
En el Punto Ciego
by SKairos
Dos estudiantes residentes de la ciudad de Nueva York son acusados de asesinar a su mejor amiga, hija de un famoso federal corrupto que no quedará tranquilo hasta cobrar venganza. Buscan declarar inocencia y ser liberados pero despertaron sin recuerdos de lo que sucedió el fin de semana en que Lea, la hija del federal, fue asesinada. Sin haber dado testimonios previos, ambos personajes se ven sometidos a una serie de persecuciones y torturas en manos de Scar, el jefe de la corrupción en Nueva York.
La autora navega en la narración de Blake Murphy, que cuenta desde el cementerio donde descansa su mejor amiga como fue recobrando la memoria de lo que sucedió esa noche y las torturas por las que él y su amigo Ryan Mitchell han pasado desde entonces.
Una particularidad de esta entrega es la adición de otros narradores que explican sucesos alternos de la historia, dándole la posibilidad al lector de meterse en la piel de otros personajes además del protagonista.
*Novela terminada en proceso de su tercera edición.
*Número de capítulos: 33
*Advertencia: Esta novela presenta escenas de violencia, vocabulario ofensivo y descripciones detalladas de actos sexuales.
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Primera parte
Capítulos de 1 al 12
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Imagen adjunta al capítulo, historia de mi elección y otras curiosidades.
Hola, me presento, soy S. Kairos (amado psudónimo) y si ustedes gustan están invitados a leer estas curiosidades de la novela y de mi.
Imagen adjunta.
En un principio hice la descripción de los personajes tal como me los imaginaba, sin un referente. No elegí el color de ojos, de cabello o de piel, tan solo me los imaginé de esa forma. Igualmente comencé a investigar para ver si algún famoso se parecía a lo que tenía en mente (y quizás en un universo maravilloso que ellos mismos actuaran en la adaptación. Un mundo donde todo es posible jaja), pero con el fin de que mis lectores de Wattpad tuvieran un referente, además de la tendencia que hay en esta plataforma de leer novelas
relacionadas con famosos en un mundo ficticio. Entonces me arriesgué y elegí actores que se acomodaran a lo que me imaginaba, también pensando en que eso atraería lectores interesados en estos famosos, sin embargo, no se trata de una fanfiction (aunque pudo haber sido una, pero debo ser sincera al decir que esa nunca fue mi intención inicial).
Buscando actores para esta novela (que empecé hace dos años) me encontré con un listado de guapísimos actores prometedores, y adivinen qué, ahí conocí esa magnificencia de persona llamada Sam Claflin (no, no tenía idea de él antes, merezco el infierno), una lista donde también encontré a Alex Pettyfer (un tanto menos conocido).
Para meterme en la piel de mis personajes (pensando en que se parecerían a estos actores) comencé a ver sus películas, y ese fue el verano en que no solo escribí la primera parte de esta novela, también descubrí las películas hechas por Sam y Alex, donde leí y vi la saga de los Juegos del Hambre (maravillosa).
Finalmente, y no por eso menos importante, admito que SIEMPRE me imaginé a Lindsay (un personaje muy relevante desde la segunda parte en adelante) como Vanessa Hudgens <3 es hermosa, amo sus facciones y color de piel.
Lo que yo pienso.
Había pensado en omitir lo de los actores, porque hay gente prejuiciosa que relaciona este estilo de escritura (inspirada en famosos) como algo mediocre y mal hecho. Yo no estoy tan de acuerdo, he encontrado novelas inspiradas en actores o músicos muy buenas (así como también otras mal hechas que necesitan pulirse
MUCHO), y el que hayan utilizado ese recurso no los hace malos escritores.
Así que si habías pensado en leer mi novela pero te detuviste al ver el collage que publiqué, entonces lo lamento, pero me gusta dar esa referencia en esta plataforma. Hacer que mis lectores fantaseen con que sus famosos predilectos pasen por situaciones así me hace gracia. También es por eso que al principio de este apartado aclaro que no es una fanfiction, porque tienes la posibilidad de imaginarte a los personajes como los describo o imaginarte al famoso directamente, queda a tu disposición (aunque te aconsejo que te imagines al menos a Sam, créeme, vale la pena cuando hay alguna escena sin camisa o cuando está con una de las dos mujeres que tocan su corazón en la novela).
(Hermoso)
Información adicional
1) El libro está originalmente escrito para formato epub (libro digital) por lo que ahí su lectura es mucho más cómoda y la estructura es bonita.
(Por ejemplo, Wattpad elimina el margen apartado de los diálogos de mi libro, lo que hace que se puedan ver muy juntos y cueste diferenciarlos para algunas personas).
2) Estoy pensando en publicar el libro, una vez que termine esta edición (ya va en la tercera).
3) Y para los que leen por segunda vez o comenzaron a leer de nuevo debido a los cambios de la tercera edición, les aviso que estoy escribiendo el segundo libro, su línea temporal es dos años después del momento en que termina este, así que si desean pueden seguirme en Wattpad para estar al tanto de su primera aparición.
Gracias por leer, y por elegir mi novela como su próxima aventura en la literatura. Espero que les guste el mundo que he creado, y como se desarrollan los personajes. Ha sido un trabajo arduo pero bonito.
Si así lo desean pueden votar y comentar en mis capítulos (esto último como crítica o sugerencia), la interacción con ustedes es algo que valoro, ya que me inspira a seguir escribiendo, sea en esta saga o en las próximas que haga <3.
Saludos a todos, y disfruten.
Love, S. Kairos.
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1.
Primera parte.
Junio
1.
Voy caminando por el pastizal de la entrada.
A pesar de ser un cementerio no parece un lugar tenebroso, está plagado de flores de colores vivos y el sol del verano le da un ambiente cálido, casi familiar.
Mi mejor amigo camina unos pasos más adelante, siempre con el paso acelerado y ansioso, pero esta vez hay motivos para estarlo; deseamos ver la lápida con su nombre y convencernos de que estos últimos meses no han sido una pesadilla, sino una realidad.
Todo lo que hemos pasado parece concluir aquí, frente a su nombre tallado en la piedra. Le dejo unas flores encima y toco la tierra, tratando de sentir algo con qué conectarme, pero lo único que me viene a la mente es el cómo comenzó todo.
Me encantaría empezar la historia desde días felices, y luego pasar a un clímax y darle un desenlace, pero me temo que el comienzo es bastante aterrador y desquiciado.
«Mi nombre es Blake Murphy... -les decía a los federales-, estudiante, veintiún años. Soy inocente, lo juro».
Debí decirlo más de un par de veces, pero no me dejaban terminar. Cuando estaba por hablar, me callaban con un golpe en las piernas, en el rostro o en los brazos.
Quería decirles todo, pero para entonces era muy confuso. Algunas imágenes pasaron por mi cabeza y me dieron escalofríos. No quería recordar la escena en que la encontramos, cubierta de sangre, con esos grandes ojos azules abiertos, mirándome de alguna forma. De
solo pensarlo me pone enfermo. Antes, ahora y en un millón de años más.
Comprendo totalmente toda la locura que me vino con esta mierda.
Todo comenzó en la mañana de aquel día a finales de mayo, o lo que yo creía ser mañana, porque quizás ya faltaba poco para las doce de la tarde.
Desperté algo aturdido y de golpe, había tenido un mal sueño, algo que me había asustado mucho, pero hasta el día de hoy no logro recordar lo que fue.
Las cortinas estaban abiertas y el sol me quemaba los ojos y el cerebro. Tenía una resaca del infierno.
Bajé al primer piso y encontré a Ryan, tirado en la alfombra de mi sala, con un hilo de baba cayendo hasta el suelo. A su lado había una botella de whiskey barato, algo que no acostumbramos a beber. La tomé para inspeccionarla, estaba casi hasta la mitad, y entonces entendí mi dolor de cabeza, aunque no recordaba nada de la noche anterior.
-¿Qué mierda hago aquí? -Escuché preguntar. Me paralicé por un momento, había olvidado que ese estúpido estaba ahí en el suelo.
Ryan, mi mejor amigo. Lo conozco desde pequeño. Rubio, alto, nariz tupida y ojos azules. Aficionado a las novelas de misterio, con buen semblante ante las mujeres, palabras interminables para cada circunstancia, y un buen don para beber sin si quiera devolver la comida.
«Apaga las luces» me dijo después. Frunció el ceño y se cubrió los ojos con el antebrazo.
-¿Quieres que apague el sol? -le pregunté burlándome.
-Imbécil.
-¿Sabes qué pasó anoche?
/> -No sé ni si quiera por qué estoy aquí.
Ese es mi grandioso e inteligente mejor amigo, y es así gracias a una amistad de nuestros padres. Se podría decir que nos criamos juntos, en la ruidosa gran manzana.
Lo vi transformarse de ese revoltoso niño rubio a lo que es ahora, un hombre joven igual de molesto pero que adopta una postura madura y experimentada cuando le conviene.
Yo en cambio, trato de tener un bajo perfil, por eso le dejo la verborrea a Ryan. No soy de muchos amigos, solo los necesarios.
En cuanto a mi apariencia... pues, soy muy corriente. No soy tan alto como Ryan, que casi raya el metro noventa, pero tampoco soy un duendecillo.
Mi cabello es castaño. A ratos se ve muy oscuro y a la luz pareciera ser simplemente café o algo parecido. Tengo la piel pálida y vellos oscuros en los brazos y piernas. Llevo la barba al ras, porque me avergüenza un poco, creo que no me crece parejo aún. Hay montoncitos de pelos esparcidos por mi cara, como si se resistieran a crecer en toda la mejilla y mentón.
Mis ojos son pequeños, ni la gran cosa. Azules como el americano promedio. Ni si quiera es un azul bonito, solo es azul, y ya está. Ryan en cambio pareciera tener una calcomanía pegada al ojo. A ratos se le ven celestes, a ratos casi negros, como cuando no les da la luz, pero por lo general son como los ojos de DiCaprio.
Crecer en la ciudad de Nueva York no es tan ventajoso como parece. Mucha gente ve esa ciudad como un sueño hecho realidad, pero para los niños es difícil. Sí, las idas a Central Park eran lo mejor
del mundo y quizás lo sigue siendo, pero a su vez también es una ciudad peligrosa. Sin embargo, en ella encontramos nuestra pasión: la arquitectura.
Vivimos rodeados de hermosas edificaciones, nada más y nada menos que el Empire State y el asombroso puente de Brooklyn, entonces, ¿cómo ignorar tanta belleza plasmada en asfalto?
Como todo joven, tuve mis dudas. Tomar una decisión sobre el futuro es mucho más complejo de lo que se espera, pero debo decir que desde el primer día de clases no pude ni llegar a pensar en la posibilidad de abandonar los estudios, porque mis dudas y temores se esfumaron cuando la vi: una chica de cabello castaño oscuro, piel pálida pintada de pecas y unos grandes ojos de un turquesa profundo. Disimulaba su silueta con ropa holgada y simple, no parecía dedicarle mucho tiempo a su aspecto, pero no era necesario, porque era hermosa como ninguna.
Finalmente, lo que me hizo caer rendido fue su inteligencia. Una chica de pensamientos tan profundos y críticos, con opiniones controversiales que la hacían seria y segura de sí misma, hasta que sonreía, dejando ver sus dientes. Su sonrisa opacaba a cualquiera en el lugar y la hacía ver tan dulce como en realidad era. Sí, era seria a ratos, e imponía un respeto especial, como si fuera intocable, pero de unas pocas conversaciones las cosas se fueron dando hasta que terminamos en un grupo cerrado de tres personas. De un día a otro nos volvimos inseparables. Era ella, Ryan y yo, hablando hasta la madrugada, presentando proyectos y maquetas, riendo en algún bar o lo que sea.
Lea es
su nombre, y aunque nadie lo sabía, me tenía loco desde que la conocí, por muy cliché que suene.
-Espero que no hayamos bebido esto solos -le dije a Ryan, mostrándole la botella que tenía en mi mano.
-Quizás Lea ayudó a vaciarla.
-¿Estuvo con nosotros anoche?
-Subió a tu habitación... subió contigo. ¿Qué? ¿No lo recuerdas? -Me levantó una ceja y me sonrió con esa cara de depravado que tanto odio.
-No, ni si quiera recuerdo que estuviera aquí.
-Pues yo la vi subir a tu habitación, si fuera un sueño la habría visto encima de mí en vez.
-Eres asqueroso. -Rodé los ojos y dejé la botella sobre la mesa. Entonces se me ocurrió preguntar-: Y tú ¿cómo llegaste aquí?
-Vine con Lea -respondió sonriendo-. ¿Qué te pasa? ¿Ni si quiera recuerdas eso?
-Me dijiste que no sabías por qué estabas acá.
-Bueno, porque recuerdo haberme ido después de que Lea subió, no quería escuchar gritos... es decir, me hubiera gustado solo si se los causara yo.
-Idiota.
-Que recuerde eso no significa que haya pasado realmente -lanzó una carcajada breve, arqueó la cejas sonriendo y agregó-: En ese estado no confío mucho en mis recuerdos.
-Deberíamos llamarla o algo, no me la imagino yendo a su casa así de borracha, siempre se queda con nosotros cuando no se puede ni los pies. ¿Puedes hacerlo tú? No tengo saldo en mi teléfono.
-No sé dónde dejé el mío -me decía, mientras
se palpaba los bolsillos-, creo que lo perdí.
-Genial, esto se pone cada vez mejor. -Le extendí la mano a Ryan, que seguía sentado en la alfombra-. Vamos, levántate, tenemos que ir a ver si está bien.
-¿Ah sí? ¿Ver si está bien? Yo creo que quieres saber si realmente jodiste a Lea.
-Si sigues con esa historia tendrás que irte a tu casa a pie.
-Ya, ya, te acompaño. Qué molesto, Blake.
Traíamos ropa puesta, y por el apuro de saber qué había pasado ni nos molestamos en llevar desayuno. Tan solo buscamos unas botellas de agua en el congelador y tomamos las llaves del auto.
Debía de ser domingo, pero de todas formas pasamos por una cafetería cercana para llevarle té helado y un muffin a Lea. Quería consentir su posible resaca, hacer que comiera. Solía preocuparme de esos detalles antes, pero para entonces Ryan solo lo relacionaba con el sexo, y con sus recuerdos de que Lea había pasado la noche conmigo.
Nos subimos al auto y en unos minutos llegamos a su casa, que estaba con todas las ventanas y cortinas cerradas. Tocamos el timbre, pero no sonaba, como si no estuviera conectado. Empezamos a dudar de si era el lugar donde vivía Lea, quizás en ese estado de estupidez nos habríamos confundido, pero Ryan reconoció la alfombra de la entrada y me aseguró que era de ella.
-¿Y si está ahí intoxicada o ahogada en vómito? -me preguntó Ryan en sigilo-. Digo, Lea nunca sale un día domingo, menos si sabemos que bebió anoche.
-No había pensado en eso -respondí,
con un nudo en el estómago.
-¿Qué hacemos?
-Tenemos que entrar como sea.
-¿Qué se te ocurre? ¿Romper la ventana?
-No. Digo, no lo sé, quizás.
-Ah Blake, por suerte Lea es una chica un poco precavida, ya sé que hacer. -Saltó la reja pequeña de la entrada y me hizo un gesto para que fuera con él.
-¿Esto no es ilegal, o algo así?
-Oye, hay que entrar como sea ¿no?
-Está bien, ya voy. -Salté la reja rápido y llegué a la entrada de Lea, donde Ryan estaba buscando algo en el suelo-. ¿Puedes darte prisa? Pensé que ya sabías como entrar.
-Oye, calma, te dije que tenía una idea. -Levantó una maseta de flores que estaba contigua a la puerta y comenzó a examinarla, luego de unos segundos me miró sonriente con una llave en la mano.
-¿Cómo sabías que eso estaría ahí?
-Secretos de Sherlock -me respondió-. Si fueras Watson no estarías cuestionando nada.
-Claro que sí. Ese es el trabajo de Watson, cuestionar.
Abrimos la puerta y no había señales de vida, todo estaba oscuro, silencio pleno. Pudimos pensar que no se encontraba, pero el maldito Sherlock dijo que era un ambiente ideal para alguien con resaca, que quizás Lea se había levantado a cerrar las cortinas y ventanas. No quise poner en duda sus teorías, preferí hacerle caso al menos una vez, así que subimos las escaleras esperando encontrarla en su habitación, pero no había rastros de ella, su cama estaba ordenada, como si no hubiera estado ahí hace
tiempo.
-Esto ya me está asustando -le dije en susurro.
-Puede estar abajo, estaba muy oscuro.
Entonces bajamos de inmediato, dejamos elmuffin y té de Lea en la mesa de la entrada, y comenzamos a abrir las cortinas.La luz entraba de a poco, iluminando cada sección de su sala, que a la vezestaba conectada con la cocina, al igual que en mi casa.
Ryan se adelantó para ir hacia allámientras yo terminaba de abrir la última ventana, luego me dijo desde lacocina: «Sus llaves están aquí, también su teléfono. ¿Ves? Ella nunca saldría...»
Luego de unos segundos me volteepara verlo, se encontraba frente a la isla de la cocina, rígido. «¿Qué decías?»le pregunté. Ryan no respondió, y tampoco movió ni un pelo. En seguida penséque la resaca se le había asentado al cuerpo, y que quizás estaba pordesmayarse. Me acerqué rápido hasta llegar a su lado, mirando su perfil. «Hey,despierta. ¿Te sientes mal?». Ryan respondió tragando saliva, pero sin siquiera mirarme, luego me agarró del brazo, y sentí como su mano estaba empapadade sudor. «¿Qué te pasa? Me estás asustando». Ryan me apretó más el brazo.«Blake. Mira» me dijo al fin, con la voz temblorosa. Miré hacia donde él teníala vista. El largo ventanal del patio estaba destrozado. No se podían ver losvidrios en el suelo porque la isla de la cocina lograba ocultarlos.
«¿Qué pasó? ¿Qué es esto?». Caminéhacia adelante, observando todos esos vidrios punzantes en el suelo. Seguí elrastro de ellos hasta el ventanal roto, las cortinas estaban separadas justopor la mitad, dejando ver parte del patio. Un hormigueo me recorrió de pies acabeza, descomponiéndome por completo.
Ahí estaba Lea, tendida en elcésped. Le veía los ojos turquesa abiertos, mirándome. El resto de su cara conhendiduras llenas de sangre, desfigurando sus mejillas, y hacia el estómago unagigante mancha roja, que le coloreaba la blusa blanca.
«Está muerta» sentencié.
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2.
2.
Cuando comencé a contar esto, hablé de unos hombres que me golpeaban al querer hablar de lo que pasó. Bueno, ellos eran federales corruptos. Su diferencia con cualquier otro policía es que torturan a la gente más de lo usual, hacen tratos sucios con los testigos y la mafia, y claro, son malos desde adentro.
Eran tres hombres, dos se encargaban de torturarme y hacerme preguntas, el otro observaba y anotaba. Mi historia con ellos no iba a terminar en esa sala, lamentablemente.
Estuve encerrado ahí por varias horas, con el torso atado a una silla, los brazos y piernas lacerados por golpes con correas duras. De suerte no me rompieron ni un hueso, pero no porque les faltaran ganas, sino porque era un testigo aún, y no había nada que me incriminara de forma directa como el asesino de Lea. Hasta el día de hoy me cuesta decir eso.
«Alan, ven un momento» dijo uno de los hombres al que me tenía con el cuchillo en el cuello.
Ese abusivo, llamado Alan, es de unos cuarenta y tantos, alto y fornido, con el cabello rubio pálido y la piel un tanto enrojecida. El que lo llamó era el encargado de observar y anotar. Un poco más bajo, con los músculos menos atrofiados, de cabello castaño y ojos verdes. Más tarde me enteraría de que su nombre es Rick.
A pesar de que estuviera ahí presente mientras los demás me torturaban, su presencia me daba calma, como si de alguna forma el fuera el único decente en esa sala, porque a ratos me miraba con
clemencia. En ese mismo momento me di cuenta de que no era mi impresión, él de verdad quería ayudarme.
Se pusieron a hablar a unos metros de mí, solo se oían cuchicheos. A ratos se volteaban para ponerme un ojo encima, como si se me ocurriera escapar con tantas ataduras. Entonces Alan, el del cuchillo en mi garganta, se entrecruzó de brazos y empezó:
-¡Está bien! Pero si algo llega a salir mal... -Levantó un dedo al aire en señal de amenaza. Entonces el otro federal lo detuvo antes de que le recitara las consecuencias.
-Sí, lo sé, si algo sale mal yo me hago responsable -dijo Rick.
Alan caminó hacia mí, puso el cuchillo a centímetros de mis ojos para luego bajarlo rápido a la altura de mis manos, donde cortó la cuerda que las mantenía unidas. Calmé las marcas del apretón en silencio, aunque me hubiera gustado quejarme del dolor.
- ¡Vete de aquí! -me gritó Alan.
-¡Eh! Ya basta -le dijo Rick, luego puso una mano en su hombro y lo apartó de mí.
-No estés tan tranquilo -me dijo Alan con una sonrisa-, volveremos a verte.
Salí de la habitación de interrogación a penas me soltaron, sin mirar atrás. El ambiente ahí dentro era espeluznante: las herramientas, la silla bajo un haz de luz, la mesa metálica salpicada con sangre seca...
Al salir me encontré con un pasillo largo y oscuro, a pesar de las luces que tenía en el techo. Las paredes eran de un concreto duro, y aunque parecían ser a prueba de ruidos, se podían escuchar gritos de algún torturado.
Fue entonces cuando escuché a Ryan, que al parecer aún estaba siendo «interrogado» en una de las salas de aquel pasillo.
«¡Déjenme! ¡Déjenme ya! -Lo escuché gritar-. Ya les dije todo, ¡yo no sé quién mató a Lea!»
Se me entumeció el estómago, y me dieron nauseas de nervios. No recordaba la última vez que comí, que probablemente debió ser antes de que se me borrara la memoria.
Comencé a recapitular lo que había pasado esa mañana, porque hasta el momento todo era muy confuso, y la golpiza no me ayudaba a pensar.
A penas vi el cuerpo de Lea, me di vuelta y miré a Ryan. Tenía la cara pálida y gotitas de sudor caían por sus mejillas.
-Vámonos, vámonos ahora -me dijo asustado.
-¡No! -le grité en seguida-. ¡Tenemos que llamar a alguien, a la policía, no lo sé!
-¡Shh! Silencio. -Me agarró del brazo y me arrastró hacia su lugar. Me zafé de él y lo detuve-. Blake, vámonos ahora, antes de que sea tarde.
-Tenemos que hacer algo -le supliqué. Sentí mis ojos entibiarse, anunciando lágrimas, y no me molesté en contenerlas.
-Está muerta, Blake -me dijo al oído con voz temblorosa-. No hay nada que podamos hacer.
-¡No! Tenemos que avisarle a alguien.
-¡Blake! -Me agarró por los brazos con fuerza y continuó-: Escúchame, tú nunca supiste esto, pero su padre es federal. Está metido en la corrupción. Si llega a saber de nosotros nos matará sin pensarlo.
-¿Federal?
-Por favor, Blake, vámonos
de aquí, tienes que creerme, es un maldito federal. -Llevó una mano al puente de su nariz, y aunque parecía imposible, se tornó más pálido de lo que ya estaba-. Por favor, vámonos.
No teníamos teléfono, y Ryan no quería llamar desde el celular de Lea.
Traté de convencerlo de que hiciéramos algo, pero nunca había visto a Ryan tan alterado en toda mi vida. No dejaba de temblar, y ya tenía toda la camisa empapada. Para entonces lo único que pensaba era que él sabía cosas que yo no, que, si prefería salir de ahí sin hacer algo antes, debía de ser por una buena razón.
Dejamos la llave de la entrada en su lugar, cerramos las cortinas y nos fuimos. Empezamos a conducir hasta mi casa, y de pronto Ryan reventó en llanto. Me detuve en una orilla de la calle y traté de calmarlo, aunque no sabía cómo, nada de lo que le dijera podría mejorar las cosas.
«La van a encontrar -me decía, con la cara roja y empapada-, la van a encontrar y seremos los primeros en la lista».
No hallé algo que decirle, ni si quiera entendía esa paranoia. La verdad es que ni si quiera entendía qué estaba pasando, solo le creí y huimos de ahí, como si fuéramos delincuentes, como si ocultáramos algo. Así que después de unos minutos, se secó la cara con la manga de la camisa y me dijo que siguiera conduciendo.
Me sentía un completo cobarde dejando a Ryan en esa sala, sobre todo con la angustiante idea de que si eran federales corruptos podrían torturarlo sin cargos de conciencia.
Me dejaron heridas en las muñecas, golpes sangrantes
en las mejillas y lesiones en todas mis extremidades, me sentía moribundo y lo peor, es que ni si quiera utilizaron todas las «herramientas» que tenían. De no ser por el federal Rick, quizás habría terminado como Ryan o incluso peor, pero en ese momento aún no entendía por qué me había dejado ir. Sin embargo, nada dolía más que los pensamientos que torturaban mi mente: Lea estaba muerta. Tan solo días antes del asesinato me di cuenta que ya no resistía tener esa sensación de ahogo cada vez que la veía, como si algo en mi interior quisiera gritarle que la amaba, entonces supe que me arriesgaría con la posibilidad de perderla para por fin confesarle lo que sentía, porque ya no aguantaba más. Pero claro, nada en esta maldita vida resulta como uno quiere. En un principio no recordaba lo que sucedió ese fin de semana y uno de mis grandes dolores era saber que ni si quiera había podido confesarle todo antes de que esta tragedia sacudiera nuestras vidas y terminara con la de ella.
Cuando escapábamos de la escena con Ryan, mi mente estaba hecha un desastre. No sabía qué hacer, ni que decirle, ni si seguir respirando.
Llegamos a casa y tomé asiento en el sofá, refregando mis manos una y otra vez, tambaleándome en mi lugar. Ryan se dedicó a buscar sus cosas; dio vuelta los cojines, miró por debajo del sofá grande y del pequeño, se levantó y fue hasta la cocina, revisó la terraza y al fin encontró su teléfono y billetera.
-Tienes razón -me dijo cuando llegó hasta mí-, debemos avisarle a alguien.
-¿Qué harás?
-No lo sé, quizás decir que no la vemos desde ayer, y que su casa está cerrada, que no atiende su teléfono, lo que sea.
-Está bien, hazlo -le insistí -, hazlo ahora.
-Déjame encender el teléfono.
-Podríamos ir a la comisaría, será más fácil.
-¿Crees que su padre se haya dado cuenta?
-¿De qué? ¿Crees que la espía día y noche?
-No lo sé, el tipo está loco.
De pronto comenzó a sonar el teléfono de Ryan, un número desconocido lo estaba llamando. Ambos nos miramos aterrados, pensando en quizás qué cosas.
Ryan me pasó su teléfono, y en seguida se lo devolví «¿Qué haces? Contesta tú»
Ryan suspiró fuerte para controlarse, atendió la llamada, y luego de dar una serie de afirmaciones al teléfono, cortó.
-Era de la facultad -me dijo-, preguntaban por qué no habíamos ido al taller.
-¿Qué? Es domingo. -Ryan encendió la pantalla de su teléfono y se quedó mirándola.
-Es lunes.
-¿Lunes? No, no. Anoche era sábado.
-No, Blake, es lunes. -Me enseñó la pantalla de su celular, que junto a la hora mostraba el día-. ¿Lo ves?
-Esto no tiene sentido, estoy seguro de que...
-Estuvimos... -empezó Ryan, dudoso e inseguro-. ¿Estuvimos inconscientes por un día entero?
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3.
3.
Había salido de ese escalofriante pasillo para esperar por Ryan en la sala. Entonces dos hombres llegaron y empezaron a hablar del caso a unos pasos de mí.
El primero era bajo y panzón, la cara poblada con barba, de unos cuarenta años. El otro era joven, de cabello oscuro y ojos claros, y al lado del primero se veía muy delgado, pero se notaba fornido, sobre todo en los brazos.
Escuché atento, para que no se me escapara algún detalle importante, aunque lo único que lograron hacer fue aterrarme más.
-El jefe no dejará que se escapen con vida -dijo el más joven.
-Claro que no, John Wright es un desquiciado -respondió el mayor-. Nadie podría detenerlo.
-Solo los demás federales.
-Ah, pero nunca lo sabrán, ni si quiera saben de este caso.
-¿Eso puede pasar?
-Claro, ¿recuerdas a Alan?
-El compañero de Scar -respondió el joven.
-Él y John se turnaban para vigilar cuando la chica llegaba a la universidad, y así él se quedaba más tranquilo. Hoy era el turno de Alan, y cuando vio que la hija de John no llegaba a la universidad fue hasta su casa.
-Y los vio a ellos.
-Los vio salir de ahí y pitando a quizás donde.
-¿Entonces Alan descubrió todo y no le dijo a los demás?
-Solo a Rick y a John, obviamente.
-No lo sé... -comenzó el más joven, casi susurrando-, esto no
me parece convincente. Un corrupto puede tener miles de bandidos detrás de él, y de toda la familia, ¿por qué un universitario lo haría?
-No es nuevo ver que una banda le paga a un chico sin antecedentes para cometer un delito -respondió el federal barbón-. Y no me sorprende que sea un universitario. Se creen muy inteligentes y están con el culo a dos manos por un poco de dinero. Imagínate cuanto les ofrece la mafia. Ellos piensan que es un buen trato.
-¿No crees que el jefe debería tomarse un descanso?
-¿Para que se le escape la oportunidad de vengarse por su cuenta? No. El hará lo que tenga que hacer, así es John.
-Es riesgoso, no puede hacer eso -replicó el joven.
-Solo si los demás se enteran -susurró el gordo y continuó-, y es nuestro trabajo que esto no se sepa, sino nuestras cabezas serán las primeras en volar.
De pronto los cuchicheos se detuvieron. Yo estaba sentado a un par de metros dándoles la espalda, aunque podían ver mi rostro desde el lado. Quizás vieron alguna herida en mi ceja, o en mi pómulo, entonces entendieron que yo era uno de los acusados de los que tanto hablaban, aunque el federal gordo ya me conocía de antes.
Escuché pasos acercándose a mí y me dieron escalofríos de solo pensar lo que harían, una respuesta condicionada a toda la violencia y las agresiones.
-¿Qué sigues haciendo acá? -escuché preguntar. Me giré con lentitud, era el federal barbón hablándome.
-¿Estás esperando por tu amigo? -me preguntó el joven.
-No pierdas el tiempo, quizás no lo vuelvas a ver.
-A menos que sea en una bolsa. -Ambos se echaron a reír. El joven se fue, pero el otro se acercó aún más.
-Ya vete, vete ahora.
Otros federales vinieron a verme, y le preguntaron al barbón qué me había pasado, aterrados por mi cuerpo. «Tuvo una pelea -respondió él-, ya hizo la denuncia. Le preguntaba si quería un taxi, pero me dijo que se iría caminando. ¿No es así?». Asentí con la cabeza, sin mirar a los otros federales que se habían acercado. Entonces entendí que los corruptos eran solo un grupo y que se las arreglaban para tener todo en secreto y bajo control, de seguro que si hubiera dicho la verdad no estaría contando esta historia.
Me sentía culpable pero tampoco había algo que pudiese hacer por Ryan, para entonces lo único que se me ocurrió fue ir hasta mi casa para limpiarme la sangre, y quizás tratar de ubicar a su padre.
La angustia no me dejó tranquilo durante el viaje, no lograba recordar otra cosa además de lo que había visto en la mañana. Se me revolvía el estómago cuando la imagen de Lea volvía a mi cabeza.
Ryan estaba siendo torturado, Lea estaba muerta, nos acusaban de asesinarla y nosotros no teníamos como recordar lo que sucedió. Parecía un puto infierno. ¿En qué estaba metido? ¿Saldríamos libres de esto? ¿Vivos al menos? Todas esas preguntas rondaron en mi cabeza esos días, empezando por el momento en que estaba con Ryan en mi sala, pensando en si ir a la comisaría o no.
-¿Tratas de decir que nos borramos
por el fin de semana entero? -le pregunté incrédulo-. No, debe haber un error.
-¿Cómo estás tan seguro de que ayer fue sábado?
-Porque lo recuerdo... algo recuerdo.
-Yo ni si quiera recuerdo que bebiéramos ese día.
-Me habías dicho que te encontraste con Lea cerca de mi casa ¿no? Y que ambos vinieron.
-Y después yo me fui. Me fui porque Lea subió a tu habitación.
-Eso fue un sábado. No recuerdo que pasara eso, pero sé que ayer era sábado.
-Ya basta -dijo Ryan exhausto-, ¿sacamos algo con esto? No. Lo único que hacemos es revolvernos más la mente, y no necesitamos ayuda para eso.
-Claro, quizás... Bueno, no importa. Deberíamos llamar, o ir a la comisaría. Mientras antes mejor.
-¿Qué les diremos?
-Lo que me dijiste hace un rato.
-Para que vayan a su casa y se enteren de todo ¿no?
-Tú no quisiste llamar antes, la policía ya estaría allá, investigando.
-No sabes lo complicado que pudo haber sido eso, si los llamábamos y les decíamos lo que vimos habríamos sido los principales sospechosos. Es como sumar uno más uno, Blake, ya estaríamos en la cárcel.
El ruido de un auto llegar nos interrumpió. Lo vimos estacionarse en la entrada de mi casa, de ahí bajó Alan y el federal barbón. Esa fue la primera vez que los vi, y hubiera deseado que la última.
-Hay dos hombres afuera -dije nervioso-, vienen hacia acá.
-Vámonos, vámonos por la puerta
trasera. -Ryan me tomó del brazo y me arrastró hasta mi terraza, pero su idea había llegado hasta ahí, porque no había forma de escapar a la calle.
-No. -Me solté de Ryan, y se escuchó alguien golpeando la puerta-. Ya saben que estamos aquí. Quizás nos siguieron. Si nos vamos será peor.
-Policía federal, abran la puerta -escuchamos decir desde la entrada.
-Estamos fritos -me dijo Ryan, a punto de llorar de los nervios-. Vamos a morir.
-No -le dije, tratando de calmarlo-, solo tenemos que ir y contar todo lo que sucedió.
-No va a resultar. -La cara de Ryan brillaba de sudor. «Policia federal» se escuchó de nuevo-. ¿Por qué nunca me escuchas?
-Te escuché allá, cuando quisiste irte, y de seguro que todo habría sido mejor si hubiéramos llamado desde ahí. ¡Quizás alguien nos vio entrar y salir! ¡Así de la nada, como asaltando la casa!
-¡Ya basta! -me chilló Ryan desesperado-. Da lo mismo lo que hayamos hecho ¿no crees? Estaba nervioso, no debiste escucharme.
-¿Es una broma? -Los golpes en la puerta se escuchaban más fuertes.
-Todavía podemos huir...
De pronto se escuchó un fuerte golpe a la puerta, en el siguiente la cerradura de mi puerta se había hecho pedazos y de una patada abrieron.
Ryan y yo estábamos en el patio, con la puerta abierta, viendo a los feds desde ahí, sin nada que decirles.
Todo lo que pasó después fue tan rápido y aterrador que no pusimos resistencia.
Alan se abalanzó sobre mí y me tiró al suelo, me puso boca abajo y empezó a esposarme. Ryan no se movió, ni trató de escapar. El federal barbón corrió a él, lo puso de espaldas y lo esposó. Yo estaba tan aterrado que ni si quiera se me ocurrió decir algo; como siempre, le dejé las palabras a Ryan, algo que terminó empeorando todo.
«¡No sabíamos! ¡No sabíamos nada! Estábamos a punto de llamarlos, escúchenme...»
A punta de empujones nos llevaron hasta su auto y nos condujeron al edificio federal.
Luego de escuchar todo ese diálogo entre ambos federales me largué. Claro estaba que si me quedaba allí sería desperdiciar el privilegio que me habían dado, o más bien, el que Rick había acordado para salvarme. Pretendía ir a mi casa a sanar mis heridas por mi cuenta. No quise hacer un conteo exacto de ellas, pero era claro que sobrepasaban el número de mis dedos, porque me dolían todas las extremidades; dolores agudos e intensos, las heridas que estaban abiertas se rozaban con mi ropa y las que no alcanzaron a abrir dolían en cada movimiento. No había espejos ni reflejos, pero estaba seguro de que debía tener unas cuantas en el rostro y quizás algo de sangre seca por la boca, porque toda la gente se volteaba a mirarme al ver mi estado deplorable.
En cuanto a Ryan el plan era localizar a sus padres, que por desgracia estaban fuera de la ciudad, y por ser un caso en manos de federales corruptos no nos dieron la lectura de nuestros derechos, como las llamadas o el abogado, en vez de eso nos dirigieron a una sala de torturas sin si quiera
preguntarnos los nombres.
Llegué a casa con los últimos esfuerzos que me quedaban. En cuanto abrí la puerta sentí como la desesperación se apoderó de mi cuerpo. Tomé la botella de whiskey de la mesa de centro, y la arrojé lo más lejos posible. El estruendo asustó a los perros del barrio y yo fracasaba en mi intento de contenerme, sin poder aguardar por un momento más apropiado para llorar. Fue como si toda la adrenalina se hubiera esfumado de mi cuerpo, ya no era resistente al dolor, ni al sufrimiento, la angustia o la rabia.
¿Acusado? Acusado de un crimen, y no de cualquiera, del crimen que terminó con la vida de Lea.
Mis piernas flaquearon ante la impotencia y me dejé caer sobre mis rodillas. No pudo ser peor decisión porque las heridas que tenía me causaron un dolor insoportable que me inundó la cabeza de pensamientos suicidas. Los federales usaron un extintor para golpearme las piernas cada vez que quería partir mi testimonio.
Recordarlo me provocó una rabia que no había sido capaz de experimentar en mi corta vida. Quizás en ese momento estuve asustado, a punto de cagar mis pantalones, pero ahora solo me queda preguntarme cómo es que hay gente que disfruta haciendo todo ese daño, porque no me trago la frase de «Solo seguía órdenes».
Mi sala de estar -en la que me encontraba arrodillado y llorando- tiene dos sofás que forman un ángulo hacia una de las esquinas de la sala. Uno de los sofás está frente a la ventana que se encuentra al lado de la puerta, el otro está frente a la chimenea. Yo estaba al centro de
todo, donde debería ir la mesita, pero en algún momento que no logro recordar la había volteado de una patada, así que mi vista se encontraba perdida entre las cosas que destrocé por rabia.
Me estaba hundiendo en todo, secándome las lágrimas que no dejaban de caer, hasta que en un momento miré hacia el espacio que formaba el sofá grande junto a la chimenea. Arrugué los ojos, tratando de comprender lo que veía. Era una chaqueta negra, y luego de que mil imágenes pasaran por mi cabeza, comprendí que no era mía, no era de Ryan, y menos de los federales que habían estado ahí esa tarde. La chaqueta era de Lea, esa que ella solía llevar con una blusa roja por debajo.
Me arrastré los nudillos por los párpados, queriendo secar las lágrimas que me nublaban la vista, y la vi con detención. «No hay dudas, es de Lea» pensé.
Para entonces no sabía si era el inicio de mi locura, o si de verdad estaba pasando, pero el perfume de Lea comenzó a rodearme cuando acerqué la cabeza hasta la chaqueta.
Por primera vez en mucho tiempo me encontré aterrado, y más que eso, con la sensación de que moriría.
Mis manos se pegoteaban de sudor y no dejaban de temblar. Miraba cualquier lugar de la habitación, evitando mirar la chaqueta, pero seguía ahí, acusándome de alguna forma.
Trataba de inflar mi pecho, de respirar bien, pero en vez de eso solo conseguía unos movimientos irregulares. La falta de aire comenzaba a marearme, pensé que podría desmayarme ahí, y eso me parecía totalmente aterrador; caer en la alfombra junto al sofá, encontrarme expuesto ante cualquier cosa que cayera encima de mí, descubierto de alguien o algo que quisiera atacarme.
Nunca había experimentado una paranoia así, o más bien nunca la había sentido en toda mi vida, y la respiración entrecortada no ayudaba.
Empecé a arrastrarme hacia atrás con desesperación, porque de pronto me surgió la idea atemorizante de que esa prenda de vestir cobrara vida, que se transformara en una bestia nocturna y me arrancara pedazos de piel mientras me encontraba ahí sin aliento. «No, no. Eso no pasará. No pasará» me decía a mí mismo en susurros. Pero no servía el consuelo, el terror no se iba.
Me levanté con movimientos torpes, apoyándome en la mesa que hace unos minutos había volteado. Miré hacia atrás y la chaqueta seguía ahí en su misma posición escalofriante, como si alguien se la hubiera arrebatado a Lea con agresiones, y de solo imaginarlo se me esfumó lo último cuerdo en mi mente.
Corrí hacia la escalera, con la respiración acelerada, mirando hacia atrás en cada paso, temiendo que esa cosa fuera de verdad a comerme vivo. Al tercer escalón miré mal y tropecé. Me asusté tanto que casi pienso que algo me olfateaba los pies mientras trataba de levantarme. Un grito ahogado salió de mi garganta y en menos de un segundo llegué al último escalón, abrí la puerta de mi habitación y la cerré de un golpe. Corrí hacia un mueble y lo arrastré hasta la puerta para que nadie entrara a matarme. Me lancé a mi cama y me escondí entre las sábanas, deseando que todo fuera una pesadilla; que Lea estuviera viva, que esa bestia del primer piso no fuera real y que todas mis heridas desaparecieran, sellando cada abertura sangrante en mi piel y cada dolor en mi enloquecida mente.
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4.
4.
Las lágrimas tibias me recorrían las mejillas, se desviaban hacia el lado y me empapaban el cuello. De a poco comencé a calmar mi respiración y a sentir el agotamiento que debería de haber experimentado en primer lugar, de no haber perdido la cabeza.
Saqué la sábana de mis ojos que seguían fuertemente cerrados, tanto que me dolía la cara por la tensión. Me decidí a abrirlos con cuidado, temiendo ver alguna locura frente a mi cama. Estaba hecho un ovillo, desesperado, temiendo por cosas que mi cabeza se estaba inventando.
La calma volvió de a poco y junto a ella comencé a sentir un olor familiar que al parecer salía de mis sábanas. Traté de recordar de donde era, pero los sentidos aún estaban atrofiados por la locura, y de pronto fue como si se encendiera una bombilla en mi cabeza, ese olor casi cítrico pero dulce, aunque no empalagoso. Era el aroma de Lea y se encontraba en mi cama. Entonces recordé la conversación con Ryan esa mañana, el cómo me recordó varias veces que Lea había pasado la noche conmigo y yo sin creerle. También recordé que no había estado en mi cama desde que desperté de la amnesia, y que quizá la congestión de la resaca me nubló por completo su aroma hasta ese preciso momento en que despertaba de la paranoia.
Empuñé la sábana y me la acerqué a la nariz, tratando de impregnarme hasta lo más profundo ese aroma dulzón. De solo hacerlo se me relajaron los músculos y me olvidé por completo de la escena en el primer piso, pero en cambio volvió el recuerdo
de su cuerpo tendido en el césped, cubierto de sangre.
El nudo en la garganta me invadió con fuerza, aunque sin tanta desesperación como antes. Arrastré la sábana a un lado y me quedé encima de la cama, mirando cada rincón de mi habitación que ya se había oscurecido. Miré el reloj, y habían pasado un par de horas desde ese ataque de locura. Las lágrimas me estaban poniendo somnoliento, y el oportuno relajo de mis músculos me dio cabida a dormir un poco.
En menos de una hora ya me había rendido ante el cansancio, pero no duró mucho, aunque si lo suficiente para tener un profundo y extraño sueño, como si lo hubiera vivido antes.
Caminaba por la escalera de mi casa. Iba subiendo a mi habitación cuando de pronto me enterraba una gigante astilla en la mano. No me aguantaba el quejido de dolor, y al segundo después sentía que Lea me llamaba. «¿Estás bien?». Me giraba para responderle y le mostraba la mano, con el pedacito de madera incrustado. Lea subía y me revisaba la llaga. «Puedo sacártela con mis uñas, pero necesito algo de luz».
Subíamos hasta el baño, yo me sentaba encima de la tapa del inodoro, mientras ella se dedicada a encontrar la forma de sacarme la astilla.
«Yo ya me voy -nos decía Ryan desde el primer piso-. Sí, sí. Será mejor que me vaya».
Ninguno le respondió, así que sentimos la puerta abrir y cerrarse de inmediato.
Después de unos intentos Lea sacaba la astilla y me la mostraba riendo. «Deberás pulir esa barandilla».
Ambos nos sonreíamos y antes de que las cosas se pusieran incómodas
me atreví a decirle que me acompañara a mi habitación, que debía hablar con ella. Lea me miraba inexpresiva, pensando en qué decir, y luego de unos segundos asentía con la cabeza. «Claro, vamos».
Desperté y miré el reloj en mi pared, solo habían transcurrido un par de horas. Comencé a meditar sobre el sueño, porque parecía bastante real, como si fuera un recuerdo.
Encendí la lámpara y me miré la mano. Tenía una llaga justo en el lugar donde según el sueño me había enterrado la astilla. En seguida me levanté y fui al baño. Me quedé pasmado al ver mi lavabo, donde estaba la misma astilla que Lea me sacaba en el sueño.
¿Estoy comenzando a recordar? Lo que me decía Ryan, de que Lea subió conmigo y que él se fue al vernos. Todo calzaba.
Habría seguido analizando esa idea, pero escuché un ruido en el primer piso. En silencio volví a mi habitación, y saqué un bate del armario. Comencé a bajar escalón por escalón, preparado para batear. Cuando estaba por llegar al primer piso me encontré a Ryan tirado en el sofá, o algo parecido a él. Sangraba por todos lados, los infelices ni se dieron la molestia de llevarlo a un hospital o de llamar una ambulancia. A penas lo vi corrí hacia él y traté de hacerlo reaccionar, pero no tenía consciencia de donde se encontraba. Miré hacia la puerta, que, al tener la cerradura destrozada, nunca se cerró. Un auto estaba afuera, a punto de ponerse en marcha. Alan lo conducía y al verme me sonrió satisfecho, burlándose de la condición de Ryan. Luego se marchó.
Comencé a escarbar
los bolsillos de Ryan, y por suerte lo devolvieron junto a su teléfono.
Llamé a una ambulancia, diciéndoles que había un grave herido en mi casa, sin dar más detalles. Terminé la llamada y traté de correr a mi habitación. Me saqué la camisa despedazada que estaba llena de manchas de sangre, y la cambié por un suéter delgado. Luego fui al baño y con ayuda de un algodón me limpié la sangre de la cara. Aún se notaban las heridas, y algunas seguían frescas, pero me veía mucho más sano que Ryan.
Bajé y traté de despertarlo. «¿Se llevaron mi auto? ¿Sabes si se lo llevaron?» Ryan apenas podía mirarme. Tenía un ojo hinchado, de color berenjena. Con el mismo algodón traté de limpiarle la sangre que le goteaba, sin tocar las hendiduras que le dejaron en el rostro.
Quería ir al hospital por mi cuenta, y enviar a Ryan en la ambulancia. No quería que les prestaran atención a mis heridas, quería que se dedicaran a atenderlo a él nada más, pero ninguno de los dos sabíamos del paradero de mi auto.
La ambulancia llegó minutos después y abrí la puerta para que me ayudaran a levantarlo. Los paramédicos me miraron en busca de una explicación y para frenar cualquier pregunta les dije que había sido una pelea y que lo entré a mi casa para esperar por ellos.
Entre dos hombres se lo llevaron a una camilla y lo entraron a la ambulancia, me preguntaron si los acompañaría y asentí con la cabeza.
En el momento de cerrar la puerta algo en mi quiso mirar en busca de la chaqueta de Lea, pero me dio escalofríos de solo pensarlo así que la cerré
de golpe, cuidando que se quedara inmóvil a pesar de la cerradura rota.
«Paciente con compromiso de consciencia -dictaba la enfermera a bordo-, hemodinámia inestable, contusiones múltiples, dificultad respiratoria, hemoptisis...»
Yo sin entender nada estaba espantado por todos esos tecnicismos que no parecían prometedores.
Mientras regulaban el estado de Ryan, me llevé las manos a la cabeza para agarrarme el cabello con fuerza. Sentía que debía arrancarme la piel, algo me estaba carcomiendo la cordura y no era para nada agradable.
-Está en buenas manos -me dijo uno de los paramédicos mientras ponía su mano en mi hombro-. Te podemos ayudar a hacer una denuncia.
-Puedo hacerlo por mi cuenta, gracias.
-Cuando lleguemos espera en la sala, para que te traten tus heridas.
-Estoy bien.
-No, eso se puede infectar. -Me apuntó la herida abierta en el pómulo-. Debes dejar que te atiendan.
Llegamos al hospital y en menos de diez segundos ya habían ingresado a Ryan a la sala de urgencias. El paramédico volvió a la ambulancia y me señaló la sala. «Ve ahí, hazme caso, tu herida se ve mal». Y eso que ni había visto las que tenía en el resto del cuerpo.
Llegué a recepción y me topé de frente con una chica muy joven vestida con el mismo traje que las otras enfermeras.
-Disculpa -le dije-. No te había visto.
-Tran... -empezó ella, y se detuvo al verme el rostro-. ¿Pediste que te vieran?
-No. Necesito hacer una llamada primero.
Debo llamar a los padres de mi amigo.
-¿Dónde está tu amigo?
-En la sala de emergencias.
-Está bien, sígueme.
Llegamos a un rincón del pasillo, había una máquina dispensadora de agua fría y dos asientos. Me hizo sentarme ahí y estaba por pasarme su teléfono cuando vio mis manos llenas de heridas. Tomó una de ellas sin mi permiso y comenzó a correr la manga del suéter, haciéndome quejar de dolor.
-Estás mucho peor de lo que pensaba -me dijo sorprendida-. ¿Pelearon con alguien?
-Por favor, solo quiero hacer la llamada, podrás atenderme después si quieres.
-Primero ven conmigo y te dejaré hacer la llamada.
-¿A dónde?
-A una camilla.
-No. No lo necesito, estoy bien.
-No te creo, casi ni puedes caminar.
Me llevó a una habitación y me dejó sentado en la cama, ella por mientras me ingresaría en recepción. Dos asistentes me ayudaron a sacarme el suéter, y yo no dejaba de quejarme. Levantaba los brazos y parecía que me iba a desmoronar, o que algo en mi cuerpo se iba a caer al suelo sin mi permiso, un brazo quizás.
La chica llegó y con ayuda de una bandeja metálica comenzó a desinfectar y cerrar cada una de mis heridas. Tenía los dientes apretados de tanto sufrimiento, se notaba que era nueva, porque podría decir que se demoró una hora en tratarlas todas.
«Listo -me dijo, al terminar de vendarme la muñeca-, ahora puedes hacer la llamada»
Salió de la habitación y juntó la puerta, pero
podía ver su sombra por debajo. Era correcto que esperara, no me conocía bastante y podría escaparme con su teléfono si resultaba ser un ladrón, aunque al parecer podía ser hasta un asesino.
Busqué el número del padre de Ryan en mis contactos. Lo marqué en el teléfono de ella y esperé a escuchar el tono para acercarlo a mí.
-¿Hola? -se escuchó la voz del padre de Ryan.
-¿Quién es? ¿Es Ryan? -decía su madre, que estaba cerca del teléfono-. Dile que ya vamos en camino.
-Hola, señor Mitchell, soy Blake -respondí.
-Es Blake, Amanda -le dijo a su mujer-. ¿Qué sucede, hijo? ¿Estás con Ryan?
-Sí, estoy con él. Pues, verá, hubo un grave proble...
No alcancé a terminar la frase. A pesar de que traté de ser delicado con la información, la madre de Ryan no era alguien que se tomara las malas noticias a la ligera, quizás como cualquier otra madre.
-¿Qué? -se escuchó chillar a la señora Mitchell-. ¡Dame ese teléfono! Blake, cariño, ¿Qué sucede? ¿Están bien?
-Estamos en el hospital...
-¿Cómo dices? ¿Hospital?
-¡Él está mejor! -le dije antes de que se volviera loca-. Tuvimos una pelea.
-¿Pelea? ¿Están locos? -La madre de Ryan no dejaba de chillar, así que el señor Mitchell le quitó el teléfono-. Blake, soy yo. Dime dónde están ahora.
-En el Lower Manhattan.
-Está bien, vamos para allá.
Luego la chica de la sala entró a la habitación
y me preguntó cómo me había ido con la llamada. Le conté que vendrían de inmediato y que debía recibirlos en la entrada.
«¿Estás loco? Tú te quedarás aquí. Yo me encargo de que vean a tu amigo».
Su atención me parecía muy dulce, no pude decirle que no o reclamarle. «Mi nombre es Amy, por cierto» me dijo, antes de alejarse hasta la salida.
Los asistentes se quedaron conmigo y me preguntaron si necesitaba ayuda para desvestirme. Les dije que podía hacerlo solo, hasta que escucharon mi chillido al tratar de sacarme los jeans. Sin decirme nada antes, me tomaron en sus brazos, como si fuera un bebé, y me recostaron en la camilla. Comenzaron a sacarme los pantalones de a poco, y a medida que lo hacían, me rozaban cada herida en la pierna. Una parte del jeans estaba pegado a mi piel, seguramente por la sangre seca. Cuando me lo sacaron retiraron toda la costra que tenía, y la herida empezó a sangrar de nuevo. Justo en ese momento llegó Amy, y vio todas las magulladuras que tenía desde la cadera hacia abajo. Se espantó y les gritó a los asistentes que trajesen otra bandeja metálica. Estaba tan alterada que me recordaba a la madre de Ryan al teléfono.
Quiso comenzar un sermón en mi contra, pero en vez de eso se limitó a preparar todo lo que traía la bandeja en silencio y yo me preparé para sufrir de nuevo. Algo me decía que se demoraría aún más en tratar las heridas de las piernas, porque debo admitir que eran bien feas.
Luego de todas las atenciones las tres heridas abiertas de mis piernas ya se encontraban
desinfectadas y cerradas. Me explicó que la hinchazón se pasaría en unos días y que me habría evitado las innumerables consecuencias si hubiera asistido a tiempo.
Llegó un asistente con mi comida. Un puré de papas con carne molida, una ensalada de tomate, un trozo de pan y un jugo de manzana. Lo vi y me lo devoré en cosa de minutos. Amy me miraba atenta. «¿Hace cuánto que no comes?». No supe responderle, porque debido a la amnesia, no recordaba el momento exacto en que había comido por última vez.
Llegó otra enfermera de más edad que Amy y le empezó a enseñar cómo poner una vía de suero. Es estudiante, pensé. Ahora entiendo todo el escándalo que hizo con mis heridas.
Amy me explicó que me darían un suero con analgésicos para calmar el dolor, y me preguntó si había bebido en las últimas veinticuatro horas. Mi respuesta la dejó más preocupada de lo que ya estaba: «No recuerdo si bebí».
Amy arqueó las cejas y la enfermera que la acompañaba le ordenó solo poner suero.
«Tendrás que aguantarte el dolor entonces».
Caí rendido en ese duro colchón de hospital, y apenas Amy abandonó la habitación me quedé dormido.
Habría sido un buen descanso de no ser por el extraño sueño que tuve.
Lea gritaba desesperada, mientras corría por una calle humedecida. La noche estaba en su máximo punto de oscuridad y la luna iluminaba el camino. Era una calle sin fin.
Ryan pasaba por mi lado, me superaba y corría casi en paralelo a ella. Mis piernas se fatigaban, sentía que perdía velocidad.
-¡Blake! -me gritaba Lea al ver que empezaba a detenerme-. ¡Ryan, haz algo!
-¡Yo me encargo! -gritaba Ryan mientras se agachaba rápido a recoger una botella de vidrio que yacía en el pavimento. Arrojó la botella en mi dirección, pasó rozando mi cabello y la sentí quebrarse cerca de mí.
-¡Le diste, le diste! -exclamaba Lea-. ¡Vámonos!
Me voltee para ver a qué le habían dado. Era Bernie Adams en el suelo, con una mancha brillante emergiendo de su cabello. Miré su torso, que seguía inflándose de aire, aunque con dificultad.
-¡Está vivo! -les gritaba.
-¡Corre! -me decía Lea-. ¡No mires atrás, solo vámonos!
Escapábamos de Bernie y mi vista seempezaba a nublar desde la periferia. Una sensación de nauseas surgía de loprofundo. Se acentuaron al momento en que abrí mis ojos y me di cuenta de loque acababa de soñar.
Desperté descolocado, con las ganasde seguir corriendo. Levanté el torso y me apoyé en el colchón con las manos.Sentí mi columna endurecerse del susto.
«No lo estaba soñando, lo estabarecordando».
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5.
5.
Bernie Adams no tenía más de treinta años. Era de baja estatura, me llegaba cerca del hombro, tenía un poco de sobrepeso, quizás por la cerveza y nachos que pedía siempre en el bar.
Cada vez que lo veía me entraban las ganas de partirle la cara, de alejarlo de nuestras vidas y más aún de la vida de Lea.
Claro que en ese tiempo yo no era un hombre impulsivo y violento, pero por ella lo habría hecho.
Bernie acosaba a Lea desde la primera vez que la vio en el bar. No era algo que nos extrañara mucho, Lea era hermosa como ninguna y no llevábamos cuenta de todos los hombres que trataban de «ser sus amigos». Bueno, para ser sincero su físico no lo era todo, cualquiera la veía hermosa, pero cuando cruzaban palabras con ella ya no había vuelta atrás, era inteligente, astuta, reservada, y de un humor poco usual. Claro está que yo fui uno de los que cayeron bajo sus encantos.
Entonces, a pesar del odio que le tenía a ese hombre, aún no comprendía que hacía en mis sueños, y qué era lo que me hacía sentir que fuera más bien un recuerdo.
Acababa de despertar de un susto, con náuseas y paralizado por los recuerdos de Bernie sangrando de la cabeza, entonces vi a Amy parada al lado de mi cama, helada por mis gritos.
-¿Te pasa algo? -me preguntó preocupada-. ¿Quieres agua?
-¡Ryan! ¿Dónde está Ryan? -pregunté alterado.
-¡Él está bien, tranquilo! Ya está mejor, trataron todas sus
lesiones anoche. Ahora está con sus padres.
-Entonces, ¿está despierto? Necesito hablar con él, ahora -dije mientras movía una de mis piernas fuera de la cama.
-No, tú no te mueves de aquí, necesito que vengan a revisarte.
Devolví la pierna a la cama, tratando de calmarme. Al cabo de unos minutos llegó la misma enfermera de la noche anterior y revisó cada una de mis heridas. Vio la que tenía en la cabeza y sacó una linterna del bolsillo de su uniforme azul para iluminarme las pupilas.
La enfermera se llevó a Amy fuera de la habitación y volvió luego de unos minutos, cuando yo tenía la mirada fijada en la ventana. No sabía qué hora era, pero parecía estar amaneciendo, el cielo se veía gris con destellos azules oscuros y una luz potente nacía a lo lejos.
Me quedé un tiempo pensando en lo que había soñado. Sabía con certeza de que era una escena real, como si los recuerdos estuvieran volviendo a mí de a poco.
«Son las cinco de la mañana» me dijo Amy.
Devolví mi mirada a la puerta de la habitación para verla y por primera vez puse atención en su apariencia.
La noche anterior no me encontraba del todo cuerdo, estaba desesperado e inestable por la conmoción de la supuesta pelea que habíamos tenido junto a Ryan, así que lo único que le pude ver bien fueron los ojos de un color verde claro, casi como si fueran a convertirse en miel con la luz.
Pero en ese momento, temprano en la mañana, pude notar otras cosas; la piel de un aspecto suave, como si fuera porcelana; los labios redondeados
y consistentes, aunque finos y delicados; la nariz perfectamente delineada, como si hubiera sido esculpida; el cabello de color rubio dorado y unos pómulos redondos.
Tenía el aspecto de una muñeca de colección, traté de encontrarle algún defecto a su apariencia pero nada se me ocurría y ahora después de conocerla más, aún no le encuentro uno.
En aquel momento me recordé que Lea era la única que me quitaba el aliento, sin embargo, no pude evitar pensar que Amy era y es una de las mujeres más hermosas que había visto en mi vida.
-¿Está despierto? -pregunté sin rodeos. Amy me miró con extrañeza, entonces agregué-: Ryan ¿Está despierto?
-A veces abre los ojos, pero no creo que se encuentre muy consciente como para hablar contigo.
-¿Está grave?
-Está mejor, y en buenas manos. Además, sus padres lo vigilan, ya tiene alguien que se desvele, no debes preocuparte.
-Genial, me alegro.
-¿No quieres contarme como pasó eso? Puedo ir a hacer la denuncia por ti.
-Es mucho más complicado de lo que piensas. -Dirigí mis ojos a la ventana otra vez-. No sé si pueda hacer una denuncia.
-Tengo amigos que estudian leyes, podría preguntarles.
-No... -Volví a mirarla-. No creo que me recomienden denunciar a unos federales.
-¿Cómo dijiste? -En seguida Amy se acercó y me preguntó susurrando-: ¿Tuvieron una pelea con federales?
-No sé si pelea...
-Dios santo, vendrán acá, se los llevarán
a la cárcel...
-Amy -le interrumpí.
-Debiste decirme, no lo sé, al menos...
-¡Ya, basta! -le grité, luego de ver el miedo en su cara me corregí-: Disculpa, pero déjame contarte, no quiero que pienses que ayudaste a un delincuente.
-Está bien -me dijo más calmada-. Puedes contarme, claro, yo no le diré a nadie, ni si quiera a mi profesora, lo prometo.
-Ya, está bien, no creo que te crean de todas formas.
Partí contándole desde que no teníamos recuerdo alguno temprano por la mañana. Que tratamos de encontrar a Lea y que la encontramos en su casa, muerta. Amy se paralizó y se sentó en la silla de mi habitación, de ahí terminé de contarle como entraron a mi casa, y que nos llevaron al edificio federal para golpearnos.
«...Luego Ryan llegó a mi casa en ese estado y solo pude llamar a una ambulancia. Es decir, no soy tonto, se veía fatal y no tenía como llevarlo».
Amy quedó en silencio, su mirada llevaba en el suelo por minutos. No quería ni pensar cómo reaccionarían los padres de Ryan cuando les contara, si una desconocida como Amy estaba tan asustada y preocupada.
-¿Vas a decir algo? -pregunté de una vez.
-¿Qué vas a hacer? -Levantó su mirada y la dirigió a mis ojos.
-Que nos hayan dejado ir me hace pensar que nos descartaron.
Al rato llegó mi desayuno. Amy seguía consternada por toda la historia, pero se quedó a hacerme compañía. Tenía un vaso con jugo de naranja, una papilla de frutas y una tostada con mantequilla. Las
heridas en mis manos se estaban endureciendo y con suerte podía tomar el vaso, así que me ayudó a comer, llevando cucharadas de puré de fruta a mi boca, como si fuera un niño.
Después de terminar la tostada un asistente vino a retirar la bandeja y Amy llegó con una jeringa y un frasco de vidrio. «Ahora sí puedo darte analgésicos». Cargó ese líquido transparente a la vía del suero y de a poco comencé a librarme de todos los dolores molestos, que desde que llegué se habían hecho más intensos.
Me relajé tanto que de a poco fui cerrando los ojos, hasta que me quedé dormido, pensando en Lea.
Estábamos los dos sentados en mi cama. Pasaba los dedos por su rostro; su piel era suave, delicada, sentía el calor en sus mejillas.
A ratos parecía que ella quería decir algo, pero nada pasaba. Agachaba su mirada, me miraba a los ojos y la desviaba de nuevo, como si fuese un ciclo de nerviosismo. Finalmente suspiró y me miró fijo.
-¿Por qué me dices esto ahora? -preguntó.
-Lo habría hecho antes... -Hice una pausa y tragué ese nudo que se formaba en mi garganta-. Pero tenía miedo, no quería perderte.
Luego de decirle eso, no me quitó los ojos de encima. Comenzó a acercarse, hasta que estábamos a una distancia casi mortal, entonces mi piel se erizó de inmediato y sentí escalofríos.
Pasó una de sus manos a mi nuca y la otra quedó junto a mi mano, todo sin sacarme la vista de encima.
«No me perderás» susurró.
Sentía su respiración tibia cerca de mí, sus
labios comenzaron a tener un ligero contacto con mi mejilla, el silencio era tal que se escuchaba como mi barba puntiaguda raspaba su piel.
Pareció una infinidad de tiempo, hasta que posó sus labios en mi boca. Entonces el beso comenzó de a poco, con ella mordiendo mi labio inferior, y apenas sentí ese tacto cerré los ojos.
Estaba nervioso y mis manos temblaban, pero pude mover una hacia su hombro. Al sentir mis temblores una pequeña sonrisa se formó en su rostro que percibí durante el beso.
La timidez comenzaba a desaparecer, deslicé los mechones de cabello que caían en su pecho hacia atrás y puse mi mano en su cuello. Podía sentir el palpitar de la sangre que le recorría el cuerpo.
Bajé ambas manos a la altura de su espalda y la recosté en mi cama muy despacio, todo sin despegarnos, como si fuéramos uno.
La noche se llenó de caricias y suspiros, el ambiente de la habitación se entibió con cada respiración.
Nos desvelamos entre caricias y besos para finalmente terminar recostados mirándonos de frente sin decir nada por varios minutos, ella pasaba sus dedos por mis labios, acariciándolos, y yo pasaba mi mano por su brazo, rozándola. Se sentía algo en la atmosfera que era nuevo para ambos.
«No sabes cuánto tiempo he esperado a que dijeras eso -dijo Lea sonriendo. Se acercó a mí y me dio un beso en la frente-. Nadie nos quitará esto ¿está bien?». Asentí con la cabeza, cerrando los ojos frente a ella. Nuestras narices se topaban en las puntas mientras me agarraba por el cuello. «Debí
decírtelo yo, no habríamos perdido tanto tiempo».
Terminó la frase con un beso profundo, uno que me devolvió la circulación al cuerpo.
Apretó mis labios contra los suyos y antes de alejarse soltamos un suspiro, como si con ese beso hubiéramos dejado salir algo que se encontraba adentro, que deseaba ser liberado.
Eran las seis de la mañana, porque la radio-despertador comenzó a sonar y como era de costumbre, se me olvidaba desactivarla los fines de semana, aun así no había descanso que interrumpir porque estábamos despiertos, mirándonos, quitándonos el sueño.
Se encendió la radio, el locutor saludaba a la audiencia y nos daba la hora del día.
Extendí mi mano hacia atrás, para alcanzar el botón del despertador, y entonces «Fade into you» de Mazzy Star empezó a sonar. «No la apagues -me dijo Lea-. Me encanta esa canción».
«Quiero tomar la mano dentro de ti
Quiero tomar un respiro que sea verdad.
Te miro y veo nada,
Te miro para ver la verdad.
Vives tu vida, vas entre sombras.
Te desharás y volverás.
Algún tipo de noche en tu oscuridad,
Colorea tus ojos con lo que no está ahí.
Desvaneciéndome dentro de ti,
extraño que nunca lo supieras.
Desvaneciéndome dentro de ti,
Creo que es extraño que nunca supieras.
La luz de un extraño avanza lentamente,
El corazón de un extraño sin hogar.
Pones tus manos en tu cabeza,
Y entonces las sonrisas cubren tu corazón...»
Esa canción tiene
un montón de interpretaciones, pero a mi parecer habla de alguien que sufre amando a una persona que no puede ser amada. Alguien que ha sufrido mucho y que ha olvidado las simplezas de la vida, tal como amar y ser amado.
No sé si sea nuestro caso. Sé que Lea ha sufrido por algún novio del pasado, que no ha tenido una relación seria desde que la conozco y que se limitaba a decir que «Las cosas pasan por algo» cada vez que un hombre se alejaba de su hermosa sonrisa. Pero la verdad, no creo que sea una mujer difícil de amar. Bueno, quizás la pasé mal en algún momento, cuando ella se veía muy ocupada por otros asuntos y más que nada porque no había tenido el coraje de confesar lo que sentía por ella desde el primer día que la vi.
Sus ojos comenzaron a cerrarse mientras se acurrucaba en mí. Mis brazos la rodearon y puso su cabeza en mi pecho.
De pronto hizo un gesto de molestia y dirigió la mano a su cabello, sacando un ribbon color rosa que atrapaba los últimos mechones ordenados de su cabello.
Sin mirarlo lo soltó al costado izquierdo de la cama, donde cayó al suelo.
Se acomodó una vez más y así nos quedamos, con ella usando mi corazón como almohada, subiendo y bajando por la respiración, y con mis brazos sujetándola, como si no pudiera dejarla ir. La música comenzó a disminuir su volumen, difuminándose, así como la imagen de Lea.
Había despertado de un sueño fantástico. Levanté mis manos para secar mis ojos, lancé un bostezo al aire y me acomodé en la almohada mirando al techo. Observé
un rincón de la habitación y me quedé pensando en aquel sueño tan espectacular como para ser verdad, como si fuera un cuento de hadas. Una sonrisa se formó en mi rostro mientras que mi mente imaginaba a Lea en mis brazos al mismo tiempo.
La calma no duró mucho, al recordar todos los sueños que había tenido. El del día anterior, recordando la astilla; el de la mañana, cuando corríamos de Bernie; y luego ese, el que podría ser la continuación del primer sueño, cuando le decía a Lea que me acompañase a mi habitación. Estoy comenzando a recordar.
De pronto la amargura me invadió, haciéndome la única pregunta que hubiera querido no responderme nunca: «¿En algún momento recordaré la escena en que Lea fue asesinada? ¿Habré estado ahí cuando ocurrió?». Entonces pensé que, si ese sueño llegaba algún día a mi vida, estaría condenado por la eternidad. Nadie podría sacarme esa imagen de la cabeza y me volvería completamente loco. Y aunque quisiera saber el porqué y el cómo de todo esto, prefería que me lo contaran a que recordarlo en un maldito sueño, o más bien pesadilla.
Me había quedado pensando en todas esas atrocidades, hasta que sentí que alguien golpeaba la puerta. Se trataba del padre de Ryan.
El señor Mitchell era un hombre respetable, uno de los mejores abogados de Nueva York. Sin exagerar, porque su nombre estaba presente en una lista del Times.
Era amigo de mis padres gracias a un caso en que tuvo que representarlos desde antes que yo llegara al mundo y ha estado cerca de la familia desde entonces.
Tal vez si no fuera por eso, yo nunca habría llegado a ser amigo de Ryan.
Su aspecto era de un hombre exitoso. Solía vestir trajes de buena calidad y colores sobrios.
Por lo que sabía para entonces, él acababa de llegar de un viaje a la playa junto a su esposa, pero aun así en esas condiciones se las arreglaba para verse formal.
Al contrario de Ryan, el señor Mitchell tenía el cabello castaño, pero un castaño más claro que el usual. Tenía algunas canas en las raíces cercanas a la sien, y pesar de eso, se veía joven, quizás porque llevaba la barba al ras y omitiendo la edad que pudiera tener se mantenía en forma.
Su voz era cálida y fuerte, muy imponente. Uno de sus mayores atributos a la hora de los juicios.
-Hola hijo, ¿cómo estás? -me preguntó al entrar.
-Bien -le respondí-. Mejor.
-Genial. Entonces, ¿estás listo para volver a casa?
-¿Ryan está despierto?
-Se despierta a ratos, pero se ve muy agotado. Los relajantes que le dan deben sedarlo bastante.
-Necesito hablar con él.
-Lo siento, aún duerme. Ni si quiera ha podido decirme lo que pasó, tendrás que hacerlo tú.
-Es que...
-No te preocupes, tendremos tiempo para eso luego, ahora vámonos a tu casa.
Unos asistentes me ayudaron para sentarme en la silla de ruedas. De camino al pasillo me encontré con Amy, y al ver que ya me iba corrió a despedirse de mí. Me dijo que si llegaba a necesitar ayuda podía llamarla. Tomó mi teléfono y guardó su
número en la agenda de contactos. Luego me abrazó con cuidado, «No te alegres tanto Murphy, volveré a verte mañana, cuando te cambien esas vendas».
El camino a casa se hizo infinito, mi costado comenzó a doler, el efecto del medicamento se estaba desvaneciendo. Mientras tanto, el señor Mitchell me comentaba acerca del tratamiento que estaba recibiendo y cada cuanto debía tomarlo.
En ningún momento me dejó explicarle lo que había pasado, seguramente porque no parecía importante. Claro, una pelea, no suena tan fuera de lugar.
Llegamos a mi casa y yo había olvidado que la cerradura estaba mala, así que cuando el padre de Ryan la vio comenzó a sacar sus propias conclusiones, pensando en que quizás alguien había entrado a robar y por eso habíamos terminado en el hospital.
Pensé en contarle todo, de la forma más calmada que pudiera, pero me quedé en blanco cuando vi el mismo auto de los federales que había visto el día anterior. Estaba estacionado a unos metros de la entrada. Entonces miré la ventana de mi casa y vi la silueta de alguien moviéndose ahí dentro, en mi sala.
El padre de Ryan no se percató hasta que me vio mirando con detención, tratando de ver quien estaba adentro. La desesperación no tardó en golpearme, y traté de bajar del auto, incluso con todas mis dificultades.
«¡Ni lo pienses! -me gritó el padre de Ryan-. No entrarás ahí».
Cerré la puerta del auto y comencé a caminar hacia la entrada. El padre de Ryan iba por detrás, tratando de no tocarme, pero con los brazos por delante para frenarme si es que llegaba a caerme.
Abrí la puerta que se encontraba entreabierta de un puñetazo. Me quedé helado cuando vi todo el desastre en mi sala. Habían volteado el sofá, mi estante estaba vacío y los libros botados en el suelo. Busqué con la mirada por la sala, pero no veía muy bien, el sol de la calle me había dejado ciego. Escuché alguien revolviendo la basura de mi cocina y me decidí a encender la luz de la sala. Ahí estaba Alan, que al verme comenzó a reír. Detrás de él se encontraba Rick, el federal que trató de ayudarme.
«Miraa quien tenemos aquí -dijo Alan mientras se acercaba-. ¡Scar, acaba de llegartu presa!».
Mi mente se congeló, tratando de recordar... Scar,así apodaban al padre de Lea.
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6.
6.
Nunca olvidaré el día en que conocí a ese hombre.
Se escucharon unos pasos por la escalera, y lo primero que le vi fue la mirada. La luz de la sala iluminó los ojos sombríos y llenos de rabia contenida.
Ya en los primeros escalones comprendí el significado de su apodo. Tenía una hendidura en el costado del rostro, que iba desde la cien hasta la mejilla.
Me observó en todo su trayecto, mirándome con desprecio, seguro de que yo había asesinado a su hija.
Cuando llegó al primer piso se plantó frente a mí. Los ojos eran de un color turquesa al igual que los de Lea, pero más pequeños y arrugados.
Traía una camisa amarilla desabotonada en el cuello, y encima una chaqueta de cuero color café gastada.
Habría esperado un olor a loción, tabaco o un perfume fuerte, pero no sentí nada, ni si quiera olor a jabón.
«¿Por qué no te ves preocupado? -me preguntó. Para entonces no me daba cuenta de qué expresión tenía, pero de seguro que era una seria, con la mente en blanco-. Si yo fuera tú, lo estaría».
Un segundo después forjó una sonrisa solo en la mitad de sus labios. En cuanto lo hizo la cicatriz en su rostro se hizo más profunda.
No sé qué habré estado pensando, pero ahora recuerdo esa escena y me arrepiento bastante, desde el momento en que quise entrar a echar un vistazo, sabiendo que el auto estacionado afuera era de ellos.
Así que, como si no tuviera idea
de con quién me metía, le respondí a su pregunta: «No lo estoy. No estoy preocupado. Porque yo no hice nada».
Scar le dio una mirada a Alan, quizás buscando su aprobación para ponerme las manos encima. Él le respondió asintiendo la cabeza, con el mentón en alto, apuntando en mi dirección. Lo que pasó después fue tan rápido que no logré reaccionar.
Scar se volteó a mirarme y de un paso se acercó a mí. Me empujó hasta chocar con la pared, luego me puso la mano en el cuello y me levantó, ahorcándome.
El señor Mitchell estaba en la puerta, y cuando vio la agresión de Scar trató de abalanzarse sobre él, queriendo detenerlo.
En pocos segundos Alan llegó a nuestro lado y lo empujó fuera de la casa de un solo puñetazo en el rostro. Luego cerró la puerta y se apoyó en ella, para que el padre de Ryan no pudiera entrar. En seguida se escucharon unos golpes, y a él gritando que no me hicieran daño.
Me estaba yendo a negro de a poco, solo con la mirada de Scar en mi vista.
No sé cuántos segundos pasaron, pero se hizo eterno. Lo último que alcancé a ver fue a Alan abriendo la puerta y comprobando que el señor Mitchell no estaba, entonces vi una silueta borrosa entrar por el patio. Rick lo vio y lo dejó pasar sin hacer algo. Fue ahí cuando perdí la consciencia, ya no veía nada, solo escuché un golpe, la puerta cerrarse, y después caí al suelo, donde todas mis heridas me entumecieron de dolor.
Comencé a respirar por inercia, tenía la garganta inflamada y tosía. Me palpé el cuello con
rapidez, y lo tenía tan sensible que me arrepentí de hacerlo.
Abrí los ojos y solo vi luces difusas que de a poco se coloreaban. Cuando ya pude ver mejor me encontré con el señor Mitchell encima de Scar, golpeándolo sin piedad.
Alan estaba afuera, tratando de derribar la puerta, pero un sofá pequeño la bloqueaba. Luego de unos intentos logró entrar, cargando una piedra en la mano, queriendo noquear al señor Mitchell.
Rick se lanzó hacia él y cayeron juntos afuera. No vi mucho más, pero de seguro que Alan quedó inconsciente al caer, porque Rick volvió a la sala. Cuando lo hizo Scar y el señor Mitchell rodaban por el suelo golpeándose el uno al otro. La piedra que había traído Alan cayó a mi lado, y Scar trató de alcanzarla. Un bototo de cuero la pateó lejos y masacró su mano, haciéndolo retorcerse de dolor. Miré hacia arriba y vi a Rick. No tardé en comprender que nos estaba ayudando. Le dio una mano al señor Mitchell para levantarlo del suelo. «¡Largo! -nos gritó- ¡Váyanse ya!».
El padre de Ryan me agarró del brazo y me levantó. Salimos y Alan estaba en el suelo de la entrada, adormecido.
Me llevó arrastras hasta el auto y nos fuimos rápido.
«¿Puedes hablar? -me preguntó acelerado-. ¿Puedes?» Lo miré y le negué con la cabeza. En seguida le dio un golpe al volante de rabia.
Suspiró, se enderezó en su asiento y me preguntó: «¿Los conocías, Blake?» Asentí con la cabeza.
«Ellos los golpearon -afirmó-. Te golpearon a ti y a Ryan».
Asentí de nuevo.
/> El señor Mitchell me miraba para ver mi respuesta y luego volvía a mirar la calle. Las preguntas iban rápido, como si aún siguiéramos en acción. La última pregunta la hizo con claridad, esperando que le dijera la verdad.
«¿Son federales?»
«Sí» respondí, con mi voz rasposa. Me miró enojado, pero no lo estaba con nosotros, sino con los que nos habían hecho daño.
Pasó unos minutos en silencio, tratando de calmar sus jadeos. Luego me explicó que volveríamos al hospital, y aunque él no sabía la historia detrás de las golpizas que nos dieron, pareció comprender todo, como si ya no fuera algo nuevo para él.
«Sueltan a los testigos y luego vuelven por ellos para seguir golpeándolos, así es como funcionan».
Por un momento pensé que hablaba de la escena en mi casa, pero eso no fue un ataque programado; seguramente estaban investigándome, sin si quiera una orden judicial.
Entonces entendí que se refería a Ryan, que quizás volverían por él.
Faltaban unos minutos para llegar, aunque el tráfico nos estaba retrasando. Mientras tanto comenzó a hacer unas llamadas, pidiendo que alguien fuera al hospital.
Llegamos y entramos de inmediato. Amy venía saliendo y cuando vio al padre de Ryan lleno de heridas en la cara se espantó como nunca antes.
«¿Qué pasó? -me chilló al verme-. ¿Qué está pasando?».
Traté de responderle y en seguida notó mi voz desgastada. Me tomó de una mano y me llevó dentro para que me atendieran.
Me sentaron en una camilla y un médico vino a revisarme
el cuello. Al rato después salí de la habitación con una dona acolchada alrededor de la garganta, que me dejó con la cabeza en alto, sin poder girarla hacia los lados.
Iba de camino a la habitación de Ryan, cojeando con la pierna suturada, hasta que una imagen familiar me detuvo en pleno pasillo.
Fuera del hospital, el federal joven estaba bajando de su auto, el que escuché hablando junto al barbón en el edificio federal. Para ese día no tenía idea de él, pero su nombre es Dave. Deseaba no volver a verlo nunca más, ni a él ni a los demás federales, pero mi historia con Dave no terminó ese día.
Me apresuré para encontrar la habitación de Ryan, y entre medio me encontré con su madre, que venía saliendo del baño cargando un bolso, lista para irse.
-Blake, cariño, qué gusto verte.
-¿Dónde...?
-¿Y ese cuello? Ay por Dios, ¿qué te hicieron? Esa pelea debió ser horrible...
-¿Dónde está Ryan? -pronuncié a duras penas.
-Oh, en esa habitación. -Apuntó con el dedo-. ¿Podrías estar con Ryan? Robert me llamó hace unos minutos y me dijo que fuera a la casa en la playa mientras, los llevará ahí.
-¿Qué?
-Ay, ¿no sabías? Quizás era sorpresa, lo siento.
Me despedí rápido de ella y caminé hasta la habitación. Su padre y otros hombres desconocidos estaban ahí, hablando con él, y antes de saludarlo me apresuré a contarle a su padre de que un federal había llegado al hospital. Los dos hombres que estaban ahí tenían pinta de guarda
espaldas. Altos, fornidos, vestidos con un traje negro y camisa blanca. Traían un cordón de teléfono colgado a la oreja. «Nos encargaremos de eso» dijo uno de ellos al escuchar mi noticia.
Observé a Ryan, que traía la mitad de la cabeza vendada, cubriéndole el ojo que estaba de color berenjena antes. Sus nudillos estaban cubiertos también, acolchados como un guante de box. Tenía dos tiritas de tela en el labio, que le unían la piel separada. Y unas cuantas marcas similares en el resto del rostro.
Su aspecto era moribundo, pero se veía mucho mejor sin toda esa sangre seca encima.
-¿Qué está pasando? -preguntó Ryan con un nudo en la garganta. Claramente su padre aún no le había dicho por qué estábamos ahí.
-Sucede que te darán el alta -le respondió él-. Y nos iremos a la casa en la playa.
-No. Pregunté qué está pasando con lo que dijo Blake.
-Lo hablaremos luego ¿está bien?
Amy llegó a la habitación con una silla de ruedas para Ryan y en seguida lo destapó, dejando ver todas las heridas en sus piernas.
Era claro que a él le habían hecho más daño. Tenía una gran venda cubriendo la canilla, por su al rededor la piel ya no era pálida como antes, ahora tenía partes teñidas con morado e incluso marrón. Eran marcas mucho más horribles de lo que suele ser, el color era intenso en el centro y se desvanecía hacia los alrededores. Cuando terminaba un hematoma comenzaba otro y así, lleno de colores rojos y hendiduras unidas por tiras de vendas, tratando
de juntar ambas partes de la piel.
Amy apagó la maquinita de los signos vitales y luego le quitó los cables pegados a su pecho.
Uno de los hombres de negro volvió y ayudó a sentar a Ryan. Era claro que en un estado así nadie lo autorizaría a dejar el hospital, es por eso que Amy se adelantó hasta la puerta y le dijo al señor Mitchell: «Cuando escuchen el ruido podrán irse, pero deben esperar a que todos corran hacia allá». Se fue y cerró la puerta.
De primera no entendí nada, hasta que luego de unos minutos un pitido insistente comenzó a chillar. Se escuchó una serie de pasos en su dirección y el hombre de negro abrió la puerta para que saliéramos con la silla de Ryan.
Nos fuimos hasta la entrada del hospital donde había dos furgonetas esperando. Una de ellas desplegó una rampa para que la silla de Ryan pudiera subir, junto a él subió el hombre que nos había ayudado en la habitación.
En la otra furgoneta estaba Dave -el federal joven- sin consciencia, como si se hubiera desmayado. Uno de los hombres le vendó los ojos mientras otro le ataba las manos. Un clon más de ellos conducía, y cuando recibió la señal del señor Mitchell se largaron de ahí.
-De seguro que ese idiota venía por Ryan -me dijo mientras subía a su auto-, de no ser por ti se habría armado una pelea ahí dentro, y habría sido imposible hacer lo que hicimos.
-¿Iremos...?
-Iremos a tu casa a buscar algunas cosas.
-No le he con...
-Ryan me contó todo mientras te ayudaban con tu cuello.
-Somos inocentes.
-Lo sé. Pero esto es complicado, Blake. La policía no parece saber de esto, y si no lo saben, no tendrán protección.
Me prohibió seguir hablando durante el viaje porque le molestaba mi voz gastada, o más bien le molestaba que tratara de hablar estando así.
Me dijeron que siguiera con mis medicamentos para la inflamación, los mismos que debía tomar para las heridas, y que luego de unos días me volvería la voz por completo.
Llegamos muy pronto, la puerta seguía abierta, así como lo estaba hace una hora. Entré y subí a mi habitación para empacar unas cuantas cosas. Estaba en eso cuando por torpeza mi teléfono voló y cayó debajo de la cama. No quería arrodillarme para buscarlo, porque me dolerían hasta los pelos de las piernas, pero no podía irme sin él; era esencial que tuviéramos algo con qué comunicarnos.
Me apoyé en el colchón y de a poco fui bajando, hasta recostarme en la alfombra, procurando no lastimarme las heridas. Tardé en acomodar mi vista ante la oscuridad, y luego de unos segundos vi el reflejo de la pantalla a un metro de mí. Me estiré lo que más pude para alcanzarlo, y antes de hacerlo vi algo justo detrás de él, apoyado en la pared. No podía verlo con claridad y menos alcanzarlo, pero tenía una forma familiar. Me levanté con torpeza y me dejé caer en la cama. De a poco me arrastré hasta tener la cabeza en el otro extremo y poder mirar hacia abajo desde ahí.
No tardé en entumecerme. Me estiré para recogerlo, y cuando lo levanté a mi vista terminé por volverme más loco de lo que ya estaba. Era el ribbon de Lea, el mismo que dejó caer en mi sueño. Un sueño que se había convertido en una realidad.
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7.
7.
Nuestras manos se encontraban enlazadas por debajo de la mesa y no nos sacábamos la mirada de encima. Le pasé los dedos por la palma, causándole cosquillas. Sonrió con los hoyuelos de las mejillas y en cuanto lo hizo sentí un calor en el estómago. Estuve a punto de acercarme a su boca para besarle la orilla de los labios, pero la atmósfera de amor se acabó cuando Ryan llegó a sentarse junto a nosotros.
-Ordené tres cervezas bien heladas -anunció al sentarse-. Queda poco para las vacaciones de verano.
-No mientas, siempre bebes, aunque sea inicio del semestre -dije riendo mientras Lea soltaba mi mano con discreción.
-¿Y aprobarás todas tus clases esta vez? -le preguntó ella.
-Siempre lo hago -respondió Ryan orgulloso―, pero me gusta poner un poco de suspenso.
-Ese hombre de nuevo -nos dijo Lea al mirar la entrada del bar-. ¿Vieron? ¿Vieron cómo me sonrió? Ya no lo aguanto.
-Tranquila -la consoló Ryan-. Ahora tienes un hombre que te defienda.
-Puedo hacerlo sola -bufó Lea antes de irse al baño.
-¿No recuerdas lo que hablamos? -le pregunté a Ryan-. Basta con esos comentarios, terminarás enojándola.
-Es Lea. Siempre encuentra una razón para enojarse.
-No le des una entonces.
-¿No me contarás lo que pasó anoche?
-Solo conversamos.
-Fingiré que no te conozco
lo suficiente para saber que me estás mintiendo. Debes contarme de todas formas, yo nunca te he guardado ningún secreto de ese tipo.
-Bueno, pero yo nunca te he pedido que me cuentes lo que haces con las chicas. De hecho, tú me cuentas sin preguntarme si quiero saber y créeme, hay cosas que no quiero saber. -Llegó la mesera con las tres cervezas y las instaló en la mesa sonriendo-. Es algo entre Lea y yo. No tengo que contarte todos los detalles.
-Vamos, soy tu mejor... -Unos gritos interrumpieron a Ryan que en seguida se quedó en silencio para escuchar-. ¡Es Lea!
Nos levantamos y corrimos al baño, pero la puerta estaba asegurada por dentro.
Ryan corrió a la barra y sacó un extintor. Le di el espacio para que le diera a la puerta, de un golpe destrozó el cerrojo y yo de una patada abrí la puerta. Bernie Adams tenía acorralada a Lea mientras con una mano le tapaba la boca. Sus gritos se ahogaban y él trataba de detener sus patadas para tocarla.
Se me hirvió la cara de rabia y agarré a Bernie de la camisa para lanzarlo a un lado, pero me puso un pie en la pierna y me empujó lejos, haciéndome caer de espalda encima de un lavabo.
Me quedé en el piso, con una mano en la columna, retorciéndome de dolor. Ryan volteó a Bernie, le goleó la mandíbula y lo botó al suelo. Agarró a Lea de la mano y la sacó del baño, donde un montón de gente estaba en la entrada mirando todo.
Me levanté para alcanzarlos, mientras Bernie venía por detrás, apartando a la gente para perseguirnos.
Salimos del bar y la noche ya se había acentuado. Vimos a Bernie correr tras nosotros y empezamos a escapar, esperando encontrar una patrulla cerca. La calle estaba resbaladiza y las suelas de los zapatos crujían junto al asfalto.
Miré por última vez a Bernie y desperté de un salto gritando con un hilo de voz.
«¿Qué pasa? -me gritó el señor Mitchell- ¿estás bien?»
Me erguí en mi asiento, mirando a todos lados, aún perdido entre el sueño y la realidad.
Estábamos conduciendo por la carretera, de camino a la casa en la playa.
«¿Fue una pesadilla?» me preguntó. Asentí, apretándome el puente de la nariz con los dedos.
Algo se asomó por mi lado, y me espanté al ver a una mujer mirándome de cerca, tanto que volví a dar un salto. El señor Mitchell me tranquilizó riendo, mientras ella se disculpaba por asustarme. «La agente Brooks nos ayudará» me dijo.
La agente Brooks es una mujer de unos treintaicinco años. Tiene el cabello oscuro al igual que los ojos, pero la tez clara y con pecas. Lleva una expresión neutral casi todo el tiempo, quizás en alguna ocasión forjó una sonrisa, a duras penas, pero nunca la vi feliz o riendo. Aunque, debe de ser porque solo he hablado con ella para darle detalles, o para que ella me diera una mala noticia. Nuestra relación hasta el momento no raya de eso, además, solo es otra persona que se sumó a mi desgracia.
«Me dijeron que no puedes hablar mucho, así que toma esto. -Me dio una libreta de hojas blancas con un lápiz-. Ya sabemos lo que sucedió, pero no sabemos
por qué los persiguen así».
Recordé la conversación de Dave con el federal gordo ese día en la agencia. Hablaban de que Alan y Scar se turnaban para cuidar de Lea a distancia, así que anoto la razón en la hoja.
No sabíamos dónde estaba Lea. Fuimos por ella y tuvimos que entrar a su casa. Un federal la vigilaba. Cuando nos vio entrar y salir sacó sus propias conclusiones.
La agente leyó en voz alta para que el señor Mitchell escuchara. No tardaron en preguntar cómo supe eso, así que en vez de anotar la respuesta me encogí de hombros y con mi vocecita dije «lo escuché de una conversación cuando estaba allá».
Vi a la agente asentir por el espejo retrovisor, luego recordé la pesadilla de Bernie que había tenido hace unos minutos, y aunque no sabía si era realidad, me arriesgué. «Bernie Adams» dije. La agenté no me escuchó bien y me dio la libreta. Entonces anoté su nombre más las palabras «Investíguenlo. El acosaba a Lea».
Luego en una hoja aparte anoté un mensaje para el señor Mitchell: «¿Qué pasó con el federal del hospital?».
«Ya nos hicimos cargo de él. Tardará en volver a la ciudad, pero lo dejamos vivo».
Miraba por la ventanilla, de a poco se deslumbraba el mar, con un sol de atardecer que me quemó los ojos.
Me tomé una dosis de los medicamentos para la inflamación y volví a recostarme en el asiento. El cuello acolchado me sujetaba la cabeza y encima era blandito, no tenía problemas en conciliar el sueño.
Mi cuerpo estaba apaleado, a medida que las heridas
cicatrizaban más me costaba moverme, aunque podía caminar al menos, un privilegio que no le dieron a Ryan.
El señor Mitchell no se daba cuenta de que tenía los ojos cerrados, pero me hablaba de que Ryan tendría que usar la silla por unos días, y estirar bien las piernas para que después no le doliera caminar. Su madre había pasado a comprar unas muletas antes de irse a la playa, y se supone que nos estaría esperando allá.
No iríamos solos, los hombres que acompañaban a Ryan en la furgoneta se quedarían por si las cosas se ponían feas.
La agente Brooks había estado sentada atrás esperando a que yo despertara y le diera algún testimonio con el que trabajar. Cuando supo que la persecución se dio por un mal entendido comprendió que quizás ni si quiera habían enviado un equipo a investigar la escena del crimen, y que si eso no pasó entonces es porque nadie sabía que Lea estaba muerta, solo nosotros y los corruptos. Me volteé y le asentí con la cabeza, aunque el cuello me limitaba. «¿Solo ellos saben? -me preguntó-. ¿Los otros federales no?»
Volví a asentir.
«Entonces será mejor que me ponga a trabajar».
El padre de Ryan hizo sonar la bocina del auto para que las furgonetas se detuvieran. La de Ryan iba por delante y la otra iba por detrás. La agente se subió a esa última y se pusieron en marcha de vuelta a la ciudad.
El señor Mitchell sacó el brazo por la ventanilla del auto y le hizo un gesto al conductor de la furgoneta de adelante para que se orillara. Luego bajó y fue a mi puerta para ayudarme.
«Estiremos un poco las piernas» me dijo.
Bajé y comencé a caminar a la furgoneta donde venía Ryan. Un hombre lo bajó por la rampa desplegable. Noté que ya no tenía la venda cubriéndole el ojo. Seguía igual de colorado, pero al menos ya no estaba tan hinchado como la noche en que lo encontré. Bajó un tanto adormecido, hasta que me vio y me pidió que me acercara.
Me preguntó cómo estaba, y le apunté el cuello para que supiera que no podía hablar.
«Genial, tú no hablas y yo no camino».
Nos quedamos juntos, mirando el mar. Uno de los hombres nos trajo juguitos en caja. Ryan tomó el de manzana y yo el de uvas. Luego nos dieron un plato gigante con galletas. Teníamos tanta hambre que quedamos en silencio varios minutos, o más bien, Ryan quedó en silencio, yo ni podía hablar. Luego de llevarse la última galleta a la boca comenzó a decirme algo que no logré entender. Los parchecitos de su labio se tiñeron de rojo, y se llevó un dedo a la herida para comprobarlo.
Alcé las manos en el aire para llamar a alguien, y corrieron hacia nosotros. Sacaron una caja con algodón y suero del furgón. Remojaron un pedacito y le dijeron a Ryan que lo sujetara con fuerza, aunque le era complicado, porque el guante de box se lo impedía.
-Les dije que Ryan debía comer purés -reclamó su padre-. Si come cosas duras se le abre la herida.
-Lo siento señor. Lo olvidamos.
-Da lo mismo -decía Ryan, con el algodón en la boca-. Estaban deliciosas, valió la pena.
-Bueno, se acabó el descanso. Tendremos
que llevarlos ahora, a ver si nos conseguimos una enfermera a domicilio que te pueda ayudar.
Uno de los hombres comenzó a acomodar la furgoneta para subir a Ryan. Estaba por desplegar la rampa cuando se puso el cordón de teléfono en la oreja, tal como lo tenía en el hospital. Entonces los ojos se le pusieron como huevo frito, y en tres pasos corrió donde el señor Mitchell. Le dijo algo al oído y él respondió gritándonos a todos: «¡Nos iremos ahora! ¡Vamos, vamos, rápido!».
Ryan me miró en busca de explicaciones, yo por suerte había visto que quizás el hombre escuchó un mensaje por su auricular, pero tampoco sabía de qué se trataba.
Me arrastraron hasta el furgón y me ordenaron ponerme el cinturón de seguridad.
«Cuando estemos por llegar -le decía el señor Mitchell al conductor-, quédense cuesta abajo. Cuando esté todo bien les avisaré y podrán subir».
«Entendido» respondió él.
Uno de los hombres que acompañaba a Ryan se bajó para ir con el señor Mitchell en su auto. En pocos segundos ya los habíamos perdido de vista, iban muy rápido y la furgoneta no podía alcanzar esa velocidad.
El viaje se hizo tenso y silencioso. El hombre que conducía no nos habló, y Ryan ni se molestó en preguntarme algo, porque sabía que no podía hablar bien.
Algo que brillaba me molestó los ojos. El sol se estaba reflejando en él y la luz me llegaba justo a la cara. Era un objeto metálico metido en un bolso negro que estaba debajo del asiento del conductor.
Miré a Ryan que tenía la
vista perdida en la carretera, y aproveché su distracción para husmear. Era un arma.
Me dio tanto miedo tomarla que la solté ahí mismo, y no hizo mucho ruido porque el bolso estaba lleno de ropa.
Llegamos a la colina dónde quedaba la casa, pero en vez de subir nos quedamos en la entrada de tierra.
Ryan estaba atento a todo, asustado de lo que pudiera pasar, y a la vez incapaz de hacer algo.
Comencé a desesperarme, tratando de descubrir lo que ese hombre había escuchado por el auricular, entonces me vino una idea a la mente; la madre de Ryan iba de camino a la casa en la playa, y estaría sola, esperando por nosotros.
No alcancé en pensar algo más cuerdo, así que me armé de valor y tomé el arma. Sin previo aviso abrí la puerta corrediza de la furgoneta para bajarme. El conductor estuvo a punto de detenerme, y cuando ya tenía un pie en la tierra lo apunté. «Debes cuidar a Ryan» le dije a duras penas. Acató mi orden y volvió a sentarse. Ryan no vio que saqué un arma antes de bajar, por lo que no alcanzó a alterarse más de lo que ya estaba.
Caminé rápido por la subida de tierra, casi resbalándome. Me metí a las enredaderas del lado y comencé a subir con más seguridad, afirmando los pies en las plantas y en las rocas.
Traía el arma en alto, preparado para disparar si fuese necesario. Estaba por llegar cuando vi a Scar y a Alan tendidos en el suelo, mientras dos hombres de negro los esposaban. Trataban de zafarse, pero el peso encima de ellos no los dejaba moverse. Llegó otro hombre, impregnó un pañuelo
con el líquido de una botella que traía, luego hizo lo mismo con otro pañuelo más. Los que tenían a los federales esposados los tomaron y se los pusieron en la nariz. Ambos federales se desplomaron luego de patalear.
La agente Brooks caminaba desde la escena hacia mi dirección, pero sin verme. Asomé la cabeza por entre los arbustos y vi al señor Mitchell ayudando a su esposa, que estaba arrodillada en la tierra, con las manos atadas y un pañuelo en la boca, ahogando sus gritos de desesperación.
Los hombres cargaron a Scar y a Alan a la furgoneta en la que la agente se había ido. Comprendí que seguramente ellos habían dado el mensaje a uno de nuestros hombres, el mensaje de que la señora Mitchell estaba en peligro.
Salí del arbusto cargando el arma en una mano, el señor Mitchell me vio y corrió a quitármela. «¿Qué estás haciendo?»
Me encogí de hombros.
El padre de Ryan me agarró de un brazo y me llevó lejos de su esposa. «No vuelvas a hacer una estupidez como esa, no vuelvas a poner tu vida en riesgo por nosotros, ¿me oíste?».
Luego fue a su auto e hizo sonar la bocina. Unos segundos más tarde llegó la furgoneta donde venía Ryan, y junto al conductor ayudaron a bajarlo.
Comencé a caminar hasta la casa, la señora Mitchell entró junto a la agente Brooks, que trataba de calmarla.
Sentí que alguien me tocó la mano. Volteé y era Ryan desde su silla, luego miró al hombre que lo traía y le hizo un gesto para que nos dejara a solas.
Acomodé mi garganta para empezar a hablar con él, a pesar del esfuerzo que tuviera que poner en ello. No le iba a decir lo que pasó, porque se habría vuelto loco si se enteraba de que estuvieron a punto de hacerle daño a su madre.
«Cuando estábamos comiendo quise decirte algo, hasta que me empezó a sangrar la herida en la boca». Tomé su silla y la llevé a un lugar más apartado, cuando ya estábamos lejos de los demás continuó: «He tenido unos sueños extraños. Sueños que parecen muy reales».
En seguida me apunté a mí mismo con el dedo, asintiendo la cabeza. Le di a entender de que también los he tenido. Entonces me miró y me hizo un gesto para que me acercara a su altura.
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8.
8.
Mi mente quedó en blanco, mirando la nada por varios segundos. Por inercia tomé la silla de Ryan y la conduje hasta una habitación del primer piso, cerré la puerta y empecé a caminar de un lado a otro, sin nada que responderle, hasta que se me ocurrió algo: debía decirle la verdad, abrirle los ojos, mostrarle que si Lea estuviera viva él no tendría esas horribles heridas y podría moverse sin una silla, no entendía cómo es que no se daba cuenta.
Me aclaré la garganta para poder hablarle, a pesar del dolor.
-Eso es imposible -le dije en seco.
-Nunca nos acercamos a ver si era ella.
-Me confirmaron su identidad mientras me torturaban. ¿Crees que estaríamos así si no fuera cierto?
-Blake, tengo un presentimiento...
-No juegues con eso.
Todo me sonó tan ridículo que ni me molesté en creerle. No se me ocurría cómo podría haber llegado a pensar eso.
Es cierto, no nos acercamos, pero pude ver los ojos. Entre medio de los mechones negros, las hendiduras en el rostro, y toda la sangre... pude ver un destello de color turquesa.
Ryan siguió en silencio, pareciera que quería hablar, pero sus ojos solo daban vueltas en el mismo espacio. Luego de unos minutos aclaró su garganta, queriendo hablar. Me di media vuelta para mirarlo, tenía los ojos rojos, a punto de lágrimas.
-Un hombre, un hombre iba a tu casa. No por la puerta, porque nunca lo vimos entrar.
-Se detuvo para tragar el nudo en su garganta, cerró los ojos y continuó-. Por Dios, aún escucho los gritos de Lea.
-Ryan...
-Él se acercó por detrás y se la llevó. No podíamos movernos.
-Detente, por favor -supliqué.
-Estoy seguro de que eso pasó.
-Pero eso no nos asegura de que está viva.
Abandoné la habitación y cerré la puerta. Escuché las voces de los demás en la sala, pero no quise ir.
Me devolví al auto del señor Mitchell, que estaba estacionado afuera. Saqué mi bolso del asiento trasero y volví a entrar.
La casa tenía un segundo piso, pero no me molesté en subir, prefería buscarme una habitación ahí mismo, para estar cerca de Ryan en caso de una emergencia.
Entré a un pasillo y abrí la primera puerta. Me encontré con una habitación normal. Cama doble, mesa de noche, baño privado.
Comencé a sacar mis cosas del bolso y me di cuenta de que no había traído pijama. Fui al baño y encontré una bata de tela colgada. Pensé en tomar un baño, pero me daba miedo que mis vendas se arruinaran, así que me desvestí y con una toalla humedecida me limpié el cuerpo.
Me miré bien el torso y la cara por primera vez. Estaba todo magullado y con muchas cicatrices frescas. Pensé que me daba lo mismo lo que me hicieran, porque solo lo de Lea lograba hacerme daño de verdad, de enloquecerme. Las heridas pasaban a segundo plano, lo único que hacían era aumentar la locura, y sacar una rabia de mi interior que más tarde terminaría por
explotar.
Me cepillé los dientes, cuidando no pasar a llevar las heridas en mi cara. Al enjuagarme un hilo de sangre cayó en el lavabo. Volví a ponerme el cuello acolchado y me fui a la cama.
Antes de recostarme tomé un medicamento para dormir. No tenía problemas con eso, porque estaba muy cansado, pero cuando Amy me vio despertar de una pesadilla en el hospital, le dijo al médico. Así que gracias a ella me están drogando para tener sueños más tranquilos.
Mis ojos comenzaron a tener ese cosquilleo del anochecer. Me rendí ante un bostezo y me arropé con las sábanas. Me quedé en mi ropa interior, y la suavidad de las mantas me acariciaban la piel. Una suavidad que podría comparar a la que sentía con Lea, cuando nuestras pieles se tocaban...
-Nunca más volveremos a ese bar -decía Lea, cuando entrábamos a mi casa-. ¡Nunca! ¿Me escucharon?
-¿Por qué no duermes aquí esta noche? -sugirió Ryan, levantado una ceja-. Digo, para que estés segura. El asqueroso de Bernie podría ir a tu casa, quien sabe.
-No me asustes, imbécil. -Hizo una pausa y se llevó las manos a la cabeza-. Ahora que lo pienso, nunca podré volver a esa maldita casa. -Se dejó caer en el sofá, exhausta por la persecución de hace unos minutos.
-Tranquila -le dijo Ryan, sentándose junto a ella-. Te prometo que no te pasará nada, no mientras yo te esté cuidando ¿está bien? -La agarró de una mano y la acercó para abrazarla. Lea lo envolvió en sus brazos y apoyó la cabeza en el pecho de
Ryan.
Se me encogió el estómago al verlos así, tan amistosos y cariñosos el uno con el otro, cuando lo único que hacían desde que se conocieron era darse insultos, y de repente se ven como una pareja.
No me engañé por mucho y admití que eran celos, e incluso ahora en este cementerio recordando todo ese sueño todavía me invade la envidia, de que ella haya sido tan cercana a Ryan todo el tiempo.
-¿Eso es brandy? -preguntó Ryan, apuntando una botella de la cocina.
-Tú lo trajiste anoche, idiota -le respondí. Lea se soltó de Ryan y me miró con indiferencia, como si supiera que mi respuesta no tuviera un trasfondo amistoso.
-Que buen gusto tengo. -Se dirigió a la isla de la cocina y levantó la botella para traerla a nosotros.
-Es domingo Ryan, y ya es bastante tarde, deberías irte -insinuó Lea.
-Mañana solo tenemos un taller, y es en la tarde. Dame las llaves-me dijo, extendiendo su mano-, iré a comprar y a cambiar de ropa, volveré en una hora o dos.
Busqué las llaves en mi bolsillo y se las pasé. Tan pronto como lo hice se fue por la puerta y la cerró.
Fui a la cocina mientras Lea seguía en la misma posición, no la miré ni le hablé ni por todo el asuntito junto a Ryan. Quise detener los celos en silencio, sin mostrarle que soy posesivo, porque no lo soy, pero algo me molestaba mucho y no supe frenarlo.
Escuché partir el auto y me di media vuelta. Lea se había levantado del sofá y estaba ahí, mirándome. De a poco comenzó a acercarse,
sin sacarme la mirada de encima. Detrás de mí estaba la ventana de la cocina, dejando pasar la luz de la luna que llegaba justo a su piel pálida. Caminó hasta a mí y se quedó en silencio, sin decir ni una palabra. Hizo falta tan solo cinco segundos para que me tomara de la camisa con fuerza y me apegara a su cuerpo. Nos mantuvimos cara a cara, tocándonos las puntas de nuestras narices. Cerramos los ojos al mismo tiempo, conteniendo el deseo.
«Ryan se fue -le dije-. Ya se fue».
Me abrazó fuerte y comenzó a besarme el cuello, respirando en mi oído.
No aguanté la tentación y suprimí el enojo y los celos, porque ni en otra vida podría resistirme a ella.
La tomé en mis brazos y la senté en la isla de la cocina. Sus labios se sentían calientes y más tensos que la noche anterior. Me rodeó la espalda con las piernas, y la pasión aumentaba. No pude evitar bajar las manos hasta sus muslos para apretarlos con delicadeza. Me devolvió la agresividad mordiendo mis labios, causándome un cosquilleo que me recorrió todo el cuerpo.
«Ve arriba -me dijo entre besos-, yo iré en seguida».
Se despegó de mí y se fue al baño del primer piso. Esperé a que cerrara la puerta para correr a mi habitación. Una vez ahí, comencé a ordenar todo; tomé el frasco de perfume y puse algunas gotas en mi cuello; me senté en la cama y comencé a desabotonar mi camisa, luego me arrepentí y volví a abotonarla. Me quedé ahí esperando, hasta que recordé algo. Fui al baño de mi habitación en busca de preservativos. Los dejé en la gaveta y
volví a sentarme en la cama. Sentí la puerta de abajo cerrarse y los nervios me carcomían mientras la escuchaba subir. Abrió la puerta que se encontraba entrecerrada de a poco, y la escasa luz de la calle le iluminó la piel de las piernas. Solo traía la camisa blanca arriba y su ropa interior abajo. La camisa estaba abierta, dejando ver más que su piel. Me quedé deslumbrado por varios segundos, ella se sonrió y movió unos cabellos atrás de su oreja. «¿Qué sucede?» preguntó sonriendo y yo quedé sin palabras, embobado por su aspecto. «Eres hermosa», le respondí.
Me levanté y me acerqué despacio, estábamos a centímetros de distancia, la respiración caliente que salía de ella chocaba en mi barbilla.
Puse ambas manos en los costados de su cabeza y le besé la frente, luego la ceja izquierda, después el pómulo y finalmente la orilla de los labios.
Tomó mis manos y las hizo descender lentamente por su cuerpo, desde el cuello hasta la cintura.
Yo no dejaba de temblar, y para disimular cualquier gesto de nerviosismo la levanté y ella me rodeó con sus piernas una vez más.
La llevé a la cama y me senté en el colchón, sin despegarnos, para continuar con los besos lentos.
Puso las manos en mi nuca y arrastró mi boca a su cuello. Besé cada centímetro de él mientras ella doblaba la cabeza a un lado, dándome más espacio para besar.
Agarré ambas partes de la blusa que traía para sacársela. Ella empezó a desabotonar la mía, mientras seguíamos besándonos.
Nuestros torsos quedaron
en un contacto íntimo. La recosté en mi cama y comencé a bajar mis besos desde el cuello hasta su ombligo. Traté de desabotonar mis pantalones, pero el nerviosismo me ponía torpe.
Una franja de luz entraba por la transparencia de las cortinas y pudo ver que necesitaba ayuda. Con una risa tierna llevó las manos al botón de mi jeans para ayudarme.
Ambos quedamos con la piel al descubierto, pero no había tiempo para apreciarnos, todo lo que quisiéramos ver lo veíamos con ayuda del tacto.
Me agarró la espalda y enterró sus uñas, causándome un cosquilleo excitante. Me volteó para ella quedar arriba, se sentó en mi pelvis y puso sus piernas a mis costados. Yo bajé mis manos a la altura de su espalda baja; comenzamos a rozarnos y a movernos de forma sincronizada. El ambiente de la habitación se hacía denso y los vidrios se empañaban. Detuvimos nuestros movimientos y ella se recostó a mi lado para bajar sus bragas.
-No -le dije, aunque indeciso.
-¿No quieres hacerlo?
-Quiero un día, una tarde y una noche
a solas para los dos -le respondí, sujetándole el mentón-. Quiero que lo hagamos con tiempo, pero ahora ya se nos está acabando.
-Eres el mejor, ¿lo sabías? -me dijo mientras me envolvía con uno de sus brazos. Giré mi cabeza para quedar de frente con ella, subí una de mis manos a su rostro y arrastré el cabello que caía sobre él hacia atrás.
-Por ti lo soy -le susurré.
La luz que entraba por la ventana me comenzó a quemar los ojos y desperté del mejor sueño que había tenido en mi vida, anhelando que fuera otro recuerdo.
Me quedé mirando el techo, con una sonrisa que nadie habría podido sacarme. Cerraba los ojos y la veía ahí, a mi lado, solo su piel y la mía, como si fuéramos uno. ¿Sexo? No hizo falta, lo que tuvimos en ese sueño superaba por lejos cualquier banalidad.
Si me preguntaban antes qué era hacer el amor pues no tendría respuesta, creía que era tener sexo con alguien que querías, pero desde entonces entendí que no era necesario, porque era mucho más que eso. Eran caricias, tacto, calor que emanaba desde adentro, desde las entrañas. Era viajar a otro mundo, solo con esa persona, sin tener que despegar de la tierra. Como si pudieras ver la melodía, olerla y saborearla. Todos los sentidos cobraban vida.
Es una droga. Podría pasar todos mis días junto a ella y no me importaría nada.
El olor a desayuno me hizo crujir el estómago y aunque estaba impaciente por ir a la cocina, recordé que había gente desconocida y que quizás no sería apropiado que fuera
con una bata.
Me levanté, y fui al baño para repetir el ritual de la noche anterior con la toalla húmeda. Saqué mi desodorante y mi perfume del bolso y volví a oler como antes. Porque para entonces solo tenía un olor a hospital y esterilizado.
Me vestí con una camisa suelta, para no pasar a llevar las heridas de mi cuerpo. Ponerme los jeans fue un martirio. La tela me rozó todas las costras de las piernas.
Salí y cerré la puerta. Escuché gente hablar en la cocina y fui hasta allá. Me encontré con Ryan, que por lejos se veía mucho mejor que el día anterior, donde estaba con esa bata de hospital que le da un aspecto lúgubre a cualquiera. Me vio llegar y me sonrió, no parecía estar enojado por lo de la noche anterior. Estaba sentado en su silla de ruedas, arrimado a la mesa, comiendo un puré de algo, quizás fruta.
-Entonces, ¿puedes caminar? -le pregunté. Noté mi voz menos gastada que la noche anterior.
-Claro que puedo -me respondió-. Pero es mejor no hacerlo, me duelen las piernas.
-Lamento escuchar eso -le dije. La señora Mitchell miró a su hijo con pesar y le agarró la mano con cuidado, sin pasar a llevar las heridas que tenía en los nudillos, que eran parecidas a las mías.
Éramos solo los tres. La agente Brooks y el señor Mitchell tomaron un café y salieron para hablar afuera cuando llegué.
No me dieron café y tampoco té. Me decían que eso podía alterarme, sobre todo con lo que tomaba para dormir. Así que me dieron un vaso de jugo, más unos waffles.
/> Uno de los hombres de negro estaba cocinando, con un delantal atado a la espalda. Con Ryan nos miramos al verlo, y reímos en sigilo. Luego el mismo hombre me sirvió unos huevos revueltos y rellenó mi vaso con más jugo.
Nos quedamos en silencio, ocupándonos de comer y nada más, pero a ratos se formaba una pequeña sonrisa en mi cara, al recordar lo que había soñado.
-¿Y a ti qué te pasa? -me preguntó Ryan-. ¿Por qué sonríes tanto?
-Nada. -Surgió un calor en mis mejillas, el hecho de estar sonrojándome hizo que me sonrojara más-. Solo recordaba cosas.
-Ya sé en lo que piensas. -Me levantó la ceja-. En algún momento deberíamos hablarlo.
-Atención, traje noticias -interrumpió la agente Brooks apenas cruzó la puerta de la entrada-. Alguien realizó una denuncia contra Bernie Adams, el chico que violentó a Lea en el bar. Al parecer fue alguien que presenció los hechos. Los federales ya comenzaron la búsqueda.
-No pudimos denunciar a los corruptos -empezó el señor Mitchell-, pero la agente se encargó de que los federales supieran del asesinato, a través de sus contactos.
-¿Eso no debería ser bueno? -preguntó Ryan-. Deberían enjuiciar a esos idiotas. Mantuvieron en secreto todo.
-Los demás saben que es la hija de John Wright la que fue asesinada -respondió la agente-. No tomarán medidas en su contra, porque creen que fue un acto de inestabilidad emocional.
-El caso ya se abrió. Tanto acusados como testigos están protegidos, los federales
no dejarán que les hagan daño.
-¿Qué? ¿Es en serio? -dijo Ryan esperanzado.
-Lo siento por decirles esto, pero si Alan declara que los vio salir de la escena, entonces ustedes se convertirán en sospechosos, no en testigos. Lo bueno es que no podrán hacerles daño, si lo hacen se sabrá, y deberán pagar las consecuencias.
-Al menos no me quebrarán una costilla de nuevo -dijo Ryan riendo.
-Nada de bromas Ryan Mitchell -le dijo su madre-, nos tuvieron muy preocupados.
Ryan respondió sonriendo a medias, las heridas en su cara la rigidizaban. Yo continué con mis huevos, y con más razones por las cuales sonreír.
No teníamos idea de si Bernie era el culpable, pero hasta el momento era el único sospechoso ante nuestros ojos. Si es que resultaba ser inocente de eso, entonces igualmente tendría que pagar por lo que le hizo a Lea. Además, Scar tendría otro objetivo.
Si es que Alan declaraba habernos visto tendríamos que volver a la ciudad, porque si nos buscaban para interrogarnos y no estábamos allá, nos considerarían prófugos. Así que me ordenaron empacar para irnos luego.
La agente me dijo que, a pesar de las buenas noticias, ella y los hombres del señor Mitchell seguirían vigilándonos, ya que los corruptos no se dejan llevar por algo tan frágil como la ley. Podrían idear la forma de encontrarnos y hacernos daño sin que la justicia lo supiera.
Su comentario me devolvió un poco de tensión al cuerpo, porque había pensado que todo iba a acabar. Pero luego
pensé, son desquiciados, ¿por qué respetarían la ley si nunca lo hicieron?
Fui a mi habitación para empacar. Los analgésicos estaban en la mesa de noche y al lado el ribbon de Lea que había encontrado el día anterior. Lo tomé y lo llevé a mi nariz, aspirando ese olor dulce y cítrico a la vez. Luego lo guardé en el bolso, junto a lo demás.
Iba saliendo cuando Ryan me tomó por sorpresa en la silla de ruedas.
-Necesito pedirte algo.
-Claro, dime -respondí mientras llevaba su silla a la salida.
-¿Tú conociste a esa enfermera que nos ayudó en el hospital?
-¿Cuál de todas?
-La que fue a mi habitación y nos ayudó a irnos de ahí -respondió. Detuve la silla y la volteé para mirarlo.
-¿Amy? Ella no es enfermera, es estudiante.
-Cómo sea. Entonces sí la conoces.
-Ya veo a qué vas con esto.
-¿Podrías darme su número de teléfono? -preguntó sonriendo.
-¿En serio piensas ir a una cita con la cara así?
-Ah no, ni que estuviera loco, pero puedo esperar.
-Primero deberás jurar que no harás con ella lo que haces con las otras chicas.
-¿Y si ella es la que me hace sufrir? -Entrecruzó los brazos esperando una respuesta-. ¿Por qué nunca piensas en mí? Que ingrato. Además, necesito alguien que me cuide, ¿no crees?
-Nunca dejas de sorprenderme.
-Lo sé, gracias. De todas formas, no necesito esta maldita silla, es solo una atención que sobra. Puedo caminar sin problemas, excepto por el dolor en las rodillas.
-Entonces no creo que necesites una enfermera.
-Pero puedo fingir que sí.
-Ese no es un buen comienzo para lo que te pedí a cambio.
-Era solo una broma. -Puso los ojos en blanco y continuó-: Insisto, ¿qué te hace pensar que solo yo podría hacerle daño?
-Entonces espero no verte llorar por ella algún día.
Llegamos afuera, y todos estaban listos para irse. El señor Mitchell comprobó los puntos de control del viaje, para asegurarse de que llegáramos bien a la ciudad. Nos sentíamos como presidentes, con protección de sobra. Pero para el momento, suponía que no estaba mal. Si encontraban así de necesario toda esa defensa debía de ser por algo. Se notaba que el señor Mitchell y la agente Brooks sabían mucho del tema, de cómo era meterse con gente desquiciada, así que no juzgué sus decisiones.
Los hombres de negro arreglaban el furgón, y comenzaron a desplegar la rampa para Ryan, mientras él le rogaba a su madre que le dejara usar las muletas.
La agente recibió una llamada cuando estaba a punto de subir al segundo furgón. Bajó y caminó unos pasos lejos. Me quedé observándola, y por la expresión en su cara, supe que algo no andaba bien.
Cortó la llamada y de inmediato llamó al señor Mitchell para hablar con él. Me acerqué por mi cuenta, hasta estar cerca de la conversación. Lo único que escuché decir fue: «Asesinaron a Bernie Adams esta mañana».
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9.
9.
-Entonces, ¿somos los únicos sospechosos? -pregunté.
-Adams lo sigue siendo -me respondió la agente-. Aunque ya no se encuentre con vida.
-¿Qué está pasando? -preguntó Ryan al llegar en su silla.
-Asesinaron a Bernie Adams -le respondí-. Ahora no podrán interrogarlo, nadie sabrá si es culpable o no ¡Y nuestros nombres estarán en la lista por siempre!
-Blake... -empezó el señor Mitchell, tratando de calmarme.
-¿Qué hay de su casa? -preguntó Ryan-. La casa de Lea. ¿Ya la revisaron?
-Ahora se están encargando de eso -respondió la agente-. Pero hasta el momento no han encontrado ninguna pista. La escena está limpia.
-¿Limpia? -dije, con una risa irónica de por medio-. Quizás a estas alturas ya se sabría toda la verdad si hicieran un buen trabajo.
-Hey, tranquilo -me dijo Ryan-. Están haciendo lo que pueden, y esos comentarios no van a ayudar en nada.
-Es algo bueno -dijo su padre-. Si no han encontrado rastros significa que ni si quiera tienen pruebas de que hayan sido ustedes.
-¡Pero ese imbécil nos vio salir! -le grité-. ¡Les bastará solo eso para que quieran matarnos!
-Ya no les pueden hacer daño -dijo la agente-, no sin que salgan ilesos.
-Oh, está bien. Entonces si me asesinan al menos pagarán las consecuencias, qué alivio.
-Blake calma -me
dijo Ryan, tomándome del brazo. Me zafé rápido y caminé lejos de ellos.
Paseaba al rededor del auto con las manos en la cabeza, daba vuelta y vuelta y no podía creer lo que pasaba. Era un puto infierno, todo parecía apagarse cada vez que encontrábamos una salida de esta pesadilla.
Vi a Ryan acercarse a mí y detuve mi caminar.
-Te estás haciendo daño con tanto odio. Tú no eres así.
-Nos están tomando el pelo Ryan, eso es lo que está pasando. Alguien está jugando con nosotros.
-Todo esto es de locos y estamos en una puta película de terror, pero somos inocentes. Saldremos de esto tarde o temprano, deja que los federales hagan el trabajo.
Finalmente comenzamos el viaje a la ciudad. Iba en el auto junto al señor Mitchell mientras uno de los furgones iba adelante y otro por detrás.
Trataba de frenar mi nerviosismo, pero nada ayudaba. No era enojo, tenía miedo. Miedo de que volvieran por nosotros, porque si descartaban a Bernie entonces la venganza de Scar sería inminente. No solo hacia mí. El señor Mitchell ya estaba metido al medio, sobre todo cuando lo golpeó en mi casa.
Además del miedo que sentía por eso, una duda inquietante no abandonaba mi cabeza de hace días. Cada vez que pensaba en ello se me revolvía el estómago, y no lograba pensar bien. Solo cerraba los ojos y me obligaba a imaginar otra cosa.
Para entonces en el auto, no pude controlar mis pensamientos. Toda la tensión del caso, la muerte de Lea, el asesinato de Bernie... me dieron cabida a volverme
loco. Así que la pregunta surgió de lo más profundo de mi cabeza, sin tener mi permiso.
¿Y si yo maté a Lea?
Sentí un retorcijón en el vientre y ganas de vomitar. Me llevé una mano a la boca y noté como temblaba. La respiración caliente de mi nariz chocaba con ella.
El calor me estaba empapando de sudor. Saqué el cuello acolchado para que mi piel respirara, porque sentía que me estaba ahogando.
El señor Mitchell no tardó en ver que algo andaba mal.
-¿Qué sucede? -me preguntó-. ¿Estás bien?
-Me falta... aire -respondí, con el ritmo entre cortado.
Hinchaba mi pecho una y otra vez, pero el aire se resistía a entrar por completo. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Sentía que me iba a desmayar, y no poder respirar lo empeoraba todo.
Mi cuerpo se resistía a encontrar una salida. En vez de calmarme, mi garganta se cerró, permitiendo que me ahogara.
Mis manos temblaban más que antes, y no pude bajar la ventanilla del auto para refrescarme.
El padre de Ryan hizo sonar la bocina con insistencia, mientras se orillaba en la carretera.
Mi vista no tardó en oscurecerse. Sentí que me sacudían, hasta que me hundí en un mar espeso que nunca terminaba.
El cuerpo me era ajeno, sentía mi mente lejos de él, flotando en algún lado, separándose de mí.
¿Y si yo maté a Lea? Me pregunté por última vez, antes de que me fuera a negro.
Sus brazos me rodearon, tenía su cabeza posada en mi pecho.
-Será mejor que nos levantemos -me decía Lea-. Ryan llegará en cualquier momento.
-No quiero separarme de ti.
-Tendremos tiempo para esto luego. -Sujetó mi barbilla y se acercó para darme un beso en los labios-. Tendremos todo el tiempo del mundo.
Lea se levantó y recogió la camisa del suelo. Comenzó a abotonarla en su camino al primer piso.
Me estiré en la cama antes de seguirla, y luego empecé a buscar mis pantalones. Me vestí rápido y bajé a ordenar junto a Lea, que recién salía del baño. A pesar de que llevaba ropa, no podía evitar pensar en su cuerpo. Me dio un cosquilleo en el estómago y me sonrojé.
Traía su blusa blanca apretada, acentuando cada curva de su cuerpo. Los jeans le llegaban al ombligo y le remarcaban las caderas, los muslos y las piernas.
Se acercó a mí para darme un besito, que terminó por dejarme más loco.
Después sentimos un auto estacionarse afuera, así que corrimos al sofá, ignorando el desastre que dejamos en la cocina con los besos.
Ryan llegó con varias cosas, de entre ellas unas patatas fritas y cerveza. Lo llevamos todo a la mesa del patio, más unos vasos grandes.
Nos sentamos y comenzábamos a remontar lo que había pasado hace unas horas en el bar.
-¿Qué haré con ese hombre? -dijo Lea molesta-. Quizás hasta ya sabe dónde vivo.
-Te puedes quedar aquí si lo necesitas.
-Claro -dijo Ryan-. En mi casa también hay espacio, pero es mejor que te quedes con Blake.
-Da lo mismo donde pase la noche, Ryan. Solo quiero estar acompañada.
-¿Quién es mejor compañía? -le preguntó. Lea le pateó la pierna por debajo de la mesa.
-Ya, ya. No es necesario ser tan agresiva.
-Entonces madura ya, Mitchell.
Continuamos en lo nuestro. La noche se llenó de carcajadas. Ryan comenzó a hacer una imitación de un profesor de la universidad que siempre nos sacaba risas, y más aún cuando estábamos mareados por el alcohol.
Luego se levantó tambaleándose y fue por más cerveza a la cocina, pero volvió con una botella de un licor desconocido.
-¿Desde cuándo compras eso? -pregunté.
-No lo sé, supongo que desde hoy.
-Bueno, hay que probarlo ¿no? -nos dijo Lea, agarrando la botella para comenzar a servir en los vasos.
-Y tú que no querías beber hoy, Wright. Un poco de cerveza y listo.
-Cierra la boca, Mitchell. Te reto a beber el vaso entero en diez segundos.
-¡Cómo me agrada esta nueva Lea!
La pequeña botella de licor llegó hasta la mitad y comenzamos a tener una somnolencia terrible. Levanté mi mirada para ver a los dos y se encontraban en la misma situación.
-Entremos, está empezando a hacer frio -dijo Ryan, con la boca adormecida.
-Apoyo esa idea -respondió Lea. Nos levantamos con cuidado, porque el alcohol se nos asentó al cuerpo. Llegamos al sofá a duras penas y encontramos dos vasos en la mesa de centro-. ¿Cuándo bebimos eso?
-No lo
sé, ¿estuvimos aquí? -balbuceé.
-Será mejor que lo bebamos antes de que se entibie -dijo Ryan mientras se levantaba a buscar los vasos-, quizás así se nos quite el sueño.
-¿Quieres un poco? -le pregunté a Lea, acercándole el vaso. Ladeo la cabeza para echarle un vistazo al licor-. Es whisky al parecer.
-No, lo detesto.
Ryan se sentó en el sofá grande, yo con Lea fuimos al pequeño, donde se acurrucó en mis brazos. Ryan ni se molestó en decirnos algo por nuestra pose íntima; se limitó a alcanzar el vaso que quedaba. Lo levantó en señal de brindis, y lo bebimos.
No había mucho, y alcancé a beber dos sorbos. En seguida arrugué la cara, porque estaba muy amargo, y encima era fuerte.
-¿Qué es esto? -pregunté-. Es una mierda.
-Ni puta idea, pero sí, tienes razón, creo que se echó a perder.
Luego de unos minutos nuestros músculos se hicieron pesados, como si se hubieran convertido en acero. Mi vista comenzó a nublarse y mis ojos parpadeaban con pereza.
Posé la mirada en Lea que cerraba sus ojos tanto como nosotros, pero que al menos podía moverse.
«Que ganas de no estar tan borracho para poder llevarte arriba».
Sus ojos se abrieron para sorprenderme mirándola como un psicópata. Sonreí un poco y ella puso una de sus manos en mi cara, mientras con los dedos acariciaba mis labios.
Comenzó a acercarse lentamente y yo di vuelta mi cabeza para confirmar si Ryan miraba o si estaba consciente al menos, pero luego
pensé: «No va a recordar nada, está borracho».
Volví la mirada a Lea y de un pestañear a otro, como si hubiera perdido la consciencia de lo que sucedió entremedio, vi cómo le daba suaves mordidas a mi labio inferior.
No era la sensación usual de estar borracho, era algo más pesado que eso. Me sentía inútil, sin poder en mis movimientos.
Lea pudo notar mi pereza cuando tardé años en ponerle una mano en su cintura.
-Sí que estás borracho -me dijo entre risas.
-Nunca -dije con lentitud-, nunca me...
-Nunca te había pasado, está bien, si entendí.
Nos quedamos mirándonos, y no sé cuánto tiempo habrá pasado realmente. Había cerrado los ojos un rato, adormecido. Luego desperté de golpe y vi a Lea con la mirada desviada a otro punto, temerosa y con los ojos bien abiertos, como si hubiera visto un fantasma.
«¿Que está mirando?».
Tan pronto como me di cuenta de su mirada, recibí un golpe en la cabeza.
Caí al suelo de costado, tuve un pequeño apagón y abrí los ojos de nuevo. No escuchaba, ni sentía dolor alguno, tampoco me pregunté qué había pasado, porque con suerte podía pensar.
Miré hacia arriba y un hombre se llevaba a Lea. No se le veía el rostro, solo era una gigante mancha negra.
Observé la escena en cámara lenta. Lea se movía con desesperación, tratando de arrancar. Ryan extendía sus manos desde el sofá, queriendo moverse, pero no conseguía hacerlo, al igual que yo.
De a poco la audición comenzó a volver.
Lea tenía la boca tapada, pero se escuchaban sus gritos ahogados.
Todo comenzó a apagarse, los gritos retumbaban mi cabeza y lo último que vi fue a Lea desapareciendo entre llanto y patadas al aire.
El sueño terminaba con los gritos de Lea, repitiéndose como un disco rayado.
Miles de otras imágenes pasaron por mi vista: Lea levantándose de mi cama, besándome los nudillos, poniendo mi palma en su mejilla. Lea corriendo de Bernie, siendo tocada por él sin su permiso. La sombra del hombre que se la llevaba, el cómo pataleaba y lloraba, y nosotros sin poder ayudarla.
Las imágenes de ella desaparecieron, como si soñara con un fondo negro, acompañado de sonidos extraños. Se escuchaban pasos, alguien subiendo las escaleras, que me arrastraban desde los brazos y mi espalda chocaba con los peldaños. El color negro se desvanecía, como si hubiera estado con los ojos cerrados y recién para entonces los abriera.
Veía a Ryan tirado en la alfombra de mi sala, recostado y durmiendo como si no quisiera despertar nunca más.
Una sombra se cruzó por mi vista, una mancha negra y borrosa, como la bestia que yo me imaginé que sería la chaqueta de Lea.
De pronto todas las imágenes se detuvieron y empecé a ver más claro, ya no estaba soñando en el auto del señor Mitchell, iba en una ambulancia, casi sin consciencia de que acababa de recordar como raptaron a Lea. Lo único que pude pensar con claridad fue: Ryan tenía razón.
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10.
10.
Creí que había abierto los ojos, pero solo vi una luz blanca y brillante. No podía mantenerme despierto, los cerraba de vez en cuando.
La luz comenzó a tintinear, hasta convertirse en un haz que pasaba por delante, de arriba hacia abajo.
Todo se acompañaba de un pitido, como si hubiera explotado una bomba cerca de mí, o como si se hubiera disparado un arma. Entonces pensé en Lea, en Ryan, en sus padres.
Nos atacaron. Aprovecharon mi decaída y los asesinaron.
Tenía la intención de moverme para hacer algo. Creí balbucear palabras de ayuda, entonces algo me afirmó el brazo.
«Tranquilo, estarás bien».
Comencé a ver mejor. Las luces que veía eran los focos del techo, las veía moverse porque me llevaban en una camilla, casi corriendo. A mi lado habían muchas personas, también Amy.
«Está despertando».
Una punzada me atacó el brazo y me descoloqué. La misma sensación de que algo me afirmaba se multiplicó por todo mi cuerpo. Miré hacia arriba, hacia los lados. Todos ahí me tenían agarrado, mientras Amy me metía algo por la vía del suero.
Otra mujer que no logré reconocer se acercó a mí. «Con esto te pondrás mejor, solo tienes que relajarte».
No sé si habrán pasado minutos, horas o días. Desperté en una sala, acostado en la camilla. Abrí los ojos y en seguida quise levantarme, pero tenía un cinturón pasando por mi torso, las muñecas también atadas a la cama, al igual que los tobillos.
/>Los corruptos, los corruptos me secuestraron, van a matarme.
Llegaron unos hombres y comenzaron a calmarme, luego llegó una doctora.
«Tranquilo -me decía con calma-, estás a salvo».
Volvieron a meterme algo a la vía, pero esta vez me quedé despierto.
«Te pondrás mejor».
No sabía de qué me hablaba ¿Cómo podría ella saber si me pondría mejor? ¿Quién mierda podría decirme que este cargo de consciencia no terminaría matándome? No sé de qué hablaba esa gente, ellos no tenían ni la menor idea de cómo me sentía, que no ha cambiado mucho con respecto a cómo me siento ahora, pero antes de entrar en detalle sobre eso debería narrar lo que sucedió después, porque sin lugar a dudas, ese incidente fue el culpable del lugar donde me encuentro y la persona en la que me convertí.
Poco a poco comencé a apagarme, mi angustia y frustración se fue desvaneciendo. Era extraño, me sentía un robot. Con todos los pensamientos en mi cabeza debía estar entre el enojo y el llanto, pero nada salía. Mi piel se sentía ligera, mis piernas y brazos parecían hundirse en ese duro colchón de hospital. Estaba totalmente drogado, pero no de esas drogas para la noche, sino las que le dan a la gente para suprimir sus sentimientos, para parecer muertos en vida.
-¿Estás mejor? -me preguntó Ryan, que recién llegaba a mi lado en su silla-. Según lo que dicen, fue una crisis de pánico o algo así.
-Yo...
-Tranquilo, me dijeron que podías estar medio drogado, es normal.
-¿Normal? -Me
miré las ataduras sobre el cuerpo, el cómo me sujetaban a la cama sin poder moverme, luego volví a mirarlo a él-. ¿Qué tiene esto de normal?
-No estás loco, Blake, pero despertar de un ataque así podría...
-¿Qué?
-No lo sé, si fuera tú, ya estaría en plan de matarlos a todos, supongo que despertar acá te vuelve más loco aún.
-Y a mí es al que tienen atado.
-No estoy tan demente cómo tú, creo que ya se dieron cuenta de eso... -Soltó una risa pasiva, luego de unos segundos de silencio aclaró la garganta y agregó-: ¿Quieres hablar?
-Sí.
-Bueno, no sé qué decirte, solo estuviste dormido un día...
-No. No de eso. -Le interrumpí. Miré hacia la puerta y le hice un gesto para que la cerrara.
-Está bien, ya veo. -Fue con su silla hasta la puerta y la cerró con sigilo, luego volvió rodando hasta estar más cerca de mí.
-Tuve una pesadilla.
-¿Qué? ¿Ahora?
-Antes de irme a negro.
-¿Cómo dices? ¿Pesadilla? -Cuando lo comprendió se le pusieron los ojos saltones, aspirando una bocanada de aire por la impresión-. Viste algo, ¿no es así? Por eso lo pálido, por eso todo el asuntito del ataque.
-No sé si pasó o no, ojalá no haya sido así.
-¡Lo viste! -me dijo extasiado-. ¡Viste lo mismo que yo!
-Ryan...
-Lo siento, pero debes contarme más.
-Sigo confundido, acabo de despertar.
-Está bien, sí, yo
entiendo. ¿Te parece si vuelvo después?
-No sé si sea buena...
-Entonces volveré mañana, me llamas y vengo.
Con dificultad levantó su muslo de la silla para sacarse algo de bolsillo. Me mostró mi teléfono en su mano y luego lo dejó debajo de mi almohada para que los asistentes no me lo quitaran. «Ya puedes llamar, me encargué de tu saldo. Sé que esto es un infierno, pero somos los únicos que pueden hacer algo para salir de él... solo nosotros sabemos lo que pasó ese día».
Me quedé despierto, pensando en todo lo que había visto. Comencé el conteo de mis recuerdos, y llegué a la conclusión de que ya tenía consciencia de todo lo importante que pasó ese fin de semana.
¿Pero habrá sido todo real? Lo único que coincidía con la realidad es la noche que pasé con Lea. Encontré su ribbon en mi habitación.
Me decidí a pensar con claridad en el último sueño, ese que hubiera deseado no tener nunca.
Quizás lo tuve porque Ryan me lo contó. Quedó en mi subconsciente.
Me dieron ganas de aclarar mis dudas, pero el único que podía ayudarme con eso era él. Ambos teníamos recuerdos del fin de semana, a pesar de no saber si eran reales o no, pero no había nadie más a quien podría contarle las cosas que soñé sin que me tomen por loco.
Miré las correas y me reí en mi interior. Ya debo estarlo.
Me quedé lo que restaba de día pensando en los recuerdos, en las conversaciones, en el hombre que la secuestró. La única teoría coherente que llegó a mi cabeza involucraba
el nombre de Bernie Adams. Él estaba loco por Lea, quiso terminar lo del baño, luego la asesinó para silenciarla, y al estar tan demente no aguantó y se suicidó.
Decían que era homicidio, pero por toda la incompetencia de los federales no me sorprendería que ni supieran diferenciar eso.
Una enfermera vino al anochecer, revisó mi ficha sonriéndome a medias, mirando mis ataduras. Luego se marchó y al cabo de unos minutos llegó un asistente con mi comida, se sentó a mi lado y me ayudó a comer, tal como lo había hecho Amy esos primeros días en el hospital.
Un médico de cabeza llegó a verme después. Se dio cuenta de que no estaba tan loco como los demás creían. Les ordenó a los asistentes que me desataran y que me ayudaran a caminar al baño para lavarme los dientes, y luego de todo ese martirio de sentirme un anciano volví a la cama; me inyectaron algo para dormir y en unos minutos ya me había entregado al cansancio.
El sueño se hizo pesado y a la vez agotador. No pude tener otra cosa en mente que no fueran las imágenes de Lea. De alguna forma me pasé la noche pensando en una teoría coherente, pero ninguna me convencía lo suficiente.
Al día siguiente desperté somnoliento y con un crujido en el estómago. Al rato después llegó el desayuno y me lo devoré en cosa de minutos.
No había pensado en llamar a Ryan, pero de todas formas llegó. Escuché las ruedas de su silla pasar por el pasillito de la entrada a mi habitación. La puerta se abrió dejando ver la luz del pasillo de afuera y luego una cabeza rubia se asomó, hasta dejar ver su
ojo morado.
-No te he llamado.
-Sí, lo sé. Pensé que seguías atado y que obviamente no podrías llamarme si tenías tu teléfono por debajo de la almohada.
-Y pensaste que había querido llamarte pero que no pude hacerlo en todo este tiempo.
-Así es, pensé que tendrías una idea para ahora.
-Tranquilo, sabía que volverías.
-¿Quieres hablar entonces?
-Sí.
-Bueno, dime lo que sabes.
-Ahora creo en todo lo que decías. -Volví mi mirada a el-. La raptaron esa noche y nosotros no hicimos nada al respecto.
-Lo siento, Blake, pero ya no nos sirve de nada quejarnos, de culparnos... lo único que podemos hacer es declarar.
-Los corruptos saben que eso no es lo que dijimos en un principio.
-Sí, pero nadie tomará en cuenta sus opiniones, ya no importan.
-No podemos llegar y decir algo así nada más, tenemos que darles algo en donde empezar.
Nos quedamos en silencio un rato, y yo volví a mis intentos de pensar en una solución a nuestros problemas, por muy horribles que fueran.
-Si ese sujeto la raptó para luego asesinarla -comenzó Ryan-, ¿por qué la llevó a su casa?
-Es como si quisiera que la encontraran en su casa y no en otra.
-No tiene sentido que la haya dejado ahí.
-Quería que la encontraran.
Sentimos la puerta de la habitación abrirse, era el señor Mitchell que entró sin previo aviso. Ambos lo miramos, esperando que no nos hubiera
escuchado.
-Esas conclusiones son muy apresuradas, ¿no creen?
-¿No has pensado en eso? -le preguntó Ryan-, porque cada día que pasa pareciera que nos enteramos de más...
-Y cuando nos enteramos de más cosas -agregué yo-, menos entendemos.
-Solo deben declarar lo que recuerden, y no como si fueran sueños, sino un recuerdo difuso.
Un silencio nos rodeó en cuanto tratábamos de descifrar al menos algo de la información que teníamos. Ninguno de los tres era policía. El señor Mitchell era un abogado de casos criminales, pero eso no significaba que tenía los conocimientos adecuados para actuar. Sin embargo, era el que poseía más experiencia en cuanto a asesinos.
-Bueno, será mejor que atemos cabos con la agente Brooks -nos dijo mientras se iba-. Solo pasaba para ver si estaban bien. Si sucede algo les avisaré, pero no hagan nada sin decirnos a nosotros antes.
-No podemos quedarnos... -empezó Ryan.
-Sí. Si pueden y es lo que harán. ¿Se creen en condiciones de ir tras la persona desquiciada que hizo esto?
-No, pero podemos ayudar.
-Basta, nada de eso. Esto pudo haberse puesto peor, realmente tuvieron suerte de que alguien haya denunciado a Adams, o todavía estaríamos tratando de que la policía se hiciera cargo del caso.
Con Ryan nos miramos sin expresión, casi insultados por las palabras de su padre. No solo somos los protagonistas de la tragedia, sino también unos niñitos que no saben cuidarse la espalda.
En un principio tomé
todo como una ayuda, pero después de despertar en ese hospital solo me convencía de que estábamos metidos en un gran rollo, y que al parecer los únicos que podrían salvarnos eran ellos. Nosotros no éramos capaces de tomar decisiones, o de tratar de resolver el problema por nuestra cuenta.
El padre de Ryan nos miró en silencio, y luego dio un paso atrás para marcharse. En la puerta se topó con Amy, y nosotros despertamos de nuestro resentimiento para ponerle atención a ella.
-¿Cómo te sientes? -me preguntó. Ryan me miró y levantó una ceja en señal de que recordara lo que me dijo en la cabaña.
-Estoy más calmado, gracias. Pero quiero estar solo -respondí, mientras le dirigía la mirada a él-. Mira, Amy, Ryan está mucho mejor. -Ella se volteó para mirarlo y le sonrió-. Podrían hablar, quizás.
-Bueno, necesito alguien que me lleve a la cafetería y mi padre se fue -le insinuó-. ¿Podrías hacerlo tú?
-Sí, claro, tengo algo de tiempo -le respondió sonriente.
-Podría invitarte un café. No me gusta comer solo. Además, me gustaría conocer a la persona que nos salvó de los feds.
Amy se sonrojó y se acercó a la parte trasera de la silla de Ryan para conducirlo. Ambos se fueron de la habitación sonrientes.
Con el señor Mitchell fuera, y Ryan coqueteando con Amy, me dispuse a tratar de relajarme, y encontrar una solución a todo el problema por mi cuenta.
Así como iba todo se tardarían meses en descubrir la verdad, en saber qué pasó con Lea, y por qué el asesino
lo planeó de esa forma.
En unos minutos llegó mi comida. El asistente acercó la mesa de comer a la cama y puso la bandeja encima. Antes de entusiasmarme me acomodé; levanté el torso y me apoyé en mi almohada con la espalda recta. De una mirada rápida vi por la ventana al mismo federal que llegó esa vez en busca de Ryan. Joven, pálido, brazos fornidos y cabello oscuro; el de nombre Dave.
Le tomé la mano al asistente por el susto, y en seguida pensó que me había vuelto loco. Le dije que llamara a alguien, que era una emergencia. Obviamente al ver que me había puesto así de un segundo a otro no le pareció cuerdo. Vio el teléfono encima de mi mesa y lo tomó.
«Sí, puedes llamar desde ahí, ¡rápido!» le dije. El asistente me miró con pesar y guardó mi teléfono en su bolsillo. Miré su otra mano, tenía un pequeño control blanco, mientras presionaba un botón de goma con insistencia.
«¿Qué haces?» alcancé a preguntar antes de que llegara una manada de clones del asistente, y en conjunto se decidieran a amarrarme a la cama de nuevo.
Les grité que no estaba loco, pero mi desesperación no ayudó. Ahí estaba yo, con patadas al aire, tratando de que no me sujetaran con esas correas plásticas, como si estuvieran a punto de hacerme un exorcismo.
En seguida llegó mi médico de cabeza y me mostró la jeringa que traía consigo. «Si te mueves te dolerá, será mejor que cooperes conmigo». Me quedé inmóvil, mirándolo con los ojos saltones. Me aguanté la aguja mordiéndome los labios, y luego empecé a sufrir por ese líquido
frío que me recorría el interior del brazo.
Ahora sí que sí, ya llegó mi hora de morir.
Estuvieron ahí mirándome un buen rato. Cuando vieron como me deshacía en el colchón se marcharon, casi felicitándose entre ellos de que lograron contener al loco.
El médico me dijo que podía ingresar al psiquiátrico si yo quería, que en verdad sería mejor para mi si lo decidía yo mismo, pero si me daba un ataque de locura una vez más me llevarían a la fuerza.
Lo miré incrédulo, y exhausto por todo lo que me hacían.
Todos mis conocidos estaban lejos. Quizás los hombres del señor Mitchell rondaban el hospital para cuidarme, pero en el caso de que no llegaran a ver a Dave, estaría frito.
Ya había asumido mi inminente muerte, así que solo me quedó pensar que si el paraíso existe al menos podría ver a Lea de nuevo.
Al rato los ojos comenzaron a pesarme, me estaba quedando dormido en el momento más inoportuno.
De unos pestañazos había llegado a perder la consciencia por unos minutos. Luego me desperté de golpe, miré la puerta y seguía cerrada.
Volví a pestañear y vi a Dave parado frente a mi cama.
Corrió a mí y me vendó la boca para que no gritara, «Silencio Blake».
Comencé a rebotar mi trasero en el colchón para hacer el mayor ruido posible, Dave me miró sin saber qué hacer.
«¿Puedes calmarte? No vine a hacerte daño, no estoy de su lado, del lado de Scar».
Me quedé quieto, mirándolo con el ceño fruncido.
«Créeme. Si quisiera hacerte algo ya te habría
dejado inconsciente y estarías de camino a tu ejecución».
Por el momento nunca pensé que decía la verdad, solo me quedó creerle. Además, si me sacaba la venda de la boca y comenzaba a gritar, quizás me habría hecho algo.
Tarde o temprano alguien llegaría a verme y lo encontrarían en mi habitación, así que preferí colaborar con que lo que tuviera planeado.
Al ver que me había calmado se acercó despacio y me sacó la venda. No dije ni una palabra, preferí esperar a que el hablara.
Se alejó unos pasos, hasta estar a una distancia prudente.
-Quiero ayudarte -me dijo.
-¿Qué?
-No creo que hayas hecho algo, y ellos no se van a detener hasta tenerte muerto.
-Eso no pasará, nos están investigando.
-¿Crees que eso les importa?
Dave trajo una de las sillas que estaban cerca de la ventana y la acercó hasta mi cama. Tomó asiento y luego de mirar al suelo empezó su relato.
Comenzó su carrera con mucho éxito. Ayudó en casos importantes a una corta edad. Nunca quiso mostrarse en los medios por temor a que los maleantes le hicieran daño y que cobraran venganza, pero nunca se esperó que las malas noticias llegaran desde adentro.
Un hombre se acercó a su cubículo una tarde y lo citó a su oficina. Se trataba de un federal muy respetado que llevaba años asistiendo casos con organizaciones mafiosas. Nunca se supo de sus hazañas porque le gustaba mantenerlas en secreto, por si algún federal envidioso pretendía jugarle una trampa.
Ese hombre era John Wright. Le ofreció a Dave
un ascenso para trabajar en su grupo, a lo que aceptó sin pensarlo. Al cabo de unos días se le asignó un compañero, el gordo barbón con el que lo vi la primera vez.
Al principio eran solo mandados, pero a medida que le tomaban confianza las misiones se hicieron más peligrosas. Torturar testigos, secuestrar familiares de narcotraficantes, asesinarlos si era necesario.
Scar le decía que el mundo de la investigación siempre ha sido así.
«El fin justifica los medios, niño». Fue lo que le dijo después de degollar a un testigo frente a sus ojos.
Dave no tardó mucho en comprender en qué se había metido, estaba violando los lemas de la policía federal, jugando a tratos sucios para acabar en la cima de los policías. Estaba en un grupo corrupto.
-Si no hubiera sido yo, habría sido otro -agregó-. Habría sido peor.
-Qué considerado de tu parte.
-Hablo en serio. Quizás esa otra persona no habría reconocido toda esta organización como un gigantesco crimen. Quizás estaríamos hablando del sucesor de Scar. Yo al menos me di cuenta de lo que pasaba y quise enmendarlo.
-¿Qué tengo que ver yo con todo esto?
-Te ayudaré a que no te maten.
-No lo harán. Los federales ya saben del caso, de hecho, hasta tengo que ir a declarar mañana.
-¿Crees que a ellos les importa eso?
-Ya tengo ayuda, no te necesito.
-¿Esa ayuda que tienes es capaz de saber sobre los movimientos de John Wright?
-No, pero...
-Vine
a este mismo hospital antes de ayer, traté de encontrarte para decirte que Scar planeaba secuestrar a la madre de tu amigo. -Suspiró rodando los ojos-... pero alguien me acusó con sus guardaespaldas.
-¿Qué querías que hiciera? ¿Qué corriera a abrazarte y nos escabulléramos a que me cuentes tus más oscuros secretos? ¡Hasta donde yo sabía, eras una amenaza!
-Ahora sabes la verdad, te ayudaré con esto. No dejaré que otra persona inocente acabe muerta por culpa de esos hombres.
-Está bien, no me voy a oponer a tus intentos de ser mejor persona.
-A todo esto, en la entrada me encontré con un asistente que me pareció familiar. -Dave se levantó de su asiento y escarbó en el bolsillo de su pantalón-. Dejó caer esto.
-¡Mi teléfono!
-Úsalo con cuidado, si de verdad te creen tan loco no tendrán remordimientos para robarte.
-Gracias.
-Anoté mi número ahí, por si lo necesitas.
-Espero no necesitarlo, entonces.
Dave se marchó con sigilo, mirando en todas las direcciones del pasillo.
Luego de unos minutos llegó el señor Mitchell junto a otros asistentes, ordenándoles que me sacaran las correas. «Tranquilo Blake, ya hablé con tu médico y le expliqué la situación».
Todos se fueron y me quedé solo de nuevo, pero con la libertad de moverme. Al rato mi teléfono comenzó a vibrar, la pantalla me daba aviso de un nuevo mensaje.
"783-iva'636" decía el primero.
Olvidé toda curiosidad al pensar que pudo haber sido alguien que marcó el mensaje por error, aunque eso me hiciera preguntarme si aún existían teléfonos con teclas. Era de un número desconocido, lo cual no causó nada en mí hasta recibir dos mensajes más del mismo remitente.
"24*32_TÁV-478" Decía el segundo mensaje.
"8*56_Es{342" Decía el tercero.
Quise aprovechar que tenía saldo en mi teléfono y decidí llamar. Volví al menú de mensajes para marcar la opción de llamar al remitente. Fue ahí cuando volví a leerlos, esta vez ordenados del más nuevo hasta el más antiguo. Por un momento no se me vino nada a la cabeza, hasta que una chispa en mi cerebro me hizo despertar. Volví a leer con detención, cuidando de que no estuviera volviéndome loco como todos creían. Las únicas letras contenidas en cada mensaje deletreaban "Es" "TÁV" "iva"
EsTÁViva.
Está viva.
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11.
11.
Esa noche no dormí. Las drogas que me metían no fueron suficientes para llevarse la paranoia de mi cabeza.
Si entraba un asistente me hacía el dormido. Una vez que cerraba la puerta abría los ojos y me quedaba con el nudo en la garganta.
Al cabo de unas horas me convencía de que solo podría ser una broma pesada. Una risa nerviosa abandonaba mi boca en sigilo.
Una broma. Sí. Una broma. No puede ser nada más que eso.
A la mañana siguiente me dieron el alta, junto a un cóctel de drogas para no enloquecer. Todos me miraban con pesar, hasta le dieron una tarjeta de un hospital psiquiátrico al señor Mitchell.
«Si vuelve a pasar no lo traigan de vuelta, deben llevarlo ahí. Solo ahí podrá sanar». De camino a casa me convencí de que sería una buena idea.
Quería mostrarle los mensajes a Ryan, a su padre, a cualquiera. Tan solo deseaba que alguien leyera lo mismo que yo, que me dijera que no estoy loco. Me sentía agotado de mente y muy confundido. Ni una sola droga podría cambiar eso.
Llegué a casa para encontrarme con la señora Mitchell sosteniendo una bolsa de basura llena de objetos ya inútiles por el daño de esos malditos.
-Señora Mitchell, no era necesario que hiciera esto.
-Una ayuda nunca está de más.
-Muchas gracias. -Me acerqué a ella y dejó caer la bolsa junto a sus pies. Extendió sus brazos en mi dirección para rodearme
con ellos.
-Tranquilo hijo, todo estará bien -decía mientras acariciaba mi cabello-. Estamos aquí para ayudarlos.
Luego de unos segundos apretándome entre sus brazos me aparté y ella tomó la bolsa nuevamente.
Subí a mi habitación y dejé mi cuerpo caer en la cama como un saco de piedras. Al sacudir las sábanas con mi peso levanté un poco de la fragancia que Lea había dejado ahí la última noche tranquila de mi vida. ¿Y si Ryan tenía razón? ¿Y si su presentimiento resulta ser cierto?
Revisaba los mensajes cada dos minutos. Mientras más lo hacía, más me convencía de la locura que se apoderaba de mi mente.
Dejé mi cabeza reposar en una noche sin sueños ni recuerdos, solo revivía las imágenes más escalofriantes como un ciclo.
En unas horas más debía ir a declarar con los federales, pero quería ir a ver a Dave para que me ayudara a rastrear el número de los mensajes, o quizás para que me aclarara que de verdad había perdido la cabeza.
No quise ir con pinta de loco, así que me arreglé de forma decente. Me metí a la ducha por primera vez en varios días, a pesar de todas las costras que tenía en la piel.
Enjaboné cada parte de mi cuerpo con cuidado, evitando los puntos en la pierna. El agua caía con un leve color café y el olor de transpiración iba desapareciendo.
Al salir me vestí con una camisa oscura y unos jeans más o menos holgados. Me perfumé, encajé una manzana en mis dientes y fui a la parada de autobús, maldiciendo por la pérdida de mi auto.
/> En mi camino hasta el edificio federal le envié un mensaje de texto a Dave, diciéndole que lo vería allá. En seguida me respondió «¿Estás loco? No pueden vernos juntos. Nos vemos a unas calles de ahí».
Cuando había llegado me detuve a unas manzanas para mirar con detención la entrada del edificio, esperando que Dave saliera.
En vez de eso vi salir a Rick, el federal que me ayudó en la sala y luego en mi casa, cuando Scar trató de matarme a mí y al señor Mitchell.
En unos pocos segundos recordé lo que había hecho por ayudarme, y que si él fuera parte de ese grupo corrupto no actuaría de tal forma con los testigos, sería mucho más «malo».
No pensé con claridad, fue solo un impulso de idiotez pero para entonces me parecía bastante cuerdo. Unir fuerzas. El problema con los corruptos ya había dejado de ser personal luego de saber todo lo que hacían. Me imaginé que en un futuro saldría mi nombre en las portadas de los periódicos, anunciando que con ayuda de dos federales logramos derrocar una organización de federales corruptos en Nueva York. Con esa idea en mente me acerqué sonriente y optimista, y la respuesta de Rick no me decepcionó.
-Hola -le dije casi gritando, esperando que me escuchara en medio del tráfico. Rick se volteó y me miró sorprendido.
-No esperaba verte aquí de nuevo. -Sonrió.
-Al parecer tengo que declarar todo lo que sepa... de nuevo.
-Todo saldrá bien -agregó-. Ya tengo claro que eres inocente.
-¿Qué?
-Sí. Debería
ser imparcial, pero esta opinión queda entre nosotros.
-Está bien -respondí sonriente-. Gracias.
-¿Por qué agradeces?
-Me ayudaste... me ayudaste dos veces.
-Es lo que menos podía hacer, Blake. -Guardó silencio y se llevó un cigarro a la boca para encenderlo-. ¿Puedo ayudarte en algo más?
Tenía pensado pedir todo lo que necesitara a Dave, pero aproveché la circunstancia para pedirle a Rick un favor que rondaba en mi mente desde la noche anterior.
-Vine para hablar contigo.
-Yo creo que deberíamos hablar en privado, ven conmigo. -Apuntó su auto a unos metros de distancia.
Una vez dentro nos dirigimos al bar más cercano, el cual por esas casualidades no era frecuentado por federales, ya que tenían un trato para dejarlo funcionar sin licencia, una historia que Rick me contó en el corto trayecto.
Mientras él conducía le envié un nuevo mensaje a Dave: «Me topé con un amigo, te aviso cuando esté libre de nuevo».
Entramos y nos sentamos en una mesa apartada de la barra. Los vidrios eran mosaicos de colores y le daban un aspecto oscuro al local. Pedimos dos cervezas que llegaron en menos de un minuto.
Al igual que como en el hospital junto a Dave, esperé a que Rick me contara su historia, que ya venía introduciendo en el camino al bar.
Hace un par de años le dieron la misión de infiltrarse en la organización para descubrir los métodos de John Wright. Todos sabían que era exitoso y reservado, pero no conocían cómo llegaba a descubrir
bandas mafiosas tan peligrosas y salir ileso, algo no les calzaba a los demás.
La dirección federal juntó un grupo de los agentes más capacitados y leales. Al decirles que debían descubrir cómo trabajaba Scar, varios se marcharon, hasta que quedó solo Rick.
Le ordenaron infiltrarse en el grupo, y como sabían que para entrar debía hacer méritos profesionales, le otorgaron los honores en varios casos en los que ni si quiera metió la nariz, todo como parte de una estrategia.
Luego de unas semanas John se vio interesado en Rick y en sus éxitos, así que lo citó a su oficina, tal como hizo con Dave después.
En un principio la organización solo era de Scar y Alan, pero ha crecido estos dos últimos años. Ahí fue cuando se sumó Rick, Dave y su compañero.
-¿Cuándo le pondrán fin a todo esto? -pregunté.
-No he dicho nada de lo que hacen ahí dentro, se pone mucho en riesgo. No te imaginas la cantidad de gente que tiene su vida pendiendo de un hilo gracias a ellos.
-Entonces debemos acabarlos, ¡esto no está bien!
-¿Tú crees que todos eligen ser parte de sus planes? Algunos ni si quiera lo querían, y si se marchan o los denuncian acabarán muertos en menos de un segundo.
-¿Entonces qué has hecho todo este tiempo?
-Solo estoy vigilando los tratos que hacen. Hacer un equilibrio entre la corrupción y el buen camino. La dirección piensa que el grupo de Scar es de fiar, y así seguirá siendo. -Tomó un sorbo de su cerveza, luego hizo una sonrisa a medias-. No pienso poner
toda esa gente en riesgo, además la corrupción siempre ha existido.
-Esto no puede ser así para siempre.
-Lamento decepcionarte. Hasta el momento no veo ninguna forma de que acabe. Quizás si desvinculan a Scar y a Alan podría desaparecer, pero eso no pasará.
-Conozco un abogado...
-Blake, esto te lo digo por tu propio bien, no metas tu nariz, tampoco metas a otra gente, acabarán muertos más temprano que tarde.
-Entonces, ¿por qué me cuentas todo esto?
-Para que confíes en mí, para que sepas que puedes salir de este lío de alguna forma, yo te ayudaré con lo que necesites.
-¿Puedo pedirte un favor?
-Sí, claro, puedes pedirme lo que sea.
No quise apresurarme ni traicionar el acuerdo con Dave por lo que terminé pidiéndole un favor que ya tenía pensado desde la noche anterior.
«Quiero comprobar que el cuerpo encontrado sea el de Lea».
Rick me miró confundido, arrugando la nariz. Supongo que se ofendió un poco al haber dicho indirectamente que no confiaba en el trabajo que habían realizado.
-Según la declaración que diste, tú habías visto su cuerpo ¿me equivoco?
-Sí, pero no soy tan masoquista. No me acerqué a echarle un vistazo.
-Si te soy sincero, lo que pides es muy absurdo, sin ánimos de ofender, pero te entiendo. Lo haré para que tu mente descanse y puedas dejar ir esto.
-No creo que entiendas. -Agaché la mirada-. Yo nunca podría dejar ir algo así.
-Tú la amas.
-Tomó otro sorbo de la cerveza e hizo una pausa-. Eso es lo que yo quise decir con que te entendía.
Mi incomodidad se hizo más visible. Temí verme como alguien frágil ante toda la situación. Rápidamente cambié el tema.
-¿Sabes algo sobre Bernie Adams? -Su desconcierto se notó y aclaré mi pregunta-. El hombre que fue asesinado ayer.
-No sé de quién me hablas, pero puedo averiguar todo sobre él si deseas.
Su amabilidad me sorprendió una vez más y asentí con la cabeza, luego le dije que no era necesario, tan solo supe de la noticia y quise preguntar. Darle antecedentes de que Bernie podría ser el asesino no me ayudaba en nada, esa información bastaba con estar en manos de la agente Brooks.
Terminamos la cerveza y conversamos un poco más acerca de su historia en la organización y de los casos que debió combatir.
Cuando estaba por acabarse su hora de colación me ofreció llevarme al edificio federal, para que hiciera la declaración que le mencioné en un principio, pero me zafé diciéndole que sería más a la tarde, y que paseaba por ahí con la esperanza de encontrarlo a él.
Antes de despedirse me aclaró que Scar había dejado un mechón completo de su cabello para realizar la prueba de ADN, porque nunca se atrevió a realizar el reconocimiento del cuerpo.
-¿Y eso qué significa? -le pregunté, con temor a mostrarme ignorante.
-Significa que podremos realizar el examen de nuevo. Entregó un mechón y solo se necesitaba un cabello, el resto lo guardé por si el caso
necesitaba una prueba más.
-Pensaste en todo -comenté sonriendo-. Gracias, esto significa mucho para mí.
Me alejé un par de cuadras y ya no podía divisar el auto de Rick que había sido camuflado por el tráfico de la tarde.
De pronto sentí el paso rápido de alguien que venía por el lado y fui embestido para caer en un callejón.
Dirigí mi vista hacia arriba y resultaba ser el estúpido de Dave sujetándome por los hombros.
-¡Quítate de encima, imbécil! -le grité adolorido.
-¿Qué hacías con ese infeliz? ¿Estás tratando de tomarme el pelo? -farfulló con furia.
-¿De qué hablas? ¿Qué sacaría yo con hacer eso? ¿Eh? -Lo empujé para alejarlo de mí, haciéndolo chocar contra la pared. Ambos nos levantamos y en seguida me tomó de un brazo con fuerza para adentrarme más en el callejón.
-Ese maldito es parte del grupo de Scar, no puedes confiar en él. Estoy tratando de protegerte ¿no te das cuenta?
-Solo hablábamos. Y bueno, también le pedí un favor.
-¿Qué? ¿Un favor? ¿Estás bromeando? Yo soy la persona a la que debes pedirle ayuda, no otro ¿Me escuchaste?
-Si quieres ayudarme, ayúdame con esto. -Saqué mi teléfono y puse los mensajes de texto en frente de su cara-. Quiero rastrear esos mensajes.
Una vez que aclaró su vista y leyó lo que le mostraba me devolvió la mirada con asombro y entonces entendí que yo no era un paranoico, o que al menos no era el único.
-Debe ser una coincidencia. Eso o una
broma pesada. La chica está muerta, alguien quiere que creas lo contrario. Quizás es parte de una emboscada.
-Da lo mismo si es verdad o no, quien sea que haya sido está yendo muy lejos al hacer esto y necesito encontrar a esa persona.
-¿Para qué?
-Alguien que juegue con un tema así no puede salir ileso.
-¿Estás bromeando? Piensa lo que pones en juego, solo te buscarás más problemas con la ley.
Tomé sus palabras como una visión más objetiva de lo que sucedía y tenía razón. Podía ser peligroso e incluso humillante. Si llegase al lugar rastreado y encontrara a una persona riéndose de mí, jugando con mi locura... No podría mantener la calma.
-Está bien -me dijo al final-, voy a rastrearlo, pero tú no harás nada ¿me oíste?
-Entonces de qué servirá, Dave.
-Quizás me entere de que es un truco de Scar para atraerte.
-No tiene sentido, él no jugaría con ese tema, le afecta mucho más que a mí.
-Sí... tienes razón. Pero de todas formas no deberías meterte.
Nos adentramos más en el callejón, porque caminar por la avenida sería muy riesgoso. Acordamos en tener un lugar donde reunirnos si lo necesitábamos, porque hacerlo a unas manzanas del edificio federal era de tontos.
Ya cruzando el callejón Dave me detiene. «Te tengo buenas noticias». Me tomó la mano y me dejó algo en la palma.
-¡Las llaves de mi auto!
-Lo sé, soy el hada madrina de tus objetos favoritos. Primero el teléfono, ahora esto...
-¿Dónde está?
-En el edificio, ¿no es obvio?
-¿Encontraron algo?
-Solo cabellos, nada de sangre, y con eso no se puede comprobar nada, porque todos están al tanto de que tú y ella eran amigos.
Nos despedimos rápido con un apretón de manos. Hasta ese momento aún no sabía si confiar en Dave, me sentía como un niño manipulable que le dan dulces para atraerlos. Lo único que daba por hecho era que Rick me ayudó más, y con algo más riesgoso. En cada ocasión pasó por encima de la opinión de Scar para ponerme a salvo, y aunque no quisiera aceptarlo, su visión era más objetiva y realista que la de Dave. Acabar con la corrupción de una organización tan poderosa no sería fácil. No hablamos de los comercios que se ponen de acuerdo para estafar a la gente en conjunto, nos referimos a gente peligrosa, armada hasta los pies, dispuesta a matar por ambición.
Emprendí mi viaje al estacionamiento del edificio federal. Llegué y ahí estaba; mi dulce nave negra. Recorrí cada borde para asegurarme de no tuviera rayones, y la verdad me esperaba uno por motivo de alguna absurda venganza, pero lo encontré impecable, menos mal.
Me quedé ahí, conecté el aire acondicionado y encendí la radio. Debía esperar por la citación para declarar, por suerte no tendría que hacerlo en esas salas en que Ryan y yo fuimos torturados, porque las usaban para otra clase de testigos, o más bien culpables.
Esa tarde usaríamos oficinas normales, hasta con persianas, nada parecido a las horribles habitaciones de concreto sin si quiera
una ventana.
Casi media hora antes de que me citaran tomé mis medicamentos para mantenerme calmado. Esperé a que hicieran efecto y que ese nudo en el estómago desapareciera de una vez, pero al rato después seguía ahí, aunque sin tanta fuerza como en un principio. No soy de los intuitivos, creyentes en lo cósmico ni nada por el estilo, pero tenía un mal presentimiento, y lo peor es que no era por la declaración, sino por otro motivo del que no tenía idea.
Cuando ya quedaban diez minutos apagué la radio y el aire. Me arreglé la camisa en el espejo retrovisor, tomé un suspiro y me fui directo al tercer piso del edificio federal.
Con un par de minutos de retrasó llegó el agente que se encargaba del caso de Lea, o más bien el que estaba al mando. Me llevó a una oficina para que conversara calmadamente lo que recordara de ese día, empezando por la última vez que vimos a Lea.
Cuando les conté sobre el secuestro se sobresaltaron, nadie esperaba que declarara algo así, aun cuando un grupo paralelo estaba terminando de entrevistar a Ryan.
Conté todo tal como lo recordaba, tomaron apuntes y decidieron seguir el lema de la ley americana: eres inocente hasta que se demuestre lo contrario.
Lo único «malo» fue que me dijeron que no podría abandonar el estado hasta que se descubra quién es el asesino. No sabría decir si eso me afectó o no, porque no pensaba dármelas de turista por ahí con todo el luto que cargo en el pecho. Creo que lo mismo aplica para Ryan.
Pensé en esperar por Ryan, pero la secretaria de recepción
me dijo que «el chico rubio inválido» se había ido hace media hora.
Casi al instante recibí un mensaje de texto:
«Estoy en tu casa, ven rápido, tenemos que hablar.
Ryan».
No me molesté en responderle, solo fui directo al estacionamiento para irme conduciendo. Si el tráfico no iba mal llegaría en menos de veinte minutos.
Cuando llegué me encontré con Ryan sentado en la acera con una botella de agua al lado. Traía bermudas, dejando ver las vendas en sus piernas, los colores de los hematomas aún no desaparecían y seguía viéndose en mal estado, sin embargo, él estaba ahí, sin su silla, solo con unas muletas que se hallaban en la acera junto a él.
-¡Tu auto! ¿Dónde estaba? -preguntó en cuanto me vio llegar.
-¿De qué querías hablar? -pregunté al cerrar la puerta del vehículo.
-¿De qué hablas? Tú me dijiste que viniera.
-¿Qué?
-Tú me enviaste...-Ryan detuvo su oración en cuanto llegaron dos autos que se instalaron justo delante de nosotros.
-Suban ahora -nos ordenó un hombre con pasamontañas que nos apuntaba con un arma desde adentro.
En cosa de segundos vi mi corazón retorcerse, no era solo el arma apuntando nuestras cabezas, el señor Mitchell se encontraba en el puesto trasero con un pañuelo cubriendo su boca.
-¡Papá! -escuché gritar con un tono apagado, un hormigueo me recorría desde los pies, amenazándome con quitarme la consciencia.
-¡Suban ahora, o no lo verán nunca más! -gritó el conductor, mientras
el que se ubicaba en el asiento de copiloto empuñaba un arma en la cabeza del señor Mitchell.
-No. No hagas nada. Ya vamos -balbuceó Ryan, mientras trataba de encontrar equilibrio. Le di mi mano para ayudarlo, pero no parecía ser suficiente, temblaba de la conmoción. Entre tropiezos subimos al auto junto a su padre.
-Sus teléfonos, ahora -ordenó el primer hombre.
Ryan sacó su teléfono y lo entregó entre temblores, yo estaba por entregar el mío cuando el señor Mitchell le dio una pequeña patada a mi pie para hacerme mirar hacia abajo. Dejé caer el teléfono por la sorpresa de su gesto y quedó debajo del asiento del chofer, fue entonces cuando vi un segundo teléfono cerca de los zapatos del padre de Ryan, que lo empujó con el pie hacia mi mano y me hizo entender que lo entregara en vez del mío.
«¿Qué? ¿Eres imbécil? ¡Tu teléfono, ahora!».
Entregué el que ya se encontraba abajo y aplasté el mío para que no lo vieran. Nos pusieron unos paños en la cara haciéndonos caer dormidos. Todo se tornó negro y perdí la noción del tiempo hasta que desperté en una silla, atado de manos y con una venda en la boca.
Ya se había oscurecido. De algún lugar del techo entraba la luz de la luna, iluminando a duras penas un recinto cerrado que no albergaba nada dentro, era tan solo yo al medio a primera vista.
Mi vista tardó en acostumbrarse a la oscuridad. Luego de un minuto pude mirar a los lados. A mi izquierda se encontraba Ryan, al igual que yo, atado a una silla, aún bajo los efectos de lo que pensé que pudo ser cloroformo.
La luna cambiaba su posición en el cielo, y para cuando ya había pasado unos minutos forcejeando las sogas que me ataban, vi una silueta al frente de nosotros; parecía ser el padre de Ryan, que se encontraba en las mismas condiciones que su hijo.
Escuché un vehículo llegar, conduciendo sobre tierra. Luego sus puertas se cerraron y segundos después se escucharon pasos caminando hacia nosotros. El portón se abrió, dejando ver tres siluetas que se nos acercaban de a poco. La luz de la noche daba por detrás y no pude ver sus rostros de inmediato, pero ya no me sorprendía encontrarnos una vez más con Scar. Cerré mis ojos tratando de fingir que aún no despertaba.
«No seas imbécil, despierto o no tendrás que pagar».
Volví a abrir los ojos, rendido ante lo que pudiera pasar.
Algo en mí quiso hacerse el héroe. Estuve a punto de gritarles que se las cargaran conmigo, que me mataran, que me torturaran una vez más, pero que dejaran ir a los demás.
Justo antes de hacerlo, con la garganta apretada y a punto de llorar, vi como el señor Mitchell levantó la cabeza de su reposo. Los tres federales ya habían pasado por su lado cuando se desató, dejando caer las cuerdas al suelo sin hacer mayor ruido. Me quedé callado, pensando que quizás tendríamos una escapatoria después de todo.
El señor Mitchell levantó la silla del suelo y golpeó la cabeza de Scar con ella, dejándolo tendido en el suelo sin reaccionar. Justo cuando lo hizo se escucharon unas sirenas llegando al lugar; eran los federales dirigidos por la agente Brooks y los hombres denegro. Alan y Rick salieron pitando del recinto antes de que los vieran.
Scar seguía boca abajo, con pocas ganas de despertar. El señor Mitchell aprovechó el tiempo para desatarme.
«Encárgate de las cuerdas de Ryan». Con una navaja comenzó a cortar las mías.Vi a Scar levantarse del suelo y traté de alertarlo aun con ese pañuelo en la boca.
No alcanzó a reaccionar. Scar se lanzó encima de él y comenzaron a rodar por el suelo.
El desgaste de las cuerdas hecho por la navaja me dejó cortarlas de un tirón.La navaja del señor Mitchell había caído a unos metros de mí. Sin pensarlo corrí a ella para ayudar a Ryan que apenas estaba despertando.
Scar sacó de su chaqueta un puñal, el cual se disputaban entre golpes. Ryan comenzó a entender el escenario en el que estábamos y se desesperó al no poder moverse.
«¡Tranquilo -le grité- estoy tratando de cortar las cuerdas!».
Una vez que lo liberé de la silla lo ayudé a levantarse. Un hombre de negro corrió a nosotros para llevarnos lejos.
«¡Llévenselos de aquí!» ordenó su padre.
No queríamos irnos, queríamos ayudar. Otros hombres más se sumaron para llevarnos. Ryan apenas se mantenía en pie y yo me resistía.
Por un segundo todo se paralizó. Todo quedó en silencio. Los segundos pasaban lento, los latidos iban más rápido de lo que podía aguantar. Los arrebatos entre el señor Mitchell y Scar se habían terminado. Ambos se quedaron paralizados por unos dos segundos hasta que vimos como Scar retrocedió un parde pasos, dejando caer al padre de Ryan al suelo con el puñal clavado en el abdomen.
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