía mis ojos cristalizarse. Pestañee, y una lágrima cayó por mi mejilla. No me gustaba que me vieran llorar. Evan me agarró la cara con ambas manos.
-No llores. Todo se va a solucionar. Lo prometo.
Asentí. Me limpié las lágrimas y cambié repentinamente de tema.
-¿Porqué te sacaste la ropa? ¿Acaso hay un bar de ángeles strippers?
Una mirada divertida le recorrió la cara a Evan.
-No me desvestí solo para que me veas, me voy a meter al lago -alzó las cejas. Me reí. Le metí un codazo en su costilla grotescamente-. Y tu también te vas a meter -sonrió angelical. Él no era un ángel santo, era uno muy malvado y pervertido.
Antes de que pudiera hablar, ya me estaba llevando sobre su hombro como un costal de papas.
-Mierda Evan, hace frío -refunfuñe-. ¿Quieres acaso qué me convierta en un hielo? -chillé.
-Si eso hace que dejaras de chillar así, con gusto te congelo.
Lo golpeé con mis puños en la pierna pero el
solo se reía. No quería tocarle su trasero, que casualmente rebotaba contra mi codo.
El agua ya le llegaba por arriba de la rodilla a Evan, y me tocaba la manos al igual que mis pies.
Sabía que era en vano gritar. Evan me soltó y caí al agua. Esta, a pesar de la profundidad, seguía cálida lo cuál me relajaba. Pero cuando saliera, mi ropa estaría empapada y tendría frío.
Salí a la superficie y me encontré con un Evan demasiado divertido.
-¿Te pasa algo, o eres idiota? La ropa tardará años en secarse -grité histérica. Sabía que exageraba pero lo decía de verdad.
Evan paró de reírse un poco sólo para hablar.
-Tranquila. Se secará rápido. Tendrás que sacartela -me observó de arriba hasta donde le permitía el agua.
Genial. Tenía que sacarme la ropa delante de Evan.
-Eres un pervertido. Pensé que los ángeles eran santos -comenté sacándome la remera, y luego el pantalón.
-El hecho de que sea un ángel, no me hace santo. Eso es para que veas que la palabra ángel no nos hace referencia alguna -sonrió burlón.
Evan estaba pegado a mi. Ni siquiera escuché que se había acercado. Me había hablado al oído y yo no lo sentí. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.
Bufé tratando de no parecer tan tensa.
-Si no se seca te ahogaré, y resucitarás cómo pájaro.
Evan me agarró desprevenida por la cintura, y me apretó contra si.
-Soy más fuerte -aseguró.
Tenía razón. El angel-no-santo me había dejado sin que defenderme.
-Ya veremos -entrecerré mis ojos.
Lo empujé para que me soltara.
Él puso sus manos en alto en gesto de rendición.
Me metí debajo del agua. Era tan clara, que podía notar el fondo del lago. Era profundo, pero no tanto. Unos cinco metros quizá. Vale, era profundo.
Nadé hasta que nesitaba salir a respirar. Evan venía detrás mío.
-¿Reconfortante? -meneó la cabeza. No parecía afectarle la falta de aire.
-Por supuesto. Es de lo mejor.
Evan me dedicó una de sus sonrisas perfectas. De su cabello, caían gotitas que caían sobre mi al tenerlo tan cerca.
-Y bien, ¿como cambian de color tus ojos? -acerqué mi cara para ver mejor sus ojos.
-Nosotros tenemos asociación con los cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua -empezó agarrando entre sus manos agua-; cualquiera de estos que tocamos, o sintamos, puede producir un cambio en nuestro cuerpo.
-¿Cambios físicos? -fruncí los labios.
-Exacto. Solo que no siempre. Muchos con el color de pelo, otros con los ojos. A veces, podemos llegar a tener más fuerza o más agilidad.
-¿Como lo hacen? -expresé con una gran excitación.
-Concentración. Lo practicamos durante un tiempo, y con práctica, lo logramos. Mira.
Evan volvió a agarrar agua. Solo que esta vez, no se escurrió por sus manos. Se mantuvo estancada. Cerró sus ojos y cuando los abrió, volvía a tener su color de ojos normal.
Me sonrió al ver mi cara de asombro.
-¿Increíble, no?
-Es fascinante -exclamé.
-Una de las pocas cosas que disfruto de ser un caído.
-¿Qué tiene de malo ser un ángel? Se los ve mucho mejor que a los humanos.
Evan vaciló un poco.
-Por supuesto. Nuestros sentidos se hacen diez mil veces mejor que el del humano. Pero no todo es bueno. No en mí.
Lo miré confundida.
-¿Por qué?
Suspiró.
-Yo soy diferente.
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Capítulo 16
Salimos del agua y el frío se abalanzó sobre mí como cuchillos mortíferos. Cualquiera pensaría que estábamos locos al estar en ropa interior con diez grados bajo cero.
Mi cuerpo temblaba y mis labios seguramente estaban violetas. Agarré mi ropa que ya se había secado, por suerte, y me la puse lo más rápido que mi cuerpo me lo permitió. Hacía tanto frío, que mis músculos apenas podían moverse, y me corté el dedo atándome una de las zapatillas.
-Me cago en la... -masculle.
Mi dedo empezó a sangrar. No era un tajo grande, pero la sangre salió al instante. Mojé el dedo en el agua, y eso ayudó bastante. Ya no había rastro de sangre, sólo la piel abierta en esa zona.
-Y bien, tienes que contarme tu historia loca -le recordé.
Evan estaba acostado sobre las piedras que rodeaban el río, con una mano en su pecho, y la otra en la cabeza. Parecía contemplar las estrellas. En lugares así, el cielo estaba lleno de estrellas resplandecientes por doquier.
Una de las buenas cosas de haber cruzado al otro Lado, es ver lo increíble que eran los paisajes. Eran imágenes que nunca podría olvidar.
Me terminé de poner la otra zapatilla y me acosté, al igual que Evan, a su lado.
-¿Estás segura de que quieres escuchar lo que voy a contar? -preguntó dubitativo.
Suspire.
-¿Por qué no habría de escucharte? Ya escuché tantas historias, que no me sorprendería que pudieras convertirte en araña y atormentarme.
Evan rió.
-No lo sé. Solo quiero que escuches todo y me dejes hablar.
-De
acuerdo.
Evan tomó una gran bocanada de aire. Parecía no saber por donde comenzar.
-¿Sabes cuántos años tengo?
Era una pregunta interesante.
-No. En realidad, nunca pensé en eso. ¿Cuantos años tienes?
Me miró. Su cara reflejaba cansancio y lo comprendía. No había dormido en dos días.
-Ochocientos cincuenta años.
Su voz fue ronca e insegura. Ochocientos cincuenta años. Eso no se cumpliacumplía todos los días.
-¿Vives eternamente? -pregunté con voz rara. En cierto modo, me asustó.
En verdad, no me sorprendería que los ángeles sean seres inmortales. Era algo obvio.
-No en verdad. Un demonio puede matarme. Digamos que, el tiempo se congela en cierto punto cuando llegamos a cierta edad.
Hubo un momento de silencio.
-Ochocientos cincuenta años -dije en un susurro.
-Si. Y bien largos.
Sin poder acotar nada más lo animé a continuar.
-Esta bien. Continúa.
Él volvió su vista al cielo. Era mejor así. No soportaba que me mirara a la cara.
-Yo estaba a cargo de un grupo de ángeles, entrenamiento más que nada, en Boulder. Era uno de los más importantes. Me asignaron Boulder porque en esta ciudad, se concentraba el poder de la Oscuridad y era uno de los mejores en combate.
-Osea el poder de los demonios -espeté.
-Si -. Después hubo unos segundos de silencio y siguió-. En fin, yo estaba protegiendo a los humanos, dando entrenamiento. En ese tiempo, ellos creían que había monstruos con hechicería. Condenaban a mujeres en la horca por pensar que eran brujas. No fue
algo fácil de ver. No cuando una de ellas era el amor de mi vida.
Mi pulso se aceleró. Estaba segura de que había contenido el aire por un largo tiempo.
-¿Estabas enamorado de una humana? -pregunté insegura.
Hizo una mueca de disgusto.
-No. Ella era una bruja.
-¿Como se conocieron? -hablé aún más sorprendida.
Evan hizo una media sonrisa. Su mirada era melancólica, reflejaba recuerdos.
-Fue en el año 1185. Yo había sido trasladado a Boulder en ese entonces. Siempre trabajabámos con brujas, y brujos. Ellos ayudaban a hacer hechizos de protección, y muchas cosas más. Eran aliados.
-¿Los demonios tenían de su parte brujos?
-Por supuesto. Consideralo como un balance entre la Luz y la Oscuridad. Los brujos solo hacían lo que se les pedía. No tenían preferencia por algún bando. Lo único que buscaban eran dinero, y a cambio, ellos hacían su trabajo.
Traté de comprender todo lo que decía hasta ahora. Sin duda no me esperaba ni la mitad de lo qué me estaba diciendo.
-¿Annie estaba allí?
Evan carraspeó. Pensé, que por primera vez, lo vi hacer ese gesto. ¿Qué significaba?
-Si, Annie estaba con nosotros. Ella llevaba mucho más tiempo que yo en la tierra.
-¿Como conociste a...
-Morgan, ella se llamaba Morgan.
Veía dolor en sus ojos. Decir su nombre le dolía, estaba segura.
-Encontré a Morgan en el bosque con un cuchillo clavado en su corazón. O eso parecía. El demonio que le clavó ese cuchillo no tenía buena puntería -repuso en un intento de reír-,
ella casi muere. Pero la salvé. Me contó que era bruja y que había hecho hechizos para Robert, un demonio viejo y poderoso.
Se oía terriblemente malvado: un demonio viejo y poderoso.
Me estremecí.
-¿Robert sigue vivo? -sonó más a una afirmación que a una pregunta.
Evan suspiró cansado.
-No lo sé. Pero si lo está, lo mataré yo mismo -. Tragué duro. No me gustaba la idea de que el demonio muy poderoso siguiera vivo. Hice un ademán para que continuara-. Morgan era muy poderosa, al igual que Annie. Estuvo del lado de los demonios durante mucho tiempo, pero ella cambió. Nos ayudó más de lo que esperaba y con el tiempo, me enamoré de ella.
Tomé una bocanada de aire. Las piedras estaban empezando a clavarse en mi espalda, entonces tuve que sentarme.
-Yo me enamoré de ella y ella de mí. Es raro, ¿verdad? Sentía que ella era una parte de mí y cuando la perdí... Perdí lo único que quería y me importaba en la vida.
Lo miré curiosa.
-¿Como es que ella terminó en la horca?
Evan se tensó. Nunca lo había visto tan vulnerable, tan sensible.
-Fue por Robert. Se hizo pasar por humano, ya sabes, si lo vieras pasaría desapercibido. Morgan había sido acusada de brujería por él. La quería muerta por revelar sus planes contra nosotros y los humanos. Quería venganza. Aún recuerdo como fue todo:
»Morgan Isabelle Johnson. Se te acusa de brujería. De querer asesinar a los hombres y de hechizarlos. De no ser bruja, te ahogaras y morirás. Será una buena vida perdida, pero estarás con Dios. De ser bruja, sobrevivirás,
y la maldición caerá sobre nosotros.
Me quedé consternada. Debió ser horrible pasar por eso.
-Lo que ellos no sabían Liza, ni tampoco Robert, era que Morgan me había transferido sus poderes con un hechizo de Intercambio.
Fruncí el ceño.
-¿Un hechizo de intercambio?
-Si. Era necesario el intercambio. Si no, no funcionaría. Ese tipo de magia es negra, estaba prohibida.
Supuse que si era una hechizo de Intercambio, algo pidió a cambio.
-Evan, ¿que pidió a cambio Morgan?
-Pidió una parte mía. Una mitad de mi yo ángel. Ella, por su parte, me entregó sus poderes. Sabía que iba a morir. Ella lo sabía. Y no me dijo nada -. La voz de Evan se quebró. Estaba dolido, quizás frustrado.
-¿Por que querría una mitad de tu yo ángel? -insistí.
-Era necesario para el hechizo. ¿Crees que de haberle servido no lo haya usado, Liza? Yo le amaba. Habría dado mi vida por Morgan.
No, tenía razón. Era algo incoherente pensar que habría pedido algo a cambio para favorecerse a ella misma. Se amaban, no había duda.
Luego pensé. Morgan le había pasado todos sus poderes a Evan. Eso significaba que era superior al resto de los ángeles. Pero yo ya sabía que el me había mentido. Me sentí algo furiosa.
-Mentiste. Los ángeles no tienen la habilidad de sanar o interactuar con los cuatro elementos. Tú eres el único. Eres especial.
Evan se levantó tan rápido que me asusté. Se acercó a la orilla del lago, quedándose de espaldas a mí.
-Es verdad. Te mentí.
Los únicos que saben que tengo esta habilidad son Peter, la señora Lucky, y ahora tú. Aunque, técnicamente lo sabías pero no con la verdad. Soy capaz de hacer más hechizos con un poder increíble de los cuáles ni te imaginas.
-Así que eso es todo. Dejame decirte que es una historia bastante loca de verdad -murmuré.
El negó dándose la vuelta y mirándome con los ojos llameantes.
-Eso no es todo Liza.
Me quedé boquiabierta. ¿Qué eso no era todo?
-Dejame explicarte lo que sucedió después de la muerte de Morgan. Quiero ser sincero contigo. No quiero mentirte más.
Entonces había más mentiras. Ya no sabía ni que pensar. Traté de sonar lo más indiferente que pude.
-Entonces, te escucho.
-Después de que la ahorcaran a Morgan, y ella muriera, la quemaron y la tiraron por un puente al río. Todo en mi vida se tornó... Oscuro. Ya no quería vivir. Renuncié a ser lo que era, un ángel. Traté de matarme más de una vez. En China, me tiré desde el Monte Hua Shan. Estuve tirado por más de tres semanas hasta que mis heridas sanaron. Cuando por fin había podido olvidar la muerte de Morgan, empezó el rumor de que un grupo de demonios y ángeles, se habían aliado para masacrar a los humanos.
-Daímones apó ton Ouranó -dije al recordarlo asintiendo.
-Si. Los mismos. En griego significa: demonios del cielo.
-No entiendo. ¿Qué pasó para qué todo se derrumbara y se vaya a la mierda?
-Hasta hoy me hago la misma pregunta: ¿Qué pasó para que todo se derrumbara y se vaya a la mierda? Simplemente no lo sé. Al
enterarme de esto, regresé a Boulder. Y lo que vi, fue una ciudad en llamas. Y a Robert, como el que empezó con el grupo de Daímones apó ton Ouranó. Fingí estar a sus órdenes. Después de mucho, tiempo me aceptaron en su grupo pero tenía que pasar la prueba. La prueba que probaba mi lealtad a Daímones apó ton Ouranó -. Sin saber la respuesta, sabía cual había sido esa prueba-. Para pasar la prueba, tenía que matar a un humano.
Evan se sentía deshonrado. Sucio. Su mirada reflejaba odio a sí mismo.
-En ese entonces, la raza humana me importaba una mierda, y matarlos o no, me daba igual. Entiende, estaba devastado. Después de todo, los humanos habían matado a Morgan, técnicamente.
Asentí. No pensaba tener que darle la razón. Matar por matar, no era lo ideal. Pero entendía que se sentía mal porque el amor de su vida había muerto.
-Maté a una mujer. Tendrías que haberle visto la cara, estaba horrorizada conmigo. Nunca podría sacar su imagen de mi cabeza. Fue sanguinario el solo matarla de la forma en que lo hice -habló agarrándose la cabeza con ambas manos-. Nunca en mi vida entendí que mierda fue lo que pasó por mi cabeza.
-Lo sé. Entiendo que sufriste porque perdiste a alguien que amabas. No sabías que hacer con tu vida. Y hasta que no te equívocas, no te das cuenta de lo miserable y vergonzoso que puedes sentirte de ti mismo -repliqué.
Él asintió.
-Me sentí así, y peor. Luego, mataba a cualquier humano que se cruzara por mi camino. Pero alguien me hizo cambiar de opinión. Elizabeth, la esposa de
Robert.
Me sorprendí al escuchar eso. No me imaginaba a un demonio enamorado. Evan pareció darse cuenta de lo que cruzaba mi cabeza.
-Se lo que piensas, los demonios pueden amar a pesar de que sea extraño -espetó-. Elizabeth, no era como ellos. No mataba a los humanos. Solo estaba con nosotros porque Robert la obligó. Además de que era su esposo y lo amaba. Robert la amaba también, se le notaba en sus ojos. En como la trataba. Nunca pensé ver a un demonio enamorado de un ángel, está prohibido -agregó sombrío.
-¿Co-omo un a-angel? -tartamudeé.
-Si. Elizabeth era un ángel. Era con la única que podía hablar. Pero no le conté todo. Ella estaba tan segada por amor, que era capaz de contarle todo a Robert. Sabía que lo hacía, eso era lo que yo quería. Engañarlos a todos.
Tenía los ojos muy abiertos, con una miraba de loco. Era demasiado. Es increíble como las personas cambiaban solo por amor.
-Elizabeth y Robert tuvieron un bebe, pero este murió porque fue sacrificado por Robert. Decía que traería vergüenza y deshonra a su familia. Elizabeth lloró por semanas. Después de esto, empecé a probar mis nuevos poderes de brujo. No los había usado antes porque me hacía acordar a Morgan, pero después supe que a través de sus poderes, podía sentir que no se había ido del todo, me había dejado una parte muy importante de su vida. Era increíble sentir todo ese poder. Podía ser invensible -habló con excitación-. Una noche, estaba aprendiendo a controlar los cuatro elementos. Usé agua y cambié el color de mis ojos. Como te lo mostré a ti. Había aprendido mucho con Morgan, ella era fantástica; supongo que me había preparado para eso. Y luego... Elizabeth vio todo lo que podía hacer. A pesar de que Robert haya matado a su bebe, ella lo seguía amando, entonces tuve que... Matarla.
Ya no sabía ni que decir. De mi garganta, salió un ruido extraño, casi un sollozo.
-Robert nunca supo que yo la maté. Solo un día despareció y nunca más supe de él.
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Apariciones inesperadas
«Algo había terminado. Algo estaba a punto de comenzar».
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Capítulo 17
Ya había anochecido por completo. Las sombras se hacían visibles a través de los árboles, y el bosque se veía peligroso y oscuro. Tuve que entrecerrar mis ojos para ver mejor en la oscuridad. Los búhos, se hacían escuchar, y los grillos también.
El aullido de un lobo me estremeció.
Me había olvidado que oscurecía demasiado rápido, lo cuál hacia más imposible llegar a la cueva.
Miré a Evan que iba delante mío. No me había percatado de que tuviera los dos cuchillos a ambos lados de su cadera.
El viento, que antes soplaba suave, ahora era fuerte y te arrastraba consigo.
-Parece que va a llover -dijo Evan más para sí.
Miré el cielo. Se veía poco por la presencia de nubes. Estas ocupaban la mayor parte del cielo. De pronto, una gotita salpicó mi frente. Luego, otra el brazo, y otra en mi mejilla.
-Será mejor que nos demos prisa -observó Evan.
Él casi trotaba, y yo trataba de seguirle el paso. Siempre se movía con agilidad y destreza, como un gato. Yo, en cambio, era pasos cortos y de vez en cuando tropezaba con algo.
Las gotitas se convirtieron en gotas que golpeaban mi cabeza, y caían frías contra mi piel. Mis pelos volaban en todas direcciones dificultándome la vista.
Tosí.
Después de esto, me iba a pescar un resfriado pero me lamentaría más tarde, ahora, solo quería llegar a la cueva.
De un momento a otro, me encontré en el medio del bosque, oscuro. Este mostraba lo peor de sí. Llovía a cántaros, y había perdido de vista a Evan. Un trueno hizo que saltara en mi lugar del susto.
Seguí
adelante a pesar de no saber en que dirección iba. El agua calaba mi ropa y me mojaba la cara. No veía a Evan por ningún lado. Recordé a los demonios y se me hizo una bola en el estómago.
Tragué duro.
-Evan -susurré.
Una mano me agarró entre la oscuridad. Ahogué un grito, pero instantáneamente me tapó la boca.
-Shhh, soy yo -murmuró Evan.
Mi pecho subía y bajaba rápidamente. Me había dado un susto de muerte.
-Evan. Lo siento. Me asustaste y esta todo oscuro y...
-Shhhh -Evan me puso su dedo índice en mis labios.
Sus ojos estaban casi blancos. Era demasiado perfecto para ser real. Si alguien viera sus ojos, pensaría que son lentes de contacto. Sus ojos eran todo un misterio, algo fascinante y exótico.
-La cueva esta a la derecha, vamos -me hizo un gesto de cabeza.
Seguí a Evan. Él disminuyó su paso, quedando a la par mía. Instintivamente le di la mano. Evan correspondió y la agarró con fuerza. Su mano era grande, y tapaba la mía. Me sentía segura con él.
Distinguí a unos pocos metros la cueva.
Las gotas caían más rápido y a montones. Mi ropa estaba empapada y sucia por el barro que pisé y que me salpicó hasta la mitad del pantalón. Estaba hecha un asco.
-Ahí esta -comenté entre medio tosiendo medio emoción.
Intenté trotar pero patine con el barro. Si Evan no fuera lo suficientemente fuerte, hubiera caído conmigo al estar agarrado de mi mano.
Ya estaba en la cueva. Mi tos no me dejaba respirar. Me tiré de rodillas al piso y me agarré el pecho. No pensé
que fuera tan grave. Sentía que se me quemaba la garganta.
-Eva...n no pue...do respi...rar -hablé sin aire. Era extraño.
Evan me agarró por los brazos y me daba golpecitos en la espalda.
Su cuerpo emanaba calor, lo cual ayudó a que la tos cesara de a poco.
-Gracias -hablé con voz ahogada.
Él farfulló algo inaudible.
-No hables.
Mi cuerpo estaba entrando en calor a pesar de mi ropa húmeda. El frío era soportable, y estaba más que mejor en los brazos de Evan.
Me aparté de el aunque no quisiera. Tenía que acostarme. No podíamos estar parados abrazándonos para siempre.
Evan se sentó a mi lado, y esta vez, no preguntó si podía agarrarme entre sus brazos. Seguro mi estado no era el mejor y se estaba preocupando por mi salud. Necesitaba volver con la señora Lucky, ella me ayudaría y estaría mucho mejor. Pero luego, me acordé que Evan podía curarme.
-¿Evan puedes curarme? Me curaste el tobillo, entonces puedes hacer que me sienta mejor.
Negó con la cabeza.
-No puedo. Solo puedo curar daños físicos. Creeme, de haber podido hacerlo no lo habría dudado.
-Por supuesto -me agarré del abrigo tratando de cubrirme. Mi voz fue apenas audible.
-Pero, puedo hacer que tengas una mayor temperatura corporal -agregó.
¿Había un hechizo acaso? Si lo había genial. Porque mi cuerpo temblaba y no sentía nada. No. No era un hechizo.
Evan se sacó la remera y la dejó a un lado. Me sorprendí. No es que no lo haya visto antes sin remera, pero era muy incómodo. No estaba nadando con
él. Lo tenía pegado a mí, con sus músculos pegados contra mi cuerpo.
Me estremecí. Su piel estaba más caliente que con la remera. Ya no tenía ni un poco de frío. No quise discutir sobre tener que estar así con el, porque tenía mucho frío como para quejarme. Él hacía lo que podía y por eso, estaba agradecida.
-Ya mañana podremos regresar -su aliento golpeó mi cuello, haciéndome estremecer.
Lo miré y me sorprendí al ver su cara tan cerca.
-¿De verdad? -pregunté sorprendida.
-Si.
Por un segundo, me pregunté que sería al volver, es decir, ya no estaríamos en peligro, supongo.
Ahora no me quería mover. Tenerlo así de cerca me ponía nerviosa. Mis mejillas estaban calientes, y no era exactamente por el frío.
Nuestras narices se rozaban, y podía sentir su respiración mezclarse con la mía. El aire estaba lleno de tensión, y no había nada además que nosotros dos.
Bajé la cabeza. Había algo en él. Algo en mí que no me permitía seguir. Pero yo quería seguir. Era como correr para que una ola no te alcanzara. Tarde o temprano me alcanzaría, y me llevaría consigo, sin dejar rastro alguno. Era más fuerte que yo.
Levanté mi cabeza. Ya no podía soportarlo. Tenerlo cerca y no besarlo. Supuse que me leyó la mente porque estampó su cara contra la mía.
Al principio me tomó por sorpresa, pero después, correspondí a su beso. Su boca tenía un sabor salado que me hizo pensar que se había tragado un salero.
Me besaba con fuerza, como si estuviera hambriento y yo también. Lo deseaba. Y mucho. No fue como el primer beso, suave, explorador. No. Fue brutal. Y me agradaba.
Pasé mis manos por su pelo revuelto. Si Evan no tendría sus manos en mi espalda, hubiera caído para atrás de la presión que ejercía contra mí.
Tuve que separme solo un poco de el. Necesitaba respirar. Traté de hacerlo disimuladamente. Estaba revolucionada.
Mi labio inferior me ardía. Evan decía no ser un vampiro pero me lo dejó destruido.
Estaba segura de que ardía de la vergüenza. Evan también estaba rojo y le costaba respirar un poco. Sus ojos estaban muy claros. Parecía un muñeco Ken.
No pude evitar sonreír ante mi pensamiento.
-¿Que? -preguntó aún rojo y sonriendo.
No venía al caso decirle, seguro no lo conocía.
Negué con la cabeza riendo.
¿Por qué mierda me reía? Lo que menos quería era reírme. Quería besarlo devuelta. Y no lo dudé.
Me tiré sobre el aunque no cayó. Él me agarró por la cintura y me tiró con el al piso. Evan me empezó a sacar la remera acariciando mi piel, pero lo detuve a la mitad. No. No quería esto. No todavía. Era demasiado pronto, aún no lo conocía del todo.
Instintivamente me separé para verle la cara, quedando a horcajadas de él.
-No puedo hacer esto. Menos en una situación así. Yo...
Evan acarició mi mejilla.
-Te entiendo. Está bien. No quiero hacer nada que tu no quieras -me dijo con voz dulce.
Me salí de encima de Evan y me acosté a su lado, acurrucándome. Me dispuse a mirarlo. Y el me miró. Se acercó hasta que sus labios hablaron en los míos.
-Nunca pensé que un humano podría encantarme tanto.
Entonces me dio un beso rápido y cerré los ojos hasta quedarme dormida.
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Capítulo 18
Sentía un vacío dentro de mi. Algo que me molestaba. Me removí en el piso de tierra frío. Palpé a mi lado. Evan no estaba. El frío calaba mis huesos y se me hacía difícil respirar.
Intenté abrir poco a poco mis ojos. Hubiera deseado no hacerlo. Pegué un grito en el cielo. Un grito de horror y de espanto.
Evan estaba tirado en el piso con una espada clavada en su abdomen. Un charco de sangre se extendía alrededor de él. Tenía el rostro neutro, inamovible. Estaba tan quieto. No podía ser... No, no, no, no, no.
Mis lágrimas no tardaron en salir.
-No, no, no, puedes... No puedes... No.
Estaba cubierto de sangre.
Me clavé las uñas en el brazo izquierdo. Quería que fuera un sueño. Me rayé todo el brazo dejando marcas rojas. Me negaba a creer que Evan podría llegar a estar muerto.
Me acerqué. Quise tocarlo, pero mis manos traspasaban su cuerpo. Fruncí el ceño. Esto no podía estar pasando, era un sueño.
Volví a clavar mis uñas sin contenerme.
No. Esto no era un sueño. Pero no podía tocarlo. Y ese vacío se hizo aún más profundo.
-Ohhh, por favor, eres demasiado cursi -una voz burlona se hizo presente.
Me di la vuelta entonces lo vi.
Un chico morocho de ojos verdes me miraba burlón. Estaba tranquilo, sentado en una roca con los brazos cruzados.
Mi ira no me dejó ver con claridad.
Sin dudarlo, me avalancé sobre el chico, aunque el me detuvo con demasiada facilidad. Me había agarrado del cuello con una mano y me alzó en el aire.
Su mirada reflejaba diversión.
-¿De verdad creés
que podías hacerme algo? Que idiota eres Liza.
¿Como me conocía? ¿Quien era? Todos parecían conocerme y yo no a ellos.
Me estaba ahogando. Pronto, me quedaría sin un poco de aire en mis pulmones.
-¿Quien eres? -conseguí decir.
Con la otra mano, se tocó la barbilla pensativo.
-Me ofendes. ¿Como no puedes reconocerme?
Un hombre distinto apareció en la caverna. Parecía igual de divertido.
-Jackson, no juegues con ella. Es importante.
El tal Jackson rodó los ojos y me soltó.
-Solo estaba divirtiéndome -se encogió de hombros.
Agarré mi cuello. Jackson me había presionado con mucha fuerza. Intenté recuperar de a poco el aire. Las lágrimas no me ayudaban y el frío tampoco.
Miré a Jackson con todo el odio que sentía dentro de mi.
-¿Qué le hiciste a Evan? -apreté mis dientes.
El hombre que estaba al lado de Jackson negaba.
-Vamos Jackson. Dale a su novio - habló el otro tipo como si se tratara de un perro que no le devolvía la pelota a su dueño.
-Como quieras, Zet.
Él se acercó a Evan y le quitó la espada así sin más.
Me quedé boquiabierta.
Me arrodillé junto a Evan. Puse mis manos en su cara. Podía tocarlo.
-Él esta vivo. Era un hechizo -explicó Zet indiferente.
Dirigí mi mirada a Zet. Era una hombre canoso, pero sin una arruga en su cara. Sus ojos eran profundos, negros. Era corpulento e inspiraba miedo.
No dudé en pensar que eran. Demonios. Nos habían encontrado.
-Al principio, cortó una de mis alas el idiota -interrumpió
Jackson, señalando a Evan con desprecio-, pero lo mate -sonrió-, temporalmente.
Mis ganas de matarlo eran más grandes que su burla e ironía.
Apreté mis puños.
Me acerqué a Jackson y le pegué un puñetazo en su cara de expresiones burlonas. Pareció sorprendido.
-Auch -dijo aún sonriendo-, al fin sales de ahí adentro.
No sabía a que se refería. Odiaba que sonriera.
Algo me hizo volver a Evan. Su pecho subía y bajaba. Estaba respirando.
Agarré su cara y le di un beso en los labios rápido.
-¿Liza? -murmuró Evan agarrando una de mis manos. Tenía el ceño fruncido. Asentí mientras le sonreía.
Él parecía estar acordándose de todo. Sus músculos se tensaron y apretó la mandíbula.
Se levantó tomándome por sorpresa. Cuando me di la vuelta, ya estaba tomando a Jackson y tirarlo por los aires. Este chocó contra la pared dejando ver sus ser demoníaco. Sus alas oscuras y escamosas. Esas horripilantes garras que todos ellos llevaban. Los ojos rojos, esos ojos que mostraban lo malévolos y antinaturales que eran.
-Sabes Evan, puedo matarte devuelta. No eres tan fuerte.
Eso lo puso aún más furioso. Lo agarró por el ala que el mismo había roto horas antes, y le hundió uno de los cuchillos. Jackson dejó esa sonrisa irónica que tenía en su cara, por una mueca de dolor. Sus ojos parecían salirse de sus órbitas.
-Bueno, basta ya -habló Zet con voz autoritaria-, debemos irnos antes de que hagamos enojar a los demás.
Evan no había notado la presencia de Zet hasta que habló.
Se estaba por acercar a Zet, pero Evan se tiró al piso y empezó a gritar y temblar.
-No te recomiendo eso joven. Soy un brujo muy poderoso, y muy viejo. No hagas estupideces. Hagan lo que digo, y seguirán con vida -espetó.
Zet parecía tranquilo y muy distinto a Jackson. Pero estaba claro que no era de confiar.
Jackson se había levantado del suelo y me miraba con una sonrisa, que si no sacaba de su rostro, recibiría otra de mis palizas.
-Mi Lady.
Jackson hizo una reverencia ante mi. Solo le pase por al lado ignorándolo y abracé a Evan.
-Todo estará bien. Lo prometo -me dijo con voz calma.
Me dio un beso en la frente y dirigió su mirada a Zet.
-¿Quien está al mando? -habló sin ánimos.
-No se encuentra aquí. Y tampoco lo vas a saber hasta que estemos allí.
Zet, me agarró por la cabeza desprevenida. Me miró fijamente. Poco a poco, mi vista se fue volviendo negra. Empecé a gritar.
-¿Por qué la dejas ciega? -ladró Evan.
Se escuchaba furioso. Ya no podía verlo. No podía ver nada.
-Solo por las dudas -espetó Zet-, y a ti también.
No escuché un grito. Estaba segura de que Evan estaba intranquilo.
Devuelta escuché la voz de Zet.
-¿Como sabes que la dejé ciega? -había cierto deje de sorpresa.
Eso lo podría responder hasta yo. Evan era mitad brujo. Él debería de saberlo. Evan tenía los poderes de un brujo. Al parecer, si había más de uno, y no de los buenos.
-No nos habían dicho que eras brujo. Será mejor que tenga más cuidado contigo.
Estaba segura de que habíamos levantado vuelo. Sentía el viento soplar como un huracán, y el clima era mucho más frío.
De solo pensar en estar entre las garras de Jackson, se me revolvían las tripas. No sé cómo habrá hecho Zet, supongo que los brujos tienen ventajas algo inclinadas a su lado.
Estaba segura de que el qué me llevaba, era Jackson. De ser por el, habría tirado a Evan en un precipicio. Sin importarle nada.
Gemí. Algo se había clavado en mi costilla. No quería ni pensar que había sido.
Escuché que el demonio había hecho un sonido gutural como de tal bestia que era. Diabólica.
Ya no soportaba estar colgada de entre dos patas con garras y sin ver. Me sentía un muñeco que movían para cualquier lado, como si nada.
Sabía que tanto como Jackson, al igual que Zet, solo nos estaban llevando con quien en verdad quería hablar con nosotros.
Intenté agudizar mi oído. Lo único que escuchaba era el batir de unas alas, el resto era todo silencioso, y profundo.
Sentía ese vacío que había sentido antes cuando vi muerto a Evan. Y luego todo se volvió desesperante.
Me había dado cuenta de una cosa. Yo quería a Evan.
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Capítulo 19
Mi vista seguía igual, negra, sin más. Mis costillas dolían, como si alguien las hubiera roto, pero no podía quejarme. No podía hablar. No sentía ni una minúscula parte de todo mi cuerpo. Sentía mi sangre dejar de circular, como si todo en mi hubiera dejado de funcionar, todo mi sistema se congelara con el fuerte viento. Hubiera sido extraño que no nevara, pero no estábamos en invierno, pero en ese lado, todo parecía ser mucho más frío de lo normal.
Ya no sentía el frío despiadado que calaba mis huesos y me dejaba sin aire. Era una masa flexible que podrías doblar en muchas partes.
No valía la pena abrir los ojos, si todo lo que vería sería negro y más negro. Prefería cerrar los ojos a pensar que estaba temporalmente ciega. No era agradable.
Traté de moverme entre las garras de Zet o Jackson, pero estaba débil, sin fuerzas. Llevábamos horas así y mi cuerpo estaba inmóvil.
Llevé una de mis manos a mi cintura. Subí mi mano hasta tocar algo afilado. En esos momentos estar ciega era algo favorable de todos modos. Toqué más adentro y sentí la costilla a través de la piel. Estaba húmeda en esa parte, no se de qué.
Poco a poco, llevé mi mano cerca de mis labios. Mi dedo anular rozó mi labio inferior. Pasé mi lengua y el sabor fue espantoso. Metálico y dulce. Sangre.
Me ahogué al escupir lo poco que había ingerido con saliva. Limpié mi mano contra la ropa rápidamente, mientras pasaba mi antebrazo por mi boca sin cuidado.
Esos son momentos en los que uno quiere volver en el tiempo, no haber visto las cosas que vio. Quise llorar.
Por todo. Por Samantha, que la había dejado sola, por Annie, a pesar de solo haberla visto una vez en poco tiempo, por mamá, porque me había roto en mil pedazos, por mi padre, que se había alejado de mí por miedo, y yo de él, por Evan, porque le quería y tenía una cuchilla en mi corazón, que se metía con más y más fuerza, haciéndose inquebrantable, sentía que algo iba mal con él.
No poder verlo era algo estresante y agobiante. Estuve con el dos semanas. Me había acostumbrado a verlo, con sus ojos blancos del color de la sal, su pelo revuelto y su piel como la arena.
Decir que me había enamorado de el era extraño, solo habían pasado dos semanas. Dos semanas. Dos semanas y mi vida estaba de culo.
Drástico, y un poco abominable.
Nunca. Jamás, me había imaginado que pasaría de ir a la escuela como una adolescente normal, común y corriente, a estar del otro lado.
Nunca creí que lo que comentaban los borrachos del bar Stock's fuera verdad. Bueno, los borrachos eran borrachos pero nunca mentían. Ahora podía comprobarlo.
Yo trabajé en Stock's un verano hace un año para pagar una moto que vendí porque mamá se había asustado cuando me caí.
Un anciano decrépito me había dicho:
»-Del otro lado hay cosas. Como nosotros. Parecen mutilados y algún día vendrán por nosotros.
Olvidé eso. Estaba borracho y sucio. Pensé que mentía. Pero lo único que hizo fue conseguir que yo sepa que me engañaba a mi misma.
Maldigo el día que quise involucrarme en la muerte de Taylor Manster. Odié saber que
fue el quien mató a Megan, solo pensarlo me siento asqueada.
Un gutural alarido me sacó de mis pensamientos haciendo que me abrazara ambos brazos. No parecía de dolor, si no más bien de victoria.
Una lágrima cayó por mi mejilla. No quería llorar, no con un demonio pegado a mí, no quería mostrarme débil ante su presencia.
Pronto, sentí mis pies tocar el suelo. Caí rodando. Corrección, me tiraron y caí rodando hasta dar con algo duro que hizo que me golpeara la cabeza.
Todo mi cuerpo temblaba y sentía mi cabeza a punto de explotar. El golpe había sido seco, y había sonado por todo el lugar. Entonces, por lo que podía saber, era un lugar amplio y espacioso.
La temperatura allí era aún más fría que la de afuera. El piso lo reflejaba, estaba más que helado. El olor en el aire era a putrefacción, algo que descubrí que tienen los demonios. Por lo que tardamos en llegar, estábamos muy lejos de la aldea.
Con un ligero roce, toqué el piso y me estremecí. Todo en mi estaba alerta a cualquier ruido que escuchara.
Me levanté del piso, y al instante un mareo se apoderó de mí, pero seguí en pie.
-Devuelveme la vista.
Era Evan. Su tono de voz era furioso y podría jurar que estaba apretando los dientes.
-Niño ángel tu no me mandas -dijo Zet.
Evan rió secamente.
-No soy un niño, tengo ochocientos cincuenta años.
Zet tenía voz calculadora, inspiraba miedo. En cambio, Jackson, es como esos idiotas que te cruzas en lugares turbios y lo único que quiere de ti es aprovecharse.
-Ohh claro. Ochocientos
cincuenta años. Los ángeles duraron bastante. Aunque, yo estuve mucho tiempo antes que muchos de ustedes.
Tenía curiosidad por la edad de Zet. Ochocientos cincuenta años le parecían una burla.
La palabra «Ángeles» resonaba en mi cabeza. Dicho por Zet, parecía basura, algo carente de importancia.
Me acordé de que tenía uno de los cuchillos que me había dado Evan. Lo saqué con sumo cuidado y me lo puse apuntando en dirección a mi cuello.
-Entonces, si no le devuelves la vista a él, me la tendrás que devolver a mí.
Me sorprendí al escuchar mi voz. Era neutral sin ningún rastro de miedo o pánico.
Jackson bufó.
-Estás ciega amor, no puedes verme. Podría sacarte ese cuchillo en un milisegundo.
Estaba preparada para que dijera eso.
Sonrei.
-Lo se.
Entonces apreté los dientes y sentí que la hoja del cuchillo cortaba mi garganta y dejaba tras de sí un tajo. La sangre salió disparada y empezó a mojarme la ropa. No hice ningún ruido. El corte había sido instantáneo, sin dolor.
-Ahora, si no me das mi hermosa vista, tu jefe me verá, pero tirada en el piso y sin vida -insistí.
Esta vez, fue Zet el que habló.
-No estás en posición de negociar conmigo.
No había un atisbo de preocupación en su voz. Sonaba normal, como si se esperara que llegara a hacer eso.
-Como tu quieras.
Estaba por apuñalarme cuando la voz de Evan me hizo parar.
-Liza para. No lo hagas -habló con desesperación.
No le hice caso. Clavé el cuchillo en mi estómago. Largué un grito sofocado que sonó en todo
el lugar. Noté ese sabor espantoso en mi boca, el de la sangre.
-Basta. Les daré la vista de nuevo -habló Zet rápidamente.
Caí de rodillas al piso tomando mi abdomen con ambas manos. Sentía mis pulmones quedarse sin aire.
Mi vista volvió a la normalidad. Todo se veía gris.
El techo se alzaba en forma de cúpula alrededor del lugar. Las paredes eran de granito oscuro. Había escaleras a ambos lados y en el medio, había una estatua de cerámico de un demonio, y a sus pies personas con una frase:
El que encuentre su vida, la perderá, y el que la pierda por mi causa, la encontrará.
Era algo repugnante esa estatua usada con una frase bíblica.
Evan corrió y se arrodilló a mi lado poniendo sus manos sobre la herida del estómago.
El dolor se desvanecía lentamente. Mi respiración volvía a ser normal y la herida se cerraba como una cremallera.
Me levanté con cuidado y abracé a Evan. Verlo y sentirlo devuelta era acogedor. Todo en él lo era.
Se separó de mi solo un poco para mirarme a los ojos.
-No me hagas nunca más eso.
Asentí y le di un rápido beso en los labios.
Unos aplausos resonaron en todo el lugar. Evan me agarró la mano con fuerza y miré en su dirección.
En donde las escaleras se unían, había un hombre alto y flaco de piel blanca como el papel. Sus ojos eran de un verde profundo y su cabello era negro azabache. Este lo tenía muy bien peinado para atrás, dejando resaltar más sus pómulos puntiagudos. Llevaba puesto un traje color morado y un pañuelo negro en su bolsillo izquierdo.
Miré en dirección a Jackson y Zet que miraban al hombre con respeto y adoración. La mirada de Zet tenía algo de recelo.
Evan estaba tenso, más que nunca. Sus venas se marcaban en sus brazos y cuello. Tenía sus cejas caídas de la porción media. Estaba disgustado.
El hombre desde la escalera sonrió.
-Hola Evan.
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Capítulo 20
El odio, la venganza y la repugnancia, son actitudes que se presentan cuando vez a la persona que te lo produce. Juntas, pueden quemar.
El odio. Muestra lo oscura que puede llegar a ser el alma de uno mismo. Te muestra el lado oscuro de tu ser, sin piedad. No importa lo que hayas sido, no importa lo que eres, solo toca la puerta de tu amor y lo destruye.
La venganza. Es como un espejo de la hambruna y la gula. Eres capaz de morir por un trozo de pan con tal de calmar el dolor, pero lo único que consigues es morir de todas formas.
Y la gula, porque a pesar de estar satisfecho siempre quieres más y más y no descansas hasta tenerlo. Lo único que provoca, es la auto destrucción de uno mismo.
La repugnancia. Es la peor de las tres. A diferencia del odio y la venganza, es irrevocablemente letal. Parece inferior que el odio, subestimada por la venganza, pero la repugnancia es el principio del fin de tu alma tranquila. Altera tu orden psicológico haciéndote caer en el pozo de la desesperación. Desesperación por la venganza y el odio hacia una persona.
Eso reflejaba Evan. Odio, venganza, y repugnancia. Sus ojos parecían llamas de fuego rojo sangre a punto de chocar contra su pared de autocontrol psicológico.
Sabía que estaba en el pozo de la desesperación pero estaba segura que el no quería salir de allí.
El hombre de traje morado bajo la escalera con la espalda recta, su cabeza inclinada hacia tras como si mirara a todos desde arriba, como si fuera más, y su molesto andar perfectamente alineado en tiempo igual por cada paso que daba. Inhumano.
Cada vez que daba
un paso y se iba acercando, Evan parecía estar volviéndose de piedra, como arcilla secándose.
El hombre se acercó hasta mí, y me sonrió. Tenía los dientes afilados como un tiburón y sus ojos mostraban crueldad.
Estaba por agarrar mi mano cuando Evan se la agarró en el intento.
-No la toques.
Decidí que si íbamos a hablar yo también lo haría.
-Evan. ¿Quien demonios es?
El me miró triste y formuló un «lo siento» con sus labios.
-Oh por el amor al Infierno, pensé que lo sabías Elizabeth.
Su mirada era en verdad curiosa.
Miré a Evan en busca de ayuda pero el solo me seguía mirando. Inmutable.
Del lado izquierdo, tenía al tipo de traje y del derecho, a Evan. Sus miradas eran oscuras y profundas, como si se hubieran aliado para mirarme de esa forma.
-Zet, Jackson, se pueden retirar -ordenó el hombre.
Sin ninguna acotación, ambos se retiraron del lugar y se fueron por una puerta que no me había percatado de que estaba allí. Era importante visualizar salidas por si acaso.
-Supongo que tu eres quien querías hablar con nosotros -observé desconcertada.
Su rostro se puso serio.
-Esta claro -repuso-, tenemos mucho de que hablar -miró a Evan.
-¿Por qué nos buscas? -pregunté.
-En verdad que no sabes nada. Pensé que Evan confiaba en ti.
Fruncí el ceño.
-Usé un hechizo de localización. Zet me dijo que era con sangre.
-Tu nunca me habías contado sobre ese tipo de hechizos -. Hablé mirando a Evan. Estaba perdiendo la paciencia. Todo ese tono misterioso
y subjetivo me estaba volviendo loca-. Quien eres?
-Soy Robert Fernsby.
Mi corazón había parado de latir y sentí mis piernas temblar. Respiré hondo.
Evan me miró cauteloso. Yo lo miré con cara de «hey, este tipo estaba muerto». Al parecer no.
-Parece que ya te habían hablado de mí, aunque... Claro, no te habrán dicho cosas positivas al respecto.
Seguía sin habla. Tener al demonio más viejo y probablemente el más poderoso, delante mío era aterrador.
-Siganme.
Evan lo siguió y yo detrás de el.
Entramos por la puerta en la que habían desaparecido Zet y Jackson.
Delante nuestro, había una sala con un escritorio de madera color negro, y a su alrededor, una biblioteca atestada de libros. La vista era impresionante. Incluso mirar hacia arriba y ver un círculo de libros, te mareaba.
Mientras Evan y yo observábamos el lugar, Robert se sentó en unos sillones que había en el lado derecho de la sala.
-¿Por qué nos raptaste? ¿Que quieres? -preguntó Evan frío.
-Me ofendes. ¿Qué te hace pensar qué quiero algo de ti?
Evan se encogió de hombros.
-Bueno, el hecho de que nos trajeran a la fuerza me hace pensar eso.
Robert sacudió su mano.
-Ohh, tampoco es que no quiero nada.
-¿Entonces que quieres? -entrecerró los ojos.
Robert sonrió triunfante.
-Quiero a la chica.
Se hizo silencio pero Evan negó rápidamente.
-No.
-No sabes porque la quiero.
Evan tardó en contestar.
-Por supuesto que no sé porque la quieres, pero
viniendo de ti, no es nada bueno.
Mierda y la mismísima mierda.
Robert me miró y no pude evitar ponerme nerviosa. Se levantó del sillón y se acercó hasta mí.
-¿Por qué decidiste cruzar?
Al principio, no entendía a que se refería, pero luego, supe de que me hablaba. No le respondí.
-¿Por qué viniste? -insistió.
Negué con la cabeza.
Robert me agarró por el cuello apretando su mano contra este.
-¡DIME! ¿Por qué?
-Sueltala -se acercó Evan.
-Taylor Manster. Yo... Quería saber porqué murió Taylor Manster -Contesté con voz entrecortada
-¿Ves? No era tan difícil decírmelo -su voz volvió a ser tranquila.
Entonces el me soltó y el aire volvió a mis pulmones. Tomé varias bocanadas de aire antes de volver a hablar.
-¿Estás bien? -dijo Evan preocupado.
Con una mano sosteniendo mi cuello y la otra en forma de seña de que estaba bien le contesté.
-¿Por qué quieres saberlo? -dije.
-Fácil. Simple curiosidad. Ya sabes. Lo encontraron en estado de ebriedad, y sin control de sí mismo. ¿Que creés? Te tengo que contar un secreto -guiñó un ojo en mi dirección.
Sabía lo que iba a decir. Robert era demasiado eficaz, algo sin control. Era odioso e inspiraba miedo, pero por alguna razón, no le tenía miedo. Parecía una clase de chimentos entre amigos, aunque, esto era todo lo contrario.
-Yo lo maté -Lo dijo sin más. Algo típico, normal. Como si lo hiciera todos los días -. Me lo crucé en la gasolinera. No creo que haya sido impredecible. Lo había visto,
tenía planeado matarlo. Bueno... No matarlo, más bien... Transformarlo -Evan estaba hecho una furia, pero Robert solo lo ignoró -. Pero ese chico me hizo enojar. Lo iba a descuartizar, pero me contuve. En vez de eso, me le puse en el camino y salió disparado fuera de la carretera.
-Estas demente. Técnicamente lo mataste de todas formas -Expuse con horror.
Robert sonrió.
-Vaya que sí.
-¿Que hiciste con Manster? -replicó Evan.
La risa de Robert resonó en el lugar. Me estaba hartando que todo le resultara tan normal. Sin duda lo hacia para molestarme a Evan y a mí.
-Esa es la parte graciosa. Después de que el chico muriera, lo marqué con mi sangre en su pecho. Todos esos idiotas de la policía creyeron que había perdido el control de su camioneta -dijo con desdén agitando la mano-, típicos humanos, hacen cualquier cosa y no tienen el menor cuidado -resopló remarcando la palabra «humanos» con desprecio-, así que, ¿qué tanto te interesaba ese chico?
--No me interesaba, simple curiosidad. Ya sabes -. Dije imitando sus palabras con voz glacial.
Él me miró con un brillo en sus ojos y se rascó la barbilla.
-Ya veo. Bien. Como sabrás el cuerpo de Taylor había desaparecido. Por causas naturales, al ser marcado, vuelves a la vida.
Recordé cuando habían dicho que su cuerpo había desaparecido. Anterior a eso, había visto su reflejo en el espejo del baño de Samantha.
-¿Quieres decir que...
-Liza... -me interrumpió Evan en tono de advertencia.
-No seas tan dramática -Robert frunció el ceño-. Taylor -llamó.
Taylor apareció por la puerta de la sala al instante. Estaba diferente. Tenía la piel más clara y su pelo estaba despeinado. Sus ojos marrones se clavaron en mí. Estaba incluso más flaco, su expresión de incredulidad de siempre había cambiado, era calculadora, la de un maniático.
Caí de rodillas al piso.
-Esto no puede estar pasando -hablé en un susurro.
Robert se acercó a Taylor y le puso sus manos en los hombros.
-Taylor saluda a tu investigadora.
Taylor sonrió.
-¿Me extrañaste Liza?
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Capítulo 21
¿Qué debería haber hecho? No lo sé. ¿Qué debería sentir? No lo sé.
Esperaba que todo fuera una pesadilla de las que te dejan sin aliento, las que parecen reales.
-Liza.
No. No era una pesadilla. Era la realidad. La cruel y devastadora realidad.
-¿Liza me escuchas?
Parece un chiste. Una burla. Algo que no podía controlar. Que nadie podía controlar.
La realidad. Que difícil es aceptarla a veces.
-Liza mirame.
Si. Demasiada compleja. Todos quieren vivir en un sueño. Porque ahí, no te enfrentas a la realidad. Si, los sueños podrían llegar a ser una escapatoria. Pero la realidad, siempre está acechando, esperando el momento indicado.
-Liza, por favor.
Estaba de rodillas aún, pensando. La realidad se había alejado, no lo suficiente como para escuchar la voz de Evan llamándome con desesperación. No lo suficiente para que olvide que Taylor Manster estaba vivo. Que era un demonio y estaba ante mis ojos.
Miré a Evan. Este me devolvía la mirada con sorpresa y algo de incertidumbre.
Apretó su mano contra la mía. Era reconfortante. Me daba fuerzas.
Me levanté del piso y me armé de valor para mirar a Taylor con expresión neutra.
-Taylor -mi voz sonó temblorosa al pronunciar su nombre.
-Prune.
Su voz hizo que mi pelos se pongan de punta. Era la voz de alguien frío y egocéntrico.
Puso su cabeza de costado examinádome como un perro. En ese movimiento, en esa expresión, había algo extraño, diabólico.
-Es raro que no te haya echado el ojo en el instituto. Eres
sexy -sonrió.
Bueno, algunas cosas no cambiaban. Siempre fue así con todas las chicas.
Evan me soltó y levantó el dedo del medio.
Taylor hizo una mueca divertida.
-Mmmm, pensé que los ángeles eran buenos y santos. No unos niños maleducados.
Evan sonrió irónico.
-Descuida, solo somos muy malos cuando queremos acuchillar a alguien o cortarle la cabeza, no te preocupes -dio como respuesta.
Robert, que hasta ese momento había guardado silencio, habló:
-Miller, no te pongas celoso de Taylor, de todos modos, Elizabeth está enamorada de ti. Todavía.
Odiaba que me dijeran Elizabeth.
-Tu te apareciste en el baño de Samantha, ¿verdad?. Yo no estoy loca.
Taylor se acercó y por instinto, di unos cuantos pasos hacia atrás. Quería tocarlo, sólo para comprobar que el estaba allí, y que estaba hablándome.
-¿Recuerdas eso? Le hice lo mismo a mi padre, aunque estaba borracho y pensó que estaba loco, ligeramente lo está.
Sin pensarlo le pregunté:
-¿Tú sabías lo de mi madre y Thomas?
Él se rascó la barbilla.
-Si, lo sabía. Lo que no sabía, era que tu eras la hija de Claire -sí, así se llamaba mi madre. Hace mucho tiempo no escuchaba su nombre-. El día que todos anunciaban haberlos visto juntos, yo no entendía nada. Me había despertado en una mesa rodeado de fotos mías, aparatos raros, y unos papeles que llamaron mi atención: el informe sobre mi muerte. Estaba desconcertado. Yo no estaba muerto -rió como si eso fuera gracioso-. Me levanté y me fui de ese lugar.
Fui a mi casa, como si nada. Thomas estaba borracho y miraba la television. Estaban divulgando que tenía una relación. Yo ya lo sabía. Sentí en mi pecho algo qué se abría. Una conexión. Contigo -. Abrí los ojos a más no poder-. Veía imágenes tuyas en mi cabeza, quizás algunas del instituto, pero nunca te había visto siquiera. No se cómo fui a parar a donde tú estabas. Solo... Lo sabía. Descubrí que tenía más agilidad, me estaba volviendo más fuerte, sentía que tenía la energía de mil personas. Me metí en el departamento de tu amiga, en el baño. Entonces te vi. Saliendo de la ducha.
Me puse nerviosa. Pensar que Taylor Manster me vio desnuda me dio ganas de vomitar.
-Descuida, no vi nada. Tu no te diste cuenta de mi presencia hasta que viste mi reflejo. Tu expresión era espeluznante, como si hubieras visto un fantasma -sonrió-. No supe que hacer, así que salí a toda velocidad de allí. Pensé que era una pesadilla, de las malas -rió secamente-. Con suerte, ese día, recordé donde había muerto. Fue curioso, también recordé que había matado a Megan. Supongo que nunca tendré remordimiento, puede que hasta incluso lo haya disfrutado.
Me quedé boquiabierta.
-¿Que hiciste con Taylor? Se que sientes culpa, que el remordimiento te vuelve loco. Lo sé.
-Yo no siento culpa Liza. Yo la maté porque quería, aún siendo humano -dijo con aire despreocupado.
Lo miré con odio.
-Cuando estuve en el lugar donde fue mi muerte, también fue mi primera transformación. Sentí a mi piel abrirse como un tejido. Me empezaron a salir garras.
Mi piel... Bueno, supongo que ya sabes. Y te vi a ti. No sabía que mierda hacías en ese lugar. Tenía hambre. Quería destriparte. Tu olor. Todo en ti... Me atraía. Tú estabas ligada a mí.
Evan gruño.
-Yo no estaba interesada en ti, no de la manera que piensas, solo es que...
-Si, lo estabas. ¿Cuantas muertes hubo? ¿Cuantas hubo y tu no te interesaste? ¿Y la muerte de mi madre? Tu decidiste buscarme -sus ojos brillaron.
No era que estaba interesada. Era algo más fuerte. Como la curiosidad, pero peor. Algo que no podía descifrar y era mejor dejarlo enterrado.
Estaba furioso. Supongo que el nombrar a su madre todavía le hacia mal.
-No sabía lo que hacía. Pensé que podía ayudarte, que podía ayudarte con tu muerte. Para que estés en paz -mis lágrimas no tardaron en salir.
-Yo estoy en paz Liza. Soy feliz.
Negué con la cabeza.
-No. Tú estás condenado. Tú eres un demonio y lamento que estés pasando por esto. A pesar de que mataste a Megan, de verdad, lo siento.
Todo encajaba. Su aparición en la casa de Samantha. Su desaparición del laboratorio. Y lo peor, su aparición en el lugar de su muerte.
Muchas preguntas encontraban su respuesta, pero muchas otras se generaban.
El ambiente estaba tenso, como estar sobre moscovita y tratar de no caer al vacío infinito.
Estaba segura que lo qué nos seguía por el bosque a Samantha y a mí, era Taylor Manster. El muerto buscó a su justiciero.
Me rasqué la nuca clavando las uñas en ella.
-¿Que es lo qué quieren de mi? -pregunté insegura.
Taylor
sonrió.
Robert seguía sin moverse y me miraba. Penetrante y calculador.
-Creo que debes saber la verdad -comentó Robert.
-Debe saber la verdad -lo corrigió Taylor.
Miré a Evan que tenía el ceño fruncido y los dientes apretados. Su espada relucía en su cinturón como un diamante. Estaba tan confundida como él.
-¿Qué hiciste con mi mujer, Evan? ¿Qué hiciste con ella?
-La maté -murmuró.
Robert agitó la mano con desdén.
-No. Eso ya lo sé. Quiero decir, ¿qué hiciste con ella?
Evan no parecía sorprendido, mas bien, parecía pensativo. Supongo que se esperaba que supiera que fue él quien la mató, después de todo, fueron muchos años.
Robert se acercó con el sigilo de un gato a Evan.
Entonces le dijo en un susurro que solo escuché porque estaba a su lado:
-Haz un poco de memoria -dice mientras Taylor se me acercaba poniéndome un cuchillo que no había visto sobre la garganta -, ¿porqué me engañó?
Evan respiró pesadamente.
-No lo sé.
Robert le clavó sus garras en el cuello a Evan. Grité pero Taylor me tapó la boca.
-Bueno, si no lo sabes, tendré que contar mi historia sumamente agradable -su voz sonaba alterada.
Robert lo soltó y Evan ahogó un gritó llevándose la mano al cuello.
Golpeé a Taylor con mi codo en el estómago pero apenas se movió. Entonces lo mordí y me soltó sin cuidado.
Me acerqué a Evan y vi cinco profundos huecos en su cuello lleno de sangre.
-La sangre de ángel; siempre me resultó más deliciosa que la de los humanos
-comentó Robert relamiéndose los dedos.
Mis impulsos por vomitar aumentaban cada vez más. Era algo sumamente asqueroso.
Volví la vista a Evan. Este me sujetó con ambas manos la cara. Sus ojos estaban apagados. Tristes.
-Los demonios y los ángeles siempre fuimos distintos. Ellos preferían salvar la humanidad, que no había hecho nada por ellos, y nosotros, consumirlos.
Miré a Robert incrédula.
-Una bruja, Annalise, era la madre de Morgan. Supongo que ya lo sabías. Ella nos ayudó, teniendo en cuenta qué, todas formas la íbamos a matar a su hija.
Annalise.
Morgan.
-Annie -susurre-, ¿qué le hicieron? -hablé en tono especulador.
-Taylor le cortó el cuello. No quiso ayudar con tu búsqueda. De todas formas, te iba a encontrar.
Evan carraspeo.
-Por eso Annie tenía confianza contigo -me giré para mirar a Evan-. Ella era la madre de Morgan, tu novia... -lo señalé.
-¿Muerta? Si, Morgan complicó bastante las cosas. Y todo por un amor imposible -dijo Robert mirando a Evan-. Traicionar por amor. El amor. Es un chantaje. Lo mejor que pude haber hecho fue mandarla a la horca por sabotear nuestros planes. Igual que su madre; una estúpida bruja que por amor a los ángeles, murió.
Evan sacó su espada y se estaba acercando a Robert hecho una furia, pero Taylor lo detuvo.
-Sal de mi camino.
-¿Y si no quiero?
Mala contestación.
Evan se le abalanzó y lo tuvo en el piso con la espada en el cuello en rápidos movimientos.
-No... Lo hagas -dije con la respiración agitada.
-Dame una razón
para que no mate a este idiota -. Evan aseguró más su agarre a la empuñadura de la espada.
No sabía que decir.
-Siempre tuviste problemas de ira. Hasta cuando fuimos aliados -. Me sorprendí al escuchar a Robert.
-Nunca lo fuimos -repuso Evan bajando la espada, no sin antes pegarle un puñetazo en el rostro a Taylor.
-Porque me traicionaste.
-Sabes porque lo hice.
-Venganza -rió Robert-, si de hecho nunca me confíe de ti. Pertenecíamos a Daímones apó ton Ouranó con un solo fin: exterminar humanos. No era necesaria la confianza, solo el objetivo. Éramos demonios y ángeles que querían lo mismo. Un secreto que muy pocos sabían. El precio por querer ser uno de nosotros, era masacrar a un humano y mezclar la sangre de ángeles y demonios. ¿Qué se siente haber traicionado a tu especie solo por venganza, Evan Miller?
Evan se tensó más de lo que estaba, duro como una piedra.
-Solo te dejé entrar para ver hasta donde querías llegar. Debo admitir que me sorprendiste -comentó Robert caminando por la sala-. Matar a Elizabeth, fue algo que no imaginaba.
Ella me contaba todo, al principio. Me decía que eras encantador y que eras muy bueno en combate. De eso no dudaba. Después de un tiempo, estaba más paranoica. Ella nunca mató a un humano. Jamás -. Robert apretó los puños-. Creo que estaba enamorado, ciego de amor, para no darme cuenta que ella al ser un ángel, y yo un demonio, no sería fácil. Y no lo fue. Elizabeth quedó embarazada. Me sentí herido. Traté de envenenarla en las comidas,
para matar al bebe.
De pronto, me sentí mareada. Era horrible escuchar eso decirse tan tranquilamente.
-¿Como pudiste envenenar a tu esposa? Podrías haberla matado -. Dije horrorizada.
Robert tamborileó sus uñas largas y negras sobre el escritorio.
-Era un riesgo que debía correr. Ese niño no podía nacer. De todas formas, el bebé nació. Creo que ella sospechaba que quería matar a su bebe. Un día ella descansaba con el bebe en brazos. Lo agarré y le rompí el cuello.
Quise llorar pero no podía. No debía mostrarme débil ante él.
-¿Como pudiste... Matar a tu hijo? Eso es...
-¿Inhumano? -dijo alzando la voz-, yo no soy humano.
-Eres un...
-Elizabeth -replicó interrumpiéndome-, se llamaba igual que tú.
Me agarró un escalofrío.
Empezaba a creer que Robert me quería para suplantar a su esposa muerta.
-Elizabeth lloró por semanas, todas las noches, al lado de la cuna del bebe. Dejó de hablarme con el tiempo, incluso me evitaba lo más posible. Con el único que hablaba, era con Evan.
Robert se quedó pensativo, mirándome.
-Una noche, fui al bosque. Estaba pensando en mil maneras de matarte, Miller. Pero algo me detuvo. Elizabeth, estaba tendida sobre la tierra, llena de sangre, y un cuchillo clavado en su corazón. Muerta. Sin vida. Nunca volví. Solo quemé su cuerpo y me fui por otro camino. Desaparecí.
La voz de Robert se estaba tornando extraña. Ronca y más monstruosa.
-Pero aquí me tienes. Dispuesto de hacer tu vida una pesadilla -dijo extendiendo los brazos-, y para contar las verdades que no has dicho a nadie en todos estos años -Evan estaba pálido. Distante -. Vamos Evan. Estás enamorado de Elizabeth. El amor es ciego -me miraba aún, con los ojos rojos. Se estaba transformando-, el amor te destruye. Está basado en mentiras. Dile Evan. Dile definitivamente la verdad. O eres demasiado cobarde para aceptar que mataste a su madre.
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Capítulo 22
Mi mamá. Claire. Muerta.
-Claire -dije en un susurro.
Taylor me miró incrédulo. Luego me sonrió.
-Claire está bien, revolcándose con Thomas. Bueno, no del todo bien. Piensa que algún día volverás.
Tu desaparición la volvió algo desquiciada.
El pánico recorría cada parte de mi cuerpo, como la sangre.
Robert, parecía ya harto de la situación, incluso aburrido. Miró a Evan con severidad.
-Dilo.
Mi mirada pasaba de Robert a Evan con cada respiro que daba.
-Él no mató a Claire, el mató a Elizabeth. Ya lo sabías pero porque no decirlo de nuevo. Tu madre -. Habló Robert burlón.
No lloré. Tampoco iba a hacerlo. Llorar te hace débil, frágil. Hay que ser fuerte, tragarse todo. El odio, la venganza... La repugnancia. Ser fuerte. Ser fuerte. Ser fuerte. ¿Pero que es lo qué nos hace débil? ¿Qué es? ¿Confianza? Puede ser.
Confianza en alguien. Confiar. Confiar, en lo que dice uno. Creer lo que nos dicen. Que todo va a estar bien. Pero muy dentro tuyo, sabes que la persona en la que creés, a la que le entregaste tu confianza, te va a decepcionar. Solo es cuestión de tiempo, darse cuenta de lo que no pudimos ver. La mentira.
Eso sentía yo. Estaba en un agujero negro. La desesperación era mi guía a la nada. El pozo de la desesperación.
-Liza, lo siento.
No sabía a que se refería. A cuál de todas sus mentiras. Su voz, la que me gustaba, ahora sonaba gastada y arrugada, como si le hubieran pasado los años.
Evan intentó agarrarme la mano pero me solté bruscamente.
-No
me toques. No me digas que lo sientes. ¿Que es lo qué sientes? ¿El hecho de haberme mentido? ¿Haberme rescatado en el bosque? ¿O besarme? -hablé elevando el tono de voz y con asco-. Creeme, yo lo siento.
Miré a Robert. Tenía sus dedos largos entrelazados y las piernas cruzadas, prestando atención a cada palabra con ese brillo expectante en sus ojos.
-Tú -dije señalándolo-, tú no eres nada -solté con desprecio-. No eres mi...
-¿Padre? Si, lo soy. Todos estos años lo fui.
Robert parecía disfrutar la situación.
Mi cabeza no paraba de dar vueltas. Ya no sabía que pensar. ¿Que se supone que debería de pensar?
-Te observé durante años. Tu ni siquiera me notabas, por suspuesto. Cuando vivías en Jacksonville, hace treinta y seis años, te vi en la playa. Estabas nadando con unos amigos. Te gustaba mucho nadar -dijo Evan serio.
Negué con la cabeza frenéticamente.
-No, yo nunca viví en Jacksonville. Y mi única amiga de toda la vida es Samantha.
Robert rió secamente.
-Ese es el problema Liza. No eres humana. Tu madre te estuvo ocultando por años. Ella estaba muerta, si, pero eso no impidió que Alice te escondiera.
La duda creció dentro mío.
-¿Alice?
-Alice Howe, una bruja cercana a Elizabeth. Cada vez que creías cumplir dieciocho años, te visitaba y borraba todos tus recuerdos de esa vida. Igual que tus familiares, amigos, todo. Era como si nunca hubieras estado allí, invisible. Todo lo que creías haber vivido con ellos, lo olvidabas -Evan sonaba disgustado.
Tenía
un nudo en la garganta. Quise articular una palabra, pero en vez de eso, salió un gemido.
-Es imposible. ¿Co-como es que lo sabes? -tartamudeé.
Evan respiró hondo. Estaba un poco alejado de mi, dándome mi espacio. Quería que este conmigo, a mi lado, pero no podía.
-Ella te estuvo escondiendo toda la vida. Para que no veas todo esto. Para alejarte de mí.
Cada palabra que salía de la boca de Robert, era agobiante, estresante.
El se me acercó hasta mi y pude sentir todo. Su olor, su cara, su piel. La muerte.
Miré hacia un costado. No quería ver su cara. No quería que viera el dolor que me daba saber que era su hija.
-Mirame a los ojos, Elizabeth.
Suspire. Levanté la mirada hasta quedar mirando sus horribles ojos rojos. Algo se estrujó dentro mío haciendo que quiera apartarlo rápidamente.
-Eres igual a tu madre -replicó poniendo su asquerosa mano en mi mejilla-, ahora ella no podrá alejarte de mi. Tu lugar, es a mi lado. Nuestro lado.
Apreté los puños a los costados clavando mis uñas en la palma de la mano.
-Antes de estar a tu lado, prefiero pudrirme en el infierno -dije entre dientes.
Robert me miró dudoso y luego mostró sus dientes.
-El infierno. Si, ya veo.
Entonces todo lo que veo es que Taylor lanza un cuchillo y le da justo en el pecho a Evan. Su cara era neutra, sin nada. Su remera se estaba tiñendo de un color escarlata mientras caía de rodillas al piso.
Lo único que pude hacer, fue sofocar un grito antes de que Robert me agarrara por atrás y torciera mi brazo
izquierdo.
-Piensalo bien, si no quieres ver muerta a tu amiga humana -, me dijo en un susurro-. Puedo matarlo a él definitivamente, pero si colaboras, podría dejarlo vivir un poco más.
Robert me suelta y el aire que estaba en mis pulmones salió disparado hacia fuera.
Por la puerta del estudio, entra Zet con Samantha. Inmóvil.
Ella al verme empieza a removerse junto a Zet.
-Liza no puedo moverme -habló forcejeando.
-Esta hechizada, no podrá hacer nada.
Miré a Zet con recelo. Pensar que era más bueno que Jackson, era engañarme.
-No le hagas daño. Haré lo que pidas -hablé suplicante.
Robert me sonrió y se encogió de hombros.
-¿Ves? No era tan difícil que cooperaras.
-Perdón Liza quise salir un poco al bosque y ellos me encontraron -dijo Samantha entre sollozos.
-Esta bien, no pasa nada -traté de tranquilizarla.
Tenía miedo. Evan consiguió pararse, pero Taylor le clavó otro cuchillo en el estómago. Más sangre.
-¿Sabes qué cosas no cambiaron desde mi transformación? La puntería. Siendo humano, era horrorosamente bueno -comentó riendo egocéntrico mientras jugaba con la punta de otro cuchillo.
Tenía los nervios de punta y la rabia se apoderaba de mi. Impulsada por mi odio, me acerqué a Taylor pacíficamente y le di un puñetazo en su rostro.
-¿Sabes que no cambió desde que estabas vivo? Tu estupidez.
Mis nudillos dolían como la mierda, pero valió la pena. Quería pegarle desde que supe que mató a su novia.
-Auch. La niña ya está mostrando su lado oscuro, ehh.
Me quede boquiabierta.
Yo no era un demonio, no lo era.
-Por favor, quiero conservarlos a ambos a mi lado.
Eso habría sonado gracioso si no estuviera aquí, en este momento. Yo no me peleé con Taylor por el puesto de la mano derecha de Robert. Tampoco era una pelea, más bien, acuerdos.
Evan, que hasta ese momento no había dicho ni una palabra, habló:
-Liza no lo hagas, no dejes que te cambie -dijo con voz ahogada.
-OHHH CALLATE YA. ME TIENTAS A JUGAR TIRO AL BLANCO CONTIGO.
Taylor hizo un amague con el cuchillo.
-Eres un idiota -escupió Evan.
Taylor revoleo los ojos y suspiro.
-Ya me lo han dicho tantas veces, que pierde su sentido.
Taylor se acerca y le clava el cuchillo en la garganta. Evan lanza un grito desgarrador que hace que me estremezca.
-Oh, por Dios -dice Samantha con los ojos abiertos como platos.
Una lágrima se escapó por mi mejilla.
Esta vez, me acerqué a Evan. Ni Taylor, ni Zet, ni Robert, me lo impidieron.
Este escupía sangre por la boca y su cara demostraba horror. Pero no porque tenía miedo, ni dolor, yo sabía porqué.
Me arrodillé a su lado y agarré su cara con ambas manos, pegando mi frente contra la de él. Sentí esta mojada por la sangre.
-Liza...
Cerré los ojos. No podía mirarlo. Si lo miraba, sería capaz de pegarle y al mismo tiempo, besarlo.
-No sé que es lo qué vaya a pasar pero te amo y te odio. Me mentiste, y juraste en el lago que esa era toda la verdad -Recordar ese día me hacía sentir fatal conmigo misma. Por creerle y porque lo quería-. Pero nunca podría olvidarme de ti, Evan Miller.
El acaricia mi pelo con su mano débil y llena de sangre.
-No puedes...
Antes de seguir escuchándolo, me levanté de su lado.
Miré en dirección a Samantha. Su miraba triste. Samantha, que nunca lloraba, que era fuerte, estaba devastada. Tenía ganas de abrazarla. Que ella estuviera aquí, era mi culpa. Yo la había impulsado a querer que me ayudara con la muerte de Taylor. Nunca podría perdonarme por eso.
Me acerqué a Robert y este me agarró por los hombros con suavidad.
-Hiciste lo correcto, Elizabeth.
Miré a todos. A Zet, que me miraba con un brillo en sus ojos. Samantha, que lloraba desconsoladamente. Taylor, que sonreía, y por último, Evan. Estaba cubierto de sangre y me miraba directamente a los ojos haciendo que se me estrujase el alma.
Robert me empezó a empujar a la entrada. Zet se corrió a un lado y pude sentir a Samantha rozar mi hombro.
Sabía que eso era una despedida, que no podría volver a verlos. Ni a ellos, ni a mis padres. Mis padres que cuidaron de mi mientras tuve memoria. Ahora, esos días, parecían estar lejos, fuera de mi alcance.
Les dediqué una mirada más a Samantha y a Evan antes de que Robert cerrara ambas puertas y ya no pudiera verlos.
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Transición
Cerré los ojos un instante. Necesitaba pensar en lo que estaba a punto de hacer. No dudaba en hacerlo. No si eso significaba proteger a los que amaba. Después de todo, yo pertenecía a todo esto.
Las puertas de lo que parecía ser un despacho, estaban cerradas antes mí. Estaban tan tranquilas y sin movimiento, que hasta incluso parecían burlarse de mí.
Respiré tan hondo que sentí el frío aire del lugar recorrer todo mi cuerpo por dentro.
-Dejalos irse. Ellos no tienen nada que ver en esto -dije aún mirando las puertas cerradas.
No podía mirarlo, no a él. Pensar en el como mi padre de sangre me hacia sentir algo oscuro en mi alma, sucia.
Robert me agarró firmemente de la cara. Sus uñas clavadas en mi carne me daban escalofríos.
-En eso te equivocas. Ellos, tienen mucho que ver, sobre todo Evan. Quiero verlo sufrir -dijo con voz amenazante.
Mi pecho se encogió. «Quiero verlo sufrir». Esas palabras resonaban en mi cabeza como una melodía fúnebre.
Una lágrima cayó por mi mejilla.
-¿No te parece eso ya mucho sufrimiento? -hablé con voz neutra mirándolo.
El sonrió tan cerca de mi cara que no pude evitar tirarme un paso para atrás sin soltarme de su agarre.
-Todos algún día pagamos por nuestros errores. Con sacrificios. Al contrario. Esto, le hará reflexionar sobre lo que hizo -dijo con la voz demasiado baja-, sobre lo que eres ahora. Quiero que sea capaz de ver cuando desgarres un cuerpo humano y tu lado demoniaco se expanda por cada
milímetro de sangre, de tu cuerpo. Y ahí el sabrá... Tu sabrás, que no habrá nada más placentero que eso. La sangre.
Reprimía cada lágrima que quería salir. No me podía permitir ser débil. Ahora no. Quizá ya nunca lo fuera.
El me soltó y luego se giró para verme.
-No lo quiero muerto, si eso es lo que te preocupa. Lo quiero vivo para que por cada cosa que tu hagas, el lo vea. Porqué te ama. Y el amor, es destrucción.
Me costaba respirar. El aguantar el llanto lo complicaba aún más.
-Necesito tomar algo -dije entre jadeos.
El asintió.
-Claro. Sígueme.
Miré una última vez las puertas y seguí a Robert.
Era algo siniestro pensar como cambiaba de actitud a su gusto. Hace unos instantes tenía un gesto amenazador, ahora, sólo estaba caminando. Me pregunto cual sería su punto débil. Era demasiado imponente como para tenerlo.
Robert se paró en seco y sin mirarme dijo:
-¿Lo sientes?
No estaba muy segura de lo que estaba sugiriendo esa pregunta. Volví a tomar aire y supe a que se refería. El aire. Estaba caliente. Sentí que no comía hace meses y mi boca estaba demasiado seca.
Me agarré a una pared para no caerme. Veía algo nublado y el calor iba en aumento. Mi cabeza parecía estar a punto de explotar.
Me arrastré hasta una puerta y pude sentir aún más el aire caliente.
-¿Que esta... Pasándome? -me agarré con una mano el pecho y apreté los dientes para mantener la voz calmada.
Robert me miró con un brillo expectante en sus ojos.
-¿Hace cuanto
no te alimentas?
Recordé que con Evan, la última vez que comí fue en la choza donde vivía Annie. El resto de los días, sólo consumí agua.
-Cinco, cuatro días, no sé exactamente.
Mi voz era algo ronca. Sentía en falta el oxígeno.
Robert me agarró brutalmente de la muñeca y me metió con él en la puerta que antes estaba apoyada.
Delante mío, estaba lo que podría ser una sala de tortura. Un matadero.
Había todo tipo de elementos cortantes. Varios cuchillos, un machete, descorchador y otros que no podría descifrar. Las paredes de la habitación, eran muy distintas a las del resto del lugar. Eran de piedra negra, como si fuera una caverna. Sala de torturas.
Caí al piso. El aire se escapaba de mis pulmones. Robert me volvió a levantar sin cuidado haciendo presión en mi brazo.
-¿Que es este lugar? -tosí.
El hizo un amague de sonrisa.
-Este lugar, aquí, es donde matarás a tu primer ángel. Sacrificio. Así, dejaré libre a tu amiga, y a Evan.
Lo miré con recelo.
-¿Como se que cumplirás con tu palabra?
El se encogió de hombros.
-Ellos no me interesan. Sólo me sirven como carnada.
-¿Que hay de Evan? Lo quieres ver sufrir, no sirve si lo dejas irse.
Robert dudó unos instantes.
-Puede ser. Pero el daño psicológico puede ser peor que el físico. Creeme, cuando murió tu madre el dolor fue tan grande que no podría haber sobrevivído. Entonces supe de ti. Llevé años buscándote por cada rincón
del mundo. Para hacer de ti una aliada, mi hija.
Clavé mis uñas en las palmas de mis manos.
-A pesar de que cambie, nunca va a ser de verdad, yo nunca podría lastimar a alguien.
Robert agarró un cuchillo de la mesa. Abrió mi mano y la cerró sobre el mango del cuchillo.
-¿Eso crees? No tienes una idea de lo que eres capaz de hacer, Elizabeth. Eres una especie fascinante, una mezcla de ángel y demonio. Eso, no es justo, debes elegir un lado, para exterminar la otra parte como a las cucarachas. Entonces, ¿de que lado estás? Oh, no me lo digas -hizo un gesto con la mano-, se lo que dirías, y lo que estarías haciendo sería cometer la mayor estupidez de toda tu vida, porque uno no puede elegir sólo por lo que le dijeron. Tienes que comprobarlo, y que mejor manera que probando, esa es la manera de elegir, y estoy dándote esa oportunidad.
La mano en la que tenía el cuchillo me temblaba. Quizás no estaba lista para esto, quizás pasé mucho tiempo lejos del mundo al que pertenecía, quizás, no podría retractarme.
-Yo nunca quise esto, y lo sabes bien. No sabía de esto, yo era normal -lo dije más para mi misma, para mi conciencia.
Robert agarró varios cuchillos y lanzó uno a la pared, cerca de un candelabro que alumbraba colgado en la pared.
-¿De verdad? Entonces, ¿que haces aquí? No es sólo negociación de paquetes, trata también sobre ti -lanzó otro cuchillo partiendo una vela mientras esta caía al piso-. Una parte tuya es oscura, y quiere esto, lo necesita como los humanos necesitan el aire para respirar
-lanza otro y cae el candelabro con un golpe seco-. Sólo piensa, no estarías aquí de no ser porque lo deseas. De todas formas, ibas a volver a tu lugar.
Iba a decir algo pero vomité sangre. Empecé a tomar bocanadas de aire y la visión se me nublaba nuevamente con cada arcada que surgía.
-Transición, eso es lo que te ocurre. Una parte tuya, quiere seguir como está, pero la otra parte, la más fuerte, te está obligando a cambiar.
Me puse el pelo detrás de la oreja.
-¿Por qué? ¿Por qué ahora? -murmuré.
Volví la cabeza al piso. Estaba empapada en mi propia sangre.
-Cuanto más creces, más fuerte te haces y tus sentidos se agudizan aún más. Pero, también necesitas sangre. Sólo piensa, creías ser una humana, pero eres mitad ángel, mitad demonio, eso hizo que no pienses en sangre, no de esa forma, puedes anularlo.
-¿Como?
Anularlo. Pensar en otra cosa, pensé al instante.
Intenté pensar en cuando iba al instituto. Siempre hablaba con Sami de chicos, ropa. Salíamos todos los viernes a la noche a tomar un helado o de compras, aunque en realidad, sólo mirábamos la vidriera porque no teníamos tanto dinero. Sonreí al recordar esos buenos momentos. Ahora, por culpa de mi curiosidad, estaba donde menos pensé en estar en toda mi vida. Ni siquiera pensé en esto de verdad. Samantha podría estar muerta ahora mismo por mi culpa.
-Veo que lo lograste -. Dijo Robert levantándome la cabeza.
Sus ojos estaban rojos, antes contenidos, ahora parecían desprender llamas.
Volví mi mirada hacia el.
-¿Que
te hace pensar eso?
-Porque no lo olfateaste a él.
Seguí la mirada de su mano y vi a Peter, sólo que ahora mostraba sus alas, encadenadas a la pared, y el rostro oculto por la sangre. Sus muñecas estaban moradas y tenía un corte en la costilla. Sus alas eran blancas, con luz propia. Nunca había visto sus alas, las de ninguno. Ni siquiera las de Evan.
Entonces conectamos nuestras miradas. No sabría decir que expresión tenía. Desesperación. Tristeza. Decepción.
-¿Que hace el aquí? -. Traté de sonar firme.
-Veo que lo conoces. Bueno, digamos que estaba encerrado entre medio de una pared hueca.
Entrecerré los ojos y pude ver que tenía razón. La pared se había abierto en dos dejando ver a Peter.
-No seas tímida, ve, es tuyo.
-No puedo. Lo conozco, no puedo hacerle esto.
Las lágrimas volvían a intentar salir. Me daba rabia no poder manejar esto, pensar en el como comida.
Robert me agarró por el cuello y me pegó contra la pared. Gemí. El golpe fue fuerte y me ardía la parte de atrás de la cabeza. Seguro sangraba.
-Si, lo harás. Si no quieres muerta a tu amiguita y a Evan.
-Te arrancaré los ojos -. Dijo sin fuerzas pero firme Peter.
Robert me soltó y lo miró.
-¿De verdad? Quiero ver que lo intentes.
Se agachó a mi lado y dijo en mi oído:
-Lo harás, justo en el corazón. Si no, lo hacemos por las malas. ¿Prefieres matarlo tú o yo?
Me levanté. Peter me miraba expectante y Robert
sonriente. Caminé hasta la mesa y agarré uno de los cuchillos. Estaba frío y era algo pesado. Me acerqué a Peter hasta quedar enfrentada a él. Lo miré apenada.
-En serio, lo siento.
Peter rió.
-No lo sientas. Tu no sientes -dijo fríamente.
Eso dolió. La mano me empezó a temblar. Una lágrima cayó por mi mejilla.
-¿Quieres decir algo? -le pregunté en voz baja.
Sus ojos estaban clavados en mí, con horror.
-Si, tengo algo para decir. Para decirte. Se avecina una guerra, y cuando la haya, tendrás que escoger un bando, se que harás lo correcto.
Asentí. Cerré los ojos y respiré.
-Espero poder hacerlo.
Abrí los ojos y clavé el cuchillo en el corazón. Me alejé asustada. Peter comenzó a convulsionar. Sus alas se agitaban con rapidez. Salían chorros de sangre de su boca. Miré la escena con horror hasta que Peter no se movió más.
Robert aplaudió mientras que yo, seguía agitada, llena de sangre y sudorosa.
-Lo lograste.
Negué con la cabeza. El calor estaba consumiéndome por dentro. Tenía que hacer el doble de esfuerzo para mantenerme de pie.
Robert se acercó al cuerpo ya muerto de Peter y con sus uñas, le abrió el estómago y tripas salieron disparadas hacia fuera. Su cuerpo estaba descuartizado.
La escena me daba asco, pero no vomité. Incluso me acerqué sin saber que hacer.
Robert estaba agachado junto a las tripas y las devoraba como si fueran un manjar.
El se volvió hacia mí con la cara cambiada. Parecía mucho más amenazador que antes. Sus dientes estaban
afilados y sonreía con los dientes rojos por la sangre.
-No luches contra ti misma -. Dijo con voz rara, demasiado aguda, fuerte.
Me agaché a su lado y pude sentir el olor a la sangre. La sangre no tiene olor, pero yo lo sentía. Enterré mis manos en la tripas, sintiendo la asquerosa, pero perfecta sensación de querer eso.
Saqué las manos y las acerqué a mis labios. Miré la cara de Peter mientras saboreaba sangre. Su sangre. Enfrente de él.
Agarré un pedazo de tripa y lo tragué como si fuera agua. Entonces escuché la puerta de la habitación abrirse, y tras ella, Evan. Luego, me llevé otro pedazo y lo saboree. Sonreí.
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Fin, fin, fiiiiiiiiin. Bueno estuve mucho tiempo con este capítulo ya que era el final y traté de hacerlo lo más perfecto posible, además de que no siempre tengo mucho tiempo (en especial los días de semana), y la mayor parte del tiempo que escribo son los fines de semana. Bueno, en fin, ya estoy trabajando en la segunda parte. Estoy segura segurísima que la publicaré a fines de diciembre. Quiero tener varios capítulos para hacer una lectura menos incómoda, ya que con esta novela no actualizaba muy seguido y quiero que al menos sea algo más sincronizado. Los días que subiré cap, entre otras cosas. Por ejemplo, con mi otra novela, publico cada martes (el martes de esta semana no lo actualice por falta de tiempo, pero el martes que viene, haré cap doble). La nueva se llamará El Lado Oscuro, creo que ya lo había dicho pero aclaro, y tengo muchas ideas nuevas en mente y espero mejorar mucho en esta segunda parte. Del otro Lado la estuve escribiendo medio año y me alegra que haya terminado esta parte. Generalmente seguir una novela requiere de mucho tiempo y empeño en lo que se hace para ir mejorando con cada palabra que se escribe.
Bueno quería decirles que estoy muy entusiasmada con esto así que ¡Manos a la obra!
❤❤❤Besossss y lean mi otra novela❤❤❤
Flor
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El Lado Oscuro
Yes gente, ya tenemos la segunda parte de esta novela y pueden empezar a leer el prólogo. El primer capítulo lo publicaré el lunes 11 de enero, ya qué en estos días, no podré escribir por falta de tiempo. Estoy "hasta las pelotas" y no puedo tomarme ni un segundo para respirar. En fin, quería comentarles esto.
Felices fiestas y tengan un nuevo año hermoso y positivo. Nos vemos❤
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Aspirantes a editorial
Holaaaa otra vez! Quería comentarles que con TiniGoldenthal estamos iniciando un editorial, y estamos buscando gente que quiera ser parte de él. Como saben, esto es una responsabilidad, y lo tomamos enserio. Queremos personas dispuestas a dedicar una parte de su tiempo al editorial, y demás.
Nuestros puestos disponibles son:
•Booktrailers
•Traducciones
•Ortografía y gramática (corrección de novelas)
•Tests
•Consejos y Tips para novelas
•Frases
•Reseñas
Si no te interesa ninguno de estos puestos, porque prefieres portadas, o entrevistas, (por ejemplo), mándenme un mensaje privado a Tini, o a mí.
Si quisieras participar en alguna de estos puestos, porque eres capaz, o bueno en esa actividad, mándeme un mensaje privado a Tini, o a mí.
Gracias, y saludos a todos!
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